Incluso un niño en Europa sucumbe al peso del pasado.
Un letrado europeo queda atrapado en la telaraña de un in memoriam al mismo tiempo reluciente y asfixiante.

George Steiner (2004)


La historia nunca se ha ido y nunca se irá —a ningún sitio. Hay momentos de calma en el tiempo y el espacio cuando parece que ocurra lo contrario. Así fue durante el annus mirabilis de Europa en 1989 y los años posteriores, cuando ciertamente parecía que con la caída del comunismo las cosas se habían calmado y habría, al menos en Europa, alguna forma de convergencia hacia la democracia, el estado de derecho y una economía de mercado social —la expectativa de que el dividendo de la paz daría fruto.

Mi país, mi antigua Yugoslavia, mostró al inicio de este periodo, contra todas las expectativas, que las cosas no se desarrollarían de manera fluida. A principios de los años 90, a medida que el conflicto intrayugoslavo empezaba a evolucionar, parecía que esta implosión convulsa de un país europeo era la excepción y no la regla. De hecho, sin embargo, transpiraba que era el presagio de lo que hemos presenciado de una manera u otra durante los últimos quince años y que todavía vemos hoy: el crecimiento del nacionalismo, el populismo, las políticas identitarias y la polarización política y social.

Estas guerras yugoslavas supusieron el retorno del conflicto armado al continente europeo después de 1989. La invasión rusa a gran escala de Ucrania, un país soberano europeo, en febrero del 2022 —precedida por la invasión y anexión de Crimea en el 2014— supuso un resurgimiento de la guerra en Europa a escala infinitamente mayor, que derrocó toda la arquitectura de seguridad del continente definida por los Acuerdos de Helsinki de 1975.

No debemos olvidar que el largo periodo de paz tan proclamado después de 1945 sólo hacía referencia a la Europa occidental. Las invasiones soviéticas de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), y la invasión turca de Chipre (1974) formaban un arco de violencia militar que buena parte de Europa no presenció. Por lo tanto, esta parte del continente tiene cicatrices históricas más recientes. El colapso del imperio soviético y su huella con el resurgimiento de las ambiciones imperiales rusas marcan permanentemente nuestro dilema actual. Vivimos en una época geopolítica y geoestratégica, y Europa y la Unión Europea se enfrentan a decisiones difíciles sobre su posición en este mundo de incertidumbre, volatilidad y complejidad.

Huella histórica

La historia de la región de los Balcanes está llena de adversidades. La historia pesa en el presente. Durante el periodo posterior a 1945, un error a la hora de gestionar correctamente el pasado, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y en nombre de un futuro más brillante —comunista/socialista— y muy cercano, dejó el espacio abierto para el retorno de los males del pasado, para el retorno del conflicto.

Se creía que los horrores de la Segunda Guerra Mundial no se tendrían que volver a permitir “nunca más”. La educación en Yugoslavia, por ejemplo, como en otros países, estaba orientada a enseñar a los niños los lugares del Holocausto, ponerles películas y hacerles leer libros con el fin de evitar que aquella perversidad de la historia se volviera a repetir. A pesar de todo, sin embargo, volvió con furia.

El legado de los imperios y el hecho de que la región fuera un “campo de juego” atrapado en el medio de las ambiciones de varios imperios (otomano, austrohúngaro, ruso y alemán), situado en las líneas divisorias de la dinámica histórica, dejaron ciertamente una huella, como lo hicieron las guerras del siglo XX y la división de Europa durante la guerra fría. Precisamente, l'(in)digne documento de Ialta en octubre de 1944 —en el que Churchill y Stalin se repartieron las esferas de influencia del centro y el sureste de Europa— ejemplariza cómo esta extensa hilera de países se convirtieron en los peones de las grandes potencias

Imatge interior Gervasio def
A la izquierda, Aljosa Basić, Amar Mistrić, Damir Basić y Alen Damir juegan delante de su casa durante el sitio de Sarajevo, en noviembre de 1993. A la derecha, los mismos chicos son fotografiados en el mismo lugar, quince años después, en julio de 2008. La imagen forma parte del proyecto de Gervasio Sánchez «Sarajevo: guerra y paz». El fotoperiodista vuelve a la ciudad para buscar e inmortalitzar las mismas personas y los mismos sitios que fotografió el año 1993 durante el sitio. Fotografía: Gervasio Sánchez



Aun así, hay que mencionar que el peso general de la historia es igual de importante que la antropología política y social del pasado de la región. Hasta 1945, predominaban las sociedades rurales con niveles elevados de analfabetismo y una fina capa de población urbana con una élite contratada mayoritariamente por el estado. También eran sociedades tradicionales y patriarcales. Es sobre este tejido social que se extendió el comunismo, como un régimen autoritario y totalitario (con varios grados de severidad) en que el monopolio del poder político mantuvo a una sociedad pulverizada y alejada de cualquier posibilidad de democracia o libertad política. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se produjo una modernización económica con una velocidad vertiginosa y sin derechos políticos ni humanos. En los Balcanes, Grecia fue obviamente una excepción.

Para estos estados y sociedades, esta transformación significó una ausencia total de cultura política democrática, una falta de “hábitos del corazón” democráticos, según Tocqueville. En su influyente estudio El Antiguo Régimen y la Revolución (1856), Tocqueville estudia la persistencia de “costumbres, convenciones y formas de pensamiento” del pasado, a medida que las nuevas normas e instituciones iban tomando forma. Estos países se enfrentaban a una transformación a gran escala. Claus Offe lo denominó el reto de la simultaneidad, el cambio de cada aspecto de la sociedad: político, económico, social, educativo y cultural. Ralf Dahrendorf, en su obra Reflections on the Revolution in Europe (1990), definió acertadamente este fenómeno de la siguiente manera: “puedes hacer un borrador y votar en una Constitución democrática en unos seis meses, puedes transformar tu economía centralizada en una economía de mercado en unos seis años, pero para alcanzar una cultura política democrática y una sociedad civil dinámica necesitarías sesenta años. Alguien podría observar frívolamente que ya han pasado treinta y cinco años.”

Los Balcanes han tenido una historia repleta de adversidades, pero el peso general de la historia es igual de importante que la antropología política y social del pasado de la región

No obstante, hay otro problema que ha contaminado la transformación de una “mentalidad comunista” (ciertamente falsa) de ocupación garantizada y vida con un mínimo nivel hacia una vida de incertidumbre en el ámbito del mercado. Llegando a su fin, los regímenes comunistas empezaron a utilizar el nacionalismo y la etnicidad como herramientas de legitimación. La etnificación de la política siguió durando los primeros años de la transición del comunismo y, a medida que crecían las incertidumbres sobre el futuro —junto con las dificultades sociales y económicas—, se creó una nueva incertidumbre de pertenencia étnica y nacionalismo. Teniendo en cuenta el pasado histórico reciente del siglo XX, han salido a la luz antiguos agravios, y han resurgido antiguas disputas y problemas históricamente no resueltos, a menudo con la finalidad de distraer a la gente de otros problemas sociales y económicos persistentes.

Peligros recientes

Se ha demostrado que cambiar la mentalidad de las élites y las poblaciones es un proceso mucho más complicado de lo que se pensaba en el momento de euforia del fin del comunismo. El tejido social y político después de cuarenta y cinco años de régimen autoritario y no democrático —con la ausencia de una esfera pública, de libertad de expresión y asociación— resultó ser una tarea descomunal. El clamor para el “retorno a Europa” de países que habían estado bajo el yugo soviético era de liberación real y de deseo de formar parte, por decisión propia, de alianzas (OTAN) y uniones (la UE) por primera vez en su historia, con el fin de proteger su futuro de posibles nuevas ocupaciones del Este.

Yugoslavia, como único país del bloque no soviético, y posiblemente el más calificado para ser el primero a adherirse a la UE, se equivocó al querer liquidar cuentas pendientes dentro de sus límites, de manera que acabó desapareciendo y desmembrándose violentamente. Un país europeo con veinte millones de habitantes acabó dividido en siete países —uno de los cuales es Kosovo, no reconocido por cinco estados miembros de la UE, Serbia ni Bosnia y Herzegovina—.

Serbia, uno de los estados sucesores, inició su transición justo en el año 2000, después de la derrota electoral de Slobodan Milošević, cuyo régimen resultó catastrófico para el país durante la década de 1990. Milošević acabó en la prisión condenado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (ICTY), pero su legado negativo perduró para Serbia. Los líderes posteriores heredaron un estado y una sociedad criminalizados. El primer ministro demócrata Zoran Djindjić, un verdadero modernizador europeo, estaba determinado a recuperar la década perdida y a alcanzar los objetivos para entrar en la UE y la OTAN. Insistió categóricamente en la necesidad de que Serbia cumpliera sus obligaciones con el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, así como en la necesidad de resolver el conflicto de Kosovo lo antes posible, porque, según él, una situación no resuelta era un impedimento para consolidar la democracia serbia. Lo asesinaron los remanentes del antiguo régimen de Milošević el 12 de marzo de 2003. Desde entonces, Serbia ha avanzado hacia la reforma y la integración en la UE, pero el país se ha visto inmerso en un régimen híbrido con características autoritarias, una falta de independencia de los medios y lagunas importantes en el estado de derecho.

Las guerras yugoslavas, en general, supusieron una enorme carga para la vida y el futuro de la gente. Eslovenia y Croacia se pudieron unir a la OTAN y a la UE: Eslovenia en el 2004 y Croacia más tarde —a la OTAN en el 2009 y en la UE en el 2013. El resto de países van retrasados y avanzan a paso de tortuga, aunque la mayoría han sido países candidatos muchos años: Macedonia del Norte desde el 2005, Montenegro desde el 2010, Serbia desde el 2012, Albania desde el 2014 y Bosnia y Herzegovina desde el 2022.

Las relaciones regionales tenían y siguen teniendo una importancia clave. La región de los Balcanes occidentales es un sistema de vasos comunicantes. Eso es importante porque, independientemente de las especificidades de cada país, todos tienen una influencia positiva y negativa en el resto, según sus dinámicas individuales de reforma y adhesión.

Las élites políticas balcánicas, sobre todo las de la antigua Yugoslavia, son culpables, porque, en vez de aprovechar la ocasión el año 1989, tal como hicieron los países de Europa central y oriental, siguieron una estrategia para mantener el poder que pulverizó el país y perdieron la oportunidad de unirse al “big-bang” de ampliación de la Unión Europea en el 2004. Los intentos por comprometerse fueron débiles. Cada república de la antigua Yugoslavia aspiraba a objetivos maximalistas que no eran favorables ni siquiera a una disolución pacífica, como en el caso checoslovaco del “divorcio de terciopelo”. Por consiguiente, a excepción de Eslovenia y Croacia, los otros países todavía están en proceso de negociar la adhesión. Además, todavía se encuentran lejos de alcanzar este objetivo, a excepción de Montenegro, que a estas alturas, con el nuevo gobierno, ha optado por una estrategia orientada a avanzar rápidamente. Albania también imita esta estrategia en algunos aspectos. En general, todos los países de la región han sido muy lentos a la hora de instaurar un sistema judicial independiente, el principal requisito previo para reunir las condiciones de cumplimiento del estado de derecho para la adhesión a la UE.

La inactividad de la Unión Europea en la región ha abierto un espacio para los conocidos como terceros actores, como Rusia o China, para entrar y cumplir sus objetivos geopolíticos y geoeconómicos

Las guerras yugoslavas cogieron a la UE y los Estados Unidos desprevenidos y, después de tratar de mantener el país unido —con pocos esfuerzos y demasiado tarde—, se comprometieron a gestionar la crisis. El error fundamental de la postura de la UE después de la derrota de Milošević y de los inicios democráticos de Serbia con el primer ministro Djindjić y el presidente Vojislav Koštunica fue la falta de movimientos proactivos para integrar Serbia —el país más grande y el “eje de la región”, en lenguaje norteamericano— cuanto antes mejor. Recordamos que la plena adhesión de Serbia al Consejo de Europa sólo se aceptó después del asesinato del primer ministro Djindjić, que fue quien entregó al expresidente Milošević al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia. Por descontado, la UE ayudó y mostró su solidaridad de varias maneras contribuyendo a la reconstrucción después de la guerra, aunque, visto con perspectiva, muchos problemas no se habrían producido si hubiera habido mucha más clarividencia política para entender que el tiempo era vital.

Pérdida de oportunidades

Esta inactividad ha abierto un espacio para los nombrados terceros actores —principalmente y en diferentes aspectos y niveles de actividad, Rusia, China, Turquía y los Emiratos Árabes Unidos— donde entrar y cumplir sus objetivos geopolíticos y geoeconómicos. La UE, que ha tenido que afrontar varios retos y crisis —la crisis financiera (2008), la migración de refugiados (2015), las invasiones rusas de Georgia (2008) y Ucrania (2014), una China cada vez más asertiva y el primer mandato de Trump a la presidencia de los Estados Unidos (2017–2020)—, ha centrado su atención en otras cuestiones, con la convicción de que la región de los Balcanes, aunque a duras penas avanzaba o lo hacía muy lentamente, no provocaría ninguna crisis importante ni llevaría a una guerra —lo hizo en la década de 1990—, de manera que la “estabilocracia” se convirtió en el modus operandi. Dicho de otra manera, era importante para la UE considerar que la región era estable, hecho que suponía ignorar las diversas tendencias de retroceso y la entrada en escena de terceros actores.

También es importante tener en cuenta que las intervenciones de la Unión Europea, tanto por finalidades políticas internas de los estados miembros o simplemente por la oposición tácita a la ampliación de la UE, han causado un grave perjuicio a la dinámica de integración de la región. Un ejemplo destacado de este tipo de intervenciones es el bloqueo de Macedonia del Norte —y, por asociación, de Albania— por parte de Francia en su camino de adhesión a la UE en octubre del 2019. Después del verdaderamente histórico Acuerdo de Prespa, en pleno espíritu de reconciliación europea, alcanzado por Grecia y Macedonia del Norte y sus respectivos primeros ministros Alexis Tsipras y Zoran Zaev, en contra de la mayor parte de la opinión pública de sus países, Francia y el presidente Macron, por razones que sólo ellos conocen, impidieron dar pasos adelante. En toda la región había entonces una clara sensación que pasaba algo de vital importancia que llevaría a los Balcanes a dar un paso adelante. Serbia sentía que se acercaba a la solución del conflicto pendiente con Kosovo. La decisión de Francia no solamente cortó las alas a los Balcanes, sino que abrió la puerta a Bulgaria, que impuso condiciones en Macedonia del Norte que no tenían nada que ver con el acquis comunitario. Hay otros ejemplos, pero este destaca por el perjuicio que causó en la región.

Los Estados Unidos, por su parte, tendrían que haber trabajado mucho más intensamente con la Unión Europea para alcanzar un planteamiento proactivo. Los Estados Unidos, con el fin de reforzar la seguridad, también tendrían que haber ayudado mucho antes a integrar los países de la región en el programa Asociación para la Paz de la OTAN. Fue el presidente norteamericano George W. Bush quien, a la cumbre de Riga de la OTAN de noviembre de 2006, propuso la integración de Bosnia y Herzegovina, Montenegro y Serbia. Los Balcanes occidentales son el patio interior de la Unión Europea y la OTAN, y todos los países de la región se quieren adherir a la UE y la OTAN —excepto Serbia, que mantiene una postura de neutralidad, y de Bosnia y Herzegovina, un país que anteriormente había querido unirse, pero que ahora está dividido internamente sobre este asunto.

Problemas con la ampliación

En cuanto a la ampliación de la UE, hay varios factores que no han permitido que la región avanzara de manera más convincente hacia el cumplimiento de los criterios de adhesión. Antes de enumerar estos factores, sin embargo, es de vital importancia señalar que tres de los países de la región son miembros de pleno derecho de la OTAN (Albania, Montenegro y Macedonia del Norte). A pesar de la oposición de Rusia y las alegaciones que señalan que estos países se han visto “forzados a la adhesión”, se han unido por voluntad propia, con el fin de alcanzar un nivel de seguridad más alto como miembros de la comunidad transatlántica.

Los factores internos son primordiales para impedir una adhesión más rápida y una reforma democrática más profunda de la región. Las élites políticas se han implicado en dinámicas para conservar el poder por todos los medios, mientras que los partidos de la oposición han sido débiles, y la sociedad civil, con sus esfuerzos valientes, valerosos y destacables por pedir rendición de cuentas a los gobiernos, no ha tenido bastante fuerza para cambiar el talante político. La corrupción, el nepotismo y el clientelismo son la cruz de estos sistemas. Todos varían, evidentemente, y tienen dinámicas diferentes. Algunos han alcanzado un progreso notable, como Albania con la reforma de su sistema judicial.

Hay otro reto decisivo al cual se enfrenta la región en general, que es la demografía: una población decreciente y envejecida, una reducción de los índices de natalidad y una emigración anual considerable, especialmente de gente joven. Las consecuencias son múltiples. Influye en el comportamiento político de los votantes, ya que el electorado envejece, cosa que implica una necesidad urgente de trabajadores de otros países que conduzcan autobuses o que trabajen en la construcción, en los servicios públicos y en otras áreas.

Lo que está en juego es la credibilidad de toda la Unión Europea como proyecto de paz que une a los países con historias tumultuosas, pero también largos periodos de paz, a menudo olvidados

En general, tanto por parte de la Unión Europea como por la del país candidato, hay cierta cautela en relación con la duración del proceso de adhesión. A pesar de la visión de los agentes de la UE y del país candidato dedicados al proceso, y de cómo ellos entienden la importancia geopolítica y geoeconómica, hay una fatiga inexcusable y una disminución de la creencia de que el proceso llegará a buen puerto. La credibilidad del proyecto de ampliación de la UE se ha perdido en muchos aspectos; la gente ha perdido la fe y no cree “que la UE los quiera”. En cambio, la UE desconfía, dicho sencillamente, de incorporar un nuevo Viktor Orbán, un nuevo perfil, como el húngaro, que retroceda gravemente y deje de lado las normas y los valores democráticos. Para algunos países candidatos, mientras tanto, la tolerancia del comportamiento de Hungría dentro de la UE envía el mensaje que quizás no hace falta que implementen obligatoriamente todas las reformas para convertirse en miembros de pleno derecho. Estos son algunos de los problemas que infestan la situación actual de los países candidatos de los Balcanes occidentales en su contexto nacional y su proceso de adhesión.

La invasión rusa de Ucrania sacude el panorama político

La invasión rusa de Ucrania lo ha revuelto todo. Pasamos por un momento de cambio de era parecido al del año 1989. Todo gira en torno a Ucrania y el futuro de Europa. Si añadimos la victoria de Donald Trump y su segundo mandato, la magnitud del reto es todavía más tangible. La ampliación de la UE vuelve con fuerza. Ucrania y Moldavia son países candidatos que han empezado a negociar la adhesión —con la posibilidad de que Georgia los siga. Sin embargo, eso quiere decir que los Balcanes occidentales también vuelven a estar bajo el foco por motivos geopolíticos evidentes.

La UE ya se había dado cuenta de que tenía que intensificar los esfuerzos en la zona de los Balcanes occidentales, incluso antes de la invasión rusa de Ucrania. La UE entendía que la geoeconomía es geopolítica y que, para contrarrestar la influencia china, tenía que empezar a invertir especialmente en proyectos de infraestructuras, transporte y energía. Para contrarrestar la perversa influencia rusa, tenía que acelerar su compromiso para contribuir a la adhesión de estos países en la UE. A raíz de eso, por ejemplo, se otorgó el estado de candidato a Bosnia y Herzegovina y, después, se fijó una fecha para iniciar las negociaciones. Rusia sabe muy bien a dónde pertenece esta región, pero hará todo el posible para retrasar el proceso de adhesión. Con esta finalidad, intentará demostrar la debilidad de la UE, la debilidad de sus poderes, tanto del hard power como del soft power.

Son necesarias decisiones valientes y determinación con carácter urgente. El “limbo” en que los Balcanes occidentales se ven a sí mismos no es favorable para nadie, excepto para las Rusias y Chinas de este mundo. Es interesante señalar que, como ha revelado recientemente el Financial Times, Serbia está proporcionando apoyo militar masivo a Ucrania a través de terceros países para que se pueda defender de la ofensiva rusa. Eso contradice buena parte de las opiniones expertas sobre la proximidad entre Serbia y Rusia, aunque Serbia es el único país europeo, a excepción de Bielorrusia, que no ha impuesto sanciones en Rusia. Serbia también ha firmado, junto con la UE y el canciller alemán Olaf Scholz, el equivalente a un acuerdo por el cual Serbia será un proveedor clave de litio para la cadena de producción de baterías para vehículos eléctricos. Con protestas de grupos medioambientales y de la opinión pública serbia, esta será una prueba general para Serbia como país candidato “indispensable” para adherirse a la UE.

El camino a seguir

Los problemas actuales son problemas difíciles de resolver, pero también vivimos momentos históricos. Cuando Rumania y Bulgaria fueron aceptadas como miembros de pleno derecho de la UE en el 2007, mucha gente afirmó que estos países no estaban preparados y que no eran aptos, cosa que en muchos aspectos era cierta. No obstante, se tomó una decisión geopolítica valiente y necesaria para que se adhirieran. Sin duda, fue la decisión correcta. Imaginamos, si no, estos dos países fuera de la Unión Europea y la OTAN haciendo frontera con Ucrania y con las posibles intenciones que Rusia pudiera tener.

Ahora es el momento. Evidentemente, habrá que pagar un precio. Muy a menudo, los funcionarios y autoridades europeas utilizan el argumento de que los Balcanes occidentales tienen que ser miembros de la UE por razones de seguridad europea, un argumento cierto teniendo en cuenta las actividades malintencionadas y la ofensiva imperial de Rusia, con unos límites difíciles de calcular. Sin embargo, la seguridad es fuerte si las sociedades son fuertes, libres y democráticas. Una tarea difícil que exige dedicación, perseverancia y compromiso, a pesar de las adversidades.

Así, en primer lugar, la ciudadanía y sus líderes electos tienen el deber de planificar y comprometerse de manera proactiva para garantizar la democracia, la estabilidad y el desarrollo económico de la región. Para combatir la apatía, la desvinculación y el cinismo que crecen por todas partes hará falta el compromiso absoluto de la UE con la ampliación; un compromiso que hemos oído reiteradamente de la recientemente reelegida presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Lo que está en juego es la credibilidad de toda la Unión Europea como un proyecto de paz que une a países con largas historias de tumultos, pero también largos periodos de paz, a menudo olvidados. Por eso hay que demostrar que el proceso está vivo y que la UE mantiene su compromiso de admitir nuevos países. Actualmente, los que están más cerca de lograrlo son Montenegro, posiblemente Albania, y quizás Macedonia del Norte y Moldavia. Puede parecer ingenuo, pero también lo parecían las adhesiones de Rumania y Bulgaria. Si sólo uno de estos países candidatos se pudiera unir, evidentemente sin olvidar Ucrania y los retos que afronta para defender su libertad, se restablecería la credibilidad y otros países tendrían motivos para dar un paso adelante.

La región de los Balcanes es y siempre será, históricamente, culturalmente y socialmente, parte integrante de Europa. Su larga y convulsa historia está inexorablemente ligada al futuro de Europa

Todo exige un espíritu heroico, como diría Vico. Es indispensable que cada uno de estos países sea defensor de los otros y que se ayuden mutuamente con espíritu de solidaridad y cooperación regional. Finalmente, hace falta que lo repitamos: la región ha sido, es y siempre será históricamente, culturalmente y socialmente parte integrante de Europa. Su historia larga y convulsa está ligada inexorablemente al futuro de Europa. A no ser que se produzcan futuros acontecimientos inesperados importantes —que siempre se tendrían que tener en cuenta—, la región se acabará convirtiendo en miembro de pleno derecho de la UE. El proceso se desarrollará con empuje y dificultades, retos titánicos y sólo si, como decía Maquiavel, la virtù colectiva —o nuestra capacidad de actuar con la fuerza de la convicción— supera la fortuna o destino.

Ivan Vejvoda

Ivan Vejvoda es miembro permanente y responsable de la iniciativa Europe's Futures en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena (IWM). Antes de unirse al IWM como miembro permanente en 2017, era vicepresidente ejecutivo de programas en la fundación German Marshall Fund (GMF) de Estados Unidos. Desde 2003 hasta 2010 fue director ejecutivo del proyecto Balkan Trust for Democracy de la German Marshall Fund, un proyecto dedicado a reforzar las instituciones democráticas del sudeste de Europa. En 2003, fue asesor principal en política exterior e integración europea en el gobierno serbio, donde trabajó para los primeros ministros Zoran Djindjić y Zoran Živković. Antes, desde 1998 hasta 2002, había sido director ejecutivo del Fund for an Open Society, con sede en Belgrado. A mediados de la década de 1990, ocupó varios cargos académicos en centros de Estados Unidos y Reino Unido, como el Smith College de Massachusetts y el Macalester College de Minnesota o la Universidad de Sussex en Inglaterra. Fue una figura clave del movimiento de la oposición democrática en Yugoslavia durante la década de 1990 y tiene numerosas publicaciones sobre la transición democrática, el totalitarismo y la reconstrucción después de la guerra en los Balcanes. Desde 2005 es miembro del Consejo Asesor de ERSTE Foundation. Además, es integrante del club PEN serbio y miembro de las juntas directivas de las revistas estadounidenses Constellations y Philosophy and Social Criticism. Es diplomado por el Instituto de Estudios Políticos de París y completó sus estudios de posgrado en Filosofía en la Universidad de Belgrado.