La democracia en peligro

Las transiciones políticas en Portugal, España y Grecia durante los años setenta marcaron el inicio de la llamada tercera ola de democratización [1]1 — Samuel P. Huntington (1991). The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century. que caracterizó el mundo en las últimas décadas del siglo XX. Durante los años ochenta esta ola continuó en Latinoamérica, Filipinas o Corea del Sur. En los noventa, la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética fueron los detonantes de la extensión de la democracia en la Europa del Este. Con el derrumbe del apartheid, la democracia llegó también a la Sudáfrica de Nelson Mandela que sirvió de referente para muchos países en el resto del continente africano. Ya entrados en el siglo XXI, un nuevo impulso democratizador parecía extenderse en 2010 con las primaveras árabes en Túnez, Egipto, Libia o Siria y de la mano de los movimientos de protesta contra los regímenes despóticos y corruptos de la región. Excepto en el caso de Túnez, el resto fue sólo un espejismo que acabó comportando una reacción violenta y autoritaria que ha llevado de nuevo a estos países a la represión, el colapso y la guerra civil.

La extensión de la democracia parece haberse interrumpido desde entonces, a pesar de algunas excepciones. La regresión política en Oriente Medio y el mundo árabe, los impactos de la globalización y la tecnología, la crisis económica y las desigualdades crecientes o nuevas inercias geopolíticas proclives al autoritarismo y los nacional-populismos, han determinado un cambio de contexto político. Un cambio de tendencia que constatamos con el retroceso de la democracia en muchos lugares del mundo. Un retroceso que está comportando la erosión de derechos fundamentales y libertades civiles y políticas bajo formas autoritarias de poder contrarias al pluralismo y la tolerancia, en una ola regresiva que pone en peligro los avances democráticos alcanzados en las décadas precedentes.

Son muchas las voces expertas [2]2 — Ver Human Rights Watch; Freedom House; The Economist–Intelligence Unit; Pew Research Center; V-Dem y muchos otros. , que desde el mundo académico, institucional o internacional analizan la evolución de la democracia y alertan del debilitamiento de los principios y valores democráticos en todo el mundo. El Informe anual de la UE sobre Derechos Humanos y Democracia en el Mundo constata este cambio de contexto global y denuncia que el marco internacional de protección de los derechos humanos está siendo severamente vulnerado y que la protección de las sociedades civiles se está deteriorando en todas partes. Las consecuencias de esta involución afectan a países donde la democracia no está consolidada y en los regímenes abiertamente autoritarios, pero también, a muchas democracias liberales que están en retroceso bajo el liderazgo de líderes populistas y la influencia de la extrema derecha.

Según el informe Freedom in the world 2020, elaborado por Freedom House, 64 países experimentaron en el último año un empeoramiento de la situación de los derechos políticos y libertades civiles, especialmente entre minorías nacionales y religiosas por la acción y el abuso de gobiernos tanto autoritarios como democráticos. Un patrón que se repite con los ataques a los derechos de las personas inmigrantes y que se agrava especialmente en los países democráticos “contribuyendo a un entorno internacional permisivo para la vulneración masiva de derechos fundamentales que erosiona las garantías institucionales y el conjunto del ordenamiento que debería proteger las libertades de todas las personas”.

Los impactos de la globalización y la tecnología, la crisis económica, las desigualdades crecientes y las nuevas inercias geopolíticas proclives al autoritarismo y los nacional-populismos han hecho retroceder la democracia en muchos lugares del mundo

El deterioro de las democracias liberales se percibe también con el aumento de la insatisfacción de la ciudadanía hacia las instituciones representativas. Una tendencia que viene aumentando desde el inicio del siglo y que algunos califican de “recesión democrática mundial”. Desde entonces, la proporción de ciudadanos “insatisfechos” ha aumentado muy considerablemente según el Centre for the future of Democracy de la Universitat de Cambridge que publica análisis periódicos de su evolución en el informe Global Satisfaction with Democracy report. Según el informe más reciente de 2020, comparando datos de la última década del siglo XX con los datos actuales, el porcentaje de personas que se muestran insatisfechas con la democracia ha crecido en casi 10 puntos porcentuales, del 47,9 al 57,5 % llegando en 2019 al pico más alto desde el inicio de la serie de datos. Algunas de las democracias con más población, como los EE.UU., la India o Brasil, lideran esta tendencia y en el caso de Estados Unidos el nivel de insatisfacción ha aumentado en más de un tercio en sólo una generación.

Catalunya no es ajena a este fenómeno. Ya lo confirmaba el informe Actituds Polítiques i Comportament electoral a Catalunya de 2008, coordinado por Josep M. Vallés, que incidía en la creciente desafección política de la ciudadanía catalana y la pérdida de confianza en las instituciones. Los datos del último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió lo siguen mostrando y un 72,4% de los encuestados afirman sentirse hoy, poco o nada satisfechos con la democracia, si bien un 81,1 consideran que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno. Estos niveles tan altos y constantes de insatisfacción hacia la democracia, acaban teniendo consecuencias profundas que afectan a la credibilidad y legitimidad del sistema político y son la prueba de una crisis estructural de alcance global.


Aumento de las desigualdades e involución democrática

Son varias las causas de la pérdida de confianza en la democracia, pero uno de los factores determinantes son las crecientes desigualdades que fracturan las sociedades. Si durante la emancipación respecto del Antiguo Régimen, la lucha por la igualdad fue uno de los motores para la consecución de los derechos y las libertades democráticas que dieron lugar a la modernidad, en la actualidad, el aumento de la desigualdad económica es uno de los vectores que estructuran el mundo, produciendo formas cada vez más asimétricas e ilegítimas de poder. Cuando esta tendencia se consolida y los desequilibrios no se corrigen, las bases que hacen posible las democracias liberales desaparecen, abriendo la puerta al autoritarismo.

Así, en las últimas décadas, la evolución de los procesos de mundialización, condicionados por la hegemonía del pensamiento neoliberal, han acelerado la concentración de la riqueza en manos de unos pocos, acentuando la desproporción entre un porcentaje muy pequeño de la población que acumula gran parte de la riqueza y el resto de la población. Una dinámica que ha desapoderado y afectado de manera especial a las clases medias, que son la base social sobre la que se estructura la democracia liberal. Unas desigualdades que responden al resultado de un programa político, la agenda neoliberal, que situó la idea de libre mercado por encima de cualquier otro valor y que puso en marcha un conjunto de reformas y políticas para favorecer, entre otros, la desregulación financiera, las bajadas de impuestos generalizadas, la proliferación de los paraísos fiscales y la disminución de la capacidad de incidencia de los poderes públicos y las organizaciones sindicales. Una globalización neoliberal que también ha venido acompañada de dumping social y deslocalización industrial hacia las economías emergentes y países como China. Además, en las dos últimas décadas los cambios producidos por la transformación tecnológica y la robotización, no han hecho más que aumentar la fractura de las desigualdades y las sociedades democráticas hoy se resienten de ello.

A medida que las desigualdades avanzan, el peligro de involución democrática se vuelve real. La inacción ante la desigualdad provoca el descontento social y la desafección política y termina alimentando el crecimiento de la extrema derecha y los populismos que ponen en peligro la propia democracia

En este contexto, los indicadores de desigualdad de la plataforma Word Inequality Database (WID.world) de desigualdad muestran una continuada disminución de los ingresos de las clases trabajadoras y de las clases medias de los países occidentales y la interrupción de la movilidad social desacreditando el mito de la meritocracia y abriendo una brecha en la cohesión y la estabilidad de estas sociedades. A la vez, a medida que disminuyen los ingresos de las clases medias se ha consolidado una nueva élite económica que absorbe y capitaliza buena parte del crecimiento económico, concentrando riqueza y recursos y creando enormes disparidades e ineficiencias. La irrupción de esta plutocracia como clase extractiva global, afecta al conjunto del sistema creando asimetrías y consecuencias en muchos niveles y en especial, en la capacidad de monopolizar todos los resortes del poder económico, político y mediático e interfiriendo y vaciando de contenido los procesos democráticos. Algunos autores como Colin Crouch dicen que hemos entrado en una etapa post-democrática, donde perviven las instituciones formales de la democracia liberal, pero el poder y la energía transformativa se sitúan en círculos reducidos, donde las élites económicas tienen mucha capacidad de decisión e influencia. A medida que las desigualdades avanzan, el peligro de involución democrática se vuelve real. La inacción ante la desigualdad provoca el descontento social y la desafección política y termina alimentando el crecimiento de populismos y de la extrema derecha que ponen en peligro la propia democracia.

Nacional-populismos y autoritarismo

Las desigualdades y las enormes dificultades para gobernar la complejidad de los retos contemporáneos, son en parte, el contexto y el caldo de cultivo de las fuerzas y líderes del nacional-populismo. Cuando los márgenes de acción de las políticas públicas y las promesas de las democracias liberales no dan respuesta, o no resuelven eficientemente las demandas de la ciudadanía, vemos como una parte del descontento social redirige su mirada hacia los discursos que impugnan regresivamente el sistema liberal y explotan sus debilidades.

Unos discursos alentados por ciertas élites contrarias y beligerantes hacia cualquier cambio en el statu quo, cuando creen que sus privilegios están en peligro, y que orientan su proyecto aprovechando la frustración de las clases medias amenazadas por la globalización y la crisis económica. Estos movimientos se nutren también del apoyo de personas vulnerables, desesperanzadas y en situación de precariedad, perjudicadas por el contexto económico y social y que incorporan dentro de su retórica simplificadora. Un discurso nostálgico de regreso al orden y de recreación de un imaginario pretérito evocador de las esencias patrias y unos supuestos intereses nacionales, a la vez que se confronta de manera xenófoba con las minorías y la inmigración, como chivos expiatorios y culpables perfectos de los males de la sociedad, pero sin cuestionar las verdaderas causas. La seducción del discurso del nacional-populismo y la extrema derecha parte de diagnosis abiertamente falsas que a menudo acaparan la atención de la opinión pública por delirantes, provocando una fuerte polarización emocional y son un paso por delante para recoger el resentimiento y las decepciones sociales. Una lectura de la realidad manipulada al servicio de una respuesta reaccionaria. La tentación fascista ante la vulnerabilidad que provoca el capitalismo, en palabras de Polanyi.

Durante los años de la crisis económica de 2008, fueron muchas las voces del establishment que alertaban contra los populismos de izquierdas con vocación de transformación estructural como respuesta a la crisis. Hoy, sin embargo, en 2020, los que cuestionan y amenazan las democracias liberales y su sistema de derechos y libertades son los nacional-populismos y la extrema derecha, ocupando muchos espacios de poder y desgastando los valores democráticos.

El auge de los liderazgos nacional-populistas y los llamados strong men u hombres fuertes en algunas de las democracias más grandes del mundo como Donald Trump en Estados Unidos, Narendra Modi en la India o Jair Bolsonaro en Brasil, así como los casos de Viktor Orbán en Hungría o Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, confirman esta tendencia preocupante. Todos ellos a pesar de la retórica antiliberal, obtienen el poder participando en unas elecciones competitivas y repiten después algunas pautas comunes atacando o desmantelando las instituciones que limitan su poder para desplegar su proyecto político.

En el libro How democracies die, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt [3]3 — Levitsky, Steven y Ziblatt, Daniel (2018). How democracies die. Editorial Random House. enumeran algunos de estos rasgos que los definen: rechazo o desconsideración hacia las reglas y el ordenamiento democrático; impulso de medidas claramente antidemocráticas como la restricción de los derechos políticos o civiles, la libertad de expresión y de manifestación, en especial de la oposición y la sociedad civil; prohibición de determinadas organizaciones políticas o bloqueo de la participación de los adversarios mediante todo tipo de recursos o incluso llegando a suspender o interviniendo los procesos electorales. También el uso de medidas excepcionales y cambios en los sistemas institucionales que jueguen a su favor o que minen la fortaleza de la competencia democrática; descalificación de los resultados electorales cuando les son adversos; negación de la legitimidad de los adversarios políticos a quien definen como enemigos del sistema, de la seguridad nacional, o del bienestar social y los valores de la patria, la religión o la familia; predisposición a restringir el pluralismo de los medios de comunicación y promoción de falsos rumores, desinformación o fake news; enaltecimiento de acciones represivas de otros gobiernos en el pasado o en la actualidad; tolerancia hacia la violencia; manipulación del sistema institucional o debilitamiento de la independencia del poder judicial para que caiga bajo su control.

El auge de los liderazgos nacional-populistas, los llamados ‘strong men’, incorpora una retórica neomachista que cuestiona los avances de la lucha feminista de las últimas décadas

Una acción política marcadamente anti-liberal y contraria a los valores democráticos que incorpora también una retórica neomachista que cuestiona los avances de la lucha feminista [4]4 — Para ampliar la reflexión sobre la democracia y el movimiento feminista, ver los contenidos del monográfico de la revista IDEES número 47: Feminismo(s), con contribuciones de más de cinquenta autoras. de las últimas décadas, impugnando también la perspectiva de género y abogando sin pudor, por un retorno de la mujer a los roles tradicionales de supeditación al sistema patriarcal. A su vez, el nacional-populismo desatiende la resolución de los problemas de la sociedad contemporánea, niega o ignora las evidencias científicas en torno al cambio climático y la emergencia planetaria y reduce dramáticamente sus preocupaciones en una interpretación a la carta del interés “nacional”, geopolítico y la agenda de las élites dirigentes.

El impacto del cambio tecnológico sobre la democracia

El cambio tecnológico está teniendo un impacto profundo en todos los aspectos de nuestra vida y también en la evolución de los sistemas políticos. El caso de China es paradigmático. La tecnología se ha convertido en un instrumento esencial de la estructura política al servicio de los objetivos del Partido comunista chino. Un detalle simbólico de la importancia de la InteligenciaAartificial en China que no pasó desapercibido por algunos medios internacionales, fue la escenografía que presidió el mensaje institucional que dirigió Xi Jinping para celebrar el inicio del nuevo año chino. Entre los volúmenes que lucían en la biblioteca presidencial y junto a El Capital de Marx, se podían ver dos libros destacados sobre Inteligencia Artificial, algoritmos y robótica3. En el camino para convertirse en la nueva súper potencia global, China ha diseñado un régimen que combina un sistema autoritario monopolizado por el Partido comunista, el capitalismo y el libre mercado y un control social estricto para mantener el orden y la estabilidad. Para alcanzar este propósito, China ha desplegado una grande estrategia de inteligencia artificial y machine learning para procesar el big data de la población, controlar la vida y el comportamiento de las personas y castigar o recompensar a la ciudadanía según su conducta y adhesión al régimen.

El uso de la tecnología para extraer información para la vigilancia y el control social, no es sin embargo exclusivo de regímenes autoritarios y en países como Estados Unidos, hay cada vez más evidencias del seguimiento masivo a la ciudadanía a partir de la colección de “metadatos” por parte de las agencias gubernamentales de seguridad e inteligencia en complicidad con las grandes corporaciones tecnológicas. Un seguimiento que invade la privacidad y la intimidad de los individuos y que interfiere y altera la relación entre la ciudadanía y su gobierno.

El análisis del big data es utilizado exhaustivamente para conocer todos los actos y movimientos de las personas. Una sociedad parametrizada donde cada vez que hacemos una búsqueda en Google, es Google quien acaba encontrando los datos que busca sobre nosotros. Las pautas de consumo, la movilidad y el ocio o aspectos mucho más privados e íntimos como las creencias, la ideología o incluso las preferencias sexuales y las relaciones personales son analizadas al servicio de lo que Shoshana Zuboff llama surveillance capitalism. La mercantilización total de nuestros datos personales en la búsqueda del negocio y el beneficio. Una red omnipresente y distópica que cuestiona y limita nuestra autonomía y libertad en una recreación a medio camino entre el Big Brother de Orwell y la sociedad panóptica de Foucault en formato digital.

El uso de la tecnología para extraer información para la vigilancia y el control social no es exclusivo de regímenes autoritarios. En países como Estados Unidos hay cada vez más evidencias del seguimiento masivo a la ciudadanía a partir de la colección de “metadatos”

Los datos son pues la nueva materia prima de las sociedades de hoy y la información que proporcionan es el nuevo petróleo que alimenta la era de la economía digital. Aquellos que tienen acceso y control sobre nuestros datos, las élites de las corporaciones tecnológicas, son los que concentran buena parte del poder y la capacidad de incidir y decidir en muchos procesos políticos. Empoderarnos de nuevo como ciudadanos libres, significa hoy, protegernos del data extractivism y ganar una nueva soberanía digital.

Asimismo, con la entrada en la era digital y la eclosión de las redes sociales aparecieron nuevas oportunidades de participación política y un nuevo flujo de información que parecía que podía contribuir a conformar una opinión pública más libre y plural. Las revueltas de la primavera árabe y el uso exhaustivo de las redes sociales para derribar los autócratas así lo presagiaban. Sin embargo, en la última década se ha comprobado la otra cara de la moneda y su impacto negativo a través de la amplificación de las expresiones de incitación al odio o a la violencia y el diseño de estrategias y campañas de desinformación y fake news, orientadas a intoxicar y manipular la ciudadanía para impedir una deliberación pública de calidad. El uso masivo de las redes sociales en manos del nacional-populismo, ha alentado la polarización política extrema, sacrificando las certezas para crear relatos que falsean los datos y manipulan la realidad para obtener réditos electorales.

Democracia, derechos fundamentales y pandemia

La democracia es el marco institucional para la protección y la realización efectiva de los derechos humanos y los derechos civiles y políticos. Asimismo, estos mismos derechos son el terreno de juego donde la democracia es posible. La democracia, no se reduce por tanto a una simple sucesión de convocatorias electorales, sino que configura un sistema político para el autogobierno de la ciudadanía y su participación en los asuntos colectivos dentro de un marco de garantía de los derechos y libertades, que sólo puede ser efectivo desde el cumplimiento de unos principios generales de equidad en el ámbito social y económico. Por consiguiente, el retroceso democrático global y el aumento de las desigualdades afectan directamente y de forma recíproca la situación de los derechos fundamentales, civiles y políticos en el mundo.

Es en medio de todos estos desafíos, cuando irrumpe el impacto devastador de la pandemia tensionando aún más el sistema de derechos y libertades. La crisis de la COVID-19 nos ha hecho plantear aquello a lo que estamos dispuestos a renunciar para proteger un bien esencial, pero no absoluto, como la salud. En pro del interés general centrado en la salud global y colectiva, las sociedades de medio mundo se han confinado y nos hemos recluido en casa durante muchos meses, con una restricción total y distópica de la movilidad y las libertades humanas. Hemos limitado el contacto con las personas y restringido nuestra relación con los demás, interrumpiendo la base de toda comunidad y el vínculo con nuestro entorno. Hemos acelerado el proceso de digitalización del trabajo y de todas las actividades cotidianas trastornando de arriba abajo nuestra vida. De la noche a la mañana, la vida humana en el mundo ha cambiado y sin poder salir al exterior, hemos pasado a observar la realidad exclusivamente a través de una interfaz en las pantallas de nuestros dispositivos. Un distanciamiento que indefectiblemente altera la percepción de una realidad que se nos escapa y que podría reforzar las inercias de aislamiento y anomia social opuestas a las dinámicas de socialización que hacen posible la democracia. Recluidos en casa y dependientes de una información a menudo no contrastada, llena de intoxicaciones y con riesgo de infodemia, nos hemos rodeado de un cierto caos informativo que ha acabado generando nuevas incertidumbres sobre un presente inquietante.

La falta de previsión sobre el impacto global de la pandemia y la falta de una estrategia conjunta y solidaria de la comunidad internacional, ha venido a confirmar también, las enormes debilidades del sistema multilateral y la fragmentación de un mundo multipolar en la búsqueda de nuevos equilibrios geopolíticos. El desconocimiento sobre el virus y sus efectos sobre las personas ha provocado a su vez que los responsables públicos hayan improvisado en muchos casos la respuesta, cambiando criterios ante una emergencia inesperada y poniendo en duda la capacidad de las estructuras actuales para hacer frente a los retos globales que se derivan de la fragilidad en la salud del planeta y del cambio climático. Unos poderes públicos que, centrados en la gestión de la emergencia sanitaria, han articulado con demasiada frecuencia un discurso de retórica militarista, en una lógica de estado de excepción preocupante desde la perspectiva de los derechos fundamentales. Las lecciones de la historia nos dicen que las estructuras de poder aprovechan las situaciones de crisis para maximizar, consolidar y ampliar aún más en su poder. Por lo tanto, en la nueva era digital en la que estamos inmersos, las corporaciones tecnológicas han ampliado su dominio. Pero la pandemia no debería ser en ningún caso, una excusa para retroceder en los derechos, sino para ejercerlos de manera responsable.

La COVID-19 nos ha hecho plantear aquello a lo que estamos dispuestos a renunciar para proteger un bien esencial, pero no absoluto, como la salud. La difícil gestión de las incertidumbres actuales debería ser un pretexto para actuar con la máxima transparencia

La difícil gestión de las incertidumbres del momento actual debería ser un pretexto para actuar con la máxima transparencia y combatir la desinformación y la opacidad, poniendo de relieve y de manera pedagógica, la complejidad en la toma de decisiones públicas. La democracia despliega su potencial cuando se nutre del conocimiento colectivo y sitúa las aportaciones del debate científico en el centro de la agenda pública y rehúye la confrontación sectaria y corrosiva del partidismo que nos infantiliza como sociedad y hunde la credibilidad de las instituciones.

Un informe reciente del Deutsche Bank (The Age of Disorder – the new era for economics, politics and our way of life) señala que el año 2020 puede significar el fin de la globalización y la reversión simultánea de muchas de las tendencias actuales. El informe subraya que estamos a punto de iniciar una nueva etapa de desorden e incertidumbre donde el proteccionismo, las guerras frías, el aumento de la deuda, la volatilidad en los precios, la omnipresencia de la tecnología, una nueva geopolítica y la lucha de clases y entre generaciones serán algunas de las características que darán forma a esta nueva era. Este es el panorama.

Un grito de alerta y un rayo de esperanza

Constatamos los numerosos peligros que amenazan la democracia y no podemos quedarnos de brazos cruzados. El monográfico de IDEES “En defensa de la democracia: los derechos civiles y políticos amenazados en el siglo XXI” es, por lo tanto, un grito de alerta. El conjunto de los artículos y reflexiones que contiene son fruto del impulso compartido entre el Centre d’Estudis de Temes Contemporanis (CETC) y la Oficina de Drets Civils i Polítics. Conjuntamente, hemos conceptualizado este dossier con la preocupación creciente sobre la situación de involución democrática y la erosión de los derechos fundamentales, civiles y políticos en todo el mundo y con la mirada también puesta en casa. Son muchos los temas tratados y que quieren responder a un mismo hilo conductor: la defensa de la democracia y su sistema de derechos y libertades.

La democracia no es inevitable, ni es el destino final de pueblos y naciones. No podemos dar por sentado que sea el sistema político del futuro. De hecho, las formas de gobierno autoritarias como las dictaduras, las monarquías o las oligarquías han predominado a lo largo de la historia. No hay ningún país inmune al nacional-populismo, lo sabemos bien. Las derivas autoritarias se alimentan de la desesperanza, los miedos y la incapacidad de las sociedades para hacer reales los valores de progreso y bienestar reflejados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que emanan de la tradición republicana. Sabemos que cuando la democracia retrocede, avanzan las alternativas basadas en el repliegue de derechos, los abusos del poder, la intolerancia y al final las injusticias y la violencia que nos retrotraen a los horrores del pasado.

La democracia no es inevitable, ni es el destino final de pueblos y naciones. No podemos dar por sentado que será el sistema político del futuro; si la democracia pervive es porque mucha gente todavía cree en ella y la defiende activamente a pesar de las debilidades estructurales y las amenazas actuales

La inquietud que nos desasosiega es caer en el bucle de los años treinta del siglo XX. Los líderes autoritarios trabajan para banalizar y borrar los avances alcanzados por la democracia. El autoritarismo cotiza al alza y hoy, cuando analizamos el retroceso de los últimos años, contabilizamos que hay un mayor porcentaje de la población en el mundo que vive bajo regímenes autoritarios que no el que vive en democracia. Vamos hacia atrás. Sociedades con una larga tradición democrática como Estados Unidos, viven sometidas a una fuerte polarización emocional y política y las tensiones comienzan a romper su sistema institucional. Son varias las voces que alertan del peligro de violencia y guerra civil si la deriva continúa. Democracias en peligro que son zarandeadas por liderazgos excluyentes que cumplen todas y cada una de las pautas del nacional-populismo y que se pueden agravar en el futuro. Europa no es una excepción y allí donde la democracia está menos consolidada, encontramos en el interior de la misma estructura del estado, dinámicas y acciones concertadas de los poderes públicos contrarias a los principios democráticos y que atentan contra los derechos civiles y políticos. Lo hemos vivido en Catalunya en los últimos años y será el Tribunal Europeo de Derechos Humanos quien acabará dictando sentencia sobre la judicialización del conflicto político y la condena, encarcelamiento y exilio de todo el Gobierno de Catalunya. La represión que ha vivido el movimiento independentista por la celebración hace tres años del referéndum del 1 de octubre es síntoma y expresión de esta realidad preocupante.

Así pues, el éxito de la democracia como sistema de gobierno en el último siglo podría ser efímero, si los principios y las condiciones que permitieron su desarrollo y consolidación desaparecen. Unos principios que emanan de la tradición liberal y republicana, de una economía de libre mercado sometida a las reglas de un poder político elegido en libertad por la ciudadanía y un marco social que favorezca el bienestar, la justicia y la cohesión social.

Si la democracia pervive, es porque mucha gente todavía cree en ella y la defiende activamente a pesar de las debilidades estructurales y las amenazas actuales, en una conquista diaria para alcanzar nuevos espacios de libertad, justicia y paz.

Hoy, el reto es hacer de la democracia el sistema de gobernanza no sólo más legítimo, sino también más eficiente, estable y eficaz para la gestión satisfactoria de los problemas y retos de las sociedades actuales, sirviendo los intereses generales del conjunto de la ciudadanía. Sin lugar a dudas, las democracias se fortalecerán si empoderan sus instituciones y sus ciudadanos ante la magnitud de los problemas a resolver. Unas democracias que deberían centrarse en la reconstrucción de nuestras sociedades para superar la pandemia y reorientar el sistema socioeconómico hacia un horizonte sostenible que permita hacer frente a la crisis climática y social que vivimos.

Las sociedades contemporáneas deben seguir contando con instrumentos robustos para garantizar y proteger los derechos civiles y políticos: separación de poderes, promoción del pluralismo y el diálogo, libertad de expresión, derecho de protesta y manifestación, sufragio universal, educación en valores democráticos, protección de las minorías, etc. Son elementos indispensables para una democracia efectiva; pero más allá de eso, las sociedades y la humanidad en su conjunto necesitan un horizonte compartido que les devuelva la confianza y la esperanza en el futuro y en el progreso colectivo.

  • REFERENCIAS

    1 —

    Samuel P. Huntington (1991). The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century.

    3 —

    Levitsky, Steven y Ziblatt, Daniel (2018). How democracies die. Editorial Random House.

    4 —

    Para ampliar la reflexión sobre la democracia y el movimiento feminista, ver los contenidos del monográfico de la revista IDEES número 47: Feminismo(s), con contribuciones de más de cinquenta autoras.

    5 —

    Véase en el libro The Master Algorithm: How the Quest for the Ultimate Learning Machine Will Remake Our World, de Pedro Domingo (2015) y en Augmented: Life in the Smart Lane, de Brett King (2016).

Pere_Almeda

Pere Almeda

Pere Almeda es director del Institut Ramon Llull. Anteriormente era director del Centro de Estudios de Temas Contemporáneos y de la revista IDEES. Jurista y politólogo, tiene un Dilpoma de Estudios Avanzados (DEA) en Ciencia Política y un posgrado en Relaciones Internacionales y Cultura de Paz. Es profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona. Ha trabajado y colaborado con distintas instituciones como el Parlament de Catalunya, el Parlamento Europeo o el Departamento de Asuntos Políticos de la Secretaria General de Naciones Unidas. Ha sido el coordinador del proyecto internacional de Sant Pau, así como director de la Fundación Catalunya Europa, donde lideró el proyecto Combatir las desigualdades: el gran reto global.


Adam Majó

Adam Majó Garriga es filólogo, periodista y escritor. Actualmente es director de la Oficina de Derechos Civiles y Políticos de la Generalitat de Catalunya. Tiene un Máster en Construcción y Representación de las Identidades Culturales por la Universidad de Barcelona, ​​y colabora habitualmente con el diari Regió7, Llibertat.cat, Vilaweb y Nació Digital. Es autor del ensayo Set de mal. Desxifrant el feixisme del segle XXI (Pagès Editors, 2020) donde retrata como la ideología fascista se ha adaptado a nuevos tiempos y nuevos escenarios. Militó treinta años en la Izquierda Independentista y fue concejal de la CUP en Manresa durante dos legislaturas, entre los años 2007 y 2015. También ha trabajado como comisionado por el Centro Histórico del Ayuntamiento de Manresa.