Doce ficciones sobre el futuro de Europa: la verdad también se inventa

En vez de abrir nuevos escenarios, demasiado a menudo una pregunta prefigura una respuesta y acota todavía más el territorio preexistente: así se aprende poco. Si queremos cuestionarnos de verdad, una pregunta nos llevará a otra pregunta y es este mapa de posibles respuestas nunca apuntaladas el que dará el alcance de nuestro desconocimiento: así se aprende, a partir de conocer a fondo lo que no sabemos.

Cuando pensamos en el futuro de Europa –cuando nos preguntamos sobre el futuro de Europa– es imprescindible analizar a fondo las condiciones iniciales, es decir, radiografiar nuestro presente desde todos los medios y voces posibles. Hablando de África, Ryszard Kapuściński decía que “el continente es demasiado grande para describirlo. Es un verdadero océano, un planeta aparte, un cosmos variado y riquísimo. Solo con la más grande de las simplificaciones, por una mera cuestión de conveniencia, decíamos ‘África’. De hecho, excepto como denominación geográfica, África no existe”. Aunque las dimensiones de Europa sean muy menores y que las comparaciones siempre son de mal hacer, casi podríamos decir lo mismo de Europa: que no existe, que es una entelequia. Si queremos afirmar el contario, o, más bien, si queremos cargarnos de razones para poder afirmar el contrario, si queremos poder decir con autoridad que sí que existe, solo lo podremos hacer a partir de la constatación de su carencia de unidad y cohesión, de recontar en los mil brotes y expresiones que parten de una serie de raíces comunes, de celebrar la multiplicidad y el eclecticismo, la muchedumbre de lenguas, pueblos, impurezas, mutaciones, derrotas, campos de cultivo y callejones sin salida.

Para tomarle el pulso, para entender un poco que nos depara la Europa que habitamos, hemos pedido a doce autores que piensen a través de la ficción de la propia escritura, porque la escritura es pensamiento y la ficción, el territorio del posible. Si para comprender, hay que imaginar, quién mejor para imaginar que quienes se dedican, ¿los escritores? La mayoría son mujeres, buena parte, de menos de cuarenta años y muchas con un punto de partida biográfico que muestra la riqueza y pluralidad que pueden tener las identidades europeas (Djaimilia Pereira de Almeida nació en Angola y vive en Portugal, Juana Adcock es mexicana y vive en Escocia, Eluned Gramich es galesa y vive en Alemania, Nina Yargekov tiene la doble nacionalidad franco-húngara). Los textos también dibujan un panorama fértil y diverso: des de un poema sobre la matanza del cerdo a un interrogatorio sobre el amor, de un diálogo quinqui a una distopia señalética truculenta, cada escrito juega como quiere y no participa de ninguna ortodoxia

Así que he aquí este abanico de voces, con todos sus pliegos y contradicciones, sin esconder ninguna vergüenza: cada uno, junto al otro, configuran una panorámica bastarda y libre de que se cuece en Europa ahora mismo y como nos imaginamos que seremos cuando seamos grandes.