Desde que el primer bebé nació en 1978 por medio de la fecundación in vitro, hemos sido testigos de una rápida evolución de muchas otras técnicas de reproducción asistida, algunas de las cuales simples variantes de la fecundación in vitro, y otras más complejas. Estos avances en las técnicas de reproducción asistida han ido acompañados de un debate social, ético y legal que avanza al mismo ritmo que la innovación en este ámbito. De hecho, las técnicas de reproducción asistida son fundamentales en la configuración de las identidades individuales, familiares y también colectivas, mientras se convierten también en la piedra angular de algunos derechos y deseos relacionados con la maternidad y la paternidad que se mezclan e interseccionan con otros temas relevantes en el contexto de los derechos de las mujeres.
Por otro lado, las técnicas de reproducción asistida siempre han sido un ámbito de gran interés para los feminismos, pero no sólo porque estas técnicas tienen género y (re)producen el género, sino porque interseccionan con otras cuestiones centrales tanto para los movimientos feministas como para los feminismos académicos. Desde el principio, el encaje de estas técnicas y sus implicaciones no ha sido fácil para los feminismos y su posicionamiento no ha sido homogéneo, sino que ha tendido a dividirse a la hora de responder a los dilemas que estas técnicas han planteado, y siguen planteando, desde los años ochenta.
Los inicios de las técnicas de reproducción asistida y su relación con los feminismos
Al comienzo de las técnicas de reproducción asistida, existía una cierta ambivalencia entre feminismos hacia estas técnicas porque, por un lado, se consideraban como una ayuda para las mujeres con problemas de fertilidad, al tiempo que permitían liberarse de las limitaciones biológicas asociadas con la reproducción. Por otro lado, existía un fuerte rechazo hacia estas técnicas porque se consideraba que contribuían a consignar las mujeres a su destino biológico, a partir de intervenciones médicas totalmente dominadas por hombres. Además, las esperanzas de la liberación de las limitaciones biológicas rápidamente dieron paso a importantes críticas y a la denuncia de los efectos que la reproducción asistida podría tener en contra del empoderamiento y de la salud de las mujeres. Esta tensión paradójica ha permanecido hasta el día de hoy, y el debate sigue vivo.
Las técnicas de reproducción asistida podían suponer una nueva forma de ejercer presión a las mujeres para que se reproduzcan
Las primeras discusiones teóricas feministas también se llevaron a cabo de acuerdo con las dos principales líneas de posicionamiento. En primer lugar, había cierta desconfianza hacia los cambios sociales provocados por el desarrollo científico, ya que se temía que los costes de estas técnicas de reproducción asistida recayeran en las mujeres, tanto a través del control médico y patriarcal como de la las expectativas heteronormativas existentes sobre estas técnicas. En segundo lugar, existían los posicionamientos preocupados por el control y la explotación de las capacidades sexuales y reproductivas de las mujeres.
En consecuencia, los feminismos temían que las técnicas de reproducción asistida fueran manipuladas para limitar la autonomía de la mujer, y que estas capacidades reproductivas de las mujeres fueran utilizadas, por el contrario, en interés del orden social dominado por los hombres. Y también había otro temor: las técnicas de reproducción humana asistida podían suponer una nueva forma de presionar a las mujeres para que se reproduzcan, ya que la existencia de estas técnicas, y la aparición posterior de la gestación subrogada, parecían poner de manifiesto que no había un motivo aparente para no hacerlo.
De esta manera, el tema central residía en el conflicto que existía entre el control social de la reproducción y el derecho de las mujeres a controlar su propio cuerpo, una constante en las luchas feministas. Por consiguiente, las técnicas de reproducción asistida se convirtieron en una fuente de profunda ambivalencia para los feminismos, lo que ha generado un debate que todavía no está resuelto.
La gestación subrogada y su encaje con los feminismos
Con la evolución de las técnicas de reproducción asistida, aparece la gestación subrogada y con ella se amplía la lista de ambivalencias. Desde que en 1980 nació en los Estados Unidos Baby M, el primer bebé nacido a través de la gestación subrogada, el debate interno de los feminismos alcanzó una nueva dimensión, aunque continuó polarizado. Las feministas liberales, como Shulamith Firestone (1976), afirmaban que la división sexual se basaba en la diferencia biológica y creían que no era posible eliminarla. Según ellas, los avances en la reproducción asistida y la biotecnología ofrecían la posibilidad de lograr una revolución sexual que llevase a neutralizar las diferencias sexuales que generaban la desigualdad. El objetivo de esta revolución no era otro que lograr que las diferencias biológicas entre las personas llegasen a ser culturalmente neutrales, ya que consideraban que la causa principal de la explotación de las mujeres era esta división biológica-sexual. En general, el feminismo liberal adoptó una postura positiva, haciendo hincapié en el derecho de las mujeres a determinar sus derechos reproductivos y, por lo tanto, a decidir libremente, por ejemplo, si querían participar o no como gestantes o proveedores de óvulos en los procesos de gestación subrogada.
En el otro extremo se situaban los movimientos feministas que se posicionaban claramente en contra de esta práctica, apelando a la mercantilización de los cuerpos de las mujeres y sus capacidades reproductivas. En particular, muchas feministas denunciaron que el poder reproductivo fuese controlado, de manera significativa, por un grupo de expertos que trabajaban en el marco del sistema patriarcal. Esta crítica fue parte de un movimiento más amplio que denunció la sobre medicalización del embarazo y el parto en un sistema médico también dominado por los hombres. Para algunas feministas, la gestación subrogada era, sobre todo, un instrumento más de la opresión patriarcal, que permitía a los hombres intervenir y ejercer un mayor control sobre el cuerpo de las mujeres.
Las feministas liberales enfatizaban que las técnicas de reproducción asistida y la gestación subrogada permitirían a las mujeres determinar libremente sus derechos reproductivos, mientras que el resto argumentaba que eran un intento del patriarcado de apoderarse de la capacidad reproductiva de las mujeres y ponerlq a disposición del mercado
Esta posición encontró apoyo en la Feminist International Network of Resistance to Reproductive and Genetic Engineering (FINRRANGE), una organización fundamental para entender la oposición de algunos feminismos en gestación subrogada, y que ha tenido cierta continuidad discursiva a través de plataformas creadas más recientemente en España, como No somos vasijas. En 1984, la fundación de FINRRANGE hizo posible cobijar bajo el mismo paraguas un gran número de feministas de los países del Norte global. Éstas rechazaron la propuesta de feminismo liberal y optaron por convertirse en una especie de resistencia feminista contra las técnicas de reproducción asistida y la gestación subrogada con el objetivo de erradicarlas. De hecho, la organización sostenía que las técnicas de reproducción asistida en general, y la gestación subrogada en particular, eran un indicador de los intentos del patriarcado de apoderarse de la capacidad reproductiva de las mujeres y ponerla a disposición del mercado. También afirmaban que se trataba de una práctica que reforzaba los estereotipos sobre la feminidad y que contribuía a consolidar otros estereotipos sobre las mujeres, como, por ejemplo, una capacidad natural de reproducción y los cuidados. Así, en términos generales, los posicionamientos en el marco de los feminismos continuaban anclados en dos posiciones contrapuestas.
Gestación subrogada, globalización y neoliberalismo
Debemos tener en cuenta que, con la globalización de la gestación subrogada, los escenarios en los que esta es posible se multiplican, y los Estados Unidos dejan de ser el único destino disponible y, por lo tanto, también dejan de ser el único marco de referencia. Todo esto supone que un enfoque feminista, tanto teórico como práctico, se vuelva mucho más complejo. Con la entrada en escena de los países del sur global, los feminismos, en sus debates, se ven obligados a contemplar otras dimensiones que no se habían considerado hasta este momento. Las técnicas de reproducción asistida y la gestación subrogada también se convierten en un elemento con la capacidad de replicar, e incluso reforzar, las desigualdades sociales en cuanto al género, la clase social, la orientación sexual, el origen, la nacionalidad o la identidad sexual. Estas desigualdades no se crean ni se refuerzan mediante técnicas de reproducción asistida y la gestación subrogada, sino que están fuertemente vinculadas a las estructuras sociales existentes en las que se desarrollan y tienen lugar. Y, por lo tanto, acaban por reproducir e incluso agravar las desigualdades existentes.
Para algunas académicas y activistas feministas del Sur global que han estudiado ampliamente la gestación subrogada en el continente asiático, como por ejemplo Amrita Pande (2014) o Alison Bailey (2011), la gestación subrogada no es un dilema moral sin resolver, sino una realidad estructural que debe entenderse y abordarse rigurosamente. Según ellas, los contratos de gestación subrogada no son morales ni inmorales, se trata simplemente de la forma en que las cosas funcionan para muchas mujeres en algunas partes del mundo. Para estas autoras, un feminismo que no contemple las desigualdades estructurales y del mercado como elementos fundamentales en los procesos de gestación subrogada, así como el desequilibrio entre los actores involucrados, no sirve. Según ellas, sin un conocimiento de las diversas realidades y la abolición de los discursos occidentales sobre la explotación de la mujer, no es posible avanzar hacia un enfoque efectivo de la gestación subrogada.
Las representaciones eurocéntricas de gestación subrogada no pueden incorporar la realidad de países donde la gestación subrogada comercial se ha convertido en una ocupación temporal y en una estrategia de supervivencia para muchas mujeres. En este contexto, la gestación subrogada no puede verse sólo a través de un prisma ético o moral, sino que se trata más bien de una realidad estructural, con actores y consecuencias reales. Según Pande (2014) sólo si somos capaces de entender cómo las mujeres que hacen de gestantes experimentan y definen la gestación subrogada, será posible desarrollar un conocimiento de las realidades y experiencias de las mujeres en la gestación subrogada.
Por tanto, con la globalización de la gestación subrogada y la complejidad que proporciona su enfoque y teorización, también surgen otros posicionamientos en los feminismos que tienen una mirada más global e interseccional sobre el fenómeno. Por lo tanto, estos feminismos añaden un tema fundamental para el debate, que es el contexto socioeconómico en el que se produce la gestación subrogada, poniendo de manifiesto el papel desempeñado por el mercado y el neoliberalismo en estos procesos.
Los contratos de gestación subrogada son la forma en que funcionan las cosas para muchas mujeres en algunas partes del mundo. Según las académicas feministas del sur global, un feminismo que no contemple el mercado y las desigualdades estructurales en los procesos de gestación subrogada no sirve
Así pues, la dimensión global de la gestación subrogada, junto con las desigualdades asociadas, provoca que los feminismos deban plantearse cuál es el marco socioeconómico global en el que se llevan a cabo estas prácticas. El neoliberalismo está en constante expansión, y los avances en el campo de la reproducción asistida amplían cada vez más todo lo que se relaciona con la reproducción humana susceptible de ser comercializado.
De hecho, autoras como Saskia Sassen (2003) han estudiado cómo, en términos generales, se puede establecer una relación entre la recesión del bienestar, un mercado laboral más competitivo, y las mujeres se vean obligadas a inventar nuevos nichos productivos en la economía informal. Esto significa que las mujeres tienden a mantenerse ellas y sus hijas e hijos reformulando sus capacidades femeninas de maternidad y sexualidad como activos negociables, que pueden ser intercambiados por dinero a través del trabajo de cuidados o del trabajo sexual, pero también a través del suministro de óvulos y la gestación subrogada.
Según esta lógica, dada la capacidad reproductiva de los cuerpos de las mujeres, su cuerpo también se convierte en un producto con valor añadido, un biovalor, como apunta Catherine Waldby (2014), que tiene el potencial de estar disponible, ser transferible y estar abierto a la comercialización en el marco de un mercado muy lucrativo. Tanto el suministro de óvulos como la gestación subrogada, incluso cuando se desarrollan de acuerdo con el modelo altruista, colocan a las mujeres en lo que algunas autoras han llamado bioeconomías reproductivas, que se basan en el trabajo y los tejidos reproductivos. Este fenómeno se relaciona tanto con la transferencia de gametos como con los servicios reproductivos entre países, como por ejemplo a través del movimiento de personas con problemas de fertilidad y que buscan ciertos servicios o gametos, es decir, viajan donde esos servicios y o material genético son más legalmente o económicamente más accesibles.
Por lo tanto, ante este escenario, parece que la única alternativa para los feminismos es pensar en qué condiciones queremos que se desarrolla la gestación subrogada en el mundo, porque pensar sólo en cómo la queremos en nuestro país no es viable, porque la capacidad global y descentralizada del fenómeno no lo permite y nos obliga a pensar en términos globales. Del mismo modo, bajo esta premisa, pensar en una prohibición en todas partes tampoco es viable como modelo. Así pues, tal vez la solución pase por contemplar la gestación subrogada en toda su complejidad, y pensar un modelo en el que se garanticen los derechos de todas las personas que participen en el proceso.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bailey, Alison. (2011). Reconceiving surrogacy: toward a reproductive justice account of Indian surrogacy. Hypatia, 26(4), 715–741. doi: 10.1111/j.1527-2001.2011.01168.x
Firestone, Shulamith. (1976). La dialéctica del sexo: en defensa de la revolución feminista. Barcelona: Kairós.
Pande, Amrita. (2014). Wombs in labor. Transnational commercial surrogacy in India. Nueva York: Columbia University Press.
Sassen, Saskia. (2003). Contrageografías de la globalización: género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos. Madrid: Traficantes de Sueños.
Waldby, Catherine. (2012). Reproductive labour arbitrage: trading fertility across European Borders. En M. Gunnarson & F. Snevaeus, The Body as Gift, Resource, and Commodity: Exchanging Organs, Tissues, and Cells in the 21st Century (pp. 267– 295). Huddinge: Södertön University.

Anna Mª Morero Beltrán
Anna Mª Morero Beltrán es profesora asociada del Departamento de Sociología de la Universidad de Barcelona (UB). Tiene un máster en Estudios de Mujeres, Género y Ciudadanía (2011) y es doctora en Sociología (2017) por la UB. Sus líneas de investigación y especialización están relacionadas principalmente con las violencias machistas, el estudio de la construcción social de las tecnologías reproductivas y los derechos sexuales y reproductivos. Ha participado en varios proyectos de investigación y en convenios con la Administración pública. Es integrante del grupo de investigación consolidado Copolis –Bienestar, Comunidad y Control Social– y del grupo de innovación docente consolidado CEFOCID-Copolis, ambos adscritos a la Universidad de Barcelona. Entre sus publicaciones más recientes destacan los artículos "Intimate partner violence in female-headed one-parent households: generating data on prevalence, consequences and support” (2019), "Fiestas, public space and rape culture. A study of the Wolf Pack case" (2020) y “La respuesta del movimiento feminista a la violencia sexual en el espacio público. La agresión sexual múltiple en las fiestas de San Fermín de 2016 como punto de inflexión” (2020). Actualmente trabaja en la Dirección General para la Erradicación de las Violencias Machistas del Departamento de Igualdad y Feminismos de la Generalitat de Catalunya.