Centenares de ojos siguen con excitación, admiración y angustia cada ascenso del enxaneta de los Minyons de Terrassa para coronar un castillo justo en medio de la plaza Trg Barcelona, en Mojmilo, la antigua villa olímpica de los inolvidables Juegos de Sarajevo 84. Detrás de la sólida torre humana, aparece pintado, a lo largo de toda una fachada lateral, un dragón de Gaudí con el mensaje “Barcelona, Sarajevo está contigo”. Con este grafito, proyectado el día siguiente del terrible atentado yihadista en las Ramblas del 17 de agosto del 2017, los vecinos de Mojmilo quisieron devolver a la capital catalana las tres décadas de solidaridad mostradas por nuestra sociedad durante y después del asedio, la guerra en Bosnia y Herzegovina y la desintegración de Yugoslavia.
Hasta los años ochenta y noventa del siglo pasado, en el imaginario de los catalanes, los Balcanes aparecían como una tierra lejana, amiga pero desconocida, tablero de juego de las grandes potencias desde el magnicidio de Sarajevo (1914); cruce de influencias culturales y religiosas; punto de encuentro de Oriente y Occidente, y laboratorio de la posguerra fría, con regímenes tan antagónicos como la dictadura de los coroneles en Grecia o la tercera vía del mariscal Tito en Yugoslavia, capaz de flirtear tanto con los aliados, los soviéticos y los no alineados, como con estrellas de Hollywood de la talla de Liz Taylor, Richard Burton o Sophia Loren en la paradisiaca isla adriática de Brijuni. Pero Tito, en Cataluña, personaliza también el recuerdo de los 1.700 voluntarios yugoslavos que se alistaron a las Brigadas Internacionales para combatir al lado de las tropas de la Segunda República en la Guerra Civil española (1936-1939). Integrados en el batallón Đuro Đaković, tuvieron un papel destacado en la defensa de Madrid y el frente de Aragón, especialmente en la batalla del Ebro.

Lejos quedan las atrocidades cometidas en el siglo XIV por los mercenarios de la compañía catalana de Oriente, a las órdenes de Roger de Flor y al servicio del emperador Andrónico II, para echar los otomanos de tierras helénicas. Intencionada paradoja: lo que a nuestras leyendas se describe como heroicidades de los almogávares al grito de “¡Desperta, ferro!”, en países como Albania ha trascendido hasta nuestros días como la peor de las monstruosidades, y el Katallani es una especie de hombre del saco horrible que castiga a los niños que no se portan bien. ¡De hecho, por el mismo motivo ―los saqueos de los almogávares ―, los catalanes hemos sido personas no gratas en los monasterios griegos durante casi siete siglos!
Cataluña, restaurada en Grecia
El desagravio simbólico de aquellos hechos no se produjo hasta 2005, cuando el consejero Joaquim Nadal ―impulsado por las gestiones decisivas del cantautor ampurdanés de La Escala Josep Tero y del secretario general de Presidencia del último gobierno de Jordi Pujol, el poeta Carles Duarte― pudo inaugurar en el monasterio de Vatopeni, [1]1 — Ayensa, E. (2005). “Crònica d’una reconciliació”. A: VilaWeb. Disponible en línia. en el monte Athos, la restauración de la torre que custodiaba el antiguo tesoro bizantino. La obra ―que costó 240.000 euros a la Generalitat― y el gesto tuvieron un impacto profundo en Grecia y permitieron también restaurar la imagen de Cataluña en la región.
Pero quizás han sido los deportes lo que más ha ayudado a construir un sentimiento de hermandad y complicidad entre catalanes y balcánicos, tanto si los deportistas estaban en nuestros equipos como si los admirábamos o los odiábamos como rivales. El deporte yugoslavo ―especialment el fútbol, el baloncesto, el balonmano y el waterpolo― ha aportado nombres inolvidables a nuestras victorias épicas de las últimas décadas, como Mijatović, Kodro, Prosinecki, Pantić; Delibasić, Petrović, Pešić; Vujović o Rudić, además de otros balcánicos, como el búlgaro Stòitxkov, el rumano Hagi o los griegos Papanikolau i Calathes, por nombrar sólo a algunos de los más irreductibles.
No obstante, no fue hasta los Juegos Olímpicos de Sarajevo, setenta años después del magnicidio del archiduque Francisco Fernando de Austria, que el corazón de los Balcanes, de Yugoslavia y de Bosnia y Herzegovina se abrió definitivamente al mundo, como ocho años más tarde pasaría con Barcelona. Todavía hoy se recuerdan las dos citas olímpicas, la de invierno de 1984 y la de verano de 1992, como las mejores de la historia, o como las que cambiaron el desastroso ciclo de juegos olímpicos ruinosos y lastrados por boicots.
Cuando la alemana oriental Katarina Witt y los británicos Torvill i Dean con su Bolero de Ravel maravillaron el olimpismo en Sarajevo ―los primeros juegos olímpicos de la guerra fría con presencia de soviéticos y norteamericanos después de los boicots de Moscú y Los Angeles―, nadie podía imaginarse cómo cambiaría el mundo hasta la cita olímpica de 1992.
El deporte ha ayudado a construir un sentimiento de hermandad y complicidad entre catalanes y balcánicos: El deporte yugoslavo ha aportado nombres inolvidables a nuestras victorias de las últimas décadas,
La muerte del unificador de los eslavos del sur, Tito (1980), junto con la aparentemente feliz caída del muro de Berlín (1989), que comportó el fin de la guerra fría; la desaparición del Pacto de Varsovia; la caída de los regímenes comunistas y la reunificación de Alemania, y la desintegración de la Unión Soviética (1991) eran demasiados focos de atención para Bruselas para poder medir el impacto de la colisión de los planes hegemónicos del ultranacionalismo en Serbia y en Croacia en medio del nacimiento de 22 nuevos estados en Europa. Con una presidencia colegiada frágil, sin liderazgo, una crisis económica asfixiante y un ejército popular (JNA) desmesurado ―el tercero mayor d’Europa― y decapitado, amenazado con la disolución y la pérdida de sus privilegios, era imposible que Yugoslavia pudiera resistir la división provocada por unos discursos de odio destinados a atizar un enfrentamiento étnico inexistente hasta entonces.
Amistad olímpica
La anunciada secesión de Eslovenia y Croacia, en 1991, y la llegada de las primeras imágenes de guerra en suelo europeo desde 1945, a sólo dos horas de vuelo de Barcelona, activaron la solidaridad de la sociedad civil catalana, que se volcó en el envío de ayuda a los campos de refugiados. Mientras tanto, el bombardeo de Dubrovnik, la perla del Adriático ―una postal que muchos catalanes tienen en la retina―, y el descubrimiento de un nuevo crimen de guerra, la limpieza étnica, después de la destrucción de Vukovar y las deportaciones en Eslavònia y Krajina, dieron una nueva dimensión al conflicto, que se consumó en Bosnia y Herzegovina con los asedios de Sarajevo (1992-1996) y la caída de las presuntas zonas seguras a protegidas por la ONU (1993-1995): Goražde, Srebrenica, Žepa, Tuzla y Bihać.
A medida que se intensificaban en los medios de comunicación las imágenes de las masacres de civiles, los campos de concentración, las violaciones sistemáticas de mujeres y niñas, los desplazamientos masivos de población y el culturicidio, la guerra se hizo cada vez más insoportable a los ojos de los catalanes, acostumbrados a movilizar su potente tejido asociativo en situaciones de emergencia. Las instituciones también se volcaron. El Ayuntamiento de Barcelona lideró, desde el primer momento, el esfuerzo de las comunidades locales, ayudado por un Comité Ciudadano de Solidaridad con Sarajevo, que coordinaba la concejala Eulàlia Vintró.
Dos momentos al inicio del asedio de la capital bosnia provocaron que se intensificara esta solidaridad a un nivel sin precedentes y, sobre todo, que muchos catalanes sintieran aquella guerra como propia: el 17 de mayo de 1992, seis semanas después del inicio del asedio, sacudía las portadas de los diarios la muerte del fotoperiodista catalán Jordi Pujol Puente, mientras trabajaba para el diario Avui y para la prestigiosa agencia norteamericana Associated Press. Fue el primer reportero extranjero en caer bajo las bombas de los radicales serbios. Como él, 155 periodistas fueron asesinados por querer explicar la verdad de una guerra en que el 90% de las víctimas no eran militares. [2]2 — Ristić, M. (2021). Last Despatches. Balkan Investigative Reporting Network (BIRN). Sarajevo, pàg. 5. El segundo hecho, histórico, fue la heroica participación del primer equipo olímpico de Bosnia y Herzegovina en los Juegos de Barcelona (25 de julio – 9 de agosto de 1992). Recordamos con especial emoción la historia de superación del atleta Mirsada Burić, que, después de meses entrenando entre los escombros, las bombas y los francotiradores de Sarajevo, pudo escapar del asedio para estar en Barcelona. O el caso de la nadadora Anja Margetić, que, después de competir en las piscinas Picornell, ahora, tres décadas más tarde, es nuestra interlocutora en el Ayuntamiento de Sarajevo.

Pero, sin duda, el pico de las emociones a flor de piel se produjo la noche del encuentro de ciudades olímpicas antes de la inauguración de los Juegos de Barcelona 92 en el estadio de Montjuïc. El alcalde Muhamed Kresevljaković tomó la palabra para anunciar a sus colegas que había podido hablar brevemente con Sarajevo y que las bombas no paraban de abatirse sobre su ciudad. En aquel instante, los alcaldes de Barcelona, París y Amsterdam, Pasqual Maragall, Jacques Chirac y Ed van Tijn, respectivamente, se levantaron para proponer una coalición de ciudades olímpicas conjuradas a dar apoyo a la ayuda y reconstrucción de Sarajevo tan pronto como fuera posible. Al día siguiente, en la apertura de las XXV Olimpiadas, Maragall proclamaba la necesidad de una tregua olímpica en la antigua Yugoslavia, consensuada con las Naciones Unidas.
Solidaridad sin precedentes
Sarajevo estaba definitivamente en el foco de la sociedad catalana. Mientras se aceleraba la llegada y la integración de unos tres mil refugiados bosnios, las instituciones se unían en la campaña “Europa x Bosnia” (después, “Catalunya x Bosnia”, con más participación de la Generalitat), promovida por el eurodiputado y ex alto representante del ACNUR en Bosnia y Herzegovina José María Mendiluce. Desde esta plataforma se coordinaron los esfuerzos humanitarios de decenas de municipios y ONG de todo el país; los actos de protesta y manifestaciones, con concentraciones que tenían lugar los lunes a las ocho de la noche, y acciones de guerrilla mediática para forzar la diplomacia europea a reaccionar con fuerza delante la barbarie que se estaba cometiendo en los Balcanes.
El alud de solidaridad fue tan inmenso, que el alcalde Maragall se sacó del sombrero una fórmula única ―y no repetida en ninguna otra ciudad del mundo―: proclamar a la asediada Sarajevo undécimo distrito de la capital catalana. Eso supuso dotar a la campaña de una estructura institucional con los recursos y los procedimientos propios de un distrito, agilizar los trámites y facilitar la coordinación permanente. El “Distrito 11” dispuso, en la banda de Barcelona, de una responsable política, la concejala Teresa Sandoval, y de un gerente, Manel Vila, que ya se había puesto al frente del primer convoy con ayuda humanitaria hacia Sarajevo con los excedentes alimentarios cedidos por el comité organizador de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, en connivencia con su consejero delegado, Josep Miquel Abad.
El otro pilar de este puente de amistad y cooperación gigantesco se levantó en la misma Sarajevo, una vez el alto el fuego y los acuerdos de paz de Dayton (1995-1996) hicieron posible la llegada de delegaciones con un mínimo de seguridad. Barcelona escogió un local a primera línea del frente, delante del estratégico puente de Skenderija, muy cerca de la Presidencia y del entonces Ayuntamiento (que después sería el Gobierno del cantón), para abrir, bajo el paraguas del Congreso de Poderes Locales y Regiones de Europa (CPLRE) del Consejo de Europa, una Embajada para la Democracia Local (ADL) Barcelona-Sarajevo. El alcalde Maragall confió en dos periodistas para poner en marcha el proyecto: el primer director fue Carles Bosch, entonces reportero de la Televisión de Catalunya (TV3), y el segundo, yo mismo, Eric Hauck, periodista del Avui con quien Jordi Pujol Puente llegó a Sarajevo. Estas oficinas a pie de calle ―con su Euroclub para jóvenes dirigido por Airy Maragall― se convirtieron rápidamente en un oasis de luz y color, donde los jóvenes podían hacer actividades, acceder a internet y a publicaciones internacionales, sin preocuparse por unas horas de la destrucción física, humana y cultural del exterior.
El alud de solidaridad catalana con Saravejo fue tan inmenso, que el alcalde Maragall se sacó del sombrero una fórmula única:proclamar a la asediada Sarajevo undécimo distrito de la capital catalana
El Distrito 11 y el ADL recibieron el encargo de gestionar la reconstrucción de las principales instalaciones olímpicas del centro de la ciudad destruidas durante el asedio: esencialmente, la villa olímpica de Mojmilo (más de un millar de apartamentos, agrupados en diez edificios, en plena línea del frente occidental y rodeados de campos de minas) y el pabellón polideportivo de Zetra, sede de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de 1984, que fue bombardeado y consumido por las llamas el mismo día que conseguíamos evacuar el cuerpo de Jordi Pujol Puente. La reconstrucción ―financiada por el Comité Olímpico Internacional, a instancias del presidente Joan Antoni Samaranch (tan querido en Sarajevo como el mismo mariscal Tito); por la oficina humanitaria de la Comunidad Europea (Dirección General de Protección Civil y Operaciones de Ayuda Humanitaria Europeas, ECHO), y por el Ayuntamiento de Barcelona, así como también por los gobiernos de España y de Noruega, y por la ciudad de Amsterdam― necesitó una inversión de cerca de 35 millones de euros.
Ciudadanos de honor
No es sorprendente, pues, que cuatro catalanes figuren en la lista de la cuarentena de ciudadanos de honor que el consejo municipal de Sarajevo ha nombrado desde el 2000: los nombres de Pasqual Maragall, de Manel Vila, del emérito presidente del Real Club de Tenis Barcelona Joan Maria Tintoré y de Jordi Pujol Puente (a título póstumo) figuran como defensores y difusores del espíritu multicultural, la resistencia pacífica y la resiliencia de Sarajevo. Comparten el honor con grandes personalidades que han dado vida y visibilidad a la capital bosnia durante los 1.450 días de asedio, como los cantantes Bono ―imposible olvidar el concierto de los U2 en el estadio de Koševo, el 23 de septiembre de 1997, con 10.000 soldados de las fuerzas de paz en las gradas, junto con miles de voces coreando la letra de “Miss Sarajevo»―, Bruce Dickinson (Iron Maiden) y Luciano Pavarotti; la actriz y embajadora del ACNUR Angelina Jolie; los presidentes Jacques Chirac (Francia) y Stipe Mesić (Yugoslavia y Croacia), o el héroe yugoslavo de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984, el esquiador esloveno Jure Franko.
Siempre hemos dicho ―y lo mantenemos todavía hoy― que Sarajevo nos ha enseñado mucho más de lo que nosotros hayamos podido aportar en ayuda humanitaria, cooperación e inversiones. Hace falta destacar su determinación y creatividad, con un ingenio y un sentido del humor únicos para sobrevivir a los momentos más trágicos y, sobre todo, la manera en que encontraron el arma más poderosa para defender el duh (el espíritu y el alma de este Jerusalén de Europa, capital cultural alternativa de los años setenta y ochenta) delante del culturicidio: con más y más cultura. La ciudad no había editado nunca tantos libros, organizado tantos conciertos acústicos en los sótanos o funciones teatrales a la luz de las velas como durante el asedio.
El Instituto Catalán Internacional por la Paz (ICIP) ha querido reconocer en dos ocasiones la contribución del pueblo bosnio a una Paz ―en mayúscula, entendida como la ausencia de guerra, de conflictos sociales, de emergencias ambientales, de desigualdades y de crímenes contra la humanidad― cada vez más lejana. Seguimos sin aprender o, como ha dicho el Premio ICIP de este año, el investigador Vicenç Fisas, [3]3 — Miró, Q. (2024). “Entrevista a Vicenç Fisas”. Disponible en línia. no somos capaces de prevenir los conflictos por simple desidia. Por eso tienen tanto valor los premios de 2013 a Jovan Divjak, el comandante de la defensa de Sarajevo, que después de la guerra ofreció un futuro a miles de niños huérfanos; y de 2023, a las asociaciones que luchan por la memoria y el reconocimiento de las 50.000 víctimas de violaciones de guerra sistemáticas y a los niños olvidados que nacieron de aquellas atrocidades: Meliha Merđić, Amela Međuseljac, Ajna Jusić i Alen Muhić. Su historia ha visto la luz en nuestra casa gracias al proyecto del equipo de Cultura y Conflicto Hay alguien en el bosque, en formato vídeo, foto y teatro documental, con más de medio centenar de representaciones en Cataluña y en España, además de Ljubljana (Eslovenia), Zagreb (Croacia) y la misma Sarajevo.
Los Balcanes transitan por un peligroso acantilado, que tanto les puede hacer caer del lado de la Unión Europea como de un nuevo conflicto armado. Se encuentran justo en medio de dos guerras impredecibles, Ucrania y el Oriente Próximo, y en el contexto de una crisis multinivel sin precedentes
En el monolito de piedra que recuerda el final de las obras de rehabilitación de la villa de Mojmilo, el 30 de marzo de 1999, Pasqual Maragall quiso inmortalizar un pensamiento que lo perseguía desde aquella tregua olímpica fallida de 1992: “Europa renace en Sarajevo”. En las puertas del nuevo milenio, parecería que deberíamos haber aprendido de esta experiencia y hacer realidad el grito de “nunca más” con que los europeos nos conjuramos por evitar un nuevo holocausto o más genocidios. Nada más lejos de la realidad. Veinticinco años después, los Balcanes transitan por un peligroso acantilado, que tanto les puede hacer caer del lado de la Unión Europea como de un nuevo conflicto armado. Se encuentran justo en medio de dos guerras impredecibles, Ucrania y el Oriente Próximo, y en el contexto de una crisis multinivel (social, energética, climática, ambiental, alimentaria, de valores y de seguridad) sin precedentes, que está causando una ola migratoria hacia Europa nunca vista y que ha dejado cerca de 30.000 muertos [4]4 — Dades actualitzades a Statista.com i recollides per l’organització Open Arms ahogados en el Mediterráneo. Uno verdadero mare mortum.
Test para la regeneración de Europa
Es aquí, en esta región, donde se está poniendo a prueba, pues, la capacidad de la Unión Europea de repensarse y de actuar, por fin, como un solo bloque. Antes de que el presidente ruso Vladímir Putin pueda apretar unos cuantos gatillos más en Transnístria, la Republika Srpska o Kosovo, Bruselas se tendrá que apresurar a implantar las reformas internas que le permitan incorporar a la Unión los nueve estados que están buscando el cobijo: Ucrania, Georgia, Moldavia y los países de los Balcanes occidentales, los WB6: Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro, Macedonia del Norte, Albania y Kosovo.
Desde que el joven Departamento de Acción Exterior de la Generalitat de Catalunya, de la mano del consejero Raül Romeva, creó en septiembre de 2016 la Delegación en el Sureste de Europa (con sede en Zagreb), el Gobierno se ha manifestado a favor de una rápida integración de los Balcanes occidentales a la Unión Europea, y ha contribuido desde sus posibilidades, en forma de lobby ante las instituciones europeas, en el marco de la estrategia de una macrorregión mediterránea, o facilitando los intercambios comerciales, culturales y de conocimiento.
Desgraciadamente, la frecuencia de estos trámites entre Cataluña y los Balcanes ha sido menor de lo que desearíamos por la pobre interconexión aérea, ferroviaria y marítima de capitales como Tirana, Podgorica, Sarajevo y Zagreb con Barcelona.
Es el momento de coger el viejo puente que construimos en los años noventa para que la generación de nuestros hijos acabe el trabajo. El poso es único y de un alto valor humano. No tendremos más oportunidades. No les podemos volver a fallar. Está en juego nuestro futuro en común, una Europa renovada, justa, próspera y en paz.
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Referencias
1 —Ayensa, E. (2005). “Crònica d’una reconciliació”. A: VilaWeb. Disponible en línia.
2 —Ristić, M. (2021). Last Despatches. Balkan Investigative Reporting Network (BIRN). Sarajevo, pàg. 5.
3 —Miró, Q. (2024). “Entrevista a Vicenç Fisas”. Disponible en línia.
4 —Dades actualitzades a Statista.com i recollides per l’organització Open Arms
Eric Hauck
Eric Hauck es periodista y experto en diplomacia pública. Fue corresponsal diplomático y de guerra en la Europa del Este y en Oriente Próximo de 1989 a 2003, periodo en el que cubrió la caída del muro de Berlín, la Revolución Rumana, la desintegración de Yugoslavia, el asedio de Sarajevo y las dos guerras del Golfo. Desde el Ayuntamiento de Barcelona (Distrito 11) participó en la reconstrucción de las instalaciones olímpicas de Sarajevo después del asedio. Como gestor de proyectos del Comité Olímpico Internacional, participó también en la constitución del primer equipo olímpico unificado de Bosnia y Herzegovina. Ha sido delegado del Govern de la Generalitat de Catalunya en ocho países del sudeste de Europa desde el año 2017 hasta el 2024.