Si un fenómeno ha atraído todas las miradas de académicos, analistas y medios especializados en lo que llevamos de siglo, ese ha sido, sin lugar a duda, el auge de China y su potencial para transformar el mundo tal y como lo conocemos. Es innegable que argumentos no faltan para calificar el imparable ascenso del país asiático como el proceso con más capacidad de transformar el mundo contemporáneo. Asentado en una economía dinámica y en claro ascenso y, crecientemente, en una mayor asertividad política y diplomática, el país asiático ha llegado a la primera línea internacional con una voz cada vez más fuerte, y su presencia ha sacudido no solo el escenario internacional, sino también la disciplina de Relaciones Internacionales, cada vez más preocupada en analizar qué papel representará la nueva potencia. No obstante, a menudo estos análisis vienen acompañados de ideas vagas sobre el potencial de dicho cambio, sobre la capacidad real del Estado asiático para influir en la esfera internacional y, principalmente, sobre qué mundo aspira a construir China.
Precisamente, las aspiraciones y objetivos estratégicos de China constituyen la piedra angular del macroproyecto lanzado en 2013 por el presidente Xi Jinping, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), conocida comúnmente como “la nueva Ruta de la Seda”. El proyecto ha logrado desde entonces la adhesión de 140 países y no ha estado exenta de tensiones. Estados Unidos se ha mostrado claramente contrario a estos planes y, a nivel comunitario, las instituciones europeas han sido cuanto menos cautas ante los planes de Pekín y han calificado a China como competidor económico y rival sistémico. A pesar de esto, algunos socios europeos, entre los que destaca Italia, han abrazado el proyecto chino, aunque genere recelos en Bruselas, París y Berlín.
China y el discurso multilateralista
Indudablemente, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) es uno de los instrumentos centrales de la estrategia global de China y ejemplifica las principales características que este país presenta actualmente sobre el tablero internacional. En primer lugar, destaca su capacidad como proyecto movilizador financiero, con una inversión estimada de más de un billón de dólares solamente a través del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (sin tener en cuenta la participación de otros bancos públicos chinos) [1]1 — Chatzky, A. y McBride, J. (2020) China’s Massive Belt and Road Initiative. Council of Foreign Relations. Disponible en línea. , coloca al país promotor como una potencia responsable con una ingente capacidad de movilización de recursos y de estímulo económico, como ya lo hiciera Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial a través del Plan Marshall.
En segundo lugar, refuerza el discurso de ganancias mutuas que el gobierno del Partido Comunista Chino (PCC) ha pregonado con el fin de contrarrestar el miedo que despierta su impresionante potencial económico. Si bien el proyecto busca colocar a China en el centro económico mundial, su naturaleza global y el flujo de capitales y proyectos que arrastra es potencialmente interesante para los Estados asiáticos, africanos e, incluso, europeos. En este sentido, los esfuerzos de la actual administración Xi para subrayar no solamente la naturaleza pacífica del ascenso, sino su compromiso con los procesos multilaterales de gobernanza internacional y con la estabilidad internacional han sido notables y especialmente recurrentes aprovechando la llegada al poder de Donald Trump [2]2 — Nordin, A. H. y Weissmann, M. (2018) Will Trump make China great again? The belt and road initiative and international order. International Affairs 94 (2): 231-249. . En 2017, solamente tres días antes de la toma de posesión del ya expresidente estadounidense, Xi Jinping intervenía en el Foro de Davos con un discurso que constituyó una indudable defensa de la globalización y la apertura económica en tiempos de turbulencia proteccionista. Cuatro años más tarde, en el mismo foro y menos de una semana después de que el demócrata Joe Biden tomara el timón en Estados Unidos, Xi volvía a Davos para insistir en la necesidad de profundizar en el multilateralismo y la cooperación global para hacer frente a la pandemia y a sus consecuencias. Y, en un claro aviso a la administración estadounidense, apuntaba: “Se ha demostrado una y otra vez que empobrecer al prójimo, ir en solitario y caer en un aislamiento arrogante siempre fracasa”.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) es un claro ejemplo de la estrategia internacional china, apostando por un orden internacional adaptado a los equilibrios actuales
Finalmente, en tercer lugar, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) es un claro ejemplo del carácter reformista de la estrategia internacional china, apostando por avanzar hacia un sistema de gobernanza y un orden internacional adaptado a los equilibrios actuales que coloque la región indopacífica como el eje principal de poder internacional. Un movimiento no exento de riesgos, ya que en la zona se solapan no solo los intereses de la hegemonía estadounidense, sino también el de potencias como Rusia, India o Japón.
Viejas rutas, nuevos objetivos
La Iniciativa de la Franja y de la Ruta recupera la antigua Ruta de la Seda como herramienta globalizadora y conectora de sociedades. Hace más de 2000 años, esta ruta sirvió de conexión entre el Imperio Chino, el más importante y largo en el tiempo, con Europa y Asia a través de distintas vías que transitaban por Asia Central, Oriente Medio y Europa. Pero esta ruta no fue solamente un proto-proyecto de conectividad, sino también una vía de comunicación diplomática, social y cultural que, hasta su declive en el siglo XV, articuló los intercambios entre Oriente y Occidente.
En la línea de esa antigua ruta, el actual presidente chino, el mandatario que ha acumulado más poder en el país desde Mao Zedong, anunció solamente seis meses después de su llegada al gobierno la recreación de este proyecto como vía de desarrollo, cooperación y crecimiento económico en Eurasia. El objetivo es invitar a los socios a participar en una macro red de relaciones económicas, políticas, culturales y de seguridad en las que China se coloca en el centro. Indudablemente, la naturaleza del proyecto es claramente sinocentrista, y no es casual que el diseño de la nueva ruta se marque 2049 como fecha de culminación, ya que este año coincide con el centenario del establecimiento de la República Popular China de Mao.
No obstante, la IFR no se basa únicamente en reminiscencias de un pasado glorioso, sino que aborda el enorme déficit en infraestructuras que arrastra la región asiática. En 2017, el Banco Asiático de Desarrollo apuntaba que la zona sufría una brecha de financiación en infraestructuras económicas de al menos 800 mil millones de dólares. Gracias a una mejora en las conexiones euroasiáticas, el macroproyecto busca un fortalecimiento de la cooperación y de los intercambios comerciales, conectando los principales centros industriales y financieros chinos con Asia, Oriente Próximo y África, para, finalmente, llegar a Europa. El enorme potencial de la IFR supone también una oportunidad para explotar la sobre-capacidad de varios sectores industriales chinos como el de la construcción y sus materiales, motores clave en la robustez de la economía china, así como una vía estable y creciente de internacionalización del potente sector bancario público y, fundamentalmente, de la divisa china, el renminbi.
Además, esta multiplicación de infraestructuras y vías de comunicación contribuirá a reforzar las opciones de entrada de recursos energéticos a China, abriendo alternativas a espacios disputados o considerados de extrema fragilidad, como los estrechos de Ormuz y Malaca. De hecho, la finalidad no es únicamente establecer rutas comerciales más eficaces, rápidas y menos costosas que permitan reforzar la apertura del mercado chino a nivel internacional, sino también diversificar las vías de paso de los recursos energéticos desde los Estados productores y de tránsito, con el fin de evitar no solo las vías estratégicamente frágiles, sino también, en la medida de lo posible, territorio ruso. Son precisamente los intereses de carácter estratégico los que más preocupan a las potencias internacionales, que ven con recelo la expansión del proyecto y preparan planes alternativos.
Una franja, una ruta
Bajo el paraguas de la IFR pueden distinguirse dos estrategias principales: la franja terrestre (también denominada franja económica) y la ruta marítima, ambas partiendo de territorio chino hacia ciudades asiáticas y europeas. La ruta terrestre se apoya en vías de transporte internacional ya existentes, así como en ciudades hub, con el fin de estimular el comercio y la cooperación a través de una mejor infraestructura, unos procesos administrativos simplificados y una paulatina reducción de aduanas y aranceles hacia el libre comercio. Con este objetivo, se dibuja un plan que refuerza esas nuevas rutas viarias y ferroviarias con gaseoductos, oleoductos y centrales de producción de energía que conecten el extremo occidental de China con Asia Central, Moscú, Rotterdam y Venecia, pasando por puntos energéticos clave como Kazajistán, Pakistán e Irán. Como complemento, se prevé el establecimiento de cincuenta zonas económicas especiales orientadas al libre mercado, al estilo de las establecidas en China desde la década de 1970 durante el gobierno de Deng Xiaoping y que, a la postre, han resultado clave en su impresionante desarrollo económico.
La ruta marítima, por su parte, está en claro diálogo con la vertiente terrestre, complementando ese transporte con una fuerte apuesta por la construcción y modernización de infraestructuras costeras que conecten a China con el Sudeste Asiático, el Golfo Pérsico y el Mediterráneo [3]3 — Callahan, W. A. (2016) China’s Belt and Road Initiative and the New Eurasian Order, Norwegian Institute for International Affairs, Policy Brief 22. . Ese potencial marítimo se retroalimenta con la conectividad terrestre, estimulando la comunicación entre ambas rutas a través de corredores hacia vías de carretera, puertos secos y aeropuertos.
La bicefalia terrestre y marítima del proyecto responde a la propia geografía china. Por un lado, conecta las provincias costeras chinas, constituidas como polos industriales y comerciales punteros, con puertos internacionales seguros y ágiles bajo control chino. Por otro lado, abre al mar las provincias de interior, con un menor desarrollo económico, problemas derivados de la excesiva migración a zonas urbanas costeras y tensiones étnicas e inestabilidad, a través de una red de corredores hacia el Océano Índico, el Mar Caspio, Oriente Próximo y el continente europeo.
Bajo el paraguas de la Iniciativa de la Franja y la Ruta hay dos estrategias principales: la franja terrestre y la ruta marítima. La vertiente marítima del proyecto es la que más recelos ha generado entre algunas potencias internacionales, ya que transita a través de zonas comerciales y energéticas clave y sin duda transformará la estructura de seguridad del Océano Índico
A pesar de su naturaleza indivisible, la vertiente marítima del proyecto es la que más recelos ha generado entre algunas potencias internacionales, principalmente debido a su potencial militar. No en vano, la ruta marítima transita a través de zonas comerciales y energéticas clave e indudablemente transformará la estructura de seguridad del Océano Índico. Es precisamente el área del Índico el que señalan los especialistas como posible punto de fricción, al solaparse los intereses económicos y militares de tres potencias: China, Estados Unidos e India [4]4 — Hornat, J. (2016) The power triangle in the Indian Ocean: China, India and the United States. Cambridge Review of International Affairs 29 (2): 425-443. . La triangulación de poder entre la establecida presencia marítima estadounidense, tradicional proveedor de seguridad global, confronta con el creciente interés chino de asegurar el trasiego comercial y energético en esas aguas, dependiente de los ya mencionados puntos calientes, Malaca y Ormuz, el primero muy controlado por las tropas estadounidenses y cercano a bases y puertos indios, y el segundo excesivamente dependiente de las siempre beligerantes relaciones irano-estadounidenses. La ecuación se complica con la inserción de la India, aliado estadounidense, pero con intereses propios en una región que considera dentro de su zona de influencia y que dibuja como espacio vital para mantener su liderazgo ante sus vecinos Pakistán y Bangladesh, así como su estatus en Asia.
El Collar de Perlas chino
En respuesta a sus crecientes intereses comerciales, China inauguró el siglo XXI con una intensa estrategia de cooperación en las regiones ribereñas del Índico y el Pacífico, a través de acuerdos para la construcción de puertos y la entrada de empresas chinas en la gestión de algunos existentes, así como el acuerdo con Yibuti para establecer su primera base militar china en el exterior en 2017. Diez años antes, los analistas ya apuntaban a las intenciones chinas de crear una línea de contención que hiciera frente, por un lado, a la presencia estadounidense, con importantes aliados en la zona y, además, con bases navales clave como la de Diego García en el Índico, y la de Guam en el Pacífico, sumadas a las establecidas en territorio surcoreano y japonés y, por otro, a los potenciales intereses expansionistas de la emergente India. Nacía entre los estrategas e investigadores estadounidenses el concepto del Collar de Perlas chino, que pretendía describir una estrategia geopolítica destinada a intensificar la presencia china en esas aguas, a través de relaciones comerciales y gestión de puertos que, según las voces más alarmistas, tienen el potencial de convertirse en bases militares de la marina china.
Pese a las repetidas llamadas a la calma por parte del gobierno del PCC, tanto Estados Unidos como India han mirado con recelo cada movimiento de China. De hecho, India ha impulsado su propia contra-estrategia a través de la “Política de Actuar hacia el Este” (Act East Policy), que desde 2014 busca promover relaciones económicas, estratégicas y culturales con Asia Pacífico y que le ha llevado, por ejemplo, a tratar de romper el Collar de Perlas con la gestión del puerto iraní de Chabahar, apenas a 140 kilómetros del puerto pakistaní de Gwadar, la piedra preciosa de la estrategia china. En los últimos años, India ha intensificado su cooperación marítima con Estados Unidos, Japón, Vietnam, Australia y Filipinas y ha emulado la retórica china con el proyecto Mausam y la ruta del algodón, el primero con una clara vocación marítima de conexión Índico-arábiga y el segundo en referencia a las antiguas rutas comerciales del algodón.
No obstante, la proactividad de India en la región ha sufrido un importante traspiés tras la aprobación de la Asociación Económica Integral Regional el pasado octubre, que constituye el más importante acuerdo de libre comercio mundial, con la participación de 15 economías asiáticas, incluyendo a cuatro de las cinco más importantes del continente, con la única ausencia de India. Si bien Indonesia fue la principal promotora del proyecto, la comunidad internacional lo ha calificado como un claro éxito de la diplomacia china, ya que la reducción arancelaria y la simplificación burocrática espoleará a buen seguro las conexiones que la IFR ya contempla.
El Corredor Económico con Pakistán, pieza clave
No obstante, la proyección marítima no es la única cuestión que preocupa a India. El vecino Pakistán, antagonista de India, constituye una piedra angular entre la franja y la ruta a través del Corredor Económico China-Pakistán, uno de los seis que componen la vertiente terrestre [5]5 — Deepak, B. R. (ed.) (2018) China’s Global Rebalancing and the New Silk Road. Singapur: Springer. . De hecho, es en territorio pakistaní donde franja y ruta se unen y, según las cifras oficiales, el país acogerá el mayor proyecto de inversión china en el extranjero, con 46.000 millones de dólares, incluyendo el ya mencionado puerto de Gwadar e importantes líneas de trasporte ferroviario entre el puerto, el aeropuerto y la terminal ferroviaria de Havelian.
Esta ruta, además de permitir a los bienes y recursos energéticos sortear Malaca, ahorrará costes y tiempo. No obstante, las perspectivas sobre el corredor son complejas. Su tránsito por la parte de Cachemira ocupada por Pakistán indigna a India y su llegada a la región de Xinjiang, ya en territorio chino, también pone en tela de juicio la viabilidad del plan, por los deseos independentistas de la región y las recurrentes denuncias de vulneraciones de los derechos humanos hacia la minoría musulmana uigur que habita la zona, que convierten la región autónoma en un potencial polvorín.
Según las cifras oficiales, Pakistán acogerá el mayor proyecto de inversión china en el extranjero
La intensidad y la buena sintonía de las relaciones sino-pakistaníes es evidente, no en vano Pakistán ha sido uno de los más entusiastas partidarios de la IFR y, previsiblemente, será también uno de los principales beneficiarios a largo plazo, ya que las infraestructuras se complementarán con proyectos industriales destinados a refinar, en territorio pakistaní, el petróleo procedente de Oriente Próximo [6]6 — Chung, C. P. (2017) What are the strategic and economic implications for South Asia of China’s Maritime Silk Road initiative?. The Pacific Review 31 (3): 315-332. .
Asia Central, de escenario olvidado a potencial protagonista
Sin embargo, China ha diversificado la potencial dependencia de este aliado a través de otros dos corredores. El primero de ellos, el Corredor Económico de Eurasia, une China con ciudades clave como Rotterdam, Londres, Venecia o Madrid. En el caso de la capital española, el corredor cuenta con la ruta ferroviaria comercial más larga del mundo, que une los 13.000 kilómetros que separan la ciudad china de Yiwu, donde se encuentra el mercado mayorista más grande del mundo, con Madrid, y que en tiempos pandémicos ha jugado un interesante papel como canal de transporte de productos sanitarios en el marco de la denominada como diplomacia de la mascarilla o Ruta de la Seda sanitaria [7]7 — Verma, Raj (2020) China’s ‘mask diplomacy’ to change the COVID-19 narrative in Europe. Asia Europe Journal 18: 205-209; Cao J. (2020) Toward a Health Silk Road. China’s Proposal for Global Health Cooperation. China Quarterly of International Strategic Studies 6 (1): 19-35. .
El segundo de ellos, el corredor China-Asia Central-Asia Occidental, permite conectar zonas clave en la producción de hidrocarburos, como el Golfo Pérsico y el Mar Caspio, a través de Irán y varios países centroasiáticos, principalmente Kazajistán. El país kazajo es especialmente importante, no solo por su capacidad productora, sino también por su participación en ambos corredores y su cercanía con Moscú. La activa participación de los Estados centroasiáticos invita a prever un escenario optimista en la zona, con un importante potencial de crecimiento, máxime al tratarse de una región olvidada por Europa y Estados Unidos y cada vez menos subordinada al gran poder ruso, lo que abre la puerta a una presencia estable y creciente de China.
Como muestran las arterias de la IFR, el tejido de procesos cooperativos novedosos, diversificados y resilientes es una característica innata del proyecto desde su nacimiento. No en vano, China es consciente de los rompecabezas que pueden activarse en los próximos treinta años y busca multiplicar y optimizar sus opciones. Si bien los recelos al proyecto son importantes entre las potencias satisfechas con el actual orden internacional, la IFR es, a la vez, una muestra y un test de las ansias reformistas de China, aún infrarrepresentada en organismos y procesos que tienen lugar dentro del orden internacional liberal. En ese contexto, la IFR es también para China un escenario donde representar su modelo de liderazgo, con el fin de incrementar su estatus y ganar legitimidad internacional. El camino que siga China hasta mediados de siglo, encaminado a la construcción de lo que el presidente Xi Jinping ha bautizado como la Comunidad del Futuro Compartido para la Humanidad, será la respuesta a la pregunta principal que los internacionalistas se hacen hoy día: ¿qué valores, principios e instituciones primarán en la sociedad internacional del futuro?
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Referencias
1 —Chatzky, A. y McBride, J. (2020) China’s Massive Belt and Road Initiative. Council of Foreign Relations. Disponible en línea.
2 —Nordin, A. H. y Weissmann, M. (2018) Will Trump make China great again? The belt and road initiative and international order. International Affairs 94 (2): 231-249.
3 —Callahan, W. A. (2016) China’s Belt and Road Initiative and the New Eurasian Order, Norwegian Institute for International Affairs, Policy Brief 22.
4 —Hornat, J. (2016) The power triangle in the Indian Ocean: China, India and the United States. Cambridge Review of International Affairs 29 (2): 425-443.
5 —Deepak, B. R. (ed.) (2018) China’s Global Rebalancing and the New Silk Road. Singapur: Springer.
6 —Chung, C. P. (2017) What are the strategic and economic implications for South Asia of China’s Maritime Silk Road initiative?. The Pacific Review 31 (3): 315-332.
7 —Verma, Raj (2020) China’s ‘mask diplomacy’ to change the COVID-19 narrative in Europe. Asia Europe Journal 18: 205-209; Cao J. (2020) Toward a Health Silk Road. China’s Proposal for Global Health Cooperation. China Quarterly of International Strategic Studies 6 (1): 19-35.

Montserrat Pintado
Montserrat Pintado Lobato es Doctora en Estudios Internacionales por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), con premio extraordinario de doctorado. Actualmente es profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Santiago de Compostela (USC). Ha realizado estancias de investigación en la Universidad de Aberystwyth, en Reino Unido, y en la Universidad KIMEP de Kazajistán. Sus áreas de investigación incluyen la teoría de las Relaciones Internacionales, el orden internacional contemporáneo, la hegemonía de Estados Unidos, la emergencia de China y la política exterior de España.