En las últimas décadas, las tasas de fecundidad han disminuido drásticamente en la mayoría de las regiones del mundo. En muchas sociedades de renta alta, e incluso en algunos países de renta media, el número de hijos por mujer se sitúa actualmente muy por debajo del umbral de reemplazo de 2,1, nivel en que la población disminuiría si no hubiera migración. Las tasas en el sur de Europa y el este de Asia, por ejemplo, se sitúan por debajo de 1,5 (en España, de manera persistente, entre 1,2 y 1,1 los últimos años); en Corea del Sur, la fecundidad se ha desplomado hasta situarse en torno al 0,7, la más baja del mundo. Incluso Estados Unidos, que habían sido considerados un caso atípico porque su fecundidad seguía siendo relativamente alta entre las naciones ricas, ha visto bajar sus tasas hasta situarse alrededor de 1,64. Sin embargo, sigue habiendo una notable excepción: África subsahariana, donde las tasas de fecundidad se mantienen en torno a los 4,6 hijos por mujer, destaca en un panorama mundial marcado por niveles de natalidad históricamente bajos.
Esta reestructuración radical de los regímenes de fecundidad plantea serios interrogantes para el futuro de las sociedades de todo el mundo. La baja fecundidad acelera el envejecimiento de la población, ejerce presión sobre los estados del bienestar, pone a prueba los sistemas de pensiones, afecta a la dinámica migratoria y puede provocar escasez de mano de obra y desaceleración económica. Las consecuencias de una baja fecundidad sostenida van más allá de la demografía: afectan a las relaciones intergeneracionales, hacen reconfigurar las expectativas culturales y exigen nuevos planteamientos políticos. Además, la existencia de una brecha persistente entre lo que la gente declara que es el número “ideal” de hijos y la fecundidad “real” subraya la complejidad del fenómeno. De hecho, las encuestas muestran sistemáticamente que, cuando se les pregunta directamente, las personas de todo el mundo tienden a expresar su deseo de tener dos hijos por término medio. Sin embargo, estas preferencias declaradas no se traducen en nacimientos reales.
Aunque demógrafos, sociólogos y economistas han generado un amplio abanico de explicaciones para los descensos de la fecundidad a largo plazo —desde el aumento de la educación de la población femenina hasta la incorporación de las mujeres a la población activa, desde el crecimiento del secularismo hasta la expansión de la autonomía individual—, estos marcos tienen dificultades para explicar la fecundidad extraordinariamente baja.
Este artículo examina el descenso mundial de la fecundidad desde una perspectiva comparada y esboza algunas diferencias regionales singulares. El texto hace referencia a los marcos explicativos clave —la nueva economía doméstica, la hipótesis de la equidad de género y la segunda transición demográfica— y al fracaso de los intentos de implementar políticas pronatalistas. Finalmente, analiza por qué ir más allá de las explicaciones basadas únicamente en los costes y examinar también la evolución de las preferencias es esencial para comprender y, potencialmente, abordar uno de los principales retos demográficos de nuestros tiempos.
Un descenso global con una notable excepción
En la mayor parte del mundo, las tasas de fecundidad hace décadas que bajan. A mediados de siglo XX, muchas regiones tenían tasas medias de fecundidad muy superiores a 5 hijos por mujer. Actualmente, estas cifras han disminuido drásticamente y han alcanzado niveles que habrían sido inimaginables hace tan solo unas generaciones. El descenso mundial de la fecundidad se desarrolla de manera diferente en los diferentes contextos regionales y culturales. Los países europeos, antes preocupados por la superpoblación, ahora lo están por el descenso demográfico. Las sociedades del este asiático, conocidas por sus “milagros” económicos de posguerra, se enfrentan ahora a unas de las tasas de fecundidad más bajas que nunca se han registrado, cosa que repercute en los índices de crecimiento. Incluso Estados Unidos, que durante décadas mantuvieron una fecundidad próxima al umbral de reemplazo, han bajado a niveles históricamente bajos. Solo África subsahariana destaca como región donde la fecundidad sigue siendo elevada.
Ahora la cuestión no es solo como ha disminuido la fecundidad, sino por qué ha bajado tanto por debajo del nivel de reemplazo en muchos contextos, y qué implica eso para el futuro. Sin embargo, hay que subrayar algunas diferencias regionales importantes.
Japón, Corea del Sur, Singapur y otros países del Asia oriental presentan las tasas de fecundidad más bajas del mundo. Las razones de estos niveles excepcionalmente bajos son complejas y están interconectadas. En primer lugar, el hecho de tener hijos en estas sociedades sigue estando estrechamente ligado al matrimonio, y tenerlos fuera del matrimonio es muy poco habitual y no está muy bien visto socialmente. En segundo lugar, la hipercompetencia y la hiperinversión en la educación y la crianza de los hijos hacen que tener más de un hijo sea económicamente prohibitivo. En tercer lugar, las normas de género conservadoras hacen que a menudo se espere que las mujeres asuman responsabilidades desproporcionadas en el hogar y en el cuidado de otras personas, incluso cuando llegan a niveles más altos de educación y aspiran a trabajos bien remunerados. [1]1 — Brinton, M. C.; Oh, E. (2019). “Babies, Work, or Both? Highly Educated Women’s Employment and Fertility in East Asia”. American Journal of Sociology, núm. 125, pp. 105-140. Muchas mujeres con estudios superiores retrasan o renuncian completamente al matrimonio para evitar entrar en acuerdos matrimoniales que limiten sus perspectivas profesionales y su autonomía personal. Los intentos de los gobiernos de fomentar el matrimonio o reducir la carga económica de la crianza de los hijos no han aumentado sustancialmente la fecundidad. Sin una reconsideración más profunda de los roles de género y de las intensas presiones en torno al hecho de tener hijos sigue siendo un reto reducir la diferencia entre la baja fecundidad real y el ideal persistente de tener alrededor de dos hijos.
Países del sur de Europa como Italia, España y Grecia también han tenido una fecundidad persistentemente baja desde la década de 1990. Las mujeres que se ausentan del trabajo por la maternidad se arriesgan a sufrir penalizaciones importantes en su carrera profesional, tanto en términos salariales como de empleo, lo que se denomina a menudo penalización por maternidad. En estos mercados de trabajo duales, en los que es difícil conseguir un trabajo estable, el coste percibido de tener hijos, a largo plazo, es sustancial. Aunque muchos gobiernos del sur de Europa han aprobado políticas familiares, estas políticas suelen ser menos generosas que en el norte. Las empresas más pequeñas tienen dificultades para ofrecer acuerdos favorables a las familias, y los presupuestos públicos ajustados limitan el alcance de las intervenciones. Los cambios culturales, como la reducción de la religiosidad y la evolución de la percepción del valor de tener hijos, también han contribuido de manera muy diferente en estos países. Con el tiempo, estos factores refuerzan unos patrones de fecundidad muy bajos que son resistentes a los esfuerzos políticos dirigidos principalmente a reducir los costes directos.
Ni siquiera los países nórdicos se han salvado del descenso reciente de la fecundidad. [4]4 — Kulu, H.; Andersson, G. (2023). Fertility Decline and Family Policies in the Nordic Countries, Mimeo. Durante décadas, muchos observadores señalaron los países nórdicos como un modelo de “buenas prácticas” en el fomento de una fecundidad más alta a través de estados del bienestar generosos, una amplia oferta de jardines de infancia y leyes de género progresistas. Pero incluso en estos países la fecundidad ha disminuido en los últimos años. Los expertos señalan que, aunque las políticas nórdicas reduzcan muchos los obstáculos económicos y logísticos, no pueden contrarrestar totalmente los cambios de valores y los estilos de vida que restan prioridad al hecho de tener hijos. Este patrón subraya la necesidad de entender mejor como las parejas sopesan sus preferencias con respecto a los hijos en un panorama cada vez más complejo de aspiraciones profesionales, desarrollo personal y normas sociales cambiantes.
Mientras que la mayor parte del mundo lucha contra una fecundidad bajísima, África subsahariana sigue destacando con tasas de fecundidad que superan a menudo a los cuatro hijos por mujer. La máxima fecundidad deseada en estos contextos refleja normas culturales y religiosas profundamente arraigadas que dan valor a las familias numerosas. En muchos contextos africanos, los niños se consideran un activo, una fuente de seguridad para la vejez, mano de obra familiar y la continuación del linaje. Esta región también tiene niveles más bajos de educación femenina y una incertidumbre económica mayor. Cuando aumenta el nivel educativo de las mujeres, la fecundidad tiende a disminuir, pero muchas niñas de África subsahariana siguen abandonando prematuramente la escuela por limitaciones económicas, matrimonios precoces o conmociones relacionadas con los conflictos.
La debilidad de las instituciones políticas, la inestabilidad y los conflictos reducen la eficacia de los programas de planificación familiar y los servicios sanitarios. En estos entornos, suele haber poca voluntad política para promover la planificación familiar de una manera contundente, ya que las encuestas de opinión pública revelan una preferencia elevada hacía las familias numerosas. En algunas zonas, los conflictos dificultan el acceso a los servicios de salud reproductiva, y las poblaciones desplazadas siguen siendo atendidas de manera insuficiente. Estas condiciones crean un contexto en que la fecundidad sigue siendo relativamente alta: ha ido bajando, pero lo ha hecho más lentamente. [5]5 — Adserà, A. (2020). “International Political Economy and Future Fertility Trends”. Vienna Yearbook of Population Research, núm. 18, pp. 27-32. [6]6 — Bongaarts, J. (2017). “Africa’s Unique Fertility Transition”. Population and Development Review, núm. 43, pp. 39-58. La estabilidad política y la mejora de la gobernanza podrían fomentar mejores infraestructuras educativas y sanitarias y, en última instancia, reducir la fecundidad y acercar estos países a las tendencias mundiales.
¿Cuáles son los principales marcos teóricos para explicar el descenso de la fecundidad?
Los investigadores han propuesto múltiples marcos para explicar los cambios de la fecundidad a lo largo del tiempo. Destacan tres teorías que ayudan a estructurar el debate respecto a esta cuestión: la nueva economía doméstica, la hipótesis de la equidad de género y la segunda transición demográfica. Cada una aporta información valiosa, pero ninguno explica plenamente los patrones de fecundidad bajísima que se observan actualmente.
Un primer marco importante para reflexionar sobre el descenso de la fecundidad es el enfoque influyente de la nueva economía doméstica de Gary Becker, centrado en los factores económicos y estructurales que influyen en el tamaño de la familia. [7]7 — Becker, G. S. (1993). A Treatise on the Family. Edición ampliada. Harvard University Press. A medida que aumenta el número de mujeres con estudios que se incorporan a la población activa, estas se enfrentan a la disyuntiva entre las perspectivas profesionales y la crianza de los hijos. Es lo que esta teoría denomina como coste de oportunidad de tener hijos. Esta teoría hace referencia también a la existencia de una disyuntiva entre calidad y cantidad. Eso implica que, a medida que aumentan los ingresos, los padres invierten más (lo que Becker denomina más calidad) en menos hijos. En muchas economías avanzadas, sin embargo, la reducción de los costes directos e indirectos de tener hijos mediante políticas públicas —como los jardines de infancia subvencionados o los permisos de paternidad y maternidad— no han hecho aumentar sustancialmente la fecundidad. Aunque estas intervenciones pueden fomentar el hecho de tener hijos en edades más jóvenes o pueden hacer aumentar marginalmente las posibilidades de tener un segundo hijo, su impacto global sobre el número total de hijos que tienen las mujeres sigue siendo modesto.
Un segundo conjunto de teorías remarca la importancia de la equidad de género tanto en la esfera pública (educación, mercado laboral) como en la privada (tareas domésticas, cuidados). A medida que progresan las sociedades, aumentan los éxitos educativos y las oportunidades profesionales para las mujeres, lo que incrementa sus expectativas en materia de igualdad de género en las parejas. Cuando las responsabilidades domésticas recaen de manera desproporcionada en las mujeres, la carga de conciliar la vida laboral y familiar se vuelve pesada. Los países que han conseguido un equilibrio de género mayor en las tareas domésticas y el cuidado de personas tienden a tener una fecundidad ligeramente superior. [8]8 — Esping-Andersen, G. (2009). The Incomplete Revolution: Adapting to Women’s New Roles. Polity Press. Sin embargo, incluso en lugares como los países nórdicos, con unos permisos de paternidad y maternidad generosos y unos sistemas sólidos de jardines de infancia, la fecundidad ha disminuido en los últimos años, cosa que sugiere que, aunque la equidad es importe, no resuelve totalmente el problema.
El marco de la segunda transición demográfica atribuye el descenso de la fecundidad a cambios culturales e ideológicos. El aumento del secularismo y el individualismo y la búsqueda de la autorrealización han reducido las tasas de matrimonio, han retrasado las uniones y han pospuesto el momento de tener hijos. La segunda transición demográfica pone en relieve el papel crucial del cambio de valores, incluyendo unas normas de género más igualitarias y la aceptación de varias formas de familia. [9]9 — Lesthaeghe, R. (2010). “The Unfolding Story of the Second Demographic Transition”. Population and Development Review, núm. 36, pp. 211-251. Sin embargo, aunque esta teoría apunte al cambio de valores como motor central, no resulta tan útil para dilucidar el valor específico que las personas dan a los hijos. Se mantiene el supuesto de que la gente sigue teniendo una preferencia latente por tener alrededor de dos hijos, pero los datos empíricos sugieren que, cuando se consideran todas las ventajas e inconvenientes —carrera profesional, ocio, calidad de las relaciones—, las preferencias expresadas por la gente pueden inclinarse para tener menos hijos de los que declaran de manera aislada.
La diferencia entre la fecundidad deseada y la real
Un enigma persistente es la brecha entre aquello que la gente dice que quiere y aquello que acaba haciendo. Las encuestas muestran sistemáticamente que, por término medio, las personas de las sociedades con una baja fecundidad siguen afirmando que el “ideal” es una familia con dos hijos. Sin embargo, el número real de niños nacidos está muy por debajo de estos ideales. [10]10 — Adserà, A. (2006). “An Economic Analysis of the Gap Between Desired and Actual Fertility: The Case of Spain”. Review of Economics of the Household, núm. 4, pp. 75-95. [11]11 — Sobotka, T.; Beaujouan, É. (2021). “Two is best? The Persistence of a Two-Child Family Ideal in Europe”. Institut für Demographie – VID, núm. 1, pp. 1-81. ¿A qué se debe esta discrepancia?
Captar con precisión como se sienten las parejas respecto al hecho de tener hijos es más complicado de lo que sugieren las encuestas convencionales. Cuando se les pregunta en abstracto, muchas personas dicen que quieren tener dos hijos, cosa que posiblemente refleja una norma cultural persistente. Pero se trata de ideales hipotéticos que no obligan los encuestados a considerar las ventajas y los inconvenientes a los que se enfrentan en la vida real: estabilidad económica, ocio, promoción profesional, calidad de las relaciones y autonomía personal. Sin embargo, cuando la decisión se sitúa en un contexto multidimensional —teniendo en cuenta las ventajas y los inconvenientes— pueden escoger de manera diferente.
Algunas metodologías innovadoras recientes, como los experimentos conjuntos y los diseños factoriales de las encuestas, han empezado a revelar un panorama más complejo. En un trabajo reciente, junto con investigadores de diferentes universidades, utilizamos estos experimentos para investigar cómo perciben las personas los ideales familiares en varias sociedades con una baja fecundidad, entre las cuales la española. [12]12 — Sobotka, T.; Beaujouan, É. (2021). “Two is best? The Persistence of a Two-Child Family Ideal in Europe”. Institut für Demographie – VID, núm. 1, pp. 1-81. Los encuestados evaluaron perfiles familiares hipotéticos que variaban en múltiples dimensiones, como el número de hijos, el estado civil, los ingresos, el reparto del trabajo doméstico y la calidad de la comunicación. Los resultados mostraron que, aunque los participantes vieran negativamente la falta de hijos, tener más de un hijo no aumenta sustancialmente el valor percibido de una familia. Eso cuestiona la idea generalizada que la familia de dos hijos sigue siendo un ideal inmutable. Más bien, cuando las preferencias se plantean en un contexto que obliga a valorar ventajas e inconvenientes, los individuos muestran menos inclinación a tener más de un hijo. En otras palabras, aunque las personas afirmen que dos hijos es el ideal normativo, cuando se enfrentan a disyuntivas realistas, parecen indiferentes entre tener uno o dos hijos o bien consideran que no vale la pena el coste adicional, el esfuerzo o la pérdida de oportunidades.
Si entendemos las opciones de fecundidad como aparte de un entramado más amplio de preferencias concurrentes, podemos explicar mejor por qué la fecundidad sigue siendo baja a pesar de las afirmaciones generalizadas de querer tener alrededor de dos hijos. Los costes económicos por sí solos no pueden explicar del todo por qué la fecundidad ha bajado tan drásticamente. En cambio, las personas parecen sopesar los costes y los beneficios intangibles de tener un segundo o un tercer hijo frente de otras dimensiones de la vida que también se valoran. En un contexto de matrimonios tardíos, mercados laborales precarios para los jóvenes, limitaciones en el ámbito de la vivienda, jornadas laborales largas y valores personales cambiantes, tener menos hijos suele parecer la mejor opción.

Una baja fecundidad persistente a pesar de las intervenciones políticas
Si abordar las cargas económicas del hecho de tener hijos fuese suficiente, ya habríamos visto un giro en el descenso de la fecundidad. Muchos países han introducido políticas pronatalistas para animar a las familias a tener más hijos, desde transferencias directas y bonificaciones por el nacimiento de un hijo hasta jardines de infancia subvencionados y permisos de paternidad y maternidad generosos. Sin embargo, el éxito de estas intervenciones ha sido limitado. [13]13 — Gauthier, A. H. (2007). “The Impact of Family policies on Fertility in Industrialized Countries: a Review of the Literature”. Population Research and Policy Review, núm. 26, pp. 323-346. Las políticas públicas han influido a menudo en el momento de la vida en que las personas tienen hijos, más que no en el número total. La fecundidad puede aumentar brevemente después de introducir, por ejemplo, una prestación por permiso de maternidad o paternidad, o después de aplicar una bonificación por el nacimiento de un hijo, pero el efecto suele disminuir y no hace que la fecundidad vuelva a los niveles del umbral de reemplazo.
En los países nórdicos —a menudo mencionados como el mejor de los casos, con políticas de apoyo y una alta participación femenina en el mercado de trabajo— las tasas de fecundidad vuelven a bajar. Eso sugiere que, incluso cuando se reducen los costes directos e indirectos de la crianza de los hijos, las parejas siguen escogiendo tener menos hijos de los que habían dicho que querían. De la misma manera, en el Asia oriental, donde los gobiernos han recurrido hace poco a campañas de promoción del matrimonio o a incentivos de vivienda para las parejas jóvenes, la fecundidad sigue siendo una de las más bajas del mundo. La eficacia escasa de las intervenciones políticas centradas exclusivamente en los costes sugiere que hay que mirar más allá de la economía para entender la caída actual de la fecundidad.
Replanteamiento de los enfoques políticos
¿Dado que las políticas pronatalistas actuales han tenido un éxito limitado en el aumento de la fecundidad, qué tendrían que tener en cuenta los responsables políticos a partir de ahora? Las evidencias de la investigación en este ámbito sugieren que reducir simplemente el coste monetario de tener hijos —aunque sea necesario— puede no ser suficiente. La gente parece tomar decisiones en un contexto más holístico. Las intervenciones políticas que se centran únicamente en el permiso de maternidad y paternidad, las ayudas para la vivienda o los costes del cuidado de los hijos tienen un papel, pero no abordan los cambios más profundos en como las personas valoran a los hijos en relación con otras trayectorias vitales.
En Asia oriental, los debates políticos reconocen cada vez más que el apoyo a las familias requiere alguna cosa más que subvenciones para el cuidado de los niños: eso puede significar repensar las largas jornadas laborales, fomentar roles de género más igualitarios y hacer socialmente aceptable tener hijos fuera del matrimonio. En el sur de Europa, mejorar la estabilidad del mercado laboral para los trabajadores más jóvenes, garantizar que dedicar tiempo a tener hijos no comporte graves penalizaciones en la carrera profesional y ampliar las ayudas a las familias podría ayudar mucho. Mientras tanto, incluso en los países nórdicos, con prestaciones generosas, entender que la baja fecundidad puede reflejar la evolución de las preferencias de la población sugiere que ninguna “solución” política única garantiza el restablecimiento de unos niveles de fecundidad más elevados.
En última instancia, las políticas tienen que bregar con una población para la cual el valor de tener más hijos a menudo se ve superado por otras prioridades. Si los niños se consideran cada vez más como una dimensión de un conjunto de opciones multidimensionales —en lugar de un hito vital por defecto—, los responsables políticos tienen que pensar de una manera más amplia. Las intervenciones podrían tener como objetivo no solo aliviar las presiones de los costes, sino también crear entornos de apoyo que reduzcan los costes emocionales y de oportunidad de la crianza de los hijos. Eso podría significar promover una cultura del trabajo que respete realmente el equilibrio entre la vida laboral y la familiar, animar a los hombres a asumir una parte más equitativa de las tareas domésticas o cambiar los discursos en torno a lo que constituye una vida adulta satisfactoria.
Conclusión: hacia una visión más completa e integral de la fecundidad
El descenso sin precedentes de la fecundidad registrado en todo el mundo —excepto en lugares como África subsahariana— plantea retos demográficos, económicos y culturales urgentes. Las teorías existentes han proporcionado unas pistas clave: la nueva economía doméstica muestra cómo el aumento de los costes de oportunidad frena la fecundidad; la hipótesis de la equidad de género explica por qué unos roles domésticos más equilibrados favorecen una fecundidad mayor; y la segunda transición demográfica pone en relieve como la secularización, el individualismo y la búsqueda de la realización personal alteran las pautas en la formación de la familia.
Estos marcos, sin embargo, no pueden explicar del todo los extraordinarios mínimos actuales. Incluso con políticas generosas que reducen los costes directos de tener hijos, la fecundidad sigue siendo obstinadamente baja. Eso sugiere que el fuerte descenso de la fecundidad no solo se debe a limitaciones económicas o estructurales, sino también a cambios fundamentales en la manera como las personas priorizan el tiempo, las relaciones, las carreras profesionales y la libertad personal. Las políticas dirigidas únicamente a reducir costes tienen una eficacia limitada. En última instancia, es crucial reconocer que el estancamiento de la baja fecundidad puede reflejar una recalibración de lo que la gente quiere, y no solo de lo que se puede permitir.
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Referencias
1 —Brinton, M. C.; Oh, E. (2019). “Babies, Work, or Both? Highly Educated Women’s Employment and Fertility in East Asia”. American Journal of Sociology, núm. 125, pp. 105-140.
2 —Adserà, A. (2005). “Vanishing Children: From High Unemployment to Low Fertility in Developed Countries”. American Economic Review, núm. 95, pp. 189-193.
3 —Adserà, A. (2011). “Where Are the Babies? Labor Market Conditions and Fertility in Europe”. European Journal of Population, núm. 27, pp. 1-32.
4 —Kulu, H.; Andersson, G. (2023). Fertility Decline and Family Policies in the Nordic Countries, Mimeo.
5 —Adserà, A. (2020). “International Political Economy and Future Fertility Trends”. Vienna Yearbook of Population Research, núm. 18, pp. 27-32.
6 —Bongaarts, J. (2017). “Africa’s Unique Fertility Transition”. Population and Development Review, núm. 43, pp. 39-58.
7 —Becker, G. S. (1993). A Treatise on the Family. Edición ampliada. Harvard University Press.
8 —Esping-Andersen, G. (2009). The Incomplete Revolution: Adapting to Women’s New Roles. Polity Press.
9 —Lesthaeghe, R. (2010). “The Unfolding Story of the Second Demographic Transition”. Population and Development Review, núm. 36, pp. 211-251.
10 —Adserà, A. (2006). “An Economic Analysis of the Gap Between Desired and Actual Fertility: The Case of Spain”. Review of Economics of the Household, núm. 4, pp. 75-95.
11 —Sobotka, T.; Beaujouan, É. (2021). “Two is best? The Persistence of a Two-Child Family Ideal in Europe”. Institut für Demographie – VID, núm. 1, pp. 1-81.
12 —Sobotka, T.; Beaujouan, É. (2021). “Two is best? The Persistence of a Two-Child Family Ideal in Europe”. Institut für Demographie – VID, núm. 1, pp. 1-81.
13 —Gauthier, A. H. (2007). “The Impact of Family policies on Fertility in Industrialized Countries: a Review of the Literature”. Population Research and Policy Review, núm. 26, pp. 323-346.
Alícia Adserà
Alícia Adserà es investigadora senior permanente y docente en la School of Public and International Affairs de la Universidad de Princeton, donde también dirige el Programa de Estudios de Población dentro de la oficina Population Research. Es doctora en Economía por la Universidad de Boston e integrante del Institute of Labor Economics (IZA) y del centro CreAM (Centre for Research and Analysis of Migration). Anteriormente fue profesora asociada en la Universidad de Illinois en Chicago e investigadora afiliada al Population Research Center de la Universidad de Chicago. Su investigación se centra en la demografía económica —especialmente las decisiones de fecundidad—, el desarrollo y las migraciones. Ha recibido becas de instituciones como la Universidad de Chicago, la Fundación Alfred P. Sloan, la Generalitat de Catalunya y el Banco de España. Sus trabajos se han publicado en revistas como American Economic Review, Economic Journal, PNAS, Population Studies, Economic Policy, Journal of Population Economics, European Journal of Population, Journal of Law, Economics and Organization y Labour Economics, entre otras.