La maternidad es prisionera de discursos estereotipados que nos condenan a ser tachadas de malas madres por no cuidar y dedicar suficiente tiempo a las criaturas, o profesionales fracasadas por no estar disponibles al 100% en el trabajo. Triunfar o subsistir en el mundo laboral, sin embargo, es casi incompatible con tener descendencia. La culpa es siempre nuestra.
Las mujeres nos enfrentamos a una doble presión, la de ser madres abnegadas, como dicta el mantra patriarcal, o tener éxito en el mercado laboral y tener una carrera exitosa sin renunciar a tener criaturas, siguiendo el abecé del capitalismo neoliberal. Sin embargo, en la mayoría de los casos se sobrevive como se puede con un trabajo más o menos precario. La opción de ser madre se reduce a dos arquetipos, el del “Home Angel” o el de “Superwoman”, que son los modelos que encajan en el sistema, y que se espera que reproduzcamos indistintamente.
Una perspectiva històrica
A lo largo de la historia, se ha generalizado un ideal determinado de buena madre al servicio en primer lugar de la criatura y en el segundo del marido. El mito de la madre perfecta y devota, casada, monógama, sacrificada, feliz de serlo, que siempre ha antepuesto los intereses de los demás porque se supone que no tenía los suyos propios. Un mito que se nos ha presentado como atemporal, cuando en realidad sus pilares son específicos de la modernidad occidental.
El sistema patriarcal y capitalista, a partir de esta construcción ideológica, ha relegado a las madres a la esfera privada e invisible del hogar, ha infravalorado su trabajo y ha consolidado las desigualdades de género. Las mujeres no tenían otra opción que dar a luz, así lo dictaba la biología, los deberes sociales y la religión. Un argumento, el del destino biológico, que ha servido para ocultar la enorme cantidad de trabajo reproductivo que las mujeres llevan a cabo. El patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre.
A lo largo del siglo XX, la incorporación masiva de la mujer en el mercado laboral, con la correspondiente autonomía económica, la generalización de un modelo de sociedad urbana, con menos presión sobre las personas y el acceso a métodos anticonceptivos, hicieron que tener criaturas se convirtiera en una opción y no en una obligación. Pero cuando la maternidad dejó de ser un destino único, surgió el dilema de la maternidad, es decir, una elección y un deseo confrontados a otros, con los que encajaba muy mal.
A partir de la década de 1980, al tiempo que aumentaba la incorporación de la mujer al mercado laboral y a la vida pública, hubo un auge de los discursos pro maternales y pro familia. El ideal de la buena madre se volvió mucho más complejo y plural. Las mujeres ahora no sólo tienen que ser madres devotas, como las de toda la vida, sino “súper mamas” o “mamas máquina”, tan sacrificadas como las madres de siempre, pero con una vida laboral y pública activa, y, por supuesto, con un cuerpo perfecto. Se trata de un “nuevo mamismo”, una maternidad inalcanzable, que de facto devalúa lo que hacen las madres reales. El resultado es la frustración y la ansiedad. La maternidad sufre de una intensificación neoliberal, donde se mezclan cultura de consumo e imaginarios de clase media.
Las mujeres nos enfrentamos a una doble presión, la de ser madres abnegadas, como dicta el mantra patriarcal, o tener éxito en el mercado laboral y tener una carrera exitosa sin renunciar a tener criaturas, siguiendo el abecé del capitalismo neoliberal
Feminismos y experiencia materna
Las maternidades y los feminismos han tenido históricamente una relación compleja. La segunda ola feminista de los años sesenta y setenta se rebeló, como era necesario, contra la glorificación de la maternidad y la consagración de un modelo de familia nuclear, en el marco de una sociedad con una moralidad sexual conservadora. Puso en la diana el ideal de la santísima maternidad y el modelo de familia patriarcal, reivindicando una sexualidad al margen de la reproducción y poder decidir, como mujeres, sobre nuestro cuerpo. Se consiguieron importantes logros en materia de contraconcepción y derecho al aborto, así como cambios socioculturales significativos.
Sin embargo, esta rebelión terminó con una relación tensa y mal resuelta con la maternidad que llevó, en algunos casos, a negar la experiencia materna, obviarla o subestimarla, cayendo en determinados ámbitos en un cierto discurso anti reproductivo. Un hecho que en parte no debería sorprendernos. La maternidad ha sido utilizada por el patriarcado y el capitalismo como instrumento de supeditación y control de las mujeres, con el fin de empujarnos hacia el ámbitodoméstico, privado e invisible. La maternidad, como obligación, ha supuesto un freno a las aspiraciones de las mujeres, un obstáculo para la igualdad y la autonomía. La liberación de la mujerpasaba por salir del hogar, dejar de lado la crianza y entrar en el mundo laboral. Con el logro de la independencia económica se creía que el problema de la maternidad desaparecería, y no se quiso hacer una reflexión más profunda sobre el tema. Los dilemas y contradicciones de la maternidad liaron el feminismo.
A partir de mediados de los años setenta, el feminismo asumió el reto el de pensar la maternidad en positivo. Una vez rechazada la maternidad como destino, algunas intelectuales y activistas intentaron pensar en ella en otra clave. Se trataba de ir más allá de una simple negación de la maternidad, de desplazar la carga de la crianza hacia el Estado o de externalizar la reproducción. Las tesis de Adrienne Rich en Nacemos de Mujer permitieron a las feministas reconciliarse con la maternidad. Su principal contribución fue distinguir entre la institución materna impuesta por el patriarcado, generadora de sumisión y la relación potencial de las mujeres con la experiencia materna, estableciendo una clara diferencia entre los prejuicios de la primera y las virtudes de la segunda.
Para la autora, no se trataba de impugnar la maternidad, sino el sentido en que la definía, la imponía y la restringía el patriarcado, que había “domesticado la idea del poder materno”. Se tenía queacabar con “la institución materna”, situando las maternidades fuera de la esfera del patriarcado, lo que no significaba “abolir la maternidad”, sino “fomentar la creación y el mantenimiento de la vida en el mismo terreno de la decisión, la lucha, la sorpresa, la imaginación y la inteligencia consciente, como cualquier otra dificultad, pero como una tarea libremente elegida”. A diferencia de otras feministas, que identificaban la capacidad reproductiva del cuerpo femenino con un lastre para la emancipación, Rich reivindicaba el cuerpo de la mujer “como un recurso, en vez de un destino”. La liberación de la mujer pasaba por defender y destacar las potencialidades femeninas sexuales, reproductivas y maternas, en contraposición a la maternidad forzada.
Al rescate
La maternidad de hoy, en un contexto de crisis de civilización, también vive sus crisis. Lo vemos en las dificultades que cada vez tienen más mujeres para quedarse embarazadas, el aplazamiento o incluso la renuncia forzada de la maternidad, los malabarismos para conciliar la crianza con el trabajo, las tensiones con el proyecto de la vida, la imposibilidad de tener el número de criaturas que se desean, la insatisfacción de la experiencia materna y la auto culpabilización. Estas son algunas muestras de las crisis múltiples, invisibles y no nombradas, de la maternidad. Pensar la maternidad desde el feminismo implica rescatarla de sus crisis y rescatarnos de las crisis de maternidad.
Pero, ¿qué es una maternidad feminista? Las madres hemos sido históricamente consideradas objetos, no individuos autónomos. Vernos como sujetos independientes, con necesidades propias, es uno de los retos de la reflexión feminista sobre la maternidad. Una madre feminista y desobediente es la que rompe con los ideales maternos que nos han impuesto, pero no renuncia a la experiencia materna, que se reivindica como sujeto activo, con capacidad de decisión, y que se reconcilia con el propio cuerpo, empoderándose en el embarazo, el parto y la lactancia. Se trata, en palabras de Adrienne Rich, de una maternidad “fuera de la ley y de la institución de la maternidad”, lo que implica una confrontación constante con las normas sociales establecidas.
Si tomamos el principio feminista de que lo personal es político, el desafío consiste en politizar la maternidad en un sentido emancipador. No se trata de idealizarla o tener una visión romántica, sino de reconocer el papel fundamental que desempeña en la reproducción social y de otorgarle el valor que le corresponde. Ya va siendo hora de que nos dotemos de nuevos códigos y liberemos la maternidad del patriarcado. Las mujeres conquistamos el derecho a no ser madres, a poner fin a la maternidad como destino, ahora el reto es poder decidir cómo queremos vivir esta experiencia.
Una nueva generación de mujeres y madres hoy seguramente más libres de prejuicios que las anteriores, reivindicamos la visibilidad y el reconocimiento de una obra que han hecho mujeres durante años. No se trata de una ofensiva del patriarcado para enviarnos de vuelta a casa, como han señalado algunas feministas, sino de la toma de conciencia de cómo unas prácticas tan relevantes para las sociedades humanas como gestar, parir, amamantar y criar han sido relegadas a los márgenes, y de la necesidad de valorarlas, visibilizarlas pública y políticamente, y reivindicar la responsabilidad colectiva, de hombres y mujeres, en el marco de un proyecto social emancipador.
Criar en común
Las nuevas maternidades feministas, desmercantilizadas y ecologistas se pueden leer desde el debate sobre lo que es común y los bienes comunes. Experiencias como las de los grupos de apoyo a la lactancia materna o colectivos de crianza compartida, no significan un repliegue identitario, sino que son proyectos defensivos que reivindican el ejercicio de unos derechos y el hecho de poder vivir la maternidad del otra manera, frente a la mercantilización de la vida y los valores consumistas, así como un intento ofensivo de reorganizar lo cotidiano a partir de otros parámetros.
Una maternidad alternativa no significa una simple lifestyle politics, otro estilo de vida y maternidad sólo accesible a las clases medias y altas, sino que implica poner de relieve los estrechos vínculos entre el neoliberalismo y la maternidad, de cómo el primero dificulta la experiencia materna. Se trata de conseguir cambios en el mercado de trabajo, los servicios públicos, la institución familiar, en definitiva, en el modelo de reproducción social. Una maternidad diferente necesita otro tipo de sociedad.
Si la maternidad se considera una decisión personal, toda la responsabilidad acaba recayendo en cada madre, y se ocultan las desigualdades que hacen que esta experiencia pueda ser vivida de manera muy diferente dependiendo de la posición socioeconómica o de la etnia de la mujer
Nuestro entorno socioeconómico determina, queramos o no, lo que podemos hacer y restringenuestro abanico de posibilidades. Debemos intentar no establecer un ideal materno inasumible, generador de malestar y culpa. Las maternidades emancipadoras a menudo comparten espacio y afinidad con iniciativas de consumo ecológico, modelos educativos no autoritarios, redes de economía social y solidaria… y sus fortalezas y límites son similares a los de estos movimientos. Más allá de una opción personal, el reto consiste en situar estas propuestas en el marco de un proyecto social más amplio de cambio de sistema.
Si la maternidad se considera una decisión personal, toda la responsabilidad acaba recayendo en cada madre, y se ocultan las desigualdades que hacen que esta experiencia pueda ser vivida de manera muy diferente dependiendo de la posición socioeconómica o de la etnia de la mujer. La ambivalencia intrínseca a la maternidad está muy determinada por esta cuestión.
Así, mientras las mujeres de clase media y alta y elevado nivel cultural a menudo se debaten entrecómo hacer compatibles la maternidad y la carrera profesional y buscan maneras de encajar el nuevo papel de la madre en su propia identidad, las mujeres de clase social baja luchan para poder alimentar y vestir a sus criaturas cuando ni siquiera llegan a fin de mes o para poder cuidarlas con trabajos extremadamente precarios.
La maternidad no es una práctica individual privada, por más que se repita, es una cuestión pública, que tiene repercusiones políticas y colectivas. Desde una perspectiva feminista, es fundamental desindividualizar la maternidad y enfatizar cómo las dificultades para la práctica materna no son sólo consecuencia de una discriminación de género, sino que interseccionan con otras opresiones de clase y etnia. En resumen, la maternidad depende de cómo se organiza la reproducción social.
La crianza, así como la maternidad, no son asuntos privados o familiares. No se trata de cuestionar cómo cuida una madre o un padre en particular, ya que nuestras decisiones están muy condicionadas por un entorno socioeconómico y laboral, sino plantear qué sistema queremos para garantizar el derecho a los cuidados. Aquí radica lo que debería ser el principal debate sobre la crianza, aunque en estas discusiones a menudo se olvidan los condicionantes estructurales. Otra formar de cuidar sólo será posible en un modelo social alternativo, lo que implica preguntarnos qué tipo de relaciones personales, mercado laboral, iniciativas comunitarias y servicios públicos necesitamos para hacerlo factible.
Políticas a favor de la maternidad
Hacer políticas a favor de la maternidad implica no sólo legislar para que la vida familiar y laboral sean compatibles, con bajas de maternidad y paternidad más extensas que las actuales, o proporcionar ayudas para la crianza, sino crear las condiciones socioeconómicas para que las personas puedan tener descendencia cuando lo deseen. Una de las principales causas por las que cada vez se tienen menos hijos o se tienen a una edad más avanzada está relacionada con el aumento de la precariedad laboral y de vida. Si no llegas a fin de mes, si no puedes pagar una hipoteca o un alquiler, si tu trabajo es inestable, se hace difícil pensar en tener criaturas.
El aumento de la pobreza y la precariedad ha llevado a España a ser el país del mundo donde las mujeres tienen el primer hijo a una edad más avanzada, 32,19 años. En Cataluña, las mujeres de 35 a 39 años tienen hoy más hijos que las de 25 a 29 años. Un mundo organizado en torno a los intereses empresariales es contrario a la vida. Asimismo se estima que una de cada cuatro mujeres nacidas en 1975 no tendrá descendientes, y la mayoría no será madre porque no podrán quedarse embarazadas debido a razones socioeconómicas, falta de pareja (aunque cada vez hay más mujeres que son madres solteras por decisión propia) o problemas de infertilidad.
Hacer políticas a favor de la maternidad significa combatir la especulación con la vivienda, acabar con la precariedad laboral, apostar por la reducción de la jornada laboral sin pérdida de salario, para poder dedicar tiempo a la vida personal y familiar. La defensa de la maternidad tendría que ser una política inherente a las ideologías igualitarias y emancipadoras, pero éstas a menudo van a remolque del discurso de los sectores más conservadores y/o liberales, e identifican la maternidad sólo como una carga, tanto en clave personal como de mercado laboral.
El problema en realidad no es la maternidad, como tantas veces se ha señalado, sino un sistema socioeconómico que es hostil a la vida. No se trata de seguir adaptando la maternidad al empleo, por ejemplo con un permiso de maternidad muy corto de dieciséis semanas que ni siquiera permite la lactancia materna en exclusiva durante los primeros seis meses de vida del bebé, como recomiendan todas las instituciones de salud, sino adaptar el trabajo remunerado a la maternidad y la crianza. Aquí no entro a juzgar si una madre quiere regresar a su lugar de trabajo una vez que el permiso de maternidad haya terminado, la cuestión es que quien desee un permiso más largo debe tener este derecho garantizado. Y esto parece que todas las formaciones políticas lo han olvidado. Defender la maternidad implica defender la vida, la crianza, los lazos y los afectos, y es necesario hacerlo en clave igualitaria y progresista.
Maternitzar la paternidad
Las transformaciones de la maternidad, tanto desde el punto de vista social como personal, tienen su correlación en la paternidad. La figura del padre se ha entendido, en el marco de los sistemas tradicionales de parentesco, en relación con la de la madre, pero ambas funciones han sidoconcebidas social y culturalmente de una manera asimétrica a lo largo de la Historia. Mientras el papel paterno se ha elevado a categoría de principio espiritual, confiriendo al hombre potestad absoluta sobre los descendientes, el papel materno se ha naturalizado.
La práctica materna, como reivindican muchas feministas, debería ser ejercida no sólo por las mujeres, sino también por los hombres, y dejan de ser una tarea propia del género femenino, lo que significa maternizar la paternidad. Es necesario, como dice la filósofa Nancy Fraser, avanzar hacia una sociedad igualitaria, lo que significa “subvertir la actual división sexista del trabajo y reducir la importancia del género como principio estructural de la organización social”, con la consiguiente corresponsabilización equivalente en el cuidado de las criaturas.
Esto no significa que padres y madres tengamos que hacer, o podamos hacer, exactamente lo mismo en todas las etapas de la crianza. En el caso de la maternidad biológica, en la fase deexterogestación, los nueve meses siguientes al parto, las tareas de la madre y del padre no son iguales. Lo vemos, en particular, en la lactancia materna y en el piel contra piel justo después de dar a luz, donde el papel de la madre es fundamental. Pero esto no significa que la crianza inicial sea algo exclusivo de la mujer, el padre puede involucrarse, y es importante que lo haga, en otras facetas de la crianza y del trabajo reproductivo.
Si queremos otro tipo de crianza, tenemos que pensar también en otro modelo de paternidad, una paternidad desobediente a los cánones tradicionales, que asuma las reivindicaciones y los planteamientos del feminismo, y en particular del activismo feminista maternal.
-
NOTES
1 —WOLF, N. Misconceptions: Truth, Lies, and the Unexpected on the Journey to Motherhood. Nova York: Knopf Doubleday Publishing Group, 2003
2 —DOUGLAS, S. J.; MICHAELS, M. W. The Mommy Myth: The Idealization of Motherhood and How It Has Undermined Women. Nova York: Free Press, 2004
3 —RICH, A. Nacemos de mujer. La maternidad cómo experiencia e institución. Madrid: Traficantes de sueños, 2019 (1976), pp. 356.
4 —Ibid, pp. 84.
5 —Ibid, pp. 264.
6 —BADINTER, E. La mujer y la madre. Madrid: La esfera de los libros, 2011.
7 —RICH, A., op.cit.; LAZARRE, J., El nudo materno. Barcelona: Editorial Las Afueras, 2018 (1976).
8 —DEL OLMO, C., ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista. Madrid: Clave Intelectual, 2014.
9 —INE. «Movimiento natural de la población (nacimientos, defunciones y matrimonios). Indicadores demográficos básicos año 2017. Datos provisionales» (19 juny 2018) [nota de premsa]
10 —IDESCAT. «Estadística de naixements 2017» (27 setembre 2018) [nota de premsa]
11 —ESTEVE, A.; DEVOLDER, D.; DOMINGO, A. «La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic tac!!!». Perspectives Demogràfiques, núm. 1 (2016), p. 1-4.
12 —FRASER, N. Fortunas del feminismo. Madrid: Traficantes de Sueños, 2015.

Esther Vivas
Esther Vivas es periodista, especializada en maternidades, políticas agroalimentarias y movimientos sociales. Ha escrito varios libros. Los más recientes son Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (2019) y El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación? (2014). Colabora regularmente como analista política y social en programas en TV3, Catalunya Ràdio, TVE, Radio 4 y Betevé, y escribe en El Periódico y en la revista Opcions. Es profesora del Máster en Desarrollo y Cooperación de la Universidad Ramon Llull y del Máster sobre Agricultura Ecológica de la Universidad de Barcelona.