Con la manifestación de la Diada del pasado 11 de septiembre aún en la memoria, me planteo como es ser mujer negra en Catalunya. Lo hago cuando ha pasado poco más de un año desde la publicación de mi libro Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), una obra que ha llevado a mucha gente blanca a preguntarme precisamente esto, qué supone ser una mujer negra en España (la gente negra ya sabemos cómo es ser personas negras en España). Al mismo tiempo, me preguntan cómo es serlo en Catalunya, pensando que hay diferencias significativas.
Vuelvo al Once de septiembre. Al día siguiente se tenía que hacer el análisis de la Diada. Se tenía que hablar de la manifestación con menos poder de convocatoria en los últimos años y se debatían los motivos del descenso en la participación de la ciudadanía. Por la noche, en el programa Més 3|24, Anna Simó, exsecretaria del Parlamento de Catalunya, comentaba que, a pesar de que cualquiera es libre de escoger qué hacer durante la Diada, lo más importante es que la gente salga a la calle y no se quede en casa.
En Madrid, el presidente del Gobierno en funciones Pedro Sánchez decía, en una intervención en el Congreso de los Diputados, que “ojalá llegue un día en el que la Diada sea la fiesta de todos los catalanes y todas las catalanas, y no de una parte de los catalanes”. Queda muy claro que estaba hablando del contexto independentista, pero a mí me gustaría ampliar el enfoque para darle otra perspectiva y plantear la siguiente cuestión: ¿quiénes son los catalanes y las catalanas?
¿La Diada de toda la ciudadanía?
Cuando oí a Anna Simó hablar de la importancia de salir a la calle a reivindicar durante la Diada, no me sentí para nada interpelada. Yo soy de aquellas personas que se quedan en casa. Nunca he salido a la calle por la Diada. No siento que pinte nada allí. Nací, crecí, me he educado y formado en Catalunya, pero soy una mujer afrodescendiente y, por el hecho de serlo, mucha gente con la que me relaciono por primera vez suele tener muy claro —casi sin cuestionárselo— que soy de fuera.
En una reflexión sobre la cohesión y la convivencia en Catalunya, el expresidente Jordi Pujol hizo famosa aquella afirmación que decía que «es catalán quien vive y trabaja en Catalunya, y quiere serlo». En principio, esta afirmación daría respuesta a la cuestión que he planteado en el párrafo anterior; y ojalá fuera cierta. La realidad es que hay mucha gente que vive y trabaja en Catalunya que quiere identificarse y, finalmente, ha desistido, como en mi caso. No me voy a extender ahora en este tema, pero volveré a tratarlo al final de este texto.
¿Es Catalunya un país racista?
Sé que la respuesta de una parte de la ciudadanía catalana a esta pregunta será negativa. Y la respuesta será probablemente automática, sin dejar espacio a la reflexión y con una actitud defensiva. Lo sé porque lo vivo a menudo. He pensado muchas veces en ello, en esta actitud de rechazo que se adopta frente a la pregunta de si Catalunya es racista. Porque la reacción habitual es negar que el propio territorio lo sea. Además, para reforzarlo se tiende a mirar hacia fuera: «¡España sí que es racista!», dicen. Y desde España también se mira hacia fuera: «¡Francia sí que es racista!», exclaman. Y entonces imagino que en Francia también niegan ser racistas y le pasan la pelota a otro país europeo de manera que la pelota del racismo va pasando de un país a otro en un «¡i tú más!» eterno en el que nadie mira dentro de su propio territorio para ver las dinámicas de discriminación que se producen y los mecanismos de racismo establecidos. Y al final, después de todo, se tira la pelota hacia países llamados tercermundistas donde allí sí que hay racismo porque los negros son aún más racistas que muchos blancos.
Mi opinión hacia esta reacción es que uno entiende que ser racista es una de las peores cosas que se puede ser en esta vida. Y este pensamiento se mantiene desde la lógica equivocada y simplificadora en la que se identifica el racismo con su expresión máxima: la agresión, ya sea física o verbal.
Nací, crecí, me he educado y formado en Catalunya, pero soy una mujer afrodescendiente y, por el hecho de serlo, mucha gente con la que me relaciono por primera vez suele tener muy claro, casi sin cuestionárselo, que soy de fuera
Siento que la correlación suele ser algo parecido a esto: el racismo es ser mala persona, porque quien insulta o agrede a alguien es una mala persona. El racismo se asocia a esta expresión manifiesta de odio hacia una persona racializada, es decir, cualquier persona que no sea blanca. Y como la mayoría de la gente no se considera mala persona y, por lo tanto, nunca agredirían o insultarían una persona racializada, pues no son racistas. Además, siempre hay alguien que se justifica diciendo que tiene un amigo/primo/cuñada/compañera de trabajo negra y que esta relación ya les exime automáticamente de ser racistas. Y aquí es donde reside el problema: en el hecho que el racismo va mucho más allá.
La agresión física o verbal es la punta de un iceberg enorme cuya base son, en el ámbito micro, los prejuicios y los estereotipos que creemos definen las personas negras y las conductas discriminatorias hacia ellas. Pero también al lenguaje, a los chistes; y ahora, en tiempos de redes sociales, a los memes y a los gifs. En el ámbito macro, la base del iceberg se sostiene por une serie de dinámicas permitidas por el estado nación (el que sea) que perpetua la situación de discriminación de las personas africanas y afrodescendientes, y de las personas de otros orígenes, ya sean extranjeras o autóctonas (sí, nacidas en Catalunya). Por desgracia, el racismo va mucho más allá de las manifestaciones más violentas.
En el día a día, esto se traduce en comportamientos que están profundamente enraizados y que, por tanto, no se detectan. Así pues, cuando una persona negra dice «eso que acabas de decir es racista», la persona señalada se escandaliza porque se siente profundamente insultada. Dejo aquí como propuesta que empecemos a entender estos señalamientos más bien como un «esta palabra se escribe con H». No lo sabías y ahora que lo sabes puedes corregir el error. La cuestión no es, ni de lejos tan sencilla, pero creo que la reacción a una corrección ortográfica no le hace sentirse mal a nadie.
Una corrección sobre una conducta racista se tendría que aceptar con menos agresividad, sobre todo si tenemos en cuenta que Europa se construye, desde la colonización, como un sistema racista. Porque, sí, el racismo es una estructura —como el patriarcado y el machismo—, lo que pasa es que la aceptación social del machismo como algo que se tiene que erradicar está en un punto más avanzado que el racismo. Estamos en el inicio de las conversaciones sobre el racismo, y eso debería animarnos a estar dispuestas a hablar de ello, a aprender a revisarnos y desaprender.
Catalunya vs España
Nadie ve sus propios defectos. Por eso Catalunya le pasa la pelota del racismo a España y se desentiende del asunto. Aquí también entra en juego la relación histórica de conflicto entre Catalunya y España así que ya tenemos el terreno bien abonado.
En este sentido, algunos sectores de la población catalana atribuyen el racismo a España. Una nación que siente que ha sido sistemáticamente maltratada por otra se ve como víctima y considera que no puede ser, a su vez, opresora.
Una cosa es sufrir opresión, y otra comparar el conflicto entre Catalunya y España con el tráfico de personas esclavizadas. Durante el denominado procés, yo, como afrodescendiente, he tenido que hacer de tripas corazón, escuchando como, desde sectores del independentismo, se comparaba la lucha catalana con la lucha afroamericana por los derechos civiles.
He tenido que ver como se utilizaba el recurso de la lucha de Martin Luther King Junior como analogía de la lucha catalana contra la represión de España, y he tenido que callar para no tener que escuchar respuestas que negasen mi disconformidad y me señalasen como alguien que no tiene idea de nada. En cambio, la analogía no debe ser tan clara cuando incluso desde el Instituto de educación e investigación Luther King de la Universidad de Stanford (California, Estados Unidos) el director pidió a Quim Torra que dejase de comparar el movimiento independentista con la lucha de los afroamericanos por los derechos civiles. Al final, utilizar la lucha de un referente afroamericana que defendía los derechos humanos y civiles de las personas negras en un territorio donde muchas personas negras ven menospreciados sus derechos humanos más básicos me resulta contradictorio.
Catalunya en la historia
Hacer autocrítica es complicado. Sé que lo que voy a decir ahora generará controversia, pero insisto en la necesidad de revisarse, y en Catalunya esa es una tarea que se debe acometer cuando hablamos de racismo.
Parece que algunos sectores creen que en Catalunya el racismo no existe y no puede existir, cuando eso está muy lejos de la realidad. La cuestión es que hasta hace poco no se había señalado y ahora que se hace pues produce malestar, lógicamente. Bueno, no lo habíamos señalado las personas afectadas por el racismo, porque hace años que hay asociaciones y entidades en el territorio que han luchado contra el racismo, aun cuando tradicionalmente han sido organizaciones muy blancas.
Lo que molesta es el hecho que seamos las personas que sufrimos las consecuencias negativas del racismo las que alcemos nuestras voces y señalemos, cuando históricamente habíamos ocupado posiciones subalternas, tuteladas y silenciadas por un paternalismo que nos permitía salir en la foto —por aquello de la diversidad—, y que se permitía hablar de nosotros desde la justificación de defender las que no tenían voz; pero siempre hemos tenido voz y capacidad para representarnos aun cuando se haya tendido a silenciarnos. Y eso es lo que molesta: que estemos pidiendo que se deje de mantener el discurso que asegura que no tenemos voz, y que se nos pase el micro y por lo tanto la posibilidad de auto representarnos se convierte en un peligro ya que entonces podremos expresar nuestras reivindicaciones y señalar aquellas cosas que consideramos deben modificarse. Y así es como entonces se nos percibe como una molestia ya que a nadie le gusta que le den un toque de atención.
Volviendo a la necesidad de hacer autocrítica, noto que la sociedad catalana padece de una amnesia colectiva que le permite señalar episodios reprobables de la historia española sin revisar la propia ni cuestionar su relación y su papel activo en el colonialismo. Lo que decíamos antes sobre los propios defectos.
Se tiende a hablar de —y a reclamar— reparación y memoria históricas. Los ayuntamientos de ciudades y pueblos cambian el nomenclátor de sus poblaciones. Se eliminan los nombres de militares españoles de las calles y se bautizan con nombres de prohombres (muy pocas mujeres, como siempre) catalanes. Así se vuelven más próximos. Lo que yo me pregunto es si, en este ejercicio de reparación histórica, alguien se ha tomado la molestia de revisar la historia de estos hombres y de sus familias. Porque, ya que se pide reparación alegando la memoria histórica, que se repare completamente.
Si nos centramos en la necesidad de reparación histórica, se tiene que empezar a repensar el papel de los indianos. Es preciso un ejercicio de memoria y entender de qué manera estos hombres hicieron las fortunas que les permitieron volver a Catalunya con los bolsillos llenos de dinero con el que construyeron sus palacios y palacetes y fundaron empresas y negocios. Convendría tener presente que muchos de estos empresarios que volvieron de las Indias después de haber hecho fortuna fueron el inicio de una nueva clase social: la burguesía catalana.
Toda esta riqueza acumulada se consiguió con dinero procedente de la explotación y la compraventa de seres humanos esclavizados. Luego estas fortunas se consolidaron por medio de lazos matrimoniales entre familias adineradas y permitieron la revolución industrial catalana. Para más referencias, recomiendo la ruta Barcelona, ¿ciudad de negreros?, organizada por la asociación Antropologies, que destapa estas conexiones entre la burguesía catalana incipiente y el tráfico de personas esclavizadas, aunque se haya intentado borrar estos lazos.
Pero estos episodios también forman parte de la historia de Catalunya. Una historia que relaciona Catalunya con el colonialismo. Así pues, tal vez convendría revisar estos hermanamientos entre pueblos catalanes y pueblos, sobre todo de Cuba, que son el recuerdo de que Catalunya y Cuba fueron, durante parte de los siglos XVIII i XIX, el motor de la economía del imperio español. En la misma línea, quizás se tendría que dejar de conmemorar la figura de los indianos en fiestas y festejos del territorio y celebrar otros tipos de figuras que reivindicaban la abolición de la esclavitud, como propone la artista y activista peruana Daniela Ortiz. Es una invitación a recordar y reparar las vergüenzas, en vez de negarlas.
Catalunya en el día a día
Llegadas aquí, alguien me podría reprochar que todo lo que he dicho forma parte del pasado y que el racismo (una vez más) no existe. Si he expuesto todo lo que precede es porque siento que, para entender lo que pasa hoy en día en la mayoría de las sociedades occidentales –como es el caso de la catalana– es necesario tener en cuenta el contexto histórico.
Lamento ser aguafiestas, pero veo necesario recordarlo: el racismo sigue vivo. El racismo, el colonialismo y la explotación de cuerpos y territorios racializados son las bases sobre las que Europa ha construido su riqueza capitalista. Se han espoliado territorios de África, Asia y Abya Yala —territorio conocido como Suramérica— y se les ha sometido a un empobrecimiento extremo, al mismo tiempo que se pretenden blindar las fronteras de Europa convirtiéndola en una fortaleza para que los habitantes de estos países empobrecidos se queden allí y no vengan aquí. La metrópoli abandona los territorios ocupados, pero pretende que las personas de aquellos territorios no busquen oportunidades en la madre patria.
Comento todo esto con la intención de explicar que el racismo es un mecanismo vivo que, lejos de desaparecer, evoluciona y se sofistica igual que lo hacen las sociedades. Por lo tanto, ahora las formas de racismo son más sutiles que antes, pero siguen estableciendo diferencias entre las personas blancas y las otras. Diferencias que se expresan, no solo en la existencia de leyes tan racistas como la ley de extranjería o los CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros), sino en muchos otros obstáculos impuestos a nivel administrativo, legal, político, educativo y social conformando algo llamado racismo institucionalizado.
Pensar que vivimos en sociedades post raciales es una ilusión y no vamos a acabar con la lacra del racismo en un futuro próximo. No es pesimismo, es honestidad. Las sociedades europeas, desde el inicio del colonialismo, han creado estructuras para asegurar que su sistema de enriquecimiento y desarrollo funcione, y estas estructuras se han mantenido durante siglos. Ha pasado muy poco tiempo desde el movimiento de los derechos civiles de las décadas de 1950 y 1960, o de la independencia de los últimos territorios ocupados (aunque todavía existen territorios no autónomos). Estamos hablando, por lo tanto, de fenómenos muy recientes de resistencia y lucha por las libertades, que apenas tienen cinco décadas de historia. ¿Y que representan en el hilo de la Historia cincuenta años de libertad comparados con siglos de explotación y espolio? Poca cosa, ciertamente.
El racismo institucional tiene su réplica en la cotidianidad, y en el día a día las discriminaciones también están presentes.
Me siento a menudo instrumentalizada. Me encuentro con personas que se enorgullecen de que hable catalán, como si fuese una rareza y no la consecuencia natural y esperable de alguien que ha nacido, crecido, se ha educado, vive y trabaja en Catalunya. Son personas que me felicitan, que me ponen como ejemplo de integración. ¿Qué proceso de integración tengo que vivir yo, si he sido educada en un sistema occidental, con las mismas referencias que cualquier persona blanca? Ninguna, pero parece que a menudo la dosis extra de melanina de cuerpos como el mío tiende a producir desconcierto y, de nuevo, aparece que cualquier persona no blanca no puede ser catalana.
Es habitual que entre en un comercio y que la persona que atiende, después de haber estado hablando en catalán, se me dirija a mí en castellano en un acto de pretendida amabilidad que, nuevamente, da por sentado que si me habla en catalán no la entenderé.
Me siento a menudo instrumentalizada. Me encuentro con personas que se enorgullecen de que hable catalán, como si fuese una rareza y no la consecuencia natural y esperable de alguien que ha nacido, crecido, se ha educado, vive y trabaja en Catalunya
También es habitual que la gente tenga la necesidad de preguntarme de donde soy porque, es claro, siendo una mujer negra… y cuando contesto que soy de aquí, los ojos de la persona interlocutora me interrogan porque no lo acaban de entender. «De aquí ahora, sí. Pero ¿y antes?», como si tuviese que haber un antes. ¿Antes de qué? ¿Antes de nacer? Esta pregunta, a veces va más allá, porque contestar que soy de aquí no suele ser una respuesta suficientemente satisfactoria y en alguna ocasión hay alguien que se cree con suficiente legitimidad para hacer una búsqueda por mi árbol genealógico. Pero ¿y tus padres? ¿Y los abuelos? Preguntas que, de nuevo, dejan claro que, siendo negra tengo que ser de allí, no de aquí.
Evidentemente, mis respuestas deben ser neutras, si no amables. No se me permite enojarme a pesar de tener la certeza de que esta pregunta no suele hacerse a personas blancas; al menos no de inicio. Tengo que comprender la curiosidad ajena, aunque esta curiosidad me incomode, como si el derecho a mi privacidad estuviese supeditado a las ganas de los demás de saber de mí, aunque yo no quiero que se sepa. «Mujer, ¡no te pongas así! Solo es curiosidad. ¡Qué quisquillosa eres!». La carga y la culpabilización son para mí, y no para la persona que no entiende que en realidad no tiene derecho a preguntar lo que quiera para confirmar o descartar sus prejuicios sobre mí. Pero no puedo aludir a la palabra prohibida. Nunca es racismo. Siempre es cualquier otra cosa, pero racismo no. ¿Como puede saber una persona que no ha sufrido lo mismo que yo determinar qué es lo que sufro? ¿Quién la legitima para decidir si algo me puede ofender o no? Nunca es racismo. Y menos en Catalunya.
Me gustaría que estas situaciones que explico no se entiendan como anécdotas aisladas, porque conforman el día a día de muchas personas afrodescendientes nacidas en Catalunya. No es un anecdotario: es la consecuencia de un sistema racista.
La creencia de que Catalunya ha sido un territorio históricamente reprimido por el Estado español y que por lo tanto es incapaz, a la vez, de oprimir otros pueblos es tan absurda como el hecho de que mujeres feministas blancas no entiendan que el hecho de sufrir el machismo no las exime de ser racistas hacia mujeres afrodescendientes como yo, o musulmanas o latinas o gitanas.
Es por este motivo que no deja de sorprenderme que haya gente que, cuando hablo de racismo, mire hacia España y no se sienta aludida negando, por lo tanto, mis vivencias como mujer negra que ha nacido y ha vivido siempre en un pueblo de la costa catalana. De hecho, es donde transcurren las vivencias que explico en mi libro, en mi entorno más próximo.
Como decía antes, es muy habitual que se nieguen las experiencias ajenas, aunque no debería serlo, pero desgraciadamente lo es. Y se hace desde la inconsciencia. Es muy fácil tender a cuestionar vivencias que son completamente diferentes de las nuestras. Desacreditarlas me parece más atrevido, pero también sucede, y aquí empiezan los problemas.
En este escenario se me hace complicada la construcción identitaria. Durante muchos años me he autodesignado como española o catalana, más por tozudez que por otra cosa. Cuanto más sentía que se negaba mi identidad —«tú no puedes ser de aquí»—, más me obstinaba en defenderla. Pero mantenerse en esta actitud es agotador, al menos para mí.
En unos tiempos en que las banderas y senyeres se convierten por todas partes en signos de identidad, yo como mujer negra, me siento en el limbo entre dos identidades que han tendido a negarme o a utilizarme por sistema. Algunas veces me rechazan; en otros casos juegan la carta de la integración, de la multiculturalidad y de la diversidad para colgarse la medalla haciéndome participar. Pero pocas veces soy yo la persona a quien se deja la potestad de decidir quién, qué y de donde se siente.
Eso es, para mí, ser mujer negra en Catalunya.

Desirée Bela-Lobedde
Desirée Bela-Lobedde es comunicadora y escritora, y centra parte de su tarea de comunicación en el activismo afrofeminista y concretamente en el activismo estético. Además de gestionar su propia web, escribe quincenalmente una columna en Publico.es, donde trata temas relacionados con el racismo. También participa como colaboradora en el programa Més 3|24, dirigido por Xavier Graset. Es autora del libro Ser mujer negra en España (Plan B, 2018)