En 2015, los gobiernos mundiales suscribieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas con el compromiso de volver a equilibrar la economía mundial con el mundo vivo. Ahora, cinco años después, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas se reúne en línea para debatir sobre la crisis ecológica mundial, todo el mundo quiere saber cómo se está desarrollando la actuación de los países.
Para responder a esta cuestión, los delegados y los responsables políticos han recorrido a una métrica llamada Índice ODS, desarrollada por Jeffrey Sachs “para evaluar la posición de cada país con respecto de la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Esta métrica es muy clara. Suecia, Dinamarca, Finlandia, Francia y Alemania, junto con la mayoría de las otras naciones ricas de Occidente, están en los primeros puestos del ranking, cosa que da a los observadores ocasionales la impresión de que estos países son realmente punteros a la hora de alcanzar el desarrollo sostenible.
Sólo hay un problema. A pesar de su nombre, el Índice ODS tiene muy poco que ver con el desarrollo sostenible. De hecho, aunque resulte extraño, los países con las puntuaciones más altas de este índice son algunos de los menos sostenibles medioambientalmente del mundo.
Es físicamente imposible que todas las naciones consuman al nivel de los países mejor puntuados en los ODS sin destruir la biosfera de nuestro planeta
Fijémonos en Suecia, por ejemplo. En el índice, Suecia tiene una impresionante puntuación de 84,7, es el primero de la lista. Pero los ecologistas hace mucho tiempo que señalan que la “huella material” de Suecia (es decir, la cantidad de recursos naturales que consume cada año el país) es una de las más elevadas del mundo, junto con la de los Estados Unidos, a 32 toneladas métricas por persona. Para ponerlo en contexto, la media mundial es de unas 12 toneladas por persona y el nivel sostenible es de 7 toneladas por persona. En otras palabras, Suecia consume casi cinco veces por encima del límite.
Este tipo de consumo no es nada sostenible. Si todo el mundo en el planeta consumiera como lo hace Suecia, el uso global de los recursos superaría los 230.000 millones de toneladas al año. Para hacernos una idea, tenemos que tener en cuenta todos los recursos que extraemos, producimos, transportamos y consumimos en todo el mundo cada año (y todos los daños ecológicos que eso comporta) y triplicarlo.
O, por ejemplo, fijémonos en Finlandia, el número 3 del Índice ODS. La huella de carbono de Finlandia es de aproximadamente 13 toneladas métricas de dióxido de carbono por persona y año, similar a la de Arabia Saudí. Eso la convierte en uno de los países más contaminantes del mundo, en términos per cápita, y uno de los responsables principales de la crisis climática. A modo de comparación, la huella de carbono de China es de unas 7 toneladas por persona. La de la India es inferior a 2. Si todo el mundo consumiera tantos combustibles fósiles como Finlandia, el planeta sería literalmente inhabitable.
Esto no es sólo cosa de unos pocos resultados aislados. Los datos publicados por científicos de la Universidad de Leeds muestran que los países mejor clasificados en el Índice ODS han superado significativamente la parte que les corresponde de fronteras planetarias en términos de consumo, no sólo con respecto al uso de recursos y las emisiones, sino también con respecto al uso del suelo y a los flujos químicos como el nitrógeno y el fósforo. Es físicamente imposible que todas las naciones consuman y contaminen al nivel de los países mejor puntuados en los ODS sin destruir la biosfera de nuestro planeta.
Parece que los países ricos sean limpios, pero eso se debe principalmente al hecho de que desde la década de 1980 han deslocalizado la mayoría de sus industrias contaminantes a países del Sur Global
Dicho de otra manera, el Índice ODS es incoherente desde una perspectiva ecológica. Transmite la ilusión que los países ricos tienen niveles elevados de sostenibilidad, cuando en realidad no es así. ¿Entonces, qué es lo que pasa? Bien, el Índice ODS está directamente relacionado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Hay 17 objetivos, cada uno de los cuales incluye varias metas. El Índice ODS coge los indicadores para cada uno de estos objetivos (allí donde haya datos disponibles), los indexa y hace una media conjunta para llegar a una puntuación para cada objetivo. A continuación, hace una media de los 17 objetivos juntos para llegar a la cifra final. Este proceso parece bastante razonable, pero adoptar este procedimiento supone introducir una serie de problemas analíticos.
En primer lugar, hay un problema de ponderación. Los ODS incluyen tres tipos diferentes de indicadores: algunos se centran en el impacto ecológico (como la deforestación y la pérdida de biodiversidad), otros se centran en el desarrollo social (como la educación y el hambre), y otros se centran en el desarrollo de infraestructuras (como el transporte y la electricidad). La mayoría de los ODS contienen una combinación de estos indicadores, pero los ecológicos casi siempre se ven desbordados, por así decirlo, por los indicadores de desarrollo. Por ejemplo, el Índice ODS tiene cuatro indicadores para el objetivo 11 (sobre “ciudades y comunidades sostenibles”): tres son indicadores de desarrollo, mientras que sólo uno está relacionado con el impacto ecológico. Eso quiere decir que si un país tiene unos buenos indicadores de desarrollo, obtendrá una puntuación elevada para este objetivo incluso si fracasa en términos de sostenibilidad.
Esta cuestión se agrava con un segundo problema: sólo cuatro de los 17 ODS tratan totalmente o en gran medida la sostenibilidad ecológica (objetivos 12 a 15). Los otros 13 se centran principalmente en el desarrollo. De nuevo, eso quiere decir que una buena actuación en los objetivos de desarrollo tiene más peso que una mala actuación en los objetivos de sostenibilidad, de manera que países como Suecia, Alemania y Finlandia pueden ascender a los primeros puestos del índice (con Estados Unidos entre el 20% major puntuado) incluso aunque sus niveles de impacto ecológico sean altamente insostenibles.
El último problema es que la gran mayoría de los indicadores ecológicos son métricas territoriales que no tienen en cuenta los impactos relacionados con el comercio internacional. Por ejemplo, fijémonos en el indicador de contaminación atmosférica del objetivo 11. Parece que los países ricos sean limpios, pero eso se debe principalmente al hecho de que desde la década de 1980 han deslocalizado la mayoría de sus industrias contaminantes a países del Sur Global y han trasladado el problema al extranjero.
Pasa lo mismo con los indicadores de deforestación, sobrepesca, etc.: la mayoría tienen lugar en los países más pobres, pero están causados en gran medida por el consumo excesivo en los países más ricos, y a menudo los perpetran empresas o inversores que tienen la sede en estos países. Como resultado, en el Índice ODS castiga a los países más pobres por haber sido perjudicados y contaminados por los países más ricos. Por descontado, en muchos casos las métricas territoriales son adecuadas; pero hay una serie de indicadores en el Índice ODS que también se tendrían que considerarse en términos de consumo, y que, no obstante, no se tienen en cuenta.
De hecho, el Índice ODS alaba los países ricos mientras hace la vista gorda al perjuicio que están causando. Los economistas ecologistas hace mucho tiempo que advierten de los problemas de este procedimiento, que infringe el principio de “sostenibilidad fuerte”, que afirma que una buena actuación en los indicadores de desarrollo no puede sustituir niveles destructivos de impacto ecológico. El equipo del Índice ODS es consciente de este problema. Incluso lo mencionan (brevemente) en las notas metodológicas, pero después se extiende un velo a favor de una métrica final poco fundamentada en los principios ecológicos.
El Índice ODS castiga a los países más pobres por haber sido perjudicados y contaminados por los países más ricos
En última instancia, las métricas de desarrollo sostenible tienen que ser universalizables. Dicho de otro modo, los países mejor puntuados en el índice tendrían que representar un estándar al cual todas las naciones podrían aspirar sin que eso comportara el colapso de los ecosistemas mundiales. Este no es el caso del Índice ODS, en el que los países ricos se consideran un modelo que, en realidad, como muestra la investigación de Leeds, es una parte importante del problema.
Las Naciones Unidas tienen que rediseñar el Índice para corregir estas cuestiones. Eso se puede hacer interpretando los indicadores ecológicos en términos de consumo siempre que sea relevante y posible, para tener en cuenta el comercio internacional, e indexando los indicadores ecológicos separadamente de los indicadores de desarrollo, de manera que podamos ver de manera clara qué pasa en cada frente. De esta manera podemos alabar lo que han conseguido países como Dinamarca y Alemania en términos de desarrollo, pero reconociendo que son los principales causantes de la crisis ecológica y que necesitan cambiar de rumbo urgentemente, con rápidas reducciones de emisiones y de uso de recursos.
Hasta entonces, tendríamos que evitar utilizar el Índice ODS como una métrica del progreso en desarrollo sostenible, porque no lo es. Teniendo en cuenta lo que está en juego en la crisis a que nos enfrentamos, tenemos que explicar historias más sinceras y precisas sobre lo que está pasando en nuestro planeta y quien es al responsable.
Por Jason Hickel, para Foreign Policy

Jason Hickel
Jason Hickel es antropólogo especializado en economía. A lo largo de su trayectoria, ha centrado su investigación en las desigualdades globales, la ecología política, el post-desarrollo y la economía ecológica. Es conocido por sus libros The Divide: A Brief Guide to Global Inequality and its Solutions (2017) y Less is More: How Degrowth Will Save the World (2020). Es miembro de la Royal Society of Arts, con sede en Londres, y colabora habitualmente con medios como The Guardian, Foreign Policy y Al Jazeera. Es investigador senior visitante en el Instituto Internacional de Desigualdades de la London School of Economics y profesor senior en Goldsmiths, Universidad de Londres. Forma parte del comité consultivo estadístico del Informe sobre el desarrollo humano de la ONU 2020, y también es miembro del consejo asesor del Green New Deal para Europa y de la Comisión de reparaciones y justicia redistributiva Harvard-Lancet.