En octubre de 2021, el Ayuntamiento de Barcelona invitó a Jack Halberstam a pronunciar la conferencia inaugural del recién creado Centro de Masculinidades Plural de la ciudad condal. Aprovechando su visita, analizamos con él la evolución de las experiencias trans, la masculinidad y las políticas públicas.
Halberstam es una voz destacada tanto en los estudios trans como en el ámbito de la teoría de género y queer y en la actualidad es profesor en la Columbia University de Nueva York. Ha publicado múltiples libros sobre estos temas, algunos de los cuales han sido traducidos al español por la editorial EGALES con la colaboración del activista queer y traductor Javier Sáez, entre ellos El arte queer del fracaso, Trans* y Criaturas salvajes. Con todo, quizá el libro más importante de Jack Halberstam, y el libro en el que se apuntala esta entrevista, sea Masculinidad femenina, publicado en 1998 y traducido al español diez años después (EGALES, 2008). En el libro, Halberstam analizaba las formas de masculinidad que no están encarnadas por hombres cis sino por hombres y mujeres trans. Desde esa perspectiva, esta obra desencadenó una serie de debates y diálogos innovadores sobre la masculinidad que siguen vigentes en el presente, 24 años más tarde. Simultáneamente, tal como queda claro en esta entrevista, Halberstam no ha perdido la capacidad de replantearse su propia posición cuando revisa su obra con la perspectiva que da el tiempo y no tiene problema en señalar nuevas cuestiones, matices o contradicciones en sus reflexiones.
Para empezar, me gustaría volver la vista atrás y preguntarte acerca de tus principales aportaciones con el libro Masculinidad femenina. Publicado hace 24 años, tu libro sigue siendo una brújula para muchas personas a la hora de estructurar los debates actuales. Me gustaría revisar contigo algunas de las preguntas que te formulabas en él. La primera es: si la masculinidad no es la expresión social, cultural o política de la virilidad, ¿qué es? Me gustaría que ese fuera el punto de partida de nuestra conversación: ¿qué es la masculinidad?
La masculinidad es el repertorio de comportamientos que solemos asociar con los hombres o que exigimos a los cuerpos masculinos, pero, evidentemente, no es algo fijado al cuerpo masculino, porque vivimos en un contexto cultural muy diverso. Mientras el género se entienda como un sistema binario, siempre habrá personas que se identifiquen de una manera transversal. De manera que la masculinidad es un conjunto muy diverso de expresiones que se han vinculado al cuerpo masculino pero que lo trascienden.
En tu libro decías: «En esta sociedad resulta asombrosamente fácil no parecer una mujer. En cambio, resulta relativamente difícil no parecer un hombre». ¿Por qué la feminidad es tan difusa y la masculinidad tan precisa?
Muy sencillo. La masculinidad está protegida. La masculinidad blanca está protegida y reservada a los hombres blancos porque comporta enormes privilegios sociales y, por consiguiente, la gama de expresiones que se consideran adecuadas es bastante limitada. Y aunque la feminidad no tiene privilegios sociales, la feminidad blanca sí es más privilegiada que las feminidades racializadas. Sin embargo, en paralelo, la feminidad en sí se entiende como un conjunto muy amplio de expresiones culturales y no se supervisa ni protege especialmente.
Han transcurrido más de 20 años desde tu propuesta relativa a las masculinidades femeninas. ¿Consideras que sigue siendo una categoría útil?
Buena pregunta. Ya no es tan útil como era, en gran medida porque la asimilación cultural de las personas con una identidad transversal en la actualidad está muy ligada a la identidad transgénero. Y, por consiguiente, si alguien en un momento temprano de su vida expresa modos persistentes de masculinidad femenina, probablemente se identificará como trans. Eso no comporta que la categoría se agote con la identificación trans, pero sí cambia el significado que atribuimos a las diversas categorías de variación de género.
De hecho, en el prólogo de la edición española, de 2008, escribías que, en el futuro, la «masculinidad femenina» sustituirá a la «identidad lesbiana». ¿Habrías escrito hoy que la «identidad masculina trans» sustituirá a la «identidad lesbiana»?
Considero que existe una diferencia, porque creo que muchos hombres trans no se consideran una expresión de la masculinidad femenina. Simplemente afirman que son hombres y han sido hombres siempre y que sortearán esa categoría, porque parte del supuesto de que el cuerpo femenino es la base de un tipo concreto de expresión de género y no es así como los hombres trans están articulando su masculinidad, en absoluto. Y yo lo entiendo.
En aquel momento, cartografiaste las tensiones, las fronteras y los límites entre las comunidades de lesbianas butch y las comunidades de hombres transgénero en el contexto norteamericano. Dada la visibilidad y la popularización de las experiencias de los hombres trans, te preguntabas si tendría consecuencias en la visibilidad de las identidades lesbianas; si la emergencia de las identidades masculinas trans modificaría las identificaciones de las mujeres masculinas. ¿Crees que algo de eso ha acabado sucediendo?
La masculinidad blanca está protegida y reservada a los hombres blancos porque comporta enormes privilegios sociales y, por consiguiente, la gama de expresiones que se consideran adecuadas es bastante limitada, [mientras que] la feminidad en sí se entiende como un conjunto muy amplio de expresiones culturales y no se supervisa ni protege especialmente
Sí. Las cosas cambian y no tenemos por qué oponernos a dichos cambios o preocuparnos por el hecho de que un modo de expresión o una identidad queer anterior se haya desviado y haya cambiado en respuesta a los cambios en la concepción social de las identidades trans. Necesariamente, estas categorías intermedias, como el «lesbianismo butch» o la «masculinidad femenina» no tendrán el mismo impacto ni la misma importancia. No creo que sea algo preocupante; ni siquiera sé si la gente joven se identifica o no ahora con el término butch, sinceramente. Haría falta llevar a cabo nuevas investigaciones para saber si estas categorías continúan siendo prevalecientes y en qué medida. Sé que hay mucha gente que se identifica como trans y alguna que se siente cómoda usando la categoría de butch, pero también sé que, en la actualidad, muchos jóvenes se identifican como «no binarios». Y esa categoría les permite no tener que decantarse entre hacer la transición o ser gays. Y añaden: «Aún no sé qué significa mi configuración corporal para mí. Voy a esperar a tenerlo claro.» Algunos de ellos permanecerán en la categoría del no binario durante toda su vida y otros hallarán otras expresiones. En mi opinión, el «no binario» es una buena respuesta a la opción de «o esto o aquello» que se da a la gente para que exprese su género.
¿Crees que las narrativas de la transición han recibido más atención en los medios en el pasado reciente porque encajan menor en un contexto neoliberal? ¿Encajan mejor las identidades masculinas trans que las identidades butch?
Si se hace la transición de un modo que te permita ser asimilado de nuevo en el género binario, estoy seguro de que tiene ciertas ventajas, pero lo cierto es que la transfobia sigue siendo lo bastante persistente como para no permitir que la mayoría de las personas trans disfruten de esos privilegios. Ahora bien, estos campos de identificación cambian muy rápidamente y lo que digamos de ellos un día puede no ser válido al año siguiente. Es lo que les ha pasado a muchos de los que muy recientemente han teorizado sobre el tema de las identidades trans. Quién sabe si, dentro de diez años, las reivindicaciones radicales que se han estado formulando sobre historias trans o niños trans se antojarán conservadoras; dependerá de cómo se desarrollen los acontecimientos. En mi caso, por ejemplo, que he escrito sobre el tema trans desde finales de los años noventa y hasta el presente, más o menos, las cosas que dije a mediados de los años noventa podrían no ser válidas cinco años después, y hoy no diría algunas cosas que dije en esos cinco años posteriores. En la misma línea, tampoco diría algunas cosas que escribí en Trans* sobre que los niños trans podían sentirse presionados a hacer la transición por el modo como las feministas conservadoras del género (TERF) y otros colectivos conservadores del género han gestionado el discurso de la transición y han proyectado los deseos de transición entre los jóvenes como una falsa conciencia o el resultado de una coacción.
En relación con los debates más actuales entre los movimientos trans y feministas en el contexto español, se han dado tensiones entre mujeres lesbianas y personas trans porque algunos sectores feministas argumentan que el auge de las identidades masculinas trans es problemático por el hecho de seducir a muchas adolescentes que tienen conflictos con la normatividad femenina. ¿Cómo crees que podría reorientarse el debate desde una posición queer que reconozca que la transexualidad no es una esencia biológica sino que tiene que ver con la cultura?
Bueno, para empezar, conviene no olvidar que la perspectiva de la falsa conciencia no es más que un modo muy simplista de entender la identificación de género entre los jóvenes. En la sociedad de género binario, se educa a todas las personas para que avancen hacia una u otra configuración. Y, sin embargo, nadie cree que sea coercitivo educar a los niños para ser masculinos y agresivos y a las niñas para ser calladas y obedientes. De hecho, estas formas de educación pueden ser desastrosas, pero no son el objetivo de la crítica conservadora de género. El gran problema guarda relación con la educación normativa. Por ello creo que lo que convendría es desviar toda la conversación de la expresión de género trans y empezar a concentrarnos en la normatividad tóxica.
Pese a que no imagino que concibas la transición de género como un fracaso (en el sentido de un itinerario cómplice con la normatividad de género), sí has sido muy crítico con los discursos en torno a las personas trans que son perfectamente asimilables en un sistema neoliberal. Me gustaría preguntarte cómo deberíamos pensar acerca de estos tres ejes: fracaso, transición y normatividad de género. Y, por encima de todo, cómo podemos hacerlo de un modo empoderador para las personas trans o las personas que aspiran a vivir con menos incomodidad su vida.
Hay problemas más grandes en el mundo que los grupos reducidos de TERFs, que han convertido a los adolescentes que quieren hacer la transición en su diana. Lo que veo es que estos grupos están intentando controlar el discurso en lugares como el Reino Unido, donde están registrando ciertos avances. Pero necesitamos articular una política trans que se ocupe menos de estas chifladas y se interese más por conectar los temas trans con proyectos de justicia social más amplios.
Hablemos de la transmasculinidad. En 1998, en Masculinidad femenina señalabas que estaba emergiendo un nuevo discurso sobre la masculinidad encarnado en las experiencias y los discursos en torno a la transexualidad masculina. Y te preguntabas si la masculinidad trans podía basarse en un imaginario lesbofóbico o si esas identidades podían acabar reforzando la heteronorma. Me gustaría preguntarte sobre eso: ¿qué discurso sobre la masculinidad han puesto sobre la mesa las identidades transmasculinas y, sobre todo, qué aportaciones te resultan interesantes?
No sé a qué experiencias masculinas trans te refieres porque son múltiples y muy diversas. Lo que sí sé es que algunas de las obras radicales surgidas de las masculinidades trans han sido muy útiles para plantear críticas más amplias. La gente no dice «la masculinidad trans significa» y luego explica una historia sobre la masculinidad trans. Teóricos como Paul B. Preciado, Dean Spade y Riley Snorton han hecho aportaciones teóricas realmente relevantes basadas en relatos de masculinidad trans en el seno de estructuras sociales más amplias. Así, para Preciado, los cuerpos trans nos permiten entender cómo las grandes farmacéuticas controlan los cuerpos desde un nivel molecular. Y para Dean Spade, los estudios de las identidades trans se enmarcan en un proyecto abolicionista cuyo objetivo es cambiar las estructuras racistas y carcelarias del neoliberalismo. En el caso de Riley Snorton, las historias de la masculinidad trans y la feminidad trans forman parte de una narrativa más amplia acerca de la producción de la subyugación negra durante y después de la esclavitud. A mi modo de ver, esas son las aportaciones más importantes. Tener un montón de relatos sobre aspectos específicos de la transición de género a un nivel individual puede tener menos utilidad que estas teorías ambiciosas sobre cuerpos, transformación, estructuras sociales y cambio.
En el contexto español prácticamente no tenemos voces de hombres trans que hablen directamente sobre la masculinidad. Lo que hemos visto ha sido a algunos activistas trans estadounidenses como Thomas Page McBee y Rocco Kayiatos que han realizado reflexiones o han puesto en marcha proyectos que contribuyen a cuestionar las masculinidades dominantes desde una perspectiva masculina trans. ¿Crees que la posición de los hombres trans puede ser interesante en un diálogo con hombres cis con respecto a la experiencia masculina y el sexismo?
Hay mucha gente que se identifica como trans y alguna que se siente cómoda usando la categoría de butch, pero también sé que muchos jóvenes se identifican como «no binarios». Y esa categoría les permite no tener que decantarse entre hacer la transición o ser gays
No creo que sea exacto plantearlo en esos términos, decir que en Norteamérica están empezando a plantearse ese tipo de debates. Me refiero a que, en Estados Unidos, el sector editorial sí que ha apoyado la producción de algunas biografías trans extraordinarias, como The argonauts de Maggie Nelson, Testo yonqui de Paul B. Preciado o Something that May Shock and Discredit You de Daniel Lavery y, en este sentido, se ha generado un mercado para las versiones literarias de memorias trans. El último libro que he mencionado, por ejemplo, el de Daniel Lavery, es una obra hilarante sobre su transición que subvierte por completo una biografía trans convencional y presenta una historia de transición entre análisis cómicos de series de televisión, películas y la carrera de William Shatner, por no mencionar que el autor se crio en un contexto cristiano. Es un libro muy distinto de algunas de las biografías más serias que circulan y que reiteran el mismo relato una y otra vez. El libro de Lavery es divertido y erudito y utiliza la sátira, el dramatismo, el absurdo y el monólogo cómico para iluminar la narración convencional de convertirse en trans.
En tu presentación de la conferencia Masculino plural para inaugurar Plural, el centro de masculinidades del Ayuntamiento de Barcelona hablaste acerca del «desmontar al hombre» (man unmade). ¿Qué quieres transmitir con esa idea?
Me refiero a que invertimos demasiado tiempo en este tipo de géneros, como la biografía, reflexionando sobre qué hace a un hombre. Lo que planteo es que podríamos reorientar la conversación hacia la deconstrucción de la masculinidad, que creo que es lo que hace Paul B. Preciado en Testo yonqui, donde descompone la virilidad y no vuelve a recomponerla, sino que permite que la masculinidad permanezca en un estado de desmoronamiento. En este sentido, expuse una teoría de la masculinidad en desmoronamiento que espero que resulte más útil que una narrativa acerca de la legitimidad de las masculinidades alternativas. Sabemos que existen muchos modos diversos de ser masculino, distintos de la masculinidad normativa, y que merecen reconocimiento, pero ¿sabemos cómo desmontar la estructura de lo que llamamos «masculinidad»? Di algunos ejemplos de personas que están interesadas justo en hacer eso.
¿Estarías de acuerdo con la idea de que la masculinidad es algo necesariamente negativo y deberíamos abolirla?
No. No se pueden abolir este tipo de categorías del ser. No es lo que yo entiendo por abolición. La abolición es una forma de abordar las instituciones dominantes y los sistemas de control. Y hay ciertas formas de masculinidad, como la masculinidad blanca dominante, que se amoldan a cualquier institución que nos propongamos derribar. Cuando yo hablo de desmoronamiento, me refiero más bien a replantear la orientación de la masculinidad y no tanto a pretender ponerle fin, porque no creo que sea siquiera posible hacerlo.
Sobre tu idea de resignificar el supuesto fracaso de las vidas queer, Clara Serra, en su podcast «Los hombres de verdad tienen curvas», utiliza tu propuesta de El arte queer del fracaso para reflexionar acerca de cómo resignificar experiencias que se han entendido como fracasos por no adecuarse a la masculinidad normativa. A partir de esta reflexión, ¿qué aportaciones puede hacer la política queer a la redefinición de estos fracasos masculinos o de lo que se considera un fracaso para los hombres?
En El arte queer del fracaso analizo una lógica en el seno de la cual el éxito se ha vinculado al capitalismo, a los beneficios, a la capacidad, a la blanquitud y a toda este tipo de marcadores de lo dominante. El fracaso es parte de una crítica queer a la normatividad. De manera que, si quisiéramos extrapolar esa lógica a los hombres blancos, no bastaría con decirles: «Oye, que no pasa nada por fracasar.» Se trataría más bien de cambiar todo el sistema para que los hombres blancos no parezcan siempre una versión de éxito de la subjetividad en el marco de esa cultura. Pero ese cambio es mucho más profundo que decirles a los hombres: «Oye, que no pasa nada por fracasar.» En mi charla hablé de dos artistas de los años setenta que estaban profundamente interesados en las arquitecturas del desmoronamiento. Estas representaciones de edificios que se desmoronan también están vinculadas con la concepción del cuerpo masculino como algo que puede fracasar en relación con la conquista sexual y, en ese sentido, más que una masculinidad erecta y siempre dispuesta que representa (literalmente) la superioridad fálica, sería la detumescencia la que cobraría protagonismo.
¿Qué opinas de las políticas públicas que aspiran a fomentar la reflexión sobre la masculinidad para transformarla?
Pues probablemente sea lo que menos me interesa, hacer políticas públicas. Las políticas son solo una extensión de esta inversión institucional. Ninguna política pública de esta índole puede cambiar nada. Las cosas se cambian desde abajo. Por ejemplo: cambiando las políticas para que los hombres no ganen más que las mujeres, para que los hombres blancos no tengan una representación desmedida en el Gobierno o para que las mujeres dispongan de los recursos materiales que necesitan para criar a sus hijos con o sin hombres. Plantear una política pública acerca de la masculinidad no funcionará a menos que esté respaldada por un cambio más general y permanente de conciencia. Los cambios políticos unilaterales que no reflejan la aceptación social de dichos cambios probablemente no funcionen. ¡Y acabamos desmoronándonos!

Jack Halberstam
Jack Halberstam es profesor en la Universidad del Sur de California (USC), donde ha sido director del Centro de Investigación Feminista. También es profesor visitante en la Universidad de Columbia. Su libro Masculinidad femenina (Egales, 2008), que se ha convertido en un clásico de la literatura queer, recorre las diferentes formas de masculinidad desarrolladas por las mujeres a lo largo de los últimos tres siglos. El estudio y la crítica de las formas de representación del género centran buena parte de su obra, con títulos como The Drag King Book (1999, con el artista Del LaGrace Volcano), In a Queer Time and Place: Transgender Bodies, Subcultural Lives (2005) y Gaga Feminism: Sex, Gender and the End of Normal (2013).

Miquel Missé
Miquel Missé es sociólogo y activista trans implicado en distintas líneas de trabajo que van desde la investigación y la pedagogía hasta la generación de proyectos en los que entralazar cultura y pensamiento. Es consultor y formador independiente en el ámbito de las políticas públicas por la diversidad sexual y de género, y colabora como investigador externo con la línea de estudios sobre diversidad sexual y de género de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya. Juntamente con Gerard Coll-Planas, ha editado el libro El género desordenado: críticas en torno a la patologización de la transexualidad (EGALES, 2010); también es editor, junto con Pol Galofre, de la obra Políticas trans: una antología desde los estudios trans norteamericanos (EGALES, 2015). Es autor del libro Transexualidades: otras miradas posibles (EGALES, 2013) y más recientemente ha publicado A la conquista del cuerpo equivocado (EGALES, 2018).