La inteligencia racional, la capacidad exclusivamente humana de pensar, divagar, conocer, ha sido desde la Era Moderna el anclaje de nuestro lugar en el mundo: “Más que la naturaleza, diferentes a las máquinas”. Mientras nosotros disponemos de inteligencia, los animales sólo tienen instintos, y las máquinas son simples mecanismos.
Hoy estas certezas son cuestionadas. Por un lado, la emergencia climática y social nos obliga a poner en stand by la superioridad de la inteligencia racional, por lo menos en lo referido a la conservación y reproducción de la vida. Por otro, la inteligencia artificial resuelve mejor que los humanos algunos problemas “racionales” y nos hace preguntarnos si es esa la diferencia relevante
El ciclo de desarrollo basado en los combustibles fósiles se agota. Hemos desenterrado reservas que tardaron decenas de millones de años en formarse y las hemos proyectado en forma de plásticos y gases a los confines de la Tierra y a la atmósfera, por cientos de años más. La acción humana amenaza las condiciones de vida en el planeta. Desaparecen especies vegetales y animales a una velocidad creciente y quinientos millones de humanos [1] viven en zonas en proceso de desertificación.
También la calidad de la vida está amenazada. La concentración de la riqueza y oportunidades vitales parece haber entrado en un bucle . Las fuentes de energías fósiles centralizadas se reproducen en estructuras económicas y sociales centralizadas también. La irrupción de las máquinas inteligentes y los algoritmos en una economía de intangibles acelera la concentración de capital y devalúa la capacidad productiva de las personas.
La clase media, aquella que cuando es más numerosa que las élites y los pobres equilibra los ciclos y sostiene las democracias, se diluye en una nueva “clase inútil”. Los jóvenes sin futuro toman las calles de todas las ciudades pacíficamente cada viernes, y con violencia cada vez que sus menguantes oportunidades se recortan de nuevo.
Ante la evidencia de la amenaza el ser humano dispone de tres opciones principales: pasar desapercibido, huir o luchar. En 1972 el Club de Roma publicaba el informe “Los límites del crecimiento ” [2]. Desde entonces la ciencia ha generado más evidencia empírica y los efectos son ya palpables, pero las sucesivas reuniones internacionales no consiguen comprometer a todos de modo suficiente. El tiempo de la inacción parece haberse agotado.
El ser humano más rico del planeta, aquel que teóricamente podría escoger más que cualquier otro dónde y cómo vivir en la Tierra, prefiere escapar de ella. Jeff Bezos, el creador de Amazon, promueve a través de su compañía Blue Origin el desarrollo de colonias humanas flotantes en el espacio, para las que promete el clima de “Maui (Hawaii) en su mejor día, todos los días”. Un colectivo show de Truman interestelar. En la misma línea, la corriente post-humanista anticipa la fusión con las máquinas, y explora el abandono del cuerpo para proyectar nuestro ser en otra nube inmaterial. Huir significa esta vez escapar de nuestro hábitat, dar a la Tierra por muerta o dejar de pensar con los sentidos, mutar nuestra naturaleza.
Siempre podemos luchar. No parecen faltar líderes carismáticos y poblaciones desesperadas en ningún rincón del mundo. Pero en este asunto es difícil encontrar un enemigo. Cualesquiera ellos y nosotros somos los mismos en tanto que habitantes de la Tierra. Las guerras climáticas son guerras civiles planetarias. O ¿es que quizas podemos luchar contra la propia naturaleza, atemperar el planeta, mantener el hielo, domesticar los tsunamis? Nada nos dice que sea un enemigo al que podamos vencer.
En la conocida pirámide de las almas de Aristóteles el alma racional (humana) ocupa la posición superior. Los animales, dotados de sentidos y movilidad ocupan la posición intermedia. El alma adaptativa, propia de las plantas, el rango inferior.
Sin embargo las plantas son las campeonas de la vida. Estaban antes y estarán después, se desarrollan en lugares donde los humanos no alcanzamos, representan más del 95% de la masa viva del planeta. Nuestra alimentación, nuestra energía, todo aquello que necesitamos para la vida proviene de un modo u otro de las plantas.
Las plantas no pueden huir ante las amenazas. Las plantas han desarrollado su inteligencia [3] para quedarse en el lugar. Es la inteligencia del aquí y ahora. Sin órganos centrales especializados, las plantas tienen un diseño modular, en los que la pérdida de una parte no significa la pérdida del todo.
Las plantas no predicen ni anticipan, reaccionan. Cada hoja, cada filamento de raíz, está dotado de decenas de sensores y de la capacidad de actuar por sí solo ante los cambios de condiciones. La información se recoge y procesa en el extremo. Las decisiones se toman de forma autónoma. La vida tiene una estructura descentralizada
Las plantas son la comunidad. Vemos un árbol y nuestra mirada antropomórfica le superpone ojos y boca para ver a un ser, a una persona. Oculta a nuestra vista bajo la tierra existe una red de raíces y hongos y bacterias que interconecta a los habitantes del subsuelo entre sí. Elementos de distintas especies intercambian información y encadenan sus nutrientes, advierten de peligros e intercambian materiales. La vida se organiza en comunidades para sostenerse.
La inteligencia adaptativa no es lineal, es cíclica, circular. Si queremos habitar el planeta la inteligencia de las plantas puede ayudarnos a diseñar su estructura para la vida
En el reino vegetal nada sobra. La energía y los nutrientes se obtienen del sol, el agua y el terreno del lugar. Los materiales resultantes del crecimiento y después de la muerte vuelven a él para enriquecerlo. La inteligencia adaptativa no es lineal, es cíclica, circular. Si queremos habitar el planeta la inteligencia de las plantas puede ayudarnos a diseñar su estructura para la vida.
Una nueva ola de sensores de bajo coste y comunicación ubicua en tiempo real conectarán en breve a la gran mayoría de las personas y a una significativa proporción de las máquinas que nos rodean. Bombillas, termómetros, coches, marcapasos, paneles solares o cerraduras. La explosión de los datos, los textos, los sonidos, las imágenes también son procesables. Alimentada por ellos, la inteligencia artificial avanza en su capacidad de percibir el entorno y procesar información, razonar y tomar decisiones. Se difumina la frontera entre lo vivo y lo creado, entre la racionalidad humana y la artificial.
Lee Sedol campeón mundial de Go, el juego más complejo inventado por el ser humano, abandona su práctica dos años después de ser derrotado por Alpha Go. Argumenta que no puede competir con las máquinas. Quizás seamos “diferentes” de las máquinas, no tanto por nuestra inteligencia racional que vemos superada en cada vez más campos, sino precisamente por nuestra capacidad sensitiva, por la empatía, por la capacidad de formular nuevas preguntas, de compartir imaginarios, de improvisar y de desobedecer.
Angela Merkel afirmaba en la reunión de Davos en enero del 2018 que los datos eran la materia prima del S XXI. Lo que el petróleo fue para el S XX. Más tarde afirmaba: “la respuesta a la pregunta: ¿De quién son los datos? Determinará si la democracia, un modelo social participativo y la prosperidad económica son compatibles”. La propiedad, el gobierno y la gestión de los datos determinarán en buena parte cómo esta nueva ola tecnológica contribuye a acelerar o a frenar la emergencia climática y social actual.
Habitamos ya entre una benevolente libertad vigilada y la dictadura de los datos. Los algoritmos nos muestran a una persona u otra para entablar una relación, escoger una ruta, una canción o una película. También determinan quién tiene acceso a un crédito o a una ayuda social. Un poco más allá el control alcanza a los puntajes sociales y la privación del derecho a la libertad de movimientos entre otros
El control de los datos otorga el potencial de cambiar comportamientos. El poder de fijar los fines -comerciales o ideológicos- que los algoritmos maximizan después. Los algoritmos resuelven, en muchas ocasiones mejor que los humanos, pero no siempre nos es posible entender los procesos y criterios que han sido empleados. Hay un “déficit de conocimiento” con el que debemos convivir para beneficiarnos de las decisiones automatizadas. Podemos derivar la toma de decisiones a los algoritmos, incluso asumir que no comprendamos sus procesos, pero no podemos abdicar de la responsabilidad. La fijación de los fines colectivos corresponde a los humanos.
Si no somos superiores -en todo- a las plantas, ni diferentes -en todo- a las máquinas, entonces podemos quizás pensar las inteligencias como un sistema de continuidades y complementos. La internet ambiental, el todo conectado, es el espacio ideal para la emergencia de nuevas arquitecturas tecnológicas e instituciones sociales que enfoquen la potencia de la inteligencia artificial a mejorar las condiciones para la vida en el planeta y las oportunidades vitales de las personas que lo habitan.
Si no somos superiores -en todo- a las plantas, ni diferentes -en todo- a las máquinas, entonces podemos quizás pensar las inteligencias como un sistema de continuidades y complementos
Esta nueva arquitectura tecnológica distribuida se fundamenta en el cambio que Sir Tim Berners Lee -inventor del www en el año ‘94- demanda para la internet: separar la prestación de servicios (aplicaciones) del almacenamiento de los datos. No aceptaríamos que el cartero tuviera necesidad de leer las cartas para entregarlas, o que el taxista pudiera tener acceso permanente a nuestra localización para llevarnos un día de A a B.
Los repositorios personales tales como Digi.me, CozyCloud, o Solid (promovido por el propio Tim Berners Lee) permiten a cada ciudadano almacenar sus datos de todas las fuentes en un lugar único. Bajo este esquema los datos de cada ciudadano ya no estarían dispersos y -en muchas ocasiones- cautivos de instituciones, empresas y aplicaciones. El primer paso para ejercer el gobierno de los datos es su acceso desintermediado.
La inteligencia artificial federada consiste en algoritmos capaces de analizar información de fuentes diversas sin generar una base de datos centralizada. Cuatro hospitales pueden realizar un estudio conjunto sin unir sus bases de datos. Las hipótesis se verifican en cada una de las bases de datos distribuidas, se cruzan conclusiones y se vuelve a verificar su consistencia en cada una de las bases de datos.
Esta nueva arquitectura tecnológica se completa con la computación en el extremo, la capacidad de los objetos conectados -sensores, móviles,…- para procesar datos y así compartir información y no datos. El portero de la discoteca no tiene por qué conocer mi edad, le basta con saber que soy mayor de dieciocho. Repositorios personales, algoritmos distribuidos y edge computing configuran una arquitectura descentralizada con capacidad de agencia en los extremos, más alineada con los principios que rigen la inteligencia de la vida.
Una nueva arquitectura tecnológica que se complementa con una nueva organización social. El GDPR (Reglamento para la protección de datos de la UE, 2018) que actúa de facto como referencia global reconoce ya derechos fundamentales en la gestión de datos para los individuos. Las tecnologías blockchain permiten garantizar el registro y automatizar la confianza.
El informe del think tank británico Nesta “The new ecosystem of truth” señala el potencial de los datos para el bien común, diagnostica la asimetría entre el nivel de control/gobierno tienen los ciudadanos sobre los datos y su capacidad de contribución, y finalmente señala nuevas organizaciones que pueden facilitar su aprovechamiento. Dos tipos de nuevas instituciones son destacadas: los fideicomisos de datos de titularidad pública o privada, y las cooperativas de datos (Datatrusts & Data coops).
Saluscoop, cooperativa ciudadana de datos para la investigación en salud, fue creada en Barcelona en 2017 y es una de las iniciativas presentadas como ejemplo en el informe de Nesta. La idea es que los ciudadanos puedan compartir sus datos relevantes para la investigación en salud en las condiciones que ellos determinen. La licencia Salus Common Good cocreada con los ciudadanos propone un estándar con cinco condiciones para la donación de datos para la investigación en salud.
Una nueva mirada sobre las inteligencias nos permite canalizar el potencial de los sensores, la conectividad y los datos al servicio de la condiciones y las oportunidades de vida en la Tierra. Con la naturaleza y la humanidad a la velocidad de las máquinas.
Arquitectura vegetal, criterio humano, potencia artificial.

Javi Creus
Javier Creus tiene un MBA por la ESADE Business School, la Stockholm School of Economics y la NYU Stern School of Business. Es fundador de Ideas for Change y creador del proyecto @Pentagrowth, metodología de las cinco palancas de crecimiento exponencial de las organizaciones. Anteriormente ha trabajado como planificador de estrategia, fue el cofundador de la incubadora de Digital Mood y del espacio multidisciplinar @Kubik y ejerció como profesor de marketing en ESADE. Es co-autor del libro No somos hormigas: Un libro sobre nosotros, los humanos, consejero de OuiShare y secretario de la Open Knowledge Foundation en España.