En el 2017 Catalunya no consiguió la independencia. Quizás sea una obviedad. O tal vez no. En todo caso, parece conveniente empezar por aquí. El soberanismo catalán planteó un embate al estado y no salió bien. Más de tres años más tarde, los principales actores del independentismo no han podido consensuar todavía una diagnosis mínimamente compartida sobre lo que pasó y por qué. Y eso explica, en buena medida, el bloqueo en que a menudo se encuentra el independentismo. La experiencia de 2017 ha dejado muchas lecciones, pero también muchas heridas abiertas. Por eso no es fácil construir un planteamiento mínimamente compartido de futuro si no se consigue pasar página y salir de lo que Xavier Domènech ha denominado, acertadamente, la jaula melancólica de 2017.

En todo caso, los textos del dosier sobre el debate dentro del independentismo nos permiten hacernos una imagen bastante completa de cuáles son sus los términos. Se trata de un debate muy afectado por el ruido y la simplificación, y por eso el objetivo de este dosier era poder diagnosticarlo bien. Desgraciadamente, en el dosier no están todas las voces que queríamos. Singularmente, hay un déficit de contribuciones provenientes del entorno actual de Junts per Catalunya. Hemos invitado hasta cuatro personas diferentes que entendíamos que podían representar adecuadamente esta visión, pero por razones diversas no han podido participar. Por eso, pensamos que es necesario complementar la lectura de este dosier con aportaciones como el libro Eixamplant l’esquerda, de Josep Costa (Comanegra, 2020) o el documento Preparem-nos del Consell per la República (2020) para tener una imagen completa. En todo caso, hecha esta salvedad, creemos que tenemos bastantes elementos para poder construir un mapa analítico bastante completo del debate dentro del independentismo. En ningún caso el dosier estaba pensado como un ejercicio representativo, ni de cuotas. Sólo quería entender y ayudar a entender los términos reales del debate, más allá de las simplificaciones.

La lectura de estas contribuciones, y otros textos, permite ver con claridad donde están los nudos del debate dentro del independentismo. En el fondo, el debate no es tan binario ni sencillo como se presenta a veces. Más allá de la dicotomía entre traidores e hiperventilados, hay varios debates entrecruzados. Podemos distinguir, de hecho, dos dimensiones. La primera tiene que ver con la interpretación del pasado, y la segunda con las estrategias de futuro. La primera condiciona mucho la segunda, pero son analíticamente diferentes.

El debate sobre 2017: ¿por qué Catalunya no es independiente?

El primer debate, y quizás el principal, está relacionado con la interpretación del pasado. Las posiciones en este debate están definidas por las respuestas a la pregunta de por qué el embate de 2017 no llevó a la independencia. No nos referimos a las discusiones sobre la intrahistoria de aquellas semanas y meses. Eso ha sido sobradamente documentado por periodistas y por algunos de los protagonistas en libros de memorias. En este sentido, resultan especialmente interesantes de leer el libro Tota la Veritat (Ara Llibres, 2018), escrito por un grupo de periodistas de diferentes medios que intentaron reconstruir de manera minuciosa todos los detalles de aquellos acontecimientos, o las memorias en dos volúmenes del presidente Carles Puigdemont (La Campana, 2020), en qué expone su versión de los hechos.

Pero todo eso, que tiene importancia sobre todo para los protagonistas, y ciertamente condiciona mucho sus relaciones y vivencias, no es el debate fundamental. Aunque hay una cierta tendencia a confundirlos y mezclarlos, el debate importante no tiene que ver con los detalles de lo que pasó, ni con las lealtades, deslealtades o traiciones que unos y otros protagonistas se puedan atribuir mutuamente, sino que reside fundamentalmente en la interpretación de lo que pasó y de sus causas. En este sentido, podemos identificar, básicamente, dos grandes interpretaciones. Evidentemente, este ejercicio de ordenación analítica del debate conllevará necesariamente una simplificación de las posiciones. Hay quien se sitúa en el medio y combina elementos de una y otra visión. Pero a grandes rasgos es útil pensar en estas dos visiones, que ponen el énfasis en lugares diferentes.

La primera visión incluye a todas aquellas personas que atribuyen el fracaso del choque de 2017 a factores endógenos, propios del movimiento independentista. Son los y las que piensan que Catalunya no alcanzó la independencia en el 2017 porque al independentismo le faltó determinación, valentía, decisión o preparación.

En este grupo hay, ciertamente, acentos diferentes. Pero todos tienen en común el hecho de que para entender las causas de lo que pasó en 2017 miran básicamente hacia dentro del independentismo, más que no hacia afuera del movimiento. Si repasamos las contribuciones a este dosier, y otros textos, encontramos a quien habla de falta de decisión y dudas, o de una excesiva prudencia en momentos clave. Algunos sitúan estos momentos clave en el 3 de octubre de 2017, otros el 10 y otros el 27. Pero todos coinciden en señalar que, si en aquellos momentos críticos el independentismo hubiera decidido ir más a fondo, las cosas se habrían podido resolver de otra manera. Es la tesis de la ventana de oportunidad, que habría estado abierta durante unos días o semanas y se habría desperdiciado. Pero no todo el mundo lo plantea en términos de falta de astucia o de decisión en los momentos clave. También hay quien se refiere a la falta de previsión y preparación de escenarios de confrontación dura. Las hipótesis de los líderes independentistas sobre la respuesta del Estado, dicen, eran excesivamente ingenuas. Un movimiento más maduro habría sido más realista, y habría previsto la posibilidad de situaciones de confrontación de mayor dureza. Quizás, dicen algunos, no se previeron otros escenarios por falta de capacidad de los liderazgos. Se trataría, pues, de un problema de calidad.

También hay quien piensa más bien que no había voluntad real. Son las voces que enuncian una nueva versión de la vieja hipótesis de la traición de los líderes: en el fondo, dicen, los líderes del procés no querían llevar al país a la independencia, ni estaban dispuestos a asumir los riesgos, sino que lo que buscaban era explotar políticamente el procés como una finalidad en sí misma para agarrarse al poder. La esencia de lo que se denomina procesismo, pues, sería precisamente esta: no conseguir la independencia sino alargar el proceso indefinidamente para poder vivir de él. La tensión emocional del procés garantizaría a los líderes un entorno de fidelidades políticas que evitarían el rendimiento de cuentas.

También hay quien atribuye el problema del independentismo a la división interna del movimiento, a las desconfianzas entre los diferentes actores. Alimentada por las crónicas detalladas que se han ido publicando, hay quien piensa que el problema es que los diferentes actores del independentismo se miraban de reojo, y pensaban sobre todo en la competición electoral entre ellos. Eso habría llevado el movimiento a la parálisis, y habría evitado que pudieran triunfar.

A pesar de su diversidad, todas estas tesis comparten el hecho de que miran, sobre todo, hacia dentro del independentismo para explicar qué pasó en 2017. El contra fáctico implícito (o explícito) es que, si el movimiento hubiera sido más astuto, o más preparado, o más unido, o mejor guiado, habría podido triunfar. Por eso, de esta interpretación se deriva una consecuencia lógica relativamente sencilla: si las causas son endógenas, la solución también lo será. Es decir: la solución para conseguir el objetivo político es encuentra dentro del propio movimiento. Se trata de tener mejores liderazgos, o de ser más astutos, o de ser más determinados, más valientes, más decididos, menos ingenuos o de prepararse mejor para una confrontación dura. De cohesionar y unificar el movimiento. O de tener líderes que, realmente, quieran hacer la independencia y no sólo decir que la quieren hacer.

Frente a estas interpretaciones, hay las que identifican en las condiciones externas las razones por no haber alcanzado la independencia. Son las voces que nos dicen que no hace falta ir a buscar el problema, fundamentalmente, dentro del movimiento, sino a fuera. No niegan que algunas de las debilidades que enumeran los otros son reales, pero argumentan que nada de todo eso habría hecho la diferencia. Porque el problema fundamental del movimiento soberanista no tiene que ver con la disposición o habilidad del independentismo, sino en las condiciones objetivas en que se planteaba el envite. La famosa correlación de fuerzas.

Como antes, también podemos identificar aquí diferentes matices y énfasis en factores diferentes. Hay quien pone el foco en la correlación de fuerzas dentro de Catalunya, en el hecho de no haber conseguido una mayoría inapelable a favor de la independencia. Ni en las elecciones de 2015, ni en el referéndum del 1-O, ni en las elecciones de 2017. El hecho de no haber conseguido el apoyo de una mayoría absoluta del electorado catalán sería el principal obstáculo para transitar hacia la independencia. El mandato democrático no era, pues, suficiente. También hay quien, aparte de eso, hace énfasis en la polarización y en la división de la sociedad catalana. La reacción del electorado unionista en Catalunya, las manifestaciones en la calle y los resultados que obtuvo entonces Ciutadans son vistos como uno de los obstáculos principales. Porque dibujaban un escenario de potencial fractura social que hacía intransitable el camino hacia a la independencia. Sin un mínimo de cohesión que garantizara la convivencia el proyecto republicano sería inviable.

Pero entre las explicaciones exógenas, también hay quien mira más bien a fuera. Más allá de lo que pasa a la sociedad catalana. Sobre todo, al enorme desequilibrio de capacidad y poder de las instituciones catalanas respecto del Estado español. Comparadas con el Estado español, que dispone de un aparato coercitivo muy sólido, las instituciones catalanas son extremadamente débiles. Por eso, estas lecturas de 2017 insisten en que hay que tener en cuenta un factor que una parte del independentismo a menudo olvida: la capacidad del Estado. Capacidad fiscal, administrativa, jurisdiccional, policial y militar. Todo eso hace del Estado español un ente muy robusto, frente al cual las instituciones catalanas son mucho más débiles. Finalmente, hay quien pone el énfasis en la esfera internacional. En la geopolítica. El papel de la Unión Europea, y la inserción del estado en la comunidad internacional hacían, de hecho, muy complicado el tránsito hacia la independencia. Porque el reconocimiento internacional es un factor necesario en la última fase de cualquier proceso de independencia.

El debate importante no tiene que ver con los detalles de lo que pasó, ni con las lealtades, deslealtades o traiciones que unos y otros protagonistas se puedan atribuir mutuamente, sino que reside en la interpretación de los acontecimientos y de sus causas: factores endógenos o bien causas externas

Las implicaciones de las interpretaciones exógenas son más complejas. Porque tienen que ver con la necesidad de transformar las condiciones objetivas que se interponen entre el independentismo y su objetivo político. Hay que reforzar las mayorías internas, hay que prevenir la polarización y fractura de la sociedad catalana, hace falta reforzar las instituciones propias y buscar los puntos de debilidad de las españolas, y hay que trabajar en la arena internacional para reforzar la posición de Catalunya, y tratar de favorecer o aprovechar un contexto de oportunidad. Todo eso es necesariamente más difícil y costoso que las transformaciones internas al movimiento que proponen los que defienden las explicaciones endógenas. Y eso explica, cómo discutiremos más adelante, algunas de las divergencias estratégicas.

Muy probablemente, muchos lectores estarán pensando que estas dos familias de explicaciones no son incompatibles entre ellas. De hecho, no lo son: podría haber pasado todo al mismo tiempo: liderazgos deficientes, falta de decisión, falta de unidad, correlación de fuerzas interna y externa desfavorable, etc. Pero la cuestión no es esta, sino la convicción sobre cuáles fueron los factores clave. En otras palabras: cuál de estas circunstancias, si hubiera sido diferente, habría llevado a un resultado diferente. Aquí está donde encontramos las diferencias.

Las raíces de la discrepancia

¿Cómo se ha llegado a esta divergencia de interpretaciones? ¿Cómo podemos explicar que se hayan ido imponiendo lecturas tan contrapuestas sobre lo que pasó en 2017, y sus causas? Probablemente aquí hay que hacer referencia, sobre todo, a las adhesiones partidistas. Son las líneas de fractura entre partidos las que han alimentado, ampliado y solidificado las diferencias. Por eso, resulta relativamente sencillo identificar las posiciones con los alineamientos de partido. No hay una correspondencia perfecta, y en los entornos y militancias de todos los partidos independentistas hay una cierta diversidad. Pero no es ningún secreto que las interpretaciones que hemos llamado endógenas son más frecuentes en el entorno de Junts per Catalunya, mientras que las exógenas han calado más en el entorno de Esquerra Republicana y, en parte, también de la CUP.

Sin embargo, sería reduccionista limitar las causas de esta discrepancia de fondo a las adhesiones partidistas. Porque, en el fondo, las dos posiciones que hemos señalado remiten a dos miradas muy diferentes sobre la realidad, una que podríamos decir más materialista y la otra de más idealista. Pero también subyacen, desde mi punto de vista, sensibilidades diferentes respecto de la cohesión social. Eso explica que haya una cierta (imperfecta pero evidente) relación entre las posiciones en este debate y las posiciones tradicionales en el eje izquierda-derecha. Aunque en el independentismo ha habido un cierto proceso de difuminación de las fronteras ideológicas, es evidente que hay tradiciones ideológicas diferentes, como ha habido siempre al catalanismo. Y mientras que en la izquierda predominan más las explicaciones exógenas, en la derecha predominan más las endógenas.

Aparte de la cuestión ideológica, también hay un tema geográfico. El hecho de que Catalunya sea un país políticamente asimétrico, comporta que haya también en las bases independentistas, niveles muy diferentes de exposición cotidiana a la diversidad sociopolítica y cultural del país. No es ninguna coincidencia que la visión endógena, la que ubica el problema dentro del movimiento, sea predominante en los entornos en que el independentismo es más fuerte, mientras que la que pone el acento en los condicionantes externos tiene más predicamento en las zonas metropolitanas y políticamente más heterogéneas.

Todo eso explica, desde mi punto de vista, lo que algunos observadores han interpretado como un desconcertante cambio de papeles entre los principales partidos del soberanismo. Si tradicionalmente Esquerra Republicana representaba la línea más claramente independentista, Convergència Democràtica y sus sucesivas refundaciones representaban la posición más moderada y pactista. Pero ahora eso se habría invertido, y Junts per Catalunya representa posiciones más duras y Esquerra Republicana, en cambio, habría girado hacia posiciones más moderadas. El espacio de la CUP tiene una posición singular, más difícil de clasificar, pero con puntos de contacto evidentes con las tesis exógenas. El trasfondo ideológico y la geografía electoral de las dos formaciones explicarían, pues, esta divergencia y el cambio de papeles. Sólo hay que mirar los mapas electorales de los dos partidos para entenderlo: en un patrón que se ha ido agudizando desde 2017, Esquerra Republicana se va haciendo fuerte a las comarcas metropolitanas y del sur de Catalunya, mientras que Junts concentra su hegemonía sobre todo en la Catalunya Central y las comarcas de Girona. Todo eso se explica, probablemente, por las crecientes divergencias estratégicas pero lo que es relevante es que las refuerza. Cuanto más diferentes sean los dos electorados, más alejadas estarán sus visiones.

Las consecuencias de la división

¿Por qué es tan importante esta divisoria? ¿Por qué las interpretaciones del pasado son todavía ahora tan determinantes en el debate dentro del independentismo? Evidentemente, eso tiene que ver con la conexión entre diagnóstico y tratamiento. A diagnósticos diferentes corresponden vías de solución diferentes. Por eso, estas dos interpretaciones tienen ramificaciones tan diferentes. Los que privilegian las explicaciones endógenas, priorizan soluciones también endógenas. Si el problema está dentro del independentismo, lo que hace falta es intervenir sobre el movimiento: hacerlo más cohesionado, más determinado, más preparado para resistir niveles más elevados de confrontación, o con liderazgos más dispuestos a llegar hasta el final. La receta que se impone, por lo tanto, está dentro del independentismo, y se abjura de coaliciones y acuerdos fuera del movimiento, y de cualquier rebaja discursiva. Se apuesta por una intensificación del conflicto, en el corto plazo.

Por el contrario, los que privilegian explicaciones relacionadas con la correlación de fuerzas miran, sobre todo, hacia fuera del movimiento para encontrar soluciones. Para alterar la correlación de fuerzas, dicen, hay que mirar más allá del independentismo. Articular discursos basados en elementos que puedan suscitar consensos más amplios (la amnistía, el derecho a decidir), y plantear el conflicto en términos democráticos más que en términos de minoría nacional. Eso va aparejado con la voluntad de buscar alianzas con formaciones políticas y sociales no estrictamente independentistas, y buscar también alianzas en el resto del Estado que puedan contribuir a modificar el estatus quo. Eso implica, también, pensar en tiempos más largos, y plantear un proceso necesariamente más lento de acumulación de fuerzas.

El debate sobre el futuro: el papel de las instituciones

Aunque lo que hemos descrito más arriba es, probablemente, la línea de fractura principal dentro del independentismo, y tiene ramificaciones estratégicas importantes, no agota toda la complejidad del debate. Leyendo las contribuciones a este dosier se hace evidente que hay otro debate que tiene que ver con el papel de las instituciones en el proceso hacia la independencia. Durante los años del procés (aproximadamente 2012-2017) la doctrina dominante era que las instituciones de la Generalitat eran la palanca necesaria para construir “estructuras de estado” y dar el paso de la ley a la ley. Esta doctrina quedó bastante cuestionada por la experiencia de 2017. Los límites de las instituciones autonómicas se hicieron evidentes, sobre todo a raíz de la aplicación del artículo 155 para suspender la autonomía.

Pero no todo el mundo ha sacado las mismas conclusiones de aquella experiencia. A grandes rasgos, hay quien sigue confiando en las instituciones autonómicas como herramienta de construcción de soberanía, y quien ha dejado de confiar. Difícilmente encontraremos ya a quien piense que en la vía de las estructuras de estado tal como se planteó entre 2015 y 2017. Pero sí que hay planteamientos dentro del independentismo que identifican en las instituciones del autogobierno el elemento fundamental por impulsar el proyecto de independencia. Por varias razones. En primer lugar, porque las instituciones autonómicas representan una herramienta importante de intervención política. Las instituciones crean comunidad, y las políticas que se pueden hacer pueden contribuir a cohesionarla o tensionarla. Pueden favorecer adhesiones al proyecto soberanista o, por el contrario, pueden alejar a la ciudadanía. En segundo lugar, porque las independencias, en general, las suelen conseguir los protoestados, no las comunidades sin institucionalidad propia.

Pero también hay quien ha sacado la conclusión contraria de la experiencia de 2017: las instituciones autonómicas no son una herramienta útil. Al contrario, hay quien las identifica, de hecho, como un obstáculo para la independencia. En algunos casos eso se deriva de la tradición política de una parte del independentismo, muy crítico con las instituciones. Y en otros es sencillamente una conclusión de su lectura de lo que pasó en 2017.

La idea de que las instituciones de autogobierno serían un obstáculo para el proyecto independentista se basa en varios argumentos. Primero, porque se cree que podrían hacer más tolerable el estatus quo y, por lo tanto, desmovilizar. Segundo, porque entienden que las instituciones contribuyen a crear una especie de “casta” de cargos autonómicos con pocos incentivos para arriesgarse. Y tercero, porque en el fondo estas instituciones actúan bajo la lógica jurídica y administrativa española, y por eso a menudo acaban haciendo de ejecutores incluso de la represión política al propio independentismo que las gobierna. Y son débiles y vulnerables ante la represión legal del Estado.

Por eso son tan populares en determinados entornos los proyectos de construcción de institucionalidad alternativa, fuera del gobierno y del parlamento autonómicos. El Consell per la República es el buque insignia de esta corriente: se basa en la idea de que una institucionalidad propia, ubicada fuera de España y por lo tanto fuera del alcance de la legislación española, es la herramienta que puede pilotar la transición hacia la plena soberanía. La apuesta para desarrollar institucionalmente el Consell per la República, inspirada en otros casos de diásporas, es central en determinados entornos del independentismo.

Por el contrario, también hay quien ve este tipo de proyectos con una cierta preocupación. Más allá de las tensiones partidistas que han dominado el Consell, hay argumentos de fondo. Las instituciones de este tipo son necesariamente de una parte. No son instituciones de todo el país, sino sólo del independentismo. Vista la realidad de la sociedad catalana, el hecho de que como mínimo la mitad del electorado no se sienta interpelada ni representada por ellas las convierte de facto en instituciones de movimiento. Pero no pueden ser, por definición, instituciones inclusivas de país. La legitimidad que da el sufragio universal y la participación masiva de todas las tendencias en las elecciones autonómicas no se puede sustituir por formas alternativas de legitimidad, basadas en la adhesión de un sector concreto de la sociedad. Una apuesta exclusiva por este tipo de instituciones alternativas, de hecho, podría ensanchar la distancia entre el soberanismo y el resto de la sociedad catalana. Y, en este sentido, sería contraproducente para los objetivos políticos del movimiento. En cambio, estas instituciones quizás pueden ser útiles si se entienden como instituciones de movimiento, espacios de coordinación y acción política, pero sin pretensión de sustituir la legitimidad de las instituciones de país.

En este debate también hay quien, por tradición política, confía básicamente en la acción política extra institucional, en la protesta, la movilización y el trabajo de base, en la calle. La dicotomía calle-instituciones está presente en buena parte de los movimientos transformadores, y siempre genera tensiones mal resueltas. La combinación de ambas cosas parece a priori la opción ganadora, pero no siempre resulta fácil, porque la lógica, los tiempos, y los incentivos de una y otra son bien diferentes.

Todo eso se traduce también en frecuentes desencuentros en torno a la idea y la práctica de la desobediencia. El independentismo post-procés tiene su momento fundacional en un gran momento de desobediencia civil e institucional. La desobediencia forma parte, por lo tanto, del núcleo de lo que define hoy este movimiento. Sin embargo, hay posiciones confrontadas sobre qué, cómo y cuándo utilizar esta herramienta.

El independentismo post-procés tiene su momento fundacional en un gran momento de desobediencia civil e institucional. La desobediencia forma parte del núcleo de este movimiento; sin embargo, hay posiciones confrontadas sobre qué, cómo y cuándo utilizar esta herramienta

Una de las características de la desobediencia civil es la asunción de las consecuencias, generalmente en forma de represión. Eso es una decisión consciente de quién utiliza la desobediencia, y tiene también implicaciones personales y colectivas. En el caso de querer practicar la desobediencia desde las instituciones, aparte de las dificultades inherentes que comporta trabajar desde unas instancias que están concebidas precisamente para aplicar el principio de legalidad, está el riesgo de parálisis institucional.

Este debate tiene que ver con lo que discutíamos más arriba: quien considera las instituciones autonómicas una herramienta importante ve más inconvenientes a involucrarlas en acciones de desobediencia más o menos simbólica, y quien las ve como una rémora o, en todo caso, como un elemento accesorio en la acción política soberanista, tiene más tendencia a querer sacrificar su funcionamiento normal para hacer evidente la represión y las limitaciones que impone el Estado español. Casos como los debates en la mesa del parlamento durante toda la legislatura 2017-2021, o a la presidencia de la Generalitat revelan estas discrepancias.

¿Existe una posible síntesis?

Esta cartografía puede ser parcial e incompleta, porque se basa por fuerza en la simplificación. Seguro que hay muchas más voces y posiciones intermedias y diferentes. Pero en todo caso quiere representar analíticamente los términos del debate. Eso puede ser útil para explorar si hay una posibilidad de síntesis.

En sentido estricto, es difícil reconciliar posiciones tan diferentes. La síntesis entre dos lecturas casi contrapuestas de lo que pasó en 2017 y de sus causas es muy complicada. Probablemente la salida más razonable pasaría por tratar de circunvalar el debate. No es realista pensar que habrá un acuerdo en una diagnosis compartida tres años más tarde. Pero si se parte del reconocimiento de las posiciones del otro, entonces quizás sea posible construir unos mínimos consensos. Eso es especialmente relevante porque el electorado independentista sigue dividido, y no ha dado una hegemonía clara a ninguna de las dos visiones.

¿Cómo podría ser esta síntesis? Es difícil pensarla sin caer en la falacia del punto medio. En este texto no hay la pretensión de neutralidad ni equidistancia en este debate, porque está escrito desde una posición muy bien definida (véase Principi de Realitat, L’Avenç, 2020). Pero partiendo de esta cartografía del debate, se puede pensar en posibles puntos de encuentro.

El primero podría ser en torno a la idea de que hay que superar el falso dilema entre diálogo y unilateralidad. La apuesta por el diálogo y la negociación es importante y necesaria, porque es la mejor manera de resolver el conflicto, pero no se puede convertir en el único camino imaginable para el soberanismo, que tiene que pensar en alternativas. Porque habida cuenta de la dificultad objetiva que tiene un proceso de diálogo en las circunstancias actuales, este puede ser muy fácilmente un callejón sin salida. La correlación de fuerzas, la radicalización de la derecha nacionalista española y el papel del poder judicial y los aparatos del Estado y las estructuras de poder real hacen que, incluso en un contexto de aritmética parlamentaria favorable, sea difícil vislumbrar una resolución favorable del proceso de diálogo. De hecho, las dificultades que ha tenido desde el comienzo son una buena señal de ello.

Otro punto de fricción tiene que ver con lo que algunos llaman “ampliar la base”, que posiblemente es una expresión desafortunada para referirse a la necesidad de aumentar el apoyo al independentismo. Y, sobre todo, reducir la distancia con el resto de la sociedad para matizar el rechazo a la idea de la independencia. Mientras que los que defienden lo que hemos denominado las teorías endógenas piensan que no es una necesidad, los que proponen teorías exógenas lo conciben como una condición necesaria para avanzar. Estas son posiciones difícilmente reconciliables. En parte, quizás, eso tiene que ver con una cierta sospecha que la idea de ser más puede servir como excusa para la resignación y la inacción. Por eso posiblemente una síntesis tendría que pasar por un proyecto concreto para transformar la correlación de fuerzas. Un proyecto que no la ponga como pretexto, sino que se la plantee como un factor a transformar y superar.

En definitiva, la síntesis posible pasa por evitar quedar atrapados en hipótesis ingenuas en cuanto a la posibilidad de pacto con el Estado español, e hipótesis fantasiosas sobre la posibilidad de hacer efectiva la independencia en dieciocho meses. Ninguna de las dos hipótesis es plausible en el corto plazo, y por lo tanto a menudo se plantea el debate en términos de un falso dilema, entre los que proponen un camino irrealizable y los que proponen otro todavía más improbable. Huir de este esquema dicotómico funesto es lo que debería permitir construir una síntesis mínimamente viable, de contornos todavía indefinidos.

Evitar la decadencia

En todo caso, es importante que mientras todo eso no acontece, el movimiento soberanista trate de evitar un proceso de degradación y decadencia. La solidez de los apoyos electorales que se han expresado en estas elecciones de 2021 permite ser relativamente optimistas. Sin embargo, visto con un poco de perspectiva, el riesgo de decadencia del movimiento es evidente. A pesar de la resiliencia que han demostrado las bases independentistas a la hora de movilizarse y votar, la falta de acuerdos estratégicos y, sobre todo, de propuestas bien trabadas y ampliamente compartidas, podría dejar al movimiento atrapado en una telaraña de resentimiento y desorientación.

No sería el primer caso. El movimiento soberanista de Quebec, después de perder por poco el referéndum sobre la independencia de 1995, se fue replegando sobre sí mismo. Muy afectado por las divisiones internas, el movimiento quebequés fue perdiendo apoyos en paralelo a un proceso de involución hacia posiciones identitarias cada vez más esencialistas. El debate sobre la incorporación de los inmigrantes a la sociedad quebequesa se envenenó, y acabó derivando en una lenta y larga decadencia. Buena parte de los sectores más jóvenes y dinámicos fueron abandonando las posiciones soberanistas y hoy la independencia de Quebec queda muy lejos.

En cambio, Escocia ha seguido un camino inverso. Después de perder el referéndum de 2014 el Partido Nacional Escocés se mantuvo en el poder y reforzó su apuesta por la gobernanza de las instituciones propias. Hasta el Brexit, el SNP apostó por repetir el referéndum sólo cuando hubiera una mayoría consistente y duradera en las encuestas, para evitar una nueva derrota. Después de que Escocia votara mayoritariamente a favor de seguir en la UE y que los votos ingleses los hicieran salir, se ha reactivado la demanda de un nuevo referéndum. El papel cada vez más reforzado del SNP, vinculado a sus posiciones progresistas y europeístas ha permitido que se vuelva a plantear, con más fuerza, un escenario de independencia.

La síntesis pasa por evitar quedar atrapados en hipótesis ingenuas de pacto con el Estado español e hipótesis fantasiosas sobre hacer efectiva la independencia en dieciocho meses

Catalunya, evidentemente, no es Escocia. Ni Quebec. Pero estos dos casos son los que se suelen citar más a menudo como referentes para el caso catalán. Y por buenas razones. Se trata de los dos casos más próximos en todos los sentidos. Por eso no está de más referirse a ellos, y tratar de sacar algunas lecciones. La búsqueda de una síntesis estratégica e ideológica, junto con un proceso de desescalada de las tensiones partidistas internas son elementos fundamentales. Pero lo que es realmente urgente y necesario es preservar el carácter abierto, democrático, inclusivo, tolerante y amable del movimiento, que fueron sus rasgos diferenciales durante los años de más empuje.

Jordi Muñoz

Jordi Muñoz

Jordi Muñoz es politólogo y analista. Actualmente, es investigador y profesor del Departamento de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona (UB), donde imparte las asignaturas de comportamiento político y métodos cuantitativos. Durante su carrera se ha especializado en política comparada. Recientemente ha publicado el libro Principi de realitat: una proposta per a l’endemà del Procés (L'Avenç, 2020), un ensayo político donde reflexiona sobre qué ha pasado en Catalunya y por qué, y donde plantea hipótesis sobre posibles soluciones y caminos de futuro.