A finales de la década de los setenta del siglo pasado, China era un país devastado por la revolución cultural, muy poco industrializado y su aportación al PIB mundial era inferior al 2%. En 1979 bajo el firme y hábil liderazgo de Deng Xiaoping, se inicia el proceso de reformas que permitió desplegar las políticas de apertura y liberalización de su economía, a la vez que se consolidaba el poder del Partido Comunista chino después de la muerte de Mao Zedong. Un proceso de transformación interna que comportó dejar atrás una economía centralizada y planificada, para pasar a ser una economía de mercado que se abría al mundo. Al mismo tiempo, el llamado país del centro vivió un proceso de transición demográfica: de una sociedad rural a una sociedad urbana pero fuertemente tutelada por el régimen de partido único. Cuatro décadas más tarde, China se aproxima casi al 20% del PIB global a un ritmo sostenido de crecimiento próximo al 10% de promedio anual, en lo que es considerado el crecimiento continuado más rápido de la historia en la economía de un país, según el Banco Mundial.

Un desarrollo económico imparable que se consolidó con el cambio de milenio y en el marco de la apertura del comercio mundial impuesta por la globalización neoliberal y que China, paradójicamente o no, ha acabado liderando. Una fuerza económica que ha ido creciendo en paralelo a su capacidad de influencia y poder, hasta convertirse en la superpotencia que es hoy. Una evolución progresiva en la esfera internacional al compás de su proceso de apertura. De la dinámica de división de bloques de la Guerra Fría y el aislamiento autárquico, a una participación pragmática y prudente en el sistema multilateral que se ha ido desplegando a medida que iba adquiriendo compromisos más amplios con la comunidad internacional. En los últimos años, y acelerado también por los efectos de la pandemia, China se ha convertido definitivamente en una potencia que ambiciona sin complejos la búsqueda de un nuevo estatus global que se corresponda con su peso económico. Un poder económico y geopolítico que la sitúa al frente en la competición por el liderazgo global, que ya en las últimas décadas se había ido trasladando del Atlántico al Pacífico. Una nueva hegemonía que surge al abrigo del declive de EE.UU. y la política de retirada gradual de la escena internacional de los últimos años y que ha caracterizado, de manera especial, el mandato del Presidente Trump.

Las principales instituciones y publicaciones internacionales de investigación y análisis centran hoy sus estudios en el protagonismo creciente de China en todos los campos. ¿Qué sentido tiene, pues, que desde la Revista IDEES queramos dedicarle un dosier monográfico en el año 2021?

La respuesta es evidente: la capacidad de entender el mundo de hoy pasa inevitablemente por interpretar y prever lo que sucederá en China, no sólo desde el ámbito de las relaciones internacionales, sino en todas las dimensiones de análisis. Entender lo que pasa China y qué impacto tendrá su poder a nivel global es, por lo tanto, un tema clave también para Cataluña. La hipótesis de fondo que recorre algunos de los contenidos de esta publicación es que China, como nueva superpotencia, podría estar en vias de consolidar una nueva dinámica internacional a la medida de su poder hegemónico. Una idea que difiere de otras lecturas y análisis, que plantearían el liderazgo chino en el marco de un mundo multipolar en el que prevalecería la cooperación entre diferentes centros de poder. La cuestión pues, sería preguntarse: ¿si los objetivos de China pasan por transformar y modelar el orden global y acabar disponiendo del control de las relaciones internacionales al servicio de sus intereses?

China: ¿una superpoténcia hegemónica?

Esta es seguramente una de las incógnitas más relevantes a la hora de analizar la geopolítica de los próximos años. Muchos de los análisis actuales responden a menudo desde los sesgos propios, en defensa de unos determinados intereses y cosmovisión, y no tanto desde análisis más objetivos sobre los escenarios plausibles de futuro. Sin embargo, aquellos que auguran una China expansionista resaltan los indicios de su voracidad en las decisiones y estrategias políticas impulsadas desde Pekín en esta última etapa. Así, muchos observadores occidentales avistan una nueva Guerra Fría con China como protagonista, repitiendo los esquemas del siglo XX, pero con otros protagonistas, y que convertiría el mundo en un lugar más inestable e inseguro y con unos instrumentos multilaterales de contención debilitados por unos y otros. Algunos autores van más allá y se atreven a pronosticar el rol que China podría adoptar en un futuro no demasiado lejano, basándose en determinados patrones identificados a lo largo de los periodos en que China representaba una gran potencia a escala mundial. Así, algunos relatos históricos hablan del valor de la estabilidad y la paz para los antiguos emperadores chinos y el interés en evitar el uso de la fuerza. Según Michael Schuman, sin embargo, esta imagen pacífica es contradictoria con el hecho de que las dinastías chinas entraban en guerra constantemente y estaban dispuestas a utilizar la fuerza o la coacción cuando alguien cuestionaba el orden y el poder chinos. No obstante, el enorme crecimiento económico de las últimas décadas es seguramente el mejor indicador a la hora de predecir qué papel quiere jugar China en el futuro. Si recorremos el hilo de la historia, se confirma que durante muchos siglos y hasta la primera Revolución Industrial, China fue uno de los países más ricos del mundo. Tal y como ha estudiado Angus Maddison, a inicios del siglo XIX, y antes de que perdiera el tren de esta revolución, China representaba cerca del 30% del PIB mundial, superando la contribución de Europa y los EE.UU juntos. Seguramente pues, esta es uno de los hitos previsibles a alcanzar para la economía china y que pueden definir la estrategia a seguir por parte del partido comunista chino.

Desde estas premisas, los análisis de los principales think tanks americanos señalan, ya desde hace tiempo, a China como el gran rival sistémico de EE.UU, profundizando en una lógica binaria que simplifica y reduce la complejidad global a las amenazas para su hegemonía. En este sentido, la política de seguridad y defensa estadounidense se ha reorientado y ve en China al posible enemigo a batir, y gran parte de la política económica y comercial está centrada en la competición con el gigante asiático. A la vez, sin embargo, la coalición política que impulsó a Biden a la victoria en las elecciones del pasado noviembre sigue dividida sobre qué estrategia implementar y cómo responder a la amenaza que representa China para los intereses estadounidenses. Una parte de los analistas demócratas se oponen a la idea de un “enfrentamiento total” y descartan buscar el desacoplamiento económico con China que propugnaba la administración Trump, con la expectativa de encontrar espacios de cooperación.

La hipótesis de fondo que recorre algunos de los contenidos de esta publicación es que China, como nueva superpotencia, podría estar en vías de construir las bases para consolidar una nueva dinámica internacional a la medida de su poder hegemónico

En cierta manera, las dudas se reproducen también en el caso de la estrategia europea y su particular relación con China. La nueva doctrina aprobada en octubre del 2020 por el Consejo Europeo contempla a China al mismo tiempo como socio, competidor y rival sistémico dependiendo del ámbito de discusión. Una doctrina que algunos llaman “doctrina Sinatra”, que querría significar una vía propia, My way, que no quiere quedar encarcelada en una lógica neoimperial y bajo la influencia de EE.UU. o China y relacionarse con el mundo desde la visión, los valores y los instrumentos europeos. En cierta manera, este enfoque describe muy bien la dificultad y ambigüedad a la hora de definir cómo evolucionarán estas relaciones en el futuro y que condicionarán enormemente las alianzas transatlánticas. Si Bruselas acabara decidiendo una mayor aproximación a Pekín, las relaciones con Washington, sin duda, se resentirían.

Aquellas visiones menos negativas sobre el ascenso de China resaltan aspectos más complacientes de su política o señalan los enormes desafíos y los límites existentes para transformar el orden global, si se confirmara que este es el objetivo oculto de la agenda china. Las Nuevas Rutas de la Seda, que a menudo se presentan como una proyección de la voluntad expansionista de China, son justificadas por las miradas que insisten en un relato basado en la lógica de cooperación regional y un modelo de gobernanza multipolar alternativo, con el objetivo de reequilibrar el orden internacional. Esta perspectiva representa explícitamente una visión china, pero a la vez inspirada en el análisis comparado y las tesis de Negri i Hardt sobre la globalización. En último término, el auge de China supone un nuevo enfoque y la utilización de marcos conceptuales y cognitivos alternativos para repensar el mundo de manera diferente. En este contexto, se tendría que interpretar el discurso oficial de Xi Jinping centrado en crear una “comunidad de futuro compartido”, comprometida con el desarrollo sostenible y unas relaciones internacionales pacíficas. Aun así, desde la consolidación de su liderazgo y una vez eliminadas las limitaciones temporales para mantenerse al frente del país como Presidente de la República Popular y de la Comisión Militar Central, acumulando un poder incontestable e incuestionable, se ha ido produciendo un punto de inflexión en la imagen que proyecta. En los últimos años la diplomacia china ya no se expresa desde la prudencia y el pragmatismo que la definía y tampoco rehúye los conflictos, sino que los lidia con voz asertiva y determinación. A la vez, muestra sin complejos su poder militar creciente, que se ha multiplicado de manera muy considerable en la última década, según varias fuentes.

El efecto acelerador de la pandemia

Por otra parte, el impacto brutal de la pandemia en el mundo ha alterado las dinámicas económicas y geopolíticas y ha acentuado la presencia de China a nivel global con la llamada diplomacia de las mascarillas y las vacunas. A nivel macro, China fue la única de las grandes economías mundiales en registrar crecimiento en el PIB el año 2020 con un 2,3% respecto del año anterior. Mientras EE.UU. se contraían un 3,5% y la eurozona un 6,6%. Una diferencia de casi 10 puntos que no se había visto desde los peores momentos de la crisis financiera del 2008. Sin embargo, los datos del primer trimestre del 2021 confirman una cierta tendencia a un retorno global al crecimiento, con cifras del 8,4% para China, del 6,4% para los EE.UU. y del 4,4% para la zona Euro. China encaró más rápidamente el camino de la reanudación económica y con unas economías occidentales más debilitadas, se podría reactivar una guerra comercial, que en esta ocasión tendría dimensiones globales. A la vez, esta posición de superioridad económica podría llegar a comportar que las principales empresas chinas que están en una situación de dominio del mercado, tuvieran la capacidad de reformular instituciones, normas y acuerdos comerciales e imponer también su hegemonía.

Además, si el crecimiento de China sigue superando el de los países occidentales en dos o tres puntos porcentuales anuales, según Branko Milanovic durante la próxima década muchos chinos de clase media serán más ricos que sus homólogos de clase media en Occidente, lo cual supondrá que, por primera vez, los occidentales con ingresos medios dejarán de formar parte de la élite mundial. Un cambio de paradigma que recorriendo las tesis de Marx y Gramsci, anticipa consecuencias sobre todo en la cultura hegemónica y la ideología dominante. Entrando así en el debate sobre la importancia que el peso de la ideología y los valores adquieren en términos estratégicos y los efectos que tiene su promoción más allá de las fronteras, permitiendo incrementar o estabilizar la influencia. Mientras China lo haga desde el autoritarismo y Occidente desde la democracia liberal, esta asimetría moral podría dar una aparente ventaja competitiva a Occidente. Las diferencias entre, por una parte, un régimen autoritario que vulnera de manera sistemática los derechos humanos, limita la libertad de expresión, reprime de manera implacable la oposición democrática en Hong Kong y persigue el pluralismo político y, de la otra, los sistemas que defienden los valores democráticos, podría ser uno de los aspectos determinantes en el momento de establecer alianzas internacionales más sólidas. Sin embargo, las múltiples crisis de las democracias liberales, asociadas a las desigualdades, la desafección y pérdida de legitimidad de los sistemas representativos o el auge de los nacional-populismos y la inoperancia del sistema multilateral para resolver los grandes retos globales, debilitan también el relato de Occidente.

Uno de los efectos de la pandemia del coronavirus ha sido precisamente, la batalla dialéctica entorno de la creación de meta-relatos y el debate sobre cómo han reaccionado los diferentes sistemas políticos en el mundo ante una crisis de esta magnitud. Una discusión sobre qué países, sistemas o modelos han sido los más eficientes para combatir el virus, reducir el número de muertos, parar el contagio o reactivar la economía. Así, hemos sido testigos de cómo el gobierno chino ha hecho un uso propagandístico de su política contra la Covid-19, exportando la idea de que el virus se ha detenido por la buena gestión y el modelo autoritario liderado por el Partido Comunista chino. Una gestión basada en una gobernanza centralizada y un férreo control social, sin contestación posible y con resultados inmediatos, a pesar de la poca transparencia y la dudosa fiabilidad de los datos. Un relato que iba orientado a poner el dedo en la llaga de los países occidentales, más lentos a la hora de gestionar los estados de alarma y excepción y con evidentes contradicciones y dilemas entre los valores de seguridad y libertad.

Concebir la competencia de China con Occidente como fundamentalmente ideológica sería un error. Es la fusión del capitalismo autoritario y la vigilancia digital, combinada con la potencia y escala de su economía y demografía, lo que podría amenazar los intereses de Occidente y los valores liberales democráticos

Aun así, un estudio llevado a cabo por el Pew Research Institute sobre la imagen y opinión pública internacional sobre China, muestra cómo esta ha empeorado durante el último año, a raíz de la gestión de la epidemia del coronavirus, especialmente entre algunos países próximos a China y también entre los estados occidentales. Al mismo tiempo, su imagen ha mejorado en algunas zonas del mundo, como Nigeria, donde ha llevado a cabo una fuerte inversión, una correlación que según el estudio no se puede extender a todas las regiones donde China ha aumentado su presencia. Para autores como Robert D. Kaplan, concebir la competencia de China con Occidente como fundamentalmente ideológica, sería un error que podría dar lugar a equívocos, aunque ciertas élites del Partido Comunista quisieran verlo de esta manera. En este sentido, destacaba el comunicado interno del Partido Comunista sobre la esfera ideológica, donde se señalaban que las principales amenazas para la República Popular de China eran: los valores universales, la democracia constitucional, la sociedad civil , el neoliberalismo y la negación de la naturaleza socialista del país. Sin embargo, serían la fusión del capitalismo autoritario y la vigilancia digital, combinada con la potencia y escala de su economía y demografía, los factores que podrían amenazar los intereses de Occidente y los valores liberales democráticos.

Todo parece indicar que la China de hoy es, sobre todo, una sociedad fuertemente dominada por la estructura de poder del Partido Comunista, donde parece que prevalece más la disciplina, el control social y la fidelidad al liderazgo de Xi Jinping, que la adhesión a los postulados comunistas o a una pretendida pureza ideológica. El alcance de sus aspiraciones, se apoya más en la fuerza de su dinamismo económico e industrial, el autoritarismo centralizado y la tecnología de la inteligencia artificial, que en el papel de un poder normativo y difusor de ideas políticas.

Observar a China

Cuando en el año 1979, Jean-François Lyotard publicó La condición posmoderna, definía nuestro tiempo como aquel en que se produce el fin de los grandes relatos otorgadores de legitimidad. En el estudio de las relaciones internacionales, esto se podría interpretar como el fin de un mundo dominado por unos polos de poder hegemónicos que acompañan su fuerza económica y política de las convicciones de una ideología. La dinámica actual de las relaciones internacionales pues, no parece que se oriente hacia la imposición de consensos sobre grandes relatos compartidos, sino más bien hacia la competición o cooperación entre estados, sobre la base de sus intereses nacionales y estratégicos. En este escenario de fragmentación, el sistema autoritario que le ha permitido alcanzar y consolidar su fortaleza económica e industrial, el liderazgo en energías renovables y los avances tecnológicos de la mano de la inteligencia artificial, ofrece a Xi Jinping la tentación de exportar su modelo y relato, incorporando su concepto de verdad a las relaciones que establezca con sus socios. En esta constelación compleja, global y abierta, el futuro de China depende de cómo pueda recombinar con éxito todos estos aspectos de su modelo. Por ahora, no parece que se conforme con restaurar su condición anterior al siglo XIX como potencia dominante de Asia Oriental o incluso en ser la primera potencia económica de un mundo multipolar. A medida que se consolide su hegemonía, parecería pues, que el mundo se encamina hacia dos sistemas normativos: el orden liberal y occidental y un orden autoritario con China al frente.

Ahora bien, ¿es esta la verdadera aspiración de China? ¿O nos encontramos ante la sustitución del orden liberal por uno nuevo encabezado por el gigante asiático? ¿O quizás nos encaminamos hacia un relevo en el liderazgo global, con una sustitución de Estados Unidos por China, que acabará por transformar y fortalecer el orden liberal? Todas estas preguntas tienen un papel clave en el complejo ejercicio de comprensión de la China actual. También son parte de los motivos que impulsan este número monográfico de la revista IDEES. Pero, ¿tenemos que esperar todavía varios años, como sugieren algunas hipótesis, para saber realmente cuáles son los objetivos de China y qué está dispuesta a hacer? ¿O podemos asumir que China es ya una superpotencia consolidada, que tiene claras sus preferencias y estamos en disposición de valorar qué hace y cómo impacta su actuación sobre el orden y las relaciones internacionales contemporáneas? Este número de IDEES se alinea con la segunda interpretación y, a través de las voces de un diverso abanico de especialistas, quiere identificar algunas de las claves para comprender mejor cómo es y cómo está cambiando la China de hoy y cuál es su papel en el mundo. Por eso, además de tomar como punto de partida las ideas desarrolladas en los párrafos anteriores, los trabajos ponen el acento en dos cuestiones esenciales que buscan fomentar también la reflexión y la crítica de los lectores. La primera hace referencia, no sólo al carácter poliédrico de la realidad china, sino a las múltiples realidades chinas que conviven en la actualidad. Cada artículo aborda una temática particular, pero todos se adentran en las tensiones, las contradicciones, los retos y las potencialidades que dibujan o acompañan el carácter y la imagen de China. La segunda hace referencia al impacto (transformador o no) que está teniendo sobre estas posiciones la crisis económica y sanitaria provocada por la pandemia de la Covid-19. A menudo, el mundo académico siente la tentación de proclamar el fin de una etapa y el inicio de un nuevo tiempo. Los trabajos de este monográfico rehúyen este impulso y, desde el reconocimiento de las continuidades y las divergencias, se aproximan a cada una de las temáticas con la pretensión de explicar y comprender mejor la fascinante complejidad de China.

La elección de las autoras y autores de esta recopilación, refleja la necesidad de combinar diferentes puntos de vista y focos de atención. Así, además de buscar un razonable equilibrio de género y de procedencias geográficas, incluyendo un porcentaje significativo de especialistas de origen chino, este dosier reúne expertos de diferentes disciplinas y con diferentes visiones que van desde las más complacientes a las más críticas con China. Esta diversidad es deliberada: si, después de leer los trabajos seleccionados, el lector puede extraer algunos aprendizajes valiosos y sigue teniendo algunas dudas que lo lleven a querer indagar más, habremos cumplido los objetivos que nos proponíamos con este monográfico. Para facilitar la reflexión, sin embargo, se ha optado por agrupar los artículos entorno de seis ejes o bloques complementarios. El primero se centra en los procesos políticos, culturales y socioeconómicos que atraviesa China en el momento actual y que están contribuyendo a su redefinición como Estado moderno o “posmoderno”. En estos procesos tienen un papel destacado el liderazgo de Xi Jinping, el nuevo papel de las ciudades chinas y la reconstrucción de un nuevo sentimiento identitario nacional chino. El segundo bloque analiza los intereses, preferencias, anhelos y temores de país ante la crisis del orden internacional liberal y, en particular, frente a algunos de sus componentes fundamentales como el derecho internacional o las organizaciones internacionales. El tercero se aproxima a China en su condición de superpotencia económica, explorando en concreto sus estrategias comerciales y también la ayuda al desarrollo. Este eje incluye también una necesaria reflexión sobre el impacto del crecimiento económico del gigante asiático sobre la distribución doméstica de la riqueza y el aumento de las desigualdades. El cuarto bloque pone el acento en la triple condición de China como superpotencia energética, medioambiental y académica. Aunque aparentemente puedan andar en paralelo, las prioridades y las acciones de país en cada una de estas tres dimensiones mantienen una relación dialéctica entre sí, que da lugar a tensiones y sinergias interesantes. El quinto eje, se adentra en algunos escenarios preferentes de la superpotencia china, así como en la que para muchos es considerada la estrategia estrella de su política exterior: la iniciativa de la franja y la ruta. Estos escenarios comprenden los mares de la China meridional y septentrional, la región de Oriente Medio o los países de América Latina. Finalmente, el sexto bloque se adentra en las diferentes visiones, prioridades y los esfuerzos de los principales think tanks y centros de investigación españoles y europeos, que en las últimas dos décadas no sólo han dirigido su mirada hacia China, sino que han hecho de su dinamismo y su cambiante papel internacional, una de sus prioridades de investigación.

Como venimos ofreciendo desde IDEES, con este número monográfico que hemos trabajado conjuntamente con el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI) os proponemos un análisis en profundidad, desde diferentes ángulos y miradas, sobre la realidad china. No podíamos pretender dar una respuesta unívoca o definitiva a los debates sobre la transformación y consolidación de China como superpotencia y sobre cuál será su rol en los grandes temas clave de la agenda global, pero seguramente los contenidos de este dosier abren una ventana que permite ver de manera más precisa el presente y el futuro de una superpotencia que no sólo será, sino que ya es, una realidad.

Pere_Almeda

Pere Almeda

Pere Almeda es director del Institut Ramon Llull. Anteriormente era director del Centro de Estudios de Temas Contemporáneos y de la revista IDEES. Jurista y politólogo, tiene un Dilpoma de Estudios Avanzados (DEA) en Ciencia Política y un posgrado en Relaciones Internacionales y Cultura de Paz. Es profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona. Ha trabajado y colaborado con distintas instituciones como el Parlament de Catalunya, el Parlamento Europeo o el Departamento de Asuntos Políticos de la Secretaria General de Naciones Unidas. Ha sido el coordinador del proyecto internacional de Sant Pau, así como director de la Fundación Catalunya Europa, donde lideró el proyecto Combatir las desigualdades: el gran reto global.


Pablo Pareja

Pablo Pareja Alcaraz es profesor Serra Húnter de Relaciones Internacionales en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y Coordinador Académico del Máster Erasmus Mundus en Políticas Públicas en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI). Doctor en Relaciones Internacionales por la UPF, tiene un Máster en Estudios Europeos por la London School of Economics y un Máster en Servicio Exterior por la Georgetown University. Miembro del Grupo de investigación en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UPF, sus principales líneas de investigación incluyen el estudio de la política exterior china, la contribución de China a la construcción y transformación de los órdenes internacional y regional y las relaciones internacionales asiáticas.