La extensión acuosa del mar Mediterráneo, también denominado Mare Nostrum (nuestro mar) o Mare Internum (el mar interior) por toda su orilla norte y Bahr Al Abyad Al-Mutawasit –el mar interior blanco (mediano)– por toda su orilla oriental y meridional, ha servido durante siglos más como conector que como separador. Esta gran masa de agua interior ha sido un conducto para el comercio marítimo y el intercambio sociocultural y, a menudo, también un espacio de escapada, exilio y asilo. Entre los siglos XI y XIII, vio cómo se ponían en marcha expediciones militares europeas para ‘recuperar Tierra Santa’. En el siglo XV, se firmaron varias capitulaciones entre el Imperio Otomano y sus principales ciudades comerciales con Venecia, Génova, Lucca, Florencia y Amalfi, lo que creó un importante movimiento mercantil a lo largo del Mediterráneo. Estas relaciones diplomáticas y comerciales se extendieron más tarde a Francia, Alemania y otras naciones europeas y fueron testigos de un tráfico importante de sedas, textiles y alfombras, entre otras mercancías, desde la terminal de la ruta de la seda hasta Europa a través del Mediterráneo. Paralelamente a esta progresiva evolución, aparecieron los corsarios entre los siglos XVI y XVIII, quienes alteraron muchas de estas relaciones comerciales establecidas y crearon hostilidades e inseguridad en todo el Mediterráneo.

A lo largo de los siglos, el mar Mediterráneo ha sido un conducto para las relaciones económicas, militares y diplomáticas, pero también una vía de escape para los quién buscaban seguridad o temían ser asesinados

A lo largo de los siglos, el mar Mediterráneo ha sido un conducto para las relaciones económicas, militares y diplomáticas, pero también una vía de escape para quienes buscaban seguridad o temían ser asesinados. Shakespeare situó en el Mediterráneo el argumento de su obra Pericles, el príncipe de Tiro. Pericles se dirige al mar Mediterráneo cuando el rey Antíoco lo amenaza de muerte. En esta particular obra de teatro se detallan las tormentas, los naufragios, el asilo y el resurgimiento, seguidos de una travesía marítima más peligrosa y, finalmente, la unificación familiar y el retorno a su tierra a través del mar. Durante siglos, el Mediterráneo ha transportado individuos y grupos que buscaban seguridad en sus costas norte, este y sur. Hasta el final del siglo XX, el mar Mediterráneo sirvió como un espacio familiar de movimiento a través de su masa de agua, proporcionando asilo y refugio cuando era necesario y facilitando el retorno cuando era posible.

Durante el último cuarto del siglo XX, los movimientos que atravesaban el Mediterráneo desde África empezaron a atraer mucha atención negativa. Esto alteró el turismo de las playas mediterráneas porque, aparentemente, amenazaban Europa con una “invasión masiva”. Se firmaron varios acuerdos bilaterales e internacionales para gestionar este creciente movimiento subterráneo, principalmente de jóvenes africanos. Por ejemplo, se crearon paquetes de incentivos con Marruecos y Libia para mantener a los migrantes en centros de retención y alejados de las fronteras de Europa [1]1 — Andersson, R. I (2014). Illegality, Inc.: Clandestine Migration and the Business of Bordering Europe. Los Angeles: University of California Press . En la década de 1990, el número de refugiados y migrantes forzados en todo el mundo aumentó vertiginosamente de unos 2,5 millones en 1975 a más de 22 millones a finales del siglo XX. La respuesta humanitaria europea a este número de migrantes forzados que aumentaba rápidamente fue endurecer y formalizar la “Fortaleza Europa” (véase el gráfico del desplazamiento mundial). Los migrantes y los refugiados se tenían que mantener fuera de Europa a toda costa. En 2001, la Unión Europea aprobó una directiva para armonizar la legislación sobre las sanciones a los transportistas por aire, mar y tierra (autocares) con la que se rechazaba el transporte de cualquier persona sin documentación o visado de entrada. Esta directiva desafiaba el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece que, en caso de persecución, todo el mundo tiene derecho a buscar asilo y a disfrutarlo en cualquier país. Los migrantes forzados y los refugiados sin documentación se vieron obligados a encontrar otros medios para cruzar el Mediterráneo, donde podían solicitar asilo como refugiados que huían de la persecución, tal como garantizaban el Convenio sobre Refugiados de Ginebra de las Naciones Unidas de 1951 y su Protocolo de 1967.

Fortaleza Europa

Obligados a aceptar una solicitud de asilo en su tierra como firmantes del Convenio de Ginebra de 1951, la mayoría de los estados europeos empezaron a preocuparse cada vez más a medida que el paso marítimo de refugiados y migrantes forzados seguía aumentando durante la primera década del siglo XXI. Los estados miembros de la Unión Europea buscaron entonces maneras de reducir las posibilidades de los migrantes forzados de llegar a las costas europeas. El 2004 se puso en funcionamiento la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX) del espacio Schengen para coordinar los controles de las fronteras exteriores de Europa. Sin embargo, esta institución no ha hecho casi nada para parar el creciente movimiento irregular que cruza el Mediterráneo, en particular los pasos que se producen desde Albania a Italia y desde Libia a Sicilia. Los políticos europeos, especialmente los populistas, empezaron a señalar a estos movimientos como una amenaza para la soberanía nacional. En 2009, por ejemplo, Italia, con Berlusconi, firmó un “Tratado de amistad” con Libia por el cual Italia se comprometía a pagar a Libia 5.000 millones de dólares en reparaciones por su dominio colonial de 1911-1943; además, los dos países acordaron cooperar en la lucha contra la inmigración ilegal. De hecho, los guardacostas italianos ahora podrían deportar rápidamente embarcaciones de inmigrantes ilegales hacia las costas libias, saltándose los procedimientos para presentar posibles solicitudes de asilo. En 2017 se firmó un acuerdo similar para devolver migrantes y solicitantes de asilo a Libia entre Italia y Libia [2]2 — Amnistia Internacional (2020). ‘Libya: Renewal of migration deal confirms Italy’s complicity in torture of migrants and refugees’. 30 de enero de 2020. Disponible en línea. .

La respuesta humanitaria europea a este número de migrantes forzados que aumentaba rápidamente fue endurecer y formalizar la “Fortaleza Europa”. Los migrantes y los refugiados se tenían que mantener fuera de Europa a toda costa

Estas medidas extremas surgidas de la mentalidad de fortaleza de Europa se sumieron en el caos cuando en octubre de 2013 se hundieron dos embarcaciones de refugiados y migrantes forzados cerca de Lampedusa (Italia), con aproximadamente 400 personas muertas. El nuevo primer ministro italiano, Enrico Letta, tuiteó que se trataba de una inmensa tragedia y reconocía el deber básico humano de los italianos de salvar vidas. Así, lanzó la Operación Mare Nostrum. Este programa se desarrolló durante dos años entre el 2013 y el 2014 y se le atribuye haber salvado más de 150.000 vidas, muchas de las cuales eran de sirios que huían de la implosión de seguridad en su país. Aun así, esta operación fue financiada únicamente por el gobierno italiano y no por la Unión Europea. Al cabo de dos años, Italia pidió apoyo a la UE para gestionar las operaciones de búsqueda y rescate, afirmando que ya no se podía permitir mantener estas operaciones sin la ayuda de sus socios de la UE. Teresa May, entonces ministra del Interior británica, afirmó que el Reino Unido no apoyaría nuevas operaciones de este tipo. La mentalidad de fortaleza de mantener fuera de Europa los migrantes forzados y reducir el número de personas que podían aprovechar la oportunidad de pedir asilo se había consolidado legalmente. Maurice Wren, el jefe del Consejo para los Refugiados del Reino Unido, se mostró mordaz en su contrapunto destacando el hecho de que Teresa May y otros políticos no vieran que el mundo se encontraba en medio de la crisis de refugiados más grande desde la Segunda Guerra Mundial. En 2015, la UE aprobó finalmente una operación de búsqueda y rescate limitada, la Operación Tritón, con vigilancia restringida a 30 millas náuticas de la costa italiana.

La crisis europea de los refugiados de 2015

La crisis de los refugiados a la que se refería Maurice Wren era, por supuesto, la crisis humanitaria siria que había visto cómo cerca de la mitad de su población de 21 millones de personas se desplazaba interiormente o atravesaba las fronteras internacionales mientras Siria entraba en el cuarto año de conflicto armado que había desembocado en una guerra indirecta en la cual participaban Irán, Rusia y el Estado Islámico. Más de seis millones de sirios habían tenido que huir de sus hogares para encontrar seguridad en otra parte de Siria, mientras que cerca de 5 millones más habían buscado seguridad atravesando las fronteras de Jordania (600.000), del Líbano (1.200.000) y de Turquía (más de 3.800.000). La mayoría de los sirios esperaban en estos estados vecinos, confiando en que podrían volver a su país pronto cuando las condiciones lo permitieran. Por varios motivos, pero también porque suponían que el retorno sería posible en un futuro próximo, muchos rehusaron inscribirse como refugiados en la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Muchos profesionales de clase media y jóvenes activistas se quedaron en las principales ciudades de Siria dirigiendo consejos consultivos locales y gestionando los servicios municipales.

Pero a mediados de 2015, el bombardeo aéreo ruso de muchas ciudades y pueblos de Siria, junto con la rápida expansión y la toma del control de gran parte del país por parte del Estado Islámico (Daesh), provocó una salida masiva del país. Este millón de sirios que huía del bombardeo aéreo y de la posible toma de control extremista y yihadista pasó por Turquía y por el puente terrestre hacia los Balcanes, con la intención de llegar a lugares seguros de Europa donde muchos, por no decir la mayoría, ya tenían miembros de sus familias (particularmente en Alemania y en Suecia). Otros decidieron cruzar el Mediterráneo, muchos con resultados trágicos, mientras las fotos de un agente de policía turco que llevaba el cuerpo sin vida del niño de tres años Ayan Kurdi llegaban a los medios de comunicación. El choque público de estas imágenes trágicas se intensificó con otras historias de sirios desesperados en esta entrada masiva. Europa reaccionó en gran medida de forma unitaria: “Lo podemos hacer”, dijo Angela Merkel el septiembre del 2015 y anunció que abría las puertas de Alemania a los sirios que buscaban seguridad, asilo y una reunificación familiar. Casi 800.000 sirios llegaron a Alemania a pie por el enlace terrestre que cruzaba los Balcanes, pasando por Hungría, Austria y después hacia Alemania. Los informes de prensa de sirios y otros solicitantes de asilo maltratados en las fronteras de Hungría durante su camino provocaron respuestas airadas de los países de Europa occidental y una comprensión todavía más grande hacia estos migrantes forzados que buscaban asilo. Cuando el húngaro Viktor Orbán declaró que estos sirios no eran realmente refugiados, sino en realidad “migrantes ilegales”, “migrantes económicos” y “musulmanes” (encima!) que afectarían la naturaleza cristiana de su país, fue ampliamente ridiculizado. Cuando construyó una valla alrededor de la frontera sur del país, la Unión Europea lo reprendió y manifestó que Europa apenas había derrocado sus muros y que él no podía volver a erigirlos.

¿Reforzar la fortaleza?

A medida que avanzamos hacia el 2020, encontramos que el posicionamiento de Orbán ha ido ganando apoyo en Europa y que otros países están construyendo muros para disuadir a los refugiados y los solicitantes de asilo de entrar a Europa. La cobertura mediática, en febrero de 2020, de la brutalidad con la que se encontraron los refugiados y los solicitantes de asilo que intentaban entrar en Grecia desde la frontera terrestre de Turquía y aquellos que intentaron llegar a las islas griegas con pequeñas embarcaciones no fue nada compasiva. A pesar de los informes sobre el uso de gas lacrimógeno, balas de goma y munición real para frenar a los migrantes forzados que intentaban cruzar de Turquía a Grecia o del fotoperiodismo que mostraba a la policía griega empujando los barcos hacia el mar con, en algunos casos, niños pequeños ahogándose, apenas hubo ninguna reacción pública. Parecía que los medios convencionales habían dejado de ser comprensivos y que la prensa más liberal había sido amordazada. Parecía necesario adoptar medidas rigurosas y salvajes para frenar a las decenas de miles de refugiados y migrantes forzados que podrían venir; los gobiernos parecían creer que podría haber una entrada masiva que sobrecargaría tanto el estado receptor que este se vería incapaz de alimentar y alojar a estas multitudes. Grecia era considerada la primera línea de defensa de la fortaleza de Europa, como si se tratara de librar una guerra. No importaba que Turquía ya alimentara y alojara a cuatro millones de sirios desplazados –cuatro veces el número que había alojado Alemania.

La hostilidad en los países vecinos a Síria ha sido provocada por los políticos que han utilizado los refugiados como cabezas de turco para culparlos de las dificultades económicas que había en sus países incluso antes del 2011

La posición humanitaria y acogedora de Alemania y otros países de la UE de brindar hospitalidad condicional, para utilizar el concepto desarrollado por Derrida [3]3 — Derrida, J. and A. Dufourmantelle ( 2000). Of Hospitality. Stanford, Stanford University Press. , con los pocos detractores de la idea (Hungría, Polonia y Eslovenia), parecía haber dado lugar a una hostilidad brutal europea generalizada hacia los refugiados y los solicitantes de asilo. Mientras que la contención en los países adyacentes a Siria había sido el principal esfuerzo político europeo por mantener su aspecto de fortaleza, el escudo protector de la UE a lo largo del Mediterráneo se había desplazado y ahora se consideraba que Grecia se encontraba en la primera línea de defensa de Europa ante una horda de invasores. Estas políticas de disuasión han existido durante mucho tiempo. Teresa May fue la primera en usar el argumento de la disuasión al principio de la crisis de Siria cuando los sirios se desplazaban pagando a traficantes para que los llevaran a través del Mare Nostrum en pequeñas embarcaciones. ‘No los salvéis’, argumentó; esto solo animaría a los otros a seguirlos. Al principio, Italia, Francia e incluso España y Malta rehusaron esta lógica inmoral y continuaron haciendo misiones de búsqueda y rescate por el Mediterráneo. Cuando los gobiernos empezaron a cansarse de este costoso ejercicio, el tercer sector asumió el control, hasta que ellos también fueron clausurados por una intervención gubernamental más fuerte y de tendencia populista.

¿De dónde viene esta vergonzosa falta de valentía moral para abordar los problemas de la migración forzada en las puertas de la misma Europa? ¿Es realmente, como ha argumentado Derrida, que la hospitalidad contiene para sus adentros hostilidad y que, con el paso del tiempo y la presión de las cifras con un espacio y unos recursos soberanos limitados, la hostilidad acaba ganando? ¿O es más bien que la solidaridad y la reciprocidad que compartían originalmente los estados europeos se han visto minadas por la actitud permisiva hacia los pocos estados (Hungría, Polonia y la República Checa) que no querían compartir la carga? ¿Estas pocas manzanas podridas corrompieron realmente el resto del cesto? En vez de pedir responsabilidades a estos pocos estados no liberales, parece que hemos visto como sus políticas y sentimientos ganaban terreno, y ahora disuadir a los refugiados y los solicitantes de asilo de llegar a costas seguras se ha convertido en la norma. Incluso el celebrado Pacto Mundial de las Naciones Unidas sobre refugiados, puesto en marcha el diciembre de 2018, continúa aceptando el concepto de disuadir los migrantes forzados de llegar a Occidente y prioriza mantenerlos en los países vecinos, donde a menudo no hay protección internacional y el campo de refugiados se puede acabar convirtiendo en un campo de trabajo.

Es realmente, como argumentó Derrida, que la hospitalidad contiene dentro suyo hostilidad y que, con el paso del tiempo y la presión de las cifras con un espacio y unos recursos soberanos y limitados, la hostilidad acaba ganando?

En el ámbito regional, en Turquía, el Líbano y Jordania, la hospitalidad original hacia los casi 6 millones de sirios desplazados ha empezado a menguar. La hostilidad en estos países vecinos ha sido provocada por los políticos que han utilizado a los refugiados como cabezas de turco para culparlos de las dificultades económicas que había en sus países incluso antes del 2011. Sea cual sea la razón, se está debatiendo el retorno voluntario y una ‘devolución’ no tan voluntaria y, en algunos casos, se han dado a conocer informes terribles de tratamiento inhumano a los repatriados. Estas devoluciones involuntarias infringen claramente el Convenio de Ginebra sobre refugiados de 1951 y la legislación internacional sobre derechos humanos posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los informes recientes sobre maltratos a los repatriados en Siria, como también el activismo local para concienciar de estas infracciones del derecho fundamental de los refugiados a no ser devueltos (según el Convenio de Ginebra sobre refugiados de 1951), parecen haber frenado las políticas de retorno ‘voluntario’ o forzado.

En febrero de 2020, la prensa europea riñó a Turquía por haber abierto su frontera terrestre con Grecia. Se ha insinuado que Turquía ha hecho un tipo de “chantaje” para conseguir un nuevo acuerdo con la UE. Pero, ¿qué ha pasado realmente? ¿Ha cumplido la UE su parte del acuerdo UE-Turquía firmado en 2016? No del todo. Además de este acuerdo, también está el hecho de que Turquía era miembro de la OTAN y había pedido a sus socios que lo ayudaran a abordar el conflicto en curso en Siria, donde el bombardeo aéreo ruso y los movimientos de las tropas sirias para recuperar la región de Idlib habían provocado que cerca de un millón de sirios huyeran, por falta de seguridad, hacia la frontera turca. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha declarado que Turquía no tiene más espacio. A primera vista, si miramos las cifras, podemos constatar su afirmación. Turquía tiene cerca de 4 millones de sirios desplazados dentro de sus fronteras. Turquía, con una población de 84 millones de habitantes, igual que Alemania, ha acogido cuatro veces el número de refugiados que tiene Alemania. Las islas griegas, la primera línea de Europa, han quedado tan masificadas de solicitantes de asilo en campos de detención incapaces de trasladarse al continente que un cooperante humanitario griego ha bautizado estas islas con el nombre de “Guantánamo” de Grecia.

¿Ha cambiado la marea?

Aun así, ¿es posible que la marea esté cambiando? La reciente decisión del máximo tribunal de la UE, el Tribunal de Justicia Europeo, de reconocer que Polonia, Hungría y la República Checa infringieron la legislación europea el 2015 cuando no dieron refugio a los solicitantes de asilo que llegaban al sur de Europa podría sugerir que sí. Los tres países del centro de Europa se enfrentan a posibles sanciones por negarse a acoger a una parte de los refugiados, después de que en 2015 los líderes de la UE forzaran, mediante una cuota obligatoria, a reubicar hasta 160.000 solicitantes de asilo en plena crisis. República Checa acogió a 12 solicitantes de asilo, mientras que Hungría y Polonia se negaron a acoger (The Guardian informó el 3 de abril de 2020). Cuatro años después, en 2020, los estados de la UE han conseguido asumir algo menos del 50 % de esta cuota.

La reciente decisión del máximo tribunal de la UE, el Tribunal de Justicia Europeo, de reconocer que Polonia, Hungría y la República Checa infringieron la legislación europea el 2015 cuando no dieron refugio a los solicitantes de asilo que llegaban al sur de Europa podría sugerir que la marea está cambiando

La pandemia de la COVID-19 del 2020 también parece apuntar hacia una mayor solidaridad y reciprocidad con los refugiados y los migrantes forzados. Los informes de Grecia, Turquía, el Líbano y Jordania sugieren que, en lugar de convertirse en foco de infección, los refugiados y los migrantes forzados en campos y asentamientos informales asumen la responsabilidad de informar a otros refugiados sobre el coronavirus. Tal como dijo un líder del equipo de concienciación sobre el coronavirus de Moria: “nos tenemos que cuidar a nosotros mismos”. A pesar de los confinamientos de varios campos, no se ha informado de ningún caso de Covid-19 en los campos de las islas griegas y los investigadores y los activistas han empezado a insistir en que el gobierno griego “tendría que dejar de utilizar la COVID-19 como excusa para obligar a las personas a vivir en zonas segregadas, masificadas y en condiciones insalubres. En vez de esto, tendría que levantar inmediatamente las restricciones discriminatorias e injustificadas a la libertad de movimiento de los migrantes, proteger su salud, examinar las demandas de asilo de manera justa y puntual y reducir considerablemente y humanamente la masificación, que ha sido un problema durante años” [4]4 — Eva Cosse, (2020). ‘Greece Again Extends Covid-19 Lockdown at refugee camps’. Human Rights Watch. Disponible en línea. .

Actualmente, en Grecia, más de 60.000 refugiados y migrantes forzados viven en 36 centros de acogida y campos. La pandemia de la COVID-19 parece haber despertado cierta humanidad, tal como ejemplifican las intervenciones aceleradas de reunión familiar negociadas entre Grecia y ocho estados miembros de la UE y Suiza para menores no acompañados y otros migrantes forzados vulnerables. El Reino Unido (52), Alemania (49), Luxemburgo (12) y próximamente Suiza (1.600) han aceptado reunir a los menores no acompañados con miembros de la familia y aceptar a otros migrantes vulnerables. A pesar de que estas cifras son pequeñas, los procedimientos se están acelerando. Ya sea a consecuencia de la pandemia global que nos ha recordado nuestra humanidad común o simplemente por el reconocimiento repetido de que afrontar con éxito la migración forzada prolongada no es una cosa nueva para el orden mundial internacional. Pero esto necesita un esfuerzo internacional, unido y concertado. Este esfuerzo requiere la implicación y la acción de la sociedad civil, así como también respuestas comunitarias a la inhumanidad del hombre hacia el hombre.

  • REFERENCIAS

    1 —

    Andersson, R. I (2014). Illegality, Inc.: Clandestine Migration and the Business of Bordering Europe. Los Angeles: University of California Press

    2 —

    Amnistia Internacional (2020). ‘Libya: Renewal of migration deal confirms Italy’s complicity in torture of migrants and refugees’. 30 de enero de 2020. Disponible en línea.

    3 —

    Derrida, J. and ADufourmantelle ( 2000). Of Hospitality. Stanford, Stanford University Press.

    4 —

    Eva Cosse, (2020). ‘Greece Again Extends Covid-19 Lockdown at refugee camps’. Human Rights Watch. Disponible en línea.

Dawn Chatty

Dawn Chatty

Dawn Chatty es profesora emérita de Antropologia y Migraciones Forzadas y exdirectora del Refugee Studies Centre de la Universidad de Oxford. También es profesora de la Academia Británica. Sus ámbitos de investigación incluyen la superación y la resistencia de los jóvenes refugiados; la movilidad nómada; el género y el desarrollo, y la salud, la enfermedad y la cultura. Es autora de diversos libros como Displacement and Dispossession in the Modern Middle East (Cambridge University Press, 2010), From Camel to Truck (White Horse Press, 2013) y Syria: The Making and Unmaking of a Refuge State (Hurst Publishers, 2018). Ha editado numerosas obras, incluyendo Deterritorialized Youth: Sahrawi and Afghan Refugees at the Margins of the Middle East (2010), Nomadic Societies in the Middle East and North Africa: Facing the 21st Century (2006), Children of Palestine: Experiencing Forced Migration in the Middle East (2005) y Conservation and Mobile Peoples: Displacement, Forced Settlement and Sustainable Development (2002).