Que sean muchas las madrugadas de verano
en que con qué alegría, con qué gozo
arribes a puertos nunca antes vistos,

Ítaca, de Konstantinos P. Kavafis

— Jan Martin, ¿qué piensas tú, del viaje que hicimos?
— ¿Qué quieres decir?
— ¿Cómo lo viviste? ¿Qué recuerdas?
— Tenías miedo de perder la bolsa con el material fotográfico, que nos robaran la cámara, el ordenador…
— Hay cosas que no explicamos. Lo podríamos explicar ahora.
— Es verdad. Pero no hay nada morboso. No hay sexo, no hay muertos… Todo salió bien.
— Pero nosotros cambiamos, ¿no te parece? Yo, al menos, seguro que cambié. ¿Crees que es suficiente con eso para pedir a alguien que lea esta historia?
— Quizás la pregunta que te tienes que hacer, en realidad, es si hay bastante con eso para quererla escribir.

***

El padre tiene un gran atlas, editado por la Enciclopedia Británica, nombres en inglés, todo en inglés, donde el chico se pierde a menudo en una ensoñación delicada imaginando aquellos países a los cuales quiere viajar. Un mundo lleno de aventuras. Aventuras infantiles, sin embargo. No hay mujeres, todavía; tampoco alcohol. Sobre uno de los mapas del atlas, recorrido a lápiz, ha dejado la marca de un viaje que recorre toda la costa mediterránea; une con unas líneas finas y rectas (después de más de 30 años todavía se ven) diferentes ciudades, puntos estratégicos, lugares donde descansar. De Barcelona el trazo se alarga hacia Marsella y conecta las ciudades de Génova, Roma, Nápoles, Bari, Atenas, Esmirna… y sigue, como las agujas del reloj, hasta Barcelona de nuevo; donde vive, donde imagina que le esperan.

¿Cuándo pensó por primera vez en este viaje? Recuerda que era un niño, eso seguro; sin embargo ¿era él quien lo soñó? ¿No se lo explicó nadie? ¿Y porque el Mediterráneo? Él es un chico seducido por la rama alemana de la familia. Le gustan los Ferrero Rocher que le trae el omi Renate por Navidad; sentarse al lado del onkel Manuel dentro de su Mercedes; explicar en clase que él es “medio alemán” y acto seguido bromear con su segundo apellido o maldecir las cuatro palabras que lo hacen diferente al resto. Wundebar, Weihnachten, arschloch, bis bald

Quizás, tiene que ser eso, seguro, es Fornells, Menorca. Desde que nace hasta que sus padres se separan, a los doce años, va cada verano, un mes como mínimo. Allí aprende a ir solo, si se le puede llamar ir solo cuando siempre que vuelves a casa hay un plato en la mesa, una caricia, una ducha caliente; aprende a querer a los más débiles, en el grupo hay un hijo discapacitado, Felip, que es una alegría para todos; le pierde el miedo a tocar el sexo de una chica, salvaje y de rizos negros; y sobre todo ve a sus padres y a los amigos de sus padres y la alegría que desprenden sus noches de conversaciones, vino y guitarras hasta la madrugada y sus días de barca y de niños y de playas, Ferragut o Binimel·là (la grande de las pequeñas) cuando sopla sur y Santo Tomàs cuando hay tramuntana. Todo parece tan natural y en el fondo es tan privilegiado.

Fornells, lo ha entendido ahora, hace poco, mientras el mundo paraba y él tenía una nueva oportunidad de hurgar dentro de su sombra, es aquello que añora y que siempre busca en todo. En los trabajos, en los amigos, en la familia, en las parejas… necesita mucho, mucho, que alberguen esta chispa de Fornells (esta chispa de felicidad) dentro suyo. Por esta razón, y no lo explica satisfecho más bien aliviado, lo que está más cerca de Fornells es a lo que se acaba acercando y todo aquello que se aleja es de lo que huye, irremediablemente.

Ahora, quince años después de aquel viaje, treinta y cinco años más tarde del primer trazo, cuando se sienta delante del ordenador para escribir un texto para la revista IDEES se pregunta ¿cómo es que aquel niño de doce años imaginó una vuelta como esta? No conoce literatura, tampoco películas. Exactamente, no debe ser más que un juego infantil, una ocurrencia. Sin embargo, años más tarde, piensa que, en el fondo, si levantamos la cabeza por encima del mapa y visualizamos el mar como un centro, si lo imaginamos objeto, volumen y forma, o cuerpo, carne, alma y espíritu, una vuelta también se convierte en una larga circunvalación y por lo tanto el viaje podría considerarse, de alguna manera, al mismo tiempo, una larga meditación. Una larga meditación sobre el Mediterráneo.

***

A medida que pasan los años, aquel sueño, a diferencia de otros sueños que se van diluyendo o que van perdiendo la fuerza, en este caso, como la arcilla del cauce de los ríos, va sedimentando, día tras día, dentro de su corriente más íntima. Y a medida que vive, que lee, que viaja, más fuerte se vuelve la llamada. Por qué es así, o ahora lo quiere ver así; estamos hablando de una llamada. Y una llamada es como un enamoramiento, cuando te atrapa de verdad ya no te lo puedes sacar nunca más de encima.

Tiene que reconocer, sin embargo, que, a veces, no está seguro de si el joven con el que ahora dialoga quería llevar esta gran huella dentro de sí, o en realidad, lo único que deseaba era colgarse una medalla. Una fina línea, sin duda, permeable. Con todo, es evidente que un viaje de estas dimensiones, tan provocador, al mismo tiempo (por lo tanto tenemos que incluir el deseo de aventura), no lo puede pasar deslizándose, así, como si nada. De alguna u otra forma exige profundidad.

Y ahora, él, que se conoce un poco más, que se da explicaciones por todo, supone que sí, que lo que quiere aquel joven es que una historia como esta forme parte de todas aquellas cosas que cree que tiene que vivir, si quiere tener una vida que haya valido la pena, una vida que se pueda repetir millones de veces y siga valiendo la pena. Porque, en realidad, de eso se trata, lo tiene claro, sería indigno no devolver lo que, sin ninguna razón aparente, se le ha entregado antes de empezar y sin fianza.

Así que día tras día, año tras año, se levanta limpio, dispuesto, ávido de aventuras, de experiencias:
Tienen que dejarlo, por ejemplo, completamente enamorado, y lo hicieron cuando tenía 16 años. Y recuerda cómo le caían las lágrimas dentro de la sopa que le había preparado su madre y cómo se comía así, diluidas en la sopa, sus propias lágrimas. Y cómo, con aquel gesto intuitivo tan inesperado, allí mismo, se acabó el sufrimiento…
tiene que trabajar con los mejores y aprender lo que pueda y así lo ha hecho, hasta ahora, en la radio (con Manel, Anna, Gemma y Jordi), en la prensa y en comunicación (con Xavi, Eugeni o su padre), en publicidad (con Josep Maria, Jordi, Pipo)…
también tiene que hacer los trabajos que nadie quiere hacer y aprender lo que pueda, claro está, y ha repartido pizzas en moto, de adolescente, y, aunque por muy poco tiempo, sabe lo que es limpiar los lavabos de otros…
tiene que estar en un punto culminante y perderlo todo, así le pasó con treinta años (trabajo, casa y pareja en un solo mes). Y darse cuenta, o entender, que aquello, en realidad, también era ganarlo todo, de nuevo, aunque en aquel momento pareciera imposible de creer…
tiene que volver a casa a sus padres, por un tiempo, derrotado, años después de haber cerrado la puerta por primera vez…
extraviar a amigos, encontrar otros…
lamer el sexo de alguien del mismo sexo (no le gustó) y hacer el amor con mujeres maravillosas (cada una a su manera)…
casarse, sí, casarse, al menos una vez, hasta la médula, aunque sólo sea por poco tiempo, porque cuando se trata de la mujer más bonita del mundo siempre es poco tiempo. Y tenerla entre los brazos y que se duerma. Y sentirla feliz encima suyo, agradecido…
y también tienen que engañarle, y tiene que engañar, y tiene que pelearse y ganar, y pelearse (contra cinco, o contra uno, sólo) y perder…
llegar a casa de madrugada sin saber como ha llegado…
y también aquello de escribir un libro…
y aquello de plantar un árbol…
y aquello del hijo…
lo mejor es el hijo.

Quiere hacer tantas cosas, todavía… y entre todas estas, también y a pesar de que pueden parecer menos importantes que las que acaban de aparecer en las líneas anteriores; en aquel momento, cuando tiene poco más de treinta, antes del viaje, también, y muy, de forma profunda, muy profunda:

quiere ver con sus propios ojos el mar mediterráneo desde Alejandría, andar por la Albania de Kadaré, por el Israel de Oz, por el Egipto de Mahfuz… pisar, de nuevo, Troya; cruzar, de nuevo, también, la puerta de Damasco, la Acrópolis, perderse por la medina de Fez, por la kasbah de Argel, descubrir Leptis Magna, dejar caer entre los dedos la arena de los primeros desiertos que conquistó Alejandro… Plantarse delante del Pantheon, en Roma, y decir, por dentro, pero en voz alta:

Sí, somos de la misma familia,
hemos bebido de la misma agua y
nos hemos bañado en el mismo mar.

Lo hemos tenido todo, no lo hemos sabido ver.
Salvadnos, oh dioses, de nosotros mismos.

***

I. Andar por Nápoles, por el Cairo. Sentir la danza, el caos, el orden; el orden dentro del caos. Y fluir. Fluir de aquí hacia allí y de allí hacia aquí. Como en casa. Como un niño.

II. Comer unas gambas en un puerto de un pequeño pueblo de Argelia y mientras separas la cabeza del cuerpo, lo chupas y pelas después el animalillo para comértelo, pensar que este simple gesto nos podría unir a todos. Cabezas llenas de cadmio. Barrigas llenas de cadmio. Excrementos llenos de cadmio.

III. Entrar en el vibrante mercado central de Trípoli, en Libia, y tener la sensación de que hemos vuelto a un tiempo en el que los tratos se hacen encajando la mano y son para siempre; y encontrarse en el lugar, el momento e, incluso, el país perfectos.

IV. Recordar a los estudiantes sirios con los que hablamos, en el viaje de Alepo a Latakia, y pensar que si han sobrevivido hoy tendrán unos 35 años. Quizás son matemáticos, como querían; quizás han muerto en algún atentado de Estado Islámico, ahogados durante su éxodo por el mediterráneo o quizás se han ensuciado las manos en nombre del presidente… Qué desastre, no tenemos ni idea.

V. Grabar sobre una piedra, si hace falta, tener siempre presente, que mejor vivir como un humilde campesino trabajando en un pobre trozo de la antigua Tesalia, que morir joven, rebosante de gloria y fama, librando la guerra de otro en Troya.

VI. Imaginar una paideía para los hijos: andar rápido dos días a la semana para Collserola, leer a Cervantes, algún poema de Kavafis o de Foix, pensar en cómo es el mundo, ya sea a la manera de Sócrates o de Rumi, da igual, pensarlo… Educar el gusto, la miel y el vino, la música, aprender juntos geometría. Y a pesar de la exigencia, ser consciente de que no hay más encargo que el que tiene un pájaro, que no es poco: hay que enseñar a los hijos a volar.

VII. Decir bon dia, miremengjes, bongu, inidēti āderiki, bokir tow, dobro jutro, sabah alkhyr, günaydin, buongiorno, kaliméra… y hacer evidente que a pesar de tener la misma fisonomía, podríamos pasar los unos por los otros, no nos entendemos, no hablamos el mismo idioma. Una sonrisa, sí; romper una nuevo, tomar un café, ofrecer un vaso de agua, también. Pero tenemos más posibilidades de ser buenos amantes que de formar pareja.

VIII. Leer, de los geólogos, que así como hace millones de años de un pedregal surgió, milímetro a milímetro, el Mediterráneo, ahora, milímetro a milímetro se vuelve a cerrar y dentro de millones de años volverá a ser un pedregal. Las playas donde se bañaban Cleopatra y Marco Antonio, los puertos que acogieron a los judíos en su diáspora, la bahía de Fornells y su isla de las lagartijas…

IX. Seguir pensando, por encima de mis propias miserias y grandezas, por encima de las miserias y grandezas del mundo también, que pase lo que pase debemos defender un Mediterráneo, a la manera de Jean-Claude Izzo, en el que un hombre o una mujer cualquiera pueda llegar en un puerto cualquiera y “sólo poner un pie en el suelo pueda decir: Está aquí. Aquí es mi casa”.

X. Y a pesar de todo, sentir que hablamos del mejor lugar del mundo en el que tender la ropa.

***

Barcelona, Figueres, Aviñón, Arles, Marsella, Niza, Mónaco, Génova, Roma, Nápoles, Venecia, Trieste, Piran, Split, Neum, Dubrovnik, Podgorica, Tirana, Durrës, Patras, Atenas, Salónica, Estambul, Çanakkale, Esmirna, Bodrum, Iskenderun, Antioquía, Alepo, Latakia, Damasco, Beirut, Sidón, Ammán, Jerusalén, Tel-Aviv, Áqaba, El Caire, Alejandría, Marsa Matruh, Bengasi, Trípoli, Gabés, Túnez, Annaba, Argel, Orán, Fez, Alhucemas, Tetuán, Algeciras, Málaga, Valencia y, de nuevo, Barcelona.

***

Unos meses antes de salir da voces, lo empieza a explicar, pero no conoce a nadie que haya hecho antes un viaje como este. Fragmentos, sí; pero la vuelta entera nadie. Amigos y también conocidos dicen la suya. Le pasan el número de teléfono de un periodista del Líbano, el de un chófer de Argel, la dirección de un buen restaurante en Roma… pero poco más. Nadie de su círculo más próximo sabe por donde es mejor cruzar la frontera entre Montenegro y Albania, como conseguir un visado para entrar en la Libia de Gadafi, el paso por donde los israelíes tienen la gentileza de no sellarte el pasaporte…

La ruta sigue la tesis del historiador Ferdinand Braudel; el mediterráneo es mucho más que el clima, la geología o el relieve, explica el maestro, debe su frágil unidad a una red de ciudades precozmente constituida y notoriamente tenaz. Yendo demasiado rápido, en transportes públicos, taxis, autobuses, trenes…. y una media de tres días a cada parada, se tarda casi cuatro meses en dar la vuelta entera. Cuatro meses en danza por una de las zonas del planeta con más conflictos y guerras latentes de toda la historia. El “laboratorio del mundo”, lo han llamado los expertos.

Hace 15 años de todo aquello. Todavía no existía Twitter, ni Instagram; Facebook hacía pocos meses que se había puesto en marcha. Tampoco había aparecido Trump en su versión más grotesca y cuando decías primavera árabe los únicos protagonistas eran Israel y los palestinos. Leonard Cohen todavía estaba vivo, también, y recitaba sus bellas canciones para todos nosotros.

Las cosas van de esta manera. Él lo sabe. Pasan las mujeres y los hombres, también pasarán las pandemias y los tiempos oscuros que las seguirán, y aun así espera, tiene la íntima y sencilla esperanza, que, al menos, en el Mediterráneo, no haya noche sin que alguien pueda disfrutar, bajo un cielo de estrellas fijas, dentro del jardín de una nueva taberna, de una bonita conversación, una maravillosa sonrisa o la reparadora compañía de un gran amor.

***

Antes de marcharse, también hay que decirlo, está la compañera, una pareja reciente, de hecho; justo de hace un año.
Está completamente enamorado y ella ha prometido esperarle.
¿Se habría marchado sin esta promesa? se pregunta, ahora, mientras escribe, quince años después.
Probablemente, sí. Es cierto.
Pero aunque hoy vivamos un tiempo de deconstrucción del amor romántico, no subestimemos, por favor, la fuerza de una promesa. Él, por suerte, no es tan tontorrón como para hacerse el sordo y en el momento que tocaba no la subestima, porque es gracias, precisamente, al gesto de ella que él se cree invencible. Y para este viaje, como para todos los viajes, de alguna u otra manera, se necesita alguien (un poco) invencible.

Uri Costak

Uri Costak

Uri Costak se dedica, desde hace 30 años, a la creación de contenidos. Ha sido guionista de radio en el programa La Ventana de Cadena Ser, reportero en La Vanguardia, director creativo en diferentes agencias de publicidad y profesor del Máster de Gestión Creativa de la Marca (UPF-BSM), entre muchas otras ocupaciones. En 2019 publicó su primera novela L'estilita (Ámsterdam), El estilita (Ed. Destino), Stillit (Geopoetika). En su vertiente más artística, también ha iniciado una colaboración con la Colección Civit Art, con la creación de tres obras (gráfica, escultura e instalación) que exploran las contradicciones del mundo contemporáneo. En 2005, coincidiendo con el Año Europeo del Mediterráneo y los 10 años del inicio del Proceso de Barcelona, realizó la vuelta al Mediterráneo, recorriendo toda su costa, de Barcelona a Barcelona, junto con su hermano Jan Martin.