Conocer y entender la visión de la República Popular China no significa respaldar, tolerar o justificar dicha visión. No defiendo la tecnocracia autoritaria de China como sustituto de la democracia representativa. Tampoco defiendo la democracia liberal representativa como el modelo definitivo cuando el término liberal defiende los intereses de una minoría minúscula a costa de una mayoría inmensa. Creo que los dos modelos están en crisis. Lo que hoy está pasando en Hong Kong podría ser un indicador importante de la dificultad de fusionar los dos modelos.
Paradigmas cambiantes en el orden mundial
La política de “reforma y apertura” que Deng Xiaoping inició en 1978 provocó un ascenso extraordinario de China como superpotencia geoeconómica. El poder geoeconómico tiende a convertirse en poder geopolítico. “Occidente” considera a China una economía “emergente”, no obstante, en términos históricos, China vuelve a emerger. Está recuperando la posición preeminente que tenía en la economía mundial antes de sufrir la agresión del imperialismo occidental en el siglo XIX. Una de las prioridades principales del “Sueño de China” propuesto por Xi Jinping es “ser centrales” en las cuestiones mundiales. Eso implica el “modelo chino” del desarrollo económico y la modernización y el fortalecimiento del poder militar chino.
El muro de Berlín cayó en 1989. Dos años después, la URSS desapareció. Francis Fukuyama celebró notoriamente el final de un orden mundial bipolar basado en la ideología: la victoria hegeliana, inevitable y definitiva, de la democracia liberal y la economía de libre mercado sobre las autocracias y las economías planificadas en un mundo organizado por los estados nación de Westfalia [1]1 — Fukuyama, F. (1989), “El fin de la historia?”, The National Interest, 16: p. 3-18. . Pero la historia no se había acabado y Fukuyama se desdijo. Ahora advierte de la fragilidad de la democracia liberal. China todavía era un gigante que se despertaba lentamente, aturdido por los acontecimientos que tuvieron lugar en 1989. Joseph Stiglitz ha advertido que la pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es casual, puesto que las triunfantes políticas neoliberalistas que consideraron que la caída del muro era una victoria minan la democracia desde hace 40 años. Han provocado la aparición de movimientos populistas y neonacionalistas que responden contra los daños causados por los mercados globales libres que concentran la riqueza en manos de unos pocos a costa de muchos [2]2 — Stiglitz, J. (2011), “Of the 1%, by the 1%, for the 1%”, Vanity Fair; Stiglitz, J. (2019), “El fin del neoliberalisme y el renacimiento de la historia”, The World’s Opinion Page. .
Se ha producido un cambio de poder geoeconómico y simultáneamente se está produciendo un cambio de poder geopolítico, pero los paradigmas que gobiernan la teoría política euroamericana no han cambiado. “Occidente” corre el riesgo de sufrir el síndrome de la línea Maginot al preparar defensas obsoletas de sistemas y paradigmas políticos basados en los estados nación de Westfalia para un orden mundial supranacional post Bretton Woods que ha trasladado “el resto” a un territorio desconocido. El G7 ha cedido relevancia al G20. El dinámico crecimiento económico de los países BRICS y MINT y la importancia creciente de África están sustituyendo la hegemonía económica de las antiguas metrópolis. La cooperación Sur-Sur contrarresta las relaciones asimétricas Norte-Sur. Se terminan quinientos años de dominio “occidental”. Ahora, la mayor parte de la población y el comercio mundial se concentran en Asia.
Cualquier análisis del cambio emergente en el poder geopolítico que corresponda al cambio de poder geoeconómico y demográfico requeriría unos paradigmas adecuados, pero estos nuevos paradigmas todavía se encuentran en proceso de aparición [3]3 — Golden, S. (2018), “New paradigms for the new silk road”, en: Mendes, C. (ed.), China’s New Silk Road: An Emerging World Order, Londres: Routledge, p. 7-20. . Tienen que competir con modelos teóricos consolidados y desarrollados por y para “Occidente”. Los paradigmas pueden generar modelos con rigidez institucional; además, si el paradigma utilizado es defectuoso, una estrategia basada en este paradigma también lo será. Un paradigma que considere rival a otro país establecerá una competición de suma nula y determinará una estrategia de confrontación y conflicto, y quizás los provocará. En cambio, un paradigma que considere socio a otro país establecerá una cooperación de beneficio mutuo y determinará una estrategia basada en relaciones armónicas que quizás garantice esta armonía.
Se ha producido un cambio de poder geoeconómico y simultáneamente se está produciendo un cambio de poder geopolítico, pero los paradigmas de la teoría política euroamericana no han cambiado
El último informe de tendencias globales del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos describe la naturaleza cambiante del orden mundial como una variedad cada vez más diversa de estados, organizaciones e individuos empoderados que configurarán la geopolítica. Concluye que el panorama global emergente representa el final de una era dominada por Estados Unidos, y que cualquier intento norteamericano de imponer orden fracasaría. El informe reconoce la obsolescencia de la guerra fría y de los paradigmas de Westfalia, e intenta imaginar nuevos modelos para un orden mundial cambiante [4]4 — Consejo Nacional de Inteligencia (2017): Global Trends: Paradox of Progress. Disponible en línea. .
Los desafíos geopolíticos a los que se enfrenta China
A nivel internacional, hay una serie de factores que podrían desestabilizar el partido-estado: en el ámbito económico, obstáculos a la regionalización, escasez de recursos (materias primas, energía, transporte), acceso a los mercados (proteccionismo, transporte, piratería), crisis financieras (por ejemplo, la de 1997, la de 2008, la del SARS o la de la Covid-19), perturbaciones en el mercado capitalista mundial, guerras comerciales, sanciones, obstáculos a la iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, interrupciones en las cadenas de suministro y de distribución, o incertidumbre en la economía internacional. La degradación ambiental transfronteriza y el cambio climático global están provocando desastres naturales y pandemias. También hay amenazas a la seguridad (Taiwán, escudos de defensa antimisil, la presencia militar de EE.UU. en Asia y el Pacífico, la consolidación de la Organización de Cooperación de Shanghái, el mar de la China meridional, conflictos en Oriente Medio), así como conflictos étnicos transfronterizos, terrorismo internacional, crimen organizado internacional, proliferación de armas de destrucción masiva, interferencias externas desestabilizadoras, la responsabilidad geopolítica que corresponde a su poder geoeconómico o el fomento de la gobernanza mundial.
La regionalización de Asia oriental y el sureste asiático es una estrategia de autodefensa de gran interés para China en una economía global. Cualquier obstáculo a la regionalización, como la reticencia de Japón o la interferencia de Estados Unidos, podría amenazar este proceso. Donald Trump saboteó la influencia de Estados Unidos en un proceso de regionalización Asia-Pacífico que excluía a China retirando a EE.UU. Ahora, la nueva Asociación Económica Integral Regional (RCEP, según la sigla en inglés) no incluye a EE.UU. Su escasez de recursos naturales, esenciales para la industrialización, obliga a China a competir por ellos en un mercado internacional cada vez más caro. Cualquier obstáculo para que China acceda a materias primas o fuentes de energía comportaría riesgos. Pasa lo mismo con el acceso restringido a los mercados a causa de políticas proteccionistas o interferencias en el transporte (es por este motivo que China participa activamente en el control de la piratería y por lo que le preocupa la presencia de la Séptima Flota norteamericana en las aguas por donde tienen que navegar los cargueros chinos). La degradación ambiental no tiene fronteras, igual que los efectos del cambio climático, los desastres naturales y las pandemias.
En el ámbito de la seguridad, China siente la imperiosa necesidad de defender su soberanía y su integridad territorial. Los “tratados desiguales” de la época imperialista, que en China se conoce como “el siglo de la humillación”, impusieron la extraterritorialidad y retiraron la soberanía del imperio chino. Los estados nación que justificaron sus incursiones en China basándose en su propia soberanía no reconocieron la soberanía de este país. Para hacer frente a estos antiguos agresores en igualdad de condiciones, China tiene que demostrar su capacidad para consolidar y defender su integridad territorial, cosa que implica la recuperación de los territorios expropiados por el imperialismo (Taiwán) y la represión de los movimientos separatistas (Tíbet, Xinjiang).
China ve otra amenaza en la presencia militar de Estados Unidos en la región de Asia-Pacífico (la Séptima Flota, el escudo antimisil que excluye a China, el apoyo encubierto en Taiwán, las bases en Japón y Corea del Sur, los ejercicios militares conjuntos) y en Asia central, cosa que también podría interferir en el comercio de China, el transporte de materias primas y fuentes de energía o en la iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda. Por este motivo, China promueve consolidar la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como contrapeso a las estrategias de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y como un factor que fomente la multipolaridad geopolítica.
La regionalización de Asia oriental y el sureste asiático es una estrategia de autodefensa de gran interés para China en una economía global. Cualquier obstáculo a la regionalización, como la reticencia de Japón o la interferencia de los Estados Unidos, podría amenazar este proceso
China comparte fronteras y grupos étnicos con varios países en los que las tendencias transnacionales propagan el peligro de los movimientos separatistas más allá de sus fronteras, un fenómeno paralelo a los peligros del terrorismo internacional, la proliferación de armas y de armas de destrucción masiva, y el crimen organizado internacional. En varios ámbitos, los asesores chinos perciben la posibilidad de desestabilizar las interferencias alimentadas por potencias extranjeras, aunque temen que las demandas de la ONU, EE.UU. o la UE para que China asuma una responsabilidad en la política internacional proporcional a su peso económico en el ámbito mundial puedan obligar a este país a aceptar que se interfiera en los asuntos internos de los estados soberanos. Si China acepta la posibilidad de que se produzca esta interferencia, también podría sufrirla en el caso de una posible intervención en Taiwán u Hong Kong. Además, si China participa en políticas de intervención internacional, podría exponerse a sufrir pérdidas en las fuerzas armadas y a represalias terroristas.
El fracaso de los marcos convencionales
Los intentos fallidos basados en la política exterior convencional, al mismo tiempo fundamentada en la seguridad, por hacer frente al terrorismo no estatal en Oriente Medio y el norte de África son un síntoma más de la obsolescencia de los paradigmas convencionales. También lo son las tendencias hacia la regionalización económica y el regionalismo político que surgen como respuesta a la incapacidad del estado nación individual a la hora de controlar la dinámica de una economía de mercado supranacional, aunque la pandemia de la Covid-19 ha hecho revivir la tendencia a abordar de manera nacionalista un problema internacional. La proliferación de organizaciones internacionales al estilo de Bretton Woods, que legislan de manera supranacional, son un síntoma más de la obsolescencia del orden mundial de Westfalia. Las tácticas basadas en la nostalgia por las estrategias de la guerra fría que favorecían a “Occidente” tienden a considerar a China como un rival inevitable en un conflicto inevitable. Esto podría convertirse en una profecía autocumplida. También lo podría ser un pragmatismo posterior a la guerra fría que considere a China como un socio en un nuevo orden mundial que incluya “el resto”. Pasa lo mismo cuando los estrategas chinos trazan su rumbo a través de una economía de mercado capitalista globalizada en que “el resto” ha empezado a acumular capital a costa, o gracias a, la decadencia de “Occidente”.
La política errática del “America First” de Donald Trump y el neoaislacionismo debilitaron la autoridad moral de EE.UU. en los asuntos mundiales. Su flirteo con gobernantes autocráticos subvirtió a los aliados democráticos liberales tradicionales. Sus guerras comerciales invirtieron la tendencia que conducía hacia un mercado libre mundial. Su boicot a cualquier intento de hacer frente a la crisis climática puso en desacuerdo a EE.UU. con el resto del mundo a la hora de combatir la peor amenaza existencial a que ahora se enfrenta el orden mundial. La obsesión de Estados Unidos por Oriente Medio facilitó que China se convirtiera en una potencia regional en Asia y en la principal fuente de inversión y ayuda en África y América Latina, sustituyendo a EE.UU. y a la UE. Queda por ver si y hasta qué punto la política exterior de la administración de Joseph Biden revertirá las políticas trumpistas y recuperará terreno “perdido” o abrirá nuevos caminos. También está por ver si y hasta qué punto volverá el trumpismo. Más en sintonía con el mundo en general, Xi Jinping ahora es el defensor más firme del libre comercio a escala mundial y de la acción por combatir el cambio climático.
El desafío a la democracia liberal
Xi Jinping propone un “modelo chino” que haría que China recuperara la posición preeminente de que disfrutaba en el mundo antes de sucumbir a la agresión que sufrió por parte de Occidente en el siglo XIX. Xi confía en que China pueda convertirse en la “alternativa” al modelo neoliberal occidental en el orden mundial emergente que liderará durante el siglo XXI, una Pax Sinica. También ofrece una alternativa política al orden democrático liberal de “Occidente”. El éxito del modelo de desarrollo de China resiste al neoliberal Consenso de Washington, y tanto el éxito de su modelo como la resistencia al consenso hacen que “el resto” perciba que China tiene soft power. Hoy por hoy, China defiende un mundo diverso y multipolar como alternativa a la hegemonía de Estados Unidos y la OTAN: un equilibrio de poder entre grandes bloques regionales que impida que ninguno de ellos domine el orden mundial emergente.
China tiene un conjunto propio de paradigmas que podrían impedir una evaluación más precisa del orden mundial cambiante. Irónicamente, se cree sobre todo en la prevalencia del control político revolucionario leninista de un periodo de gobierno postrevolucionario. Wang Shaoguang argumenta que el “modelo chino” ofrece cuatro ventajas sobre los “jugadores con veto” (partidos políticos, lobbies, grupos de interés) de la democracia liberal a la hora de fomentar la igualdad social: un centro político estable, una mentalidad basada en resolución de problemas, diversidad a la hora de implementar políticas y capacidad de respuesta a las necesidades del pueblo [5]5 — Wang, S. (2012): “Traditional Moral Politics and Contemporary Concepts of Governance”, Reading the Chinese Dream. Disponible en línea. . En un orden mundial emergente con una democracia liberal polarizada en crisis por no haber conseguido garantizar la igualdad, la eficiencia tecnocrática de China a la hora de promover la igualdad social, así como la defensa de la multipolaridad por parte de este país, pueden ganar terreno como paradigmas alternativos competitivos y poner en duda la premisa que afirma que la democracia representativa liberal necesariamente es el último paso en la evolución de la gobernanza de sociedades complejas a escala mundial.
El “Sueño de China” fundamenta la “renovación” de este país. En términos tradicionales chinos, esto significa consolidar la riqueza y el poder militar. La primera prioridad es que el Partido Comunista Chino consolide y mantenga el control del sistema político. La segunda es mejorar el nivel de vida de las personas. La tercera es “ser centrales” en los asuntos mundiales. Ser centrales implica el “modelo chino” del desarrollo económico y la modernización y el fortalecimiento del poder militar chino. La gran renovación de la nación china se ha reivindicado desde mediados del siglo XIX, cuando el poder económico y militar superior de las naciones imperialistas occidentales derrotó sucesivamente al imperio chino, hecho que comportó una pérdida de soberanía en China. La derrota de este país en manos de sociedades que habían definido la modernidad como la acumulación de riqueza y poder subvirtió la cosmovisión tradicional china, que basaba el poder en la superioridad moral y cultural, cosa que provocó una crisis de introspección y teorización que continúa hasta hoy.
En 1820 China representaba más del 30% del PIB mundial, mientras que Europa Occidental y Estados Unidos juntos no llegaban al 25%. En 1949 el PIB mundial de China había caído a menos del 5%, mientras que Estados Unidos y Europa Occidental lo habían doblado y habían superado el 50%. Hoy China representa el 16% del PIB mundial, mientras que la Unión Europea y EE.UU. todavía comparten aproximadamente el 40%. La gran renovación de la nación china que pide Xi es un impulso de cariz fuertemente nacionalista para un crecimiento económico sostenido y la consolidación del poder geopolítico con el fin de restituir este país a su lugar preeminente en el orden mundial.
El hecho de que China y el modelo chino se pudieran convertir en la alternativa para la nueva era es un síntoma de la obsolescencia del modelo existente, posterior a la Segunda Guerra Mundial, basado en instituciones supranacionales de tipo Bretton Woods dominadas por América y Europa
El hecho de que China y el modelo chino se pudieran convertir en la alternativa para la nueva era es un síntoma de la obsolescencia del modelo existente, es decir, el modelo posterior a la Segunda Guerra Mundial basado en instituciones supranacionales de tipo Bretton Woods dominadas por América y Europa. El “Consenso de Washington” definió el modelo neoliberal occidental. Lo que Xi denomina modelo chino se ha llamado “Consenso de Pekín”. El surgimiento de China como superpotencia económica ha coincidido con el rápido declive de dos de las potencias imperiales que dominaron la escena mundial desde el siglo XVIII. El voto a favor del Brexit en el Reino Unido reflejó una nostalgia profunda, obsoleta e inútil por el imperio británico perdido y la Pax Britannica. El llamamiento de Trump “Hagamos que América vuelva a ser grande” suponía, a su vez, admitir que EE.UU. ya no eran grandes. La elección de Trump reflejó una nostalgia profunda, obsoleta e inútil por el imperio americano perdido y la Pax Americana. Los dos casos representan un giro de 180º en la estrategia geopolítica, lejos del libre comercio y de la cooperación internacional, hacia el proteccionismo y el aislacionismo.
La política “América primero” de Donald Trump y el neoaislacionismo debilitaron la autoridad moral de EE.UU. en la escena mundial. Trump suscitó que Angela Merkel advirtiera a los líderes de la UE que ya no podían confiar en EE.UU. El rechazo al libre comercio y a cualquier intento de combatir el cambio climático aislaron a EE.UU. en el nuevo orden mundial, tal como hizo el Brexit en el caso de Reino Unido. La obsesión norteamericana para controlar Oriente Medio hizo que EE.UU. dejaran de lado otras regiones del mundo. Eso facilitó que China se convirtiera en una potencia regional en Asia.
Las inversiones chinas en el extranjero han provocado que China se haya convertido en una importante fuente de ayuda en África y América Latina, sustituyendo a EE.UU. y la UE. El intento norteamericano de evitar que sus aliados en la OTAN se unieran al nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB, según la sigla en inglés), promovido por China, fue un fracaso deplorable. El AIIB se ha convertido en una alternativa al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional (FMI) y, por lo tanto, ha debilitado el control que pueden ejercer Europa y EE.UU. sobre los países en vías de desarrollo. China fomenta la cooperación Sur-Sur en organizaciones internacionales a costa de las relaciones asimétricas Norte-Sur. La “iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda” de China para construir infraestructuras de transporte en el continente euroasiático y el océano Índico transformará las economías de los países participantes, especialmente en Asia Central, aunque tendrá que enfrentarse a problemas regionales y a la oposición norteamericana. También cambiará el equilibrio de poder del territorio África-Eurasia, puesto que reemplazará el papel de la Séptima Flota de la Marina de Estados Unidos como el árbitro del poder marítimo duro en la región.
Hoy, como en el pasado, China ha optado por el comercio como medio para mantener un orden mundial pacífico y estable, en lugar del expansionismo y el dominio militar. China ofrece una situación de beneficio mutuo en la nueva era que Xi ha proclamado. Ofrece la creación de una interdependencia económica basada en la igualdad, el respeto y el beneficio mutuos. En esta situación China sale ganado, pero también lo hacen sus socios. La Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos ha reconocido que la capacidad norteamericana de imponer su voluntad en el mundo o mantener su dominio tanto en el hemisferio oriental como occidental ha disminuido y reclama nuevas estrategias para proteger los intereses de Estados Unidos en un mundo que ya no dominan. Es posible que los líderes de la OTAN no estén escuchando. Les preocupan los resultados electorales a corto plazo, un problema que no impide que Xi Jinping lidere la larga marcha de China hacia el corazón de la escena mundial.
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Referencias
1 —Fukuyama, F. (1989), “El fin de la historia?”, The National Interest, 16: p. 3-18.
2 —Stiglitz, J. (2011), “Of the 1%, by the 1%, for the 1%”, Vanity Fair; Stiglitz, J. (2019), “El fin del neoliberalisme y el renacimiento de la historia”, The World’s Opinion Page.
3 —Golden, S. (2018), “New paradigms for the new silk road”, en: Mendes, C. (ed.), China’s New Silk Road: An Emerging World Order, Londres: Routledge, p. 7-20.
4 —Consejo Nacional de Inteligencia (2017): Global Trends: Paradox of Progress. Disponible en línea.
5 —Wang, S. (2012): “Traditional Moral Politics and Contemporary Concepts of Governance”, Reading the Chinese Dream. Disponible en línea.

Seán Golden
Seán Golden es profesor titular de Estudios de Asia Oriental en la Universidad Autónoma de Barcelona, profesor asociado del IBEI e investigador asociado principal en el CIDOB. Es Doctor en Literatura por la Universidad de Connecticut. Ha impartido docencia en universidades de Estados Unidos y China, y ha sido profesor visitante en Hong Kong, China y Venecia. Sus líneas de investigación incluyen los estudios culturales comparativos, la construcción del discurso político en China y el desarrollo de una escuela china de teoría de las relaciones internacionales. Es exdirector del Centro de Estudios de Investigación de Asia Oriental (CERAO), miembro del Consejo Asesor de la ASEF Higher Education Programme (ASEF) e integrante de la Junta Ejecutiva de la red EastAsiaNet (European Research School Network for Contemporary Asian Studies). También forma parte del Grupo de Investigación InterAsia de la UAB. Ha editado, coeditado y traducido numerosas obras de poesía china, clásica y contemporánea, así como varias publicaciones sobre estudios chinos. Es autor del libro China en perspectiva. Análisis e interpretaciones (2012).