Josep Puig i Cadafalch: hombre de gobierno con vocación internacional
La figura de Josep Puig i Cadafalch (Mataró 1867 – Barcelona 1952) se asimila habitualmente en la del destacado arquitecto, arqueólogo e historiador del arte. Más allá de la Casa Amatller, la Casa de les Punxes, la fábrica Casaramona y tantas otras, Puig i Cadafalch fue también el impulsor de la expedición historicoarqueológica de 1907 en los Pirineos que, entre otros, descubriría los frescos románicos de Taüll, así como de las excavaciones en Empúries, o el autor de L’Arquitectura Romànica a Catalunya que le dio un importante reconocimiento internacional.
Pero Puig i Cadafalch fue también una persona comprometida con la política y un hombre de gobierno. Destacado miembro de la Lliga Regionalista, llegó a presidir la Mancomunitat de Catalunya desde la muerte de Prat de la Riba hasta los inicios de la dictadura de Primo de Rivera (1917-23). En los más de seis años que ejerció este cargo desplegó un robusto programa de gobierno y, de entre las múltiples actividades que puso en marcha, destacamos una que, hasta ahora, ha sido prácticamente ignorada: el desarrollo de una intensa política de acción exterior, la primera por parte de las instituciones catalanas en época contemporánea.
Desde muy joven, Puig i Cadafalch mostró un especial interés por la dimensión internacional, algo que marcará toda su trayectoria. A título de ejemplo, en calidad de arqueólogo e historiador del arte, se convirtió en miembro de numerosas sociedades y academias europeas, pero también norteamericanas e incluso norteafricanas. Participó en congresos internacionales, llevó a cabo conferencias académicas en París, Harvard, Oxford o Bonn, y recibió el reconocimiento de la comunidad científica internacional con tres doctorados honoris causa —aparte del de Barcelona: el de Friburgo (1923), el de la Sorbona (1933) y el de la Universidad de Tolosa de Languedoc (1949).
Esta dimensión internacional también estará presente en el Puig i Cadafalch político, mucho antes y todo de llegar a la Mancomunitat, cuando en 1905 se desplazó a París para denunciar la situación en Cataluña que comportó la creación de Solidaridad Catalana en la Ligue desde droits del homme o, de nuevo en 1912, cuando volvió a la ciudad de las luces para representar Cataluña en el congreso de la Union des Nationalités.
El desenlace de la Gran Guerra: ¿oportunidad o espejismo?
Una de las primeras «operaciones» de envergadura que emprendió la acción exterior de Puig i Cadafalch fue a raíz del fin de la Gran Guerra (1914-1918). Facultado por el Consejo de la Mancomunitat, llevó a cabo una campaña de felicitaciones dirigidas a las potencias vencedoras y «a los Gobiernos de las nacionalidades de Europa que han alcanzado el reconocimiento de su Derecho». Así pues, Puig i Cadafalch envió cartas y telegramas a los jefes de estado de las potencias aliadas excluyendo, en un acto de una cierta contención, a las repúblicas centroamericanas, aunque, formalmente, se incluían entre los aliados vencedores de la Primera Guerra Mundial. En el ámbito de los «pueblos liberados» se enviaron mensajes a Polonia, a Bohemia (sic) y a Yugo-Eslàvia (sic). Se enviaron telegramas tanto a Praga y a Agram (el nombre alemán para Zagreb, que se utilizó mientras este formó parte del Imperio austro-húngaro), así como a los representantes respectivos que se encontraban en París en los prolegómenos de las negociaciones de paz. En el caso británico, se recibió la respuesta del rey Jorge V por vía de su embajador en Madrid. En el caso de Francia, la respuesta llegó por su cónsul en Barcelona, Charles Philippi. También consta la recepción de un sentido telegrama de respuesta desde París de Trumbic, el presidente del Consejo Nacional Yugoslavo, y un telegrama de agradecimiento de parte de Jules Pams, ministro del Interior de Francia y destacado político norte catalán que había recibido la perceptiva nota de felicitación del presidente de la Mancomunitat.
Desde muy joven, Puig i Cadafalch mostró especial interés por la dimensión internacional, algo que marcará toda su trayectoria como arquitecto, arqueólogo, historiador del arte y, lo que más nos interesa aquí, también como político
Puig i Cadafalch vio en la respuesta del embajador británico una oportunidad para profundizar en la relación con esta gran potencia. Prueba de eso es la segunda carta de este embajador a Puig i Cadafalch en que, después de una visita a Barcelona, el diplomático inglés se deshace en elogios hacia Cataluña, recordando «el heroísmo de los Voluntarios Catalanes» o mencionando «la ingratitud de aquellos estadistas británicos (…) que hace dos siglos abandonaron Cataluña a la venganza de los franceses», en una clara alusión al Tratado de Utrecht. Es más que evidente, por el tono y contenido de la carta, que el presidente de la Mancomunitat había conseguido trasladar algunos de sus postulados al embajador durante su estancia en Barcelona.
Pero menos de dos años después, a pesar de esta apuesta por Londres, Puig i Cadafalch se reorientó hacia Dublín en un acto de pragmatismo muy propio de la praxis diplomática. La creación del Estado Libre de Irlanda (1922) tuvo un importante impacto en la opinión pública catalana y el presidente de la Mancomunitat se dirigió de manera solemne, aunque contenida.
La relación estratégica con Francia y la conexión norte catalana: Emmanuel Brousse, Jules Pams y el Mariscal Joffre
La apuesta por las relaciones con Francia fue, para Puig i Cadafalch, no solamente una opción lógica y estratégica, sino también personal. Puig i Cadafalch fue siempre francófilo, no sólo desde una perspectiva política o diplomática, también desde la intelectual. Eso lo hizo notar promoviendo intensas relaciones de cariz político e institucional, pero también en el ámbito de la diplomacia cultural, académica y científica. Un elemento clave para entender la política con respecto a Francia es la conexión norte catalana; es decir, la relación de complicidad entre Puig i Cadafalch y los sectores más catalanistas de la sociedad norte catalana con influencia en París. Los nombres más destacados fueron sin duda los de Emmanuel Brousse, Jules Pams y el Mariscal Joffre, si bien se harían extensivos a otras personalidades.
Emmanuel Brousse, periodista y político de Perpiñán (diputado en la Asamblea Nacional de 1906 en 1924 y secretario de estado de Finanzas de 1920 en 1921), fue el aliado más activo de los intereses catalanistas en Francia. Su activismo incesante y su vehemencia lo convirtieron en una de las principales preocupaciones del embajador de España en París y se le llegó a prohibir, en algún momento, la entrada al Estado español. Jules Pams, también de Perpiñán, fue ministro de Agricultura (1911-13) y del Interior (1917-20), diputado en la Asamblea Nacional, senador y delegado de Francia en la Sociedad de Naciones. Mantuvo también un contacto estrecho con Puig i Cadafalch, que, si bien no fue tan intenso como con Brousse, destacaba por la influencia de Pams en París. Josep Joffre i Plas, mariscal de Francia, era un rosellonés catalanohablante, hijo de un emigrante reusense que se instaló con éxito en Rivesaltes. Apadrinó a los Voluntarios Catalanes que luchaban en la Legión Extranjera francesa durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en todo un símbolo y referente para los sectores catalanistas, también de los más radicales.
En octubre del 1919 Joffre recibió una serie de actos de homenaje en Perpiñán. Puig i Cadafalch fue invitado y asistió acompañado de una amplia delegación catalana que incluía a Àngel Guimerà, Santiago Rusiñol, Enric Morera y el Dr. Solé i Pla. Puig i Cadafalch fue recibido con todos los honores, y aprovechó la ocasión para invitar al Mariscal a visitar Cataluña para presidir los Jocs Florals en Barcelona en mayo del año siguiente. La visita de Joffre a Barcelona el año siguiente desbordó todas las previsiones. Las resistencias e interferencias fueron enormes y se llevó a cabo, entre otros, porque finalmente Joffre visitó primero Madrid para condecorar a Alfonso XIII antes de dirigirse hacia tierras catalanas. La llegada a Barcelona fue apoteósica, como lo fue la visita al Ayuntamiento o la sesión de los Jocs Florals, donde el discurso de Guimerà encendió los ánimos de todos los presentes. En un contexto de frustración por el fracaso de la campaña autonomista, la excitación popular resultó en grandes concentraciones populares por los lugares donde pasaba Joffre y en los cuales supuestamente se llamaron proclamas separatistas que comportaron duras cargas por parte de la Guardia Civil. En estas resultó herido, entre otros, Antoni Gaudí. El acto en el Palau de la Generalitat fue el más polémico y acabó con una nueva carga policial a la salida de los asistentes a la plaza de Sant Jaume.
De Lovaina a Reims, pasando por Belloy-en-Santerre
Entre las muchas actividades de promoción de la causa catalana en Francia destacan aquellas vinculadas a la memoria de los Voluntarios Catalanes que lucharon al lado de los aliados en la Gran Guerra. Se optó por la propuesta de asumir, desde la Mancomunitat y con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y otras corporaciones, la reconstrucción de una «vileta» que hubiese sido destruida durante el conflicto. Se sugirió el pueblo de Belloy-en-Santerre, pero eso no fue posible «probablemente a consecuencia de alguna indicación diplomática», en palabras del diputado Albert de Quintana. Finalmente se optó por hacer una aportación al fondo para la reconstrucción de la catedral de Reims, muy dañada durante el conflicto.
La apuesta por las relaciones con Francia no solo fue una opción lógica y estratégica, sinó también personal: Puig i Cadafalch fue siempre francófilo
Otro ejemplo muy significativo de este tipo de diplomacia y de los objetivos que perseguía es la participación de una delegación de la Mancomunitat en la ceremonia de inicio de reconstrucción de la Biblioteca Universitaria de Lovaina (Flandes, Bélgica). A pesar que la Mancomunitat no aportó ningún fondo específico (el Ayuntamiento de Barcelona hizo un donativo de un lote de mil libros), sí que envió una delegación formada por Jordi Rubió y Rafel Campalans. La carta de Campalans a Puig i Cadafalch donde informa del viaje es muy reveladora por los contactos que se hicieron con académicos y afines al movimiento nacionalista flamenco.
La relación con el cuerpo consular: ¿un reconocimiento implícito?
Uno de los ámbitos más voluminosos de la documentación sobre la acción exterior de Josep Puig i Cadafalch es el relativo a la relación con el Cuerpo Consular acreditado en Barcelona. La densidad y la prolongación de esta relación implica, ni que sea implícitamente, un reconocimiento de la representatividad y autoridad que el Cuerpo Consular otorgaba a la Mancomunitat y a su presidente como figura institucional de Cataluña, a pesar de la escasez de competencias y recursos con los que contaba la institución.
Puig i Cadafalch consideró la amplia representación consular en Barcelona como un mecanismo idóneo para difundir la realidad y la voluntad de autogobierno de Cataluña. Así, hizo traducir la propuesta del Estatuto de Autonomía de 1919 a varios idiomas y la distribuyó a todo el Cuerpo Consular, recibiendo pruebas de interés genuino, hasta curiosas muestras de adhesión, como la que hizo abiertamente por carta oficial el cónsul general de Suiza, Frederic Gschwind.
En paralelo, con la voluntad de mantener y reforzar este mensaje, el presidente de la Mancomunitat se preocupó de hacer difusión, de manera reiterada, de la obra modernizadora llevada a cabo por la Mancomunitat. Y es que mostrar los éxitos, y por lo tanto la eficiencia, de la nueva administración a pesar de su poco presupuesto, se entendía que era un argumento más por reivindicar un mayor grado de autonomía política.
La Sociedad de Naciones y la Conferencia de Barcelona: una oportunidad casual pero única
Del 10 de marzo al 20 de abril de 1921 se reunía en Barcelona la Conferencia Internacional de Comunicaciones y Tráfico, organizada por la Sociedad de Naciones. Se trataba de la primera conferencia intergubernamental organizada por la recientemente creada organización internacional, resultante de los tratados que habían puesto fin a la Primera Guerra Mundial. La casualidad hizo que se celebrara en Barcelona, y un periodista catalán que trabajaba en la Sociedad de Naciones en aquellos momentos, Eugeni Xammar, fue el facilitador a fin de que esta cumbre internacional tuviera lugar entre el Palau de la Generalitat, cedido al efecto por el presidente de la Mancomunitat, y el Saló de Cent, al otro lado de la plaza de Sant Jaume.
Puig i Cadafalch era consciente que la Conferencia de la Sociedad de Naciones era un hecho excepcional y una oportunidad única: sería el huésped de un encuentro diplomático del máximo nivel, con delegaciones de cuarenta y dos estados, funcionarios de la Sociedad de Naciones, prensa y expertos internacionales; una oportunidad que aprovechó para interactuar con todos los participantes
Puig i Cadafalch era consciente de que se encontraba ante un hecho excepcional y de una oportunidad única: sería el huésped —durante seis semanas— de un encuentro diplomático del máximo nivel, con delegaciones de cuarenta y dos estados, funcionarios de la Sociedad de Naciones, prensa y expertos internacionales; en total, más de trescientas personas provenientes de todo el mundo. Consciente de este hecho, Puig i Cadafalch no solos cedió el Palau de la Generalitat, adaptándolo a las necesidades de la Sociedad de Naciones; también desplegó todo tipo de atenciones, en forma de visitas, distribución de publicaciones, presentes, etc. A diferencia del Ayuntamiento de Barcelona, que organizó un gran banquete en el Saló de Contractacions de la Llotja de Mar para trescientas personas, el presidente de la Mancomunitat organizó, de manera sistemática —por mano de su secretario Ramon Cunill— una serie de comidas y reuniones seguramente menos lucidas, pero con la clara voluntad de poder interactuar con cada uno de los casi doscientos diplomáticos, expertos y altos funcionarios que participaron. Es más, organizó visitas de los delegados a algunos de los principales éxitos de la Mancomunitat, como la sede de la Biblioteca de Catalunya y del Institut d’Estudis Catalans, en el mismo Palau de la Generalitat, o a la Universitat Industrial. También ofreció una excursión a Montserrat que fue muy celebrada por los delegados y duramente criticada por los medios de prensa menos catalanistas de Barcelona.
Posteriormente, Puig i Cadafalch tendría en cuenta los contactos hechos en Barcelona en varias ocasiones, ya fuera para pedir su apoyo en misiones técnicas de cariz internacional organizadas por la Mancomunitat, o a la hora de considerar como influir en ciertos debates de relevancia para Cataluña en la Sociedad de Naciones.
La Sociedad de Naciones, las minorías nacionales y los debates de 1922
El fin de la Primera Guerra Mundial comportó la desaparición de los imperios alemán, austrohúngaro y otomano. Unos meses antes también se había desmembrado el Imperio Ruso, a raíz de la Revolución de Octubre, estrechamente vinculada a la misma guerra. Eso comportó la reordenación completa de las fronteras de la Europa central y oriental, así como del Oriente Próximo y parte del Medio, la creación de un gran número de nuevos estados y cambios territoriales sustanciales en estados ya soberanos antes de la guerra. Es en este marco que la Sociedad de Naciones nació también con unos mecanismos de protección de las minorías nacionales, sobre todo para asegurar que eventuales fricciones en este ámbito no fueran motivo de nuevos conflictos bélicos. Ahora bien, estos instrumentos no eran de carácter universal; es decir, no se extendían a todos los países miembros de la Sociedad de Naciones, sólo afectaban los países que habían sufrido cambios territoriales (incluida su creación) a raíz de la Gran Guerra. A pesar de su limitación territorial y legal, esta nueva realidad despertó un gran interés y debate en aquellos países donde la cuestión nacional era un tema desgarrador y políticamente sensible, como en Cataluña.
La aplicación de este sistema no estuvo exenta de polémicas, y muchos de los nuevos estados de Europa central y oriental se sentían incómodos ante el hecho que, en una organización internacional como la Sociedad de Naciones, en la cual el principio de igualdad jurídica era uno de sus pilares, sólo una parte de sus miembros estuvieran sujetos a unas obligaciones —con respecto a las minorías nacionales— que los otros no tenían ninguna necesidad de seguir. Así, en septiembre de 1922, el académico británico y delegado sudafricano en la Sociedad de Naciones, Gilbert Murray, presentó a la Asamblea de esta institución una propuesta para generalizar los tratados de minorías a todos los miembros de este organismo, entre los cuales se encontraba España. Los intensos debates posteriores no consiguieron que eso se hiciera realidad pero, en cambio, se acabó aprobando una resolución que, si bien no obligaba a ningún estado, expresaba la confianza que «los estados que no están ligados con la Sociedad por ninguna obligación legal con respecto a las minorías observarán, no obstante, en el trato de las minorías respectivas, al menos el mismo grado de justicia y tolerancia que es exigido por los tratados».
Todo eso fue seguido con pasión desde Barcelona y con preocupación desde Madrid, y queda reflejado en las peticiones de información sobre el tema de Puig i Cadafalch a Joan Estelrich y sus respuestas. Y si bien el resultado de los debates no tuvo los efectos que esperaban, entre ellos intelectuales como Antoni Rovira i Virgili, sí que muestra la capacidad de Puig i Cadafalch no solamente de seguir los grandes debates internacionales que afectaban en Cataluña, sino también la voluntad de influir.
La diáspora catalana: entre el reconocimiento institucional y el radicalismo nacional
Otro de los ámbitos clave en la acción exterior de Puig i Cadafalch es, sin duda, su relación con la diáspora catalana; en especial todo el mundo de los casales, centros, orfeones y otros tipos de organizaciones de los catalanes alrededor del mundo —particularmente en la América Latina— que precisamente en los años 1910 y 1920 estaban en plena eclosión. La diáspora catalana organizada tenía en la Mancomunitat y en su presidencia el referente institucional en Cataluña, y Puig i Cadafalch estableció las confianzas necesarias a fin de que muchos de estos centros se convirtieran en difusores de la tarea, así como de las publicaciones de la Mancomunitat. Es más, la documentación también visibiliza el intenso seguimiento que desde el exterior se hacía de la política catalana y española, y evidencia la radicalización creciente —desde la perspectiva nacional— de gran parte de la diáspora, especialmente en los años 1920 y en paralelo a la propuesta y fracaso del Estatuto de Autonomía de 1919.
En este contexto toma un relevo especial la figura del periodista y abogado Antoni de Paula Aleu (1847-1926) quien, desde Buenos Aires y en estrecho contacto con Puig i Cadafalch, actuará como eje de difusión de los intereses del catalanismo político y de la Mancomunitat en América del Sur. De hecho, será el mismo Aleu quien, en el marco del fracaso de la campaña autonomista, el verano de 1919 promoverá la creación del Comité d’Acció Catalana en Sudamérica, un organismo con voluntad de coordinar la acción de la diáspora organizada en dieciséis centros de cuatro países (Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay) y tres «periódicos» que estaban vinculados. Muestra de su tarea, y de las dificultades que esta comportaba es la siguiente cita literal de una carta de Aleu a Puig i Cadafalch de septiembre de 1919 «…y si supiera V. qué tarea más pesada es la de infiltrar a esta gente lo que somos, lo que queremos, y a donde vamos…».
Puig i Cadafalch cultivó buenas relaciones y estableció las confianzas necesarias con la diáspora catalana organizada alrededor del mundo. Éste fue otro de los ámbitos clave de su acción exterior
París, por razones obvias, será otro de los otros epicentros de la diáspora catalana con una importante diversidad de entidades, con orientaciones y matices diversos, que se encabalgarán entre ellos en actividades y existencia, como el Centro Catalán, el Casal Catalán de París o el Comité de París de la Lliga Nacional Catalana. En Nueva York será también donde encontraremos otro de los núcleos de actividad de la diáspora catalana organizada. A pesar de los conocidos precedentes que evidencian una activa presencia catalana en esta ciudad a finales del s. XIX, no será hasta 1920 que se constituirá el Centro Nacionalista Catalán de Nueva York y lo comunicará de manera inmediata al presidente Puig i Cadafalch. Una institución que pronto será complementada por el Comité Cultural Catalán de New York.
Las relaciones con la Santa Sede: de la Nunciatura a la elección de Pío XI
Las relaciones entre las autoridades catalanas y la Nunciatura Apostólica (la embajada de la Santa Sede en Madrid) no fueron nunca fáciles, tampoco durante el mandato de Puig i Cadafalch en la Mancomunitat, especialmente con respecto a la «cuestión catalana». Eso fue especialmente visible en los que se conocen como Incidentes del Corpus de Barcelona de 1919.
El 22 de enero de 1922 moría en el Palacio Apostólico del Vaticano, a causa de las complicaciones derivadas de la gripe, el papa de la paz, Benedicto XV. A partir de ese momento se activó el secular mecanismo del Conclave para la elección del nuevo papa. Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona y cardenal desde hacía poco más de un año, participó en el Conclave.
El 6 de febrero fue elegido el nuevo papa, el cardenal de Milán Achille Ratti, quien tomó el nombre de Pío XI. Desde Roma, el cardenal Vidal i Barraquer dio instrucciones para que Puig i Cadafalch fuera informado de manera inmediata. Aquella elección no era un hecho menor, y es que Ratti, antes de cardenal, había estado prefecto de la Biblioteca Ambrosiana (Milano) y posteriormente de la Vaticana, donde había recibido y tratado a varios estudiosos catalanes, principalmente especialistas en busca de manuscritos lulianos.
Puig i Cadafalch hizo varias gestiones para hacer llegar su mensaje al nuevo papa. Finalmente, y después de unos fracasos iniciales, consiguió su objetivo. Así, el 16 de octubre de 1922, el secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Gasparri, transmitía al presidente de la Mancomunitat una carta por indicación de Pío XI que puede ser considerada como la principal prueba de estima de un pontífice del s. XX hacia Cataluña. Hombre de letras, recordaba el apoyo que él había dado en sus momentos a los estudiosos catalanes: «cuando siendo Prefecto de la Ambrosiana de Milán, y más adelante de la Vaticana, los ayudó de tantas maneras en la ardua investigación de los códigos lulianos, en la tarea de compulsar y descifrar viejos documentos y antiguos diplomas, en los cuales se debe el resultado maravilloso de forma verdadera de ver cómo surgía más tarde aquel magnífico monumento de la literatura medieval catalana Codex prínceps del Llibre de la Contemplació».
Indicaba, también, en el nombre del santo padre que: «se complace al afianzar una vez más su especial bienquerencia hacia la fuerte y querida tierra de Cataluña. Y lo hace con la más dulce esperanza que esta tierra nobilísima, fortaleciéndose cada día más con nuevas y admirables pruebas de actividad y de fervor en las conquistas de la inteligencia y del espíritu, no se desviará un breve instante de las gloriosas tradiciones de su pasado…».
El reto de la institucionalización: Joan Estelrich, Expansió Catalana y la propuesta de Oficinas de Relaciones Exteriores
En 1919 Puig i Cadafalch era reelegido presidente de la Mancomunitat. En su discurso de toma de posesión ante los diputados de la Mancomunitat, del 12 de septiembre, hizo un despliegue programático y anunció, entre otras propuestas, la voluntad de crear dos nuevos organismos de la Mancomunitat: la Institución de Propaganda de Cataluña y la Institución de Política Social, ésta última para confrontar la grave crisis y la guerra social que vivía el país.
La excepcionalidad de la propuesta de la Institución de Propaganda radica en el hecho que se trata del primer proyecto de creación de un instrumento de acción exterior propio de las instituciones de gobierno catalanas contemporáneas. En palabras del propio Puig i Cadafalch: «no hace falta remarcar la trascendencia de ser conocidos en el mundo: sólo hay que ver los esfuerzos realizados por los pueblos que ahora han recobrado su autonomía, y pensar en las consecuencias para nuestro comercio material y espiritual. ¡Conocer y ser conocidos! He aquí una tarea a realizar».
En paralelo, y casi en esas mismas fechas, Joan Estelrich —el intelectual, futuro colaborador de Cambó, de origen mallorquín y residente en Barcelona— desarrollaba su propuesta de Expansió Catalana, organismo paradójicamente similar a la propuesta hecha por Puig i Cadafalch. Así, en algún momento de 1920, Estelrich también hizo llegar —se desconoce si por iniciativa propia o por petición de Puig i Cadafalch— un sorprendente proyecto de Oficinas de Relaciones Exteriores que destaca por su modernidad.
En ningún caso se acabaría constituyendo la Institución, ni se crearían las citadas Oficinas. Lo que sí se desarrollará será, por un lado, una línea sostenida y continuada de acción exterior por parte de la presidencia de Puig i Cadafalch en la Mancomunitat, y, por otro lado y en paralelo, el despliegue de Expansió Catalana por parte de Estelrich.
Este artículo es resultado de la conferencia pronunciada por Manuel Manonelles i Tarragó el día 31 de marzo de 2022 en el auditorio del Arxiu Nacional de Catalunya, en el marco de las conferencias organizadas por el Centro de Estudios de Temas Contemporáneos dentro del Ciclo “Cataluña y la Sociedad de Naciones”. Pero responde igualmente al proceso preparatorio de la exposición “CONOCER Y SER CONOCIDOS: Josep Puig i Cadafalch y los orígenes de un diplomacia de la Cataluña autónoma (1917-23)” que se pudo visitar en el Arxiu Nacional de Catalunya, en Sant Cugat del Vallès, de septiembre a diciembre de 2022, y de la que también fue comisario Manuel Manonelles.

Manuel Manonelles i Tarragó
Manuel Manonelles i Tarragó es exdirector del Centro de Estudios de Temas Contemporáneos (CETC). Desde el año 2013, es profesor asociado de Relaciones Internacionales en Blanquerna - Universitat Ramon Llull, y ha colaborado con el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Padua (Italia). Anteriormente, había sido asesor de la Presidencia de la Generalitat de Catalunya, delegado del Govern de la Generalitat en Suiza y ante los Organismos Internacionales, y director general de Asuntos Multilaterales y Europeos. Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona, posee el Master Europeo en Derechos Humanos y Democratización del European Inter-Universitary Centre for Human Rights and Democratization. Tiene una amplia experiencia dentro del sector diplomático y gubernamental. Durante dos años, fue asesor especial del grupo de alto nivel de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones y ha participado en varias cumbres, foros y procesos en el ámbito de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales como el Consejo de Europa. También dirigió la Fundación Cultura de pau y la Fundación UBUNTU, y ha sido Observador y Supervisor Electoral Internacional de la OSCE en varias ocasiones.