Puede parecer una eternidad, pero desde 2017 sólo han pasado tres años. Un indicio de hasta qué punto los tiempos políticos se han vuelto intensos y volátiles. Todo ello lleva a ver, en cada discusión política del día a día, la más decisiva y definitiva de las batallas. Las burbujas de Twitter no son sino la manifestación más evidente y grotesca de este presentismo extremo. Este artículo intentará alejarse de este vicio, explorando (de manera necesariamente breve e incompleta) las lecciones que el independentismo puede extraer de los acontecimientos de 2017, tanto la comprensión de aquellos hechos como los pasos que, en el futuro, puede encarar el independentismo si quiere tener éxito en su propósito de convertir Catalunya en una república independiente. Una exploración que se limitará al caso de Catalunya (no voy a entrar, por tanto, en lo que ocurre en el resto de los Países Catalanes), y que no pretende ser neutral (quien firma estas líneas es independentista y de centro-izquierda); pero que intentará ser honesta, y por tanto rehuir el panfleto y la propaganda. He dividido el artículo en cuatro secciones: (1) un mínimo balance del otoño de 2017; (2) un repaso a tres ámbitos en los que, en mi opinión, el independentismo debería trabajar para fortalecerse y, también, para fortalecer el país; (3) algunos apuntes sobre cómo puede hacerlo; y (4) un apartado de resumen y conclusiones.

El 2017 del independentismo: victorias y derrotas

Una pregunta actualmente recurrente es por qué el independentismo “fue derrotado” en 2017. Por mi parte, creo que es una pregunta equivocada, por como da a entender que en 2017 se libró una única batalla (la de la independencia unilateral) que el independentismo perdió. En realidad, en octubre de 2017 tuvieron lugar, como mínimo, dos batallas ligadas al proceso independentista iniciado en 2012; ambas interrelacionadas, pero diferentes. Una es la batalla para culminar la hoja de ruta de Junts pel Sí, que en realidad es el que expuso Artur Mas a finales de 2014, tras el 9N: coalición Convergència-ERC, elecciones plebiscitarias, construcción de las llamadas “estructuras de estado “, e independencia con o sin acuerdo con Madrid. Esta batalla culmina en la Declaración Unilateral de Independencia (finalmente simbólica) del 27 de octubre de 2017, y aquí sin duda el independentismo sale doblemente derrotado: no sólo no consigue la independencia, sino que, según todos los indicios, genera una clara hostilidad en una parte importante de la sociedad catalana que, hasta entonces, había permanecido entre indiferente y tibiamente opuesta al Procés.

Pero, de forma paralela a esta batalla, se libra otra que concluye en una victoria política rotunda del independentismo: la batalla del referéndum unilateral, iniciada con el pacto de legislatura entre ERC y CiU de finales de 2012. La idea del referéndum unilateral tiene como objetivo situar Madrid en la posición de tener que escoger entre tres opciones que, de forma diferente, refuerzan el independentismo: (1) negociar y acordar un referéndum a la escocesa; (2) tolerar un referéndum o consulta unilateral; o (3) reprimirlo por la fuerza, arriesgándose así a dar al independentismo la simpatía de una parte de la sociedad catalana (e incluso de cierta opinión pública internacional) que no comparte la agenda independentista, pero que ve con buenos ojos la celebración de un referéndum sobre la independencia.

En octubre de 2017, el independentismo sufre una doble derrota: no solo no consigue la independencia, sinó que genera una clara hostilidad en una parte de la sociedad catalana que, hasta entonces, había permanecido entre indiferente y tibiamente opuesta al procés

El independentismo abandonó la batalla del referéndum unilateral a finales de 2014, pocas semanas antes del 9N, al transformar lo que debía ser una consulta en un “proceso participativo” de naturaleza imprecisa, donde el voto a la pregunta (en sí misma, extraña) era, en principio, tan válido como introducir el dibujo de un unicornio en la urna. Esto fue recibido con frialdad por actores importantes del movimiento independentista; por ello, era natural que, en el marco de las negociaciones parlamentarias entre Junts pel Sí y la CUP, los anticapitalistas recuperaran la idea de llevar a cabo un referéndum unilateral como condición previa a su apoyo a los presupuestos de la Generalitat. Aquel giro táctico, que se salía de la hoja de ruta de Junts pel Sí (pero que era bien visto por una parte de la coalición), desembocó en el 1 de octubre: un ejercicio formidable de desobediencia civil en que el Estado español sufre una doble derrota, tanto en términos de autoridad (millones de personas acaban votando) como, sobre todo, de imagen ante la opinión pública catalana e internacional; así como ante una parte minoritaria, pero nada despreciable, de la opinión pública española.

El paro de país y las movilizaciones del 3 de octubre, que fueron mucho más allá de los límites del independentismo, mostraron que el apoyo al referéndum y el rechazo a la represión tenían un amplio apoyo en toda la sociedad catalana. Pero el independentismo confundió esta victoria con un mandato democrático claro para llevar a cabo la DUI, conforme la hoja de ruta de Junts pel Sí. El apoyo a las movilizaciones de protesta posteriores, bastante más discreto que en el caso del 3-O, indica hasta qué punto esta identificación era equivocada. Como lo muestra, también, la gran movilización unionista del 8 de octubre: la primera (y hasta ahora, única) manifestación masiva del unionismo en Catalunya, que no se convocó en rechazo al 1-O, sino sobre todo como protesta preventiva ante la perspectiva de que, efectivamente, la DUI fuera votada y aprobada por el Parlamento.

¿Por qué el independentismo salió ganando en la batalla del referéndum unilateral, y perdiendo en la batalla de la independencia unilateral? La respuesta corta, en mi opinión, es relativamente simple: el independentismo era lo suficientemente fuerte como para salir ganando en la primera batalla, pero no para hacerlo en la segunda. Digo “relativamente simple”, porque desde luego hay que especificar qué significa “bastante fuerte” en cada caso. Diferentes actores independentistas han puesto de relieve, acertadamente, que la masa social favorable a la independencia (y, en particular, a la independencia unilateral) era y es sensiblemente inferior a la masa social favorable al referéndum. En el verano de 2017, pocos meses antes del 1-O, el Centre d’Estudis d’Opinió cifraba los partidarios del referéndum en más de un 70% de la población catalana, mientras que los partidarios de la independencia se quedaban en un 41 % [1]1 — Centre d’Estudis d’Opinió (2017); Baròmetre d’Opinió Pública (2a onada). . Así las cosas, es normal que el 1-O concitara simpatías incluso entre personas alejadas del independentismo, y que su represión despertara un rechazo que iba mucho más allá de los límites del independentismo. Y por la misma razón, también es normal que no se reuniera la misma masa social de apoyo cuando lo que se puso sobre la mesa fue la DUI.

Pero no creo que se trate sólo de eso. Incluso en el momento álgido del rechazo popular a la represión, el 3 de octubre, pudimos ver como el paro de país, impresionante como fue, tuvo un seguimiento discreto en determinados sectores económicos clave, como en buena parte del tejido industrial; es decir: no sólo es importante la amplitud de la simpatía social hacia el independentismo, sino cómo se distribuye. Por otra parte, como es sabido, poco después del 3 de octubre se organizó una campaña de pánico económico centrada en la salida de sedes sociales (que no “de empresas”) de Catalunya, alentada por algunos de los grandes poderes económicos más claramente reticentes al independentismo [2]2 — Font Manté, Àlex; Vila, Natàlia; Martín, Albert (2018); “Així va fer l’Estat la guerra econòmica contra Catalunya”, Ara.cat (https://emprenem.ara.cat/creixer/Aixi-guerra-economica-contra-Catalunya_0_2102189779.html). Darrera visita el 27/07/2020. . Sencillamente, las entidades donde la mayor parte de los catalanes guardan los ahorros, pagan la hipoteca u obtienen energía se pusieron de parte de Madrid. Además, el rechazo internacional a las imágenes de violencia policial del 1-O no se tradujo, en ningún caso, en una ola de apoyo internacional a la DUI.

El paro de país tuvo un seguimiento discreto en determinados sectores económicos clave, demostrando no sólo es importante la amplitud de la simpatía social hacia el independentismo, sino cómo se distribuye.

Estas y otras debilidades del independentismo (combinadas, respectivamente, con las fortalezas del nacionalismo español en cada campo) contribuyen, en mi opinión, a explicar el fracaso de la DUI con independencia de qué finalidad le atribuimos, según las tres hipótesis que Jordi Muñoz [3]3 — Muñoz, Jordi (2020); Principi de realitat. Una proposta per a l’endemà del Procés, L’Avenç (Barcelona), pp. 111-5. identifica en los discursos independentistas previos al otoño de 2017: la desconexión de Madrid, la negociación con Madrid o la insurrección violenta contra Madrid. El independentismo no tenía fuerza ni para conseguir que España abandonara Catalunya sin resistencia (desconexión); ni para forzar una mesa de negociación para conseguir la independencia en ese momento mediante una presión ejercida a partir de la DUI (negociación); ni para conseguir un escenario de desobediencia civil masiva y continuada, legitimada por el grueso de la población catalana, que obligara al Estado a negociar (insurrección violenta).

Coincido con Muñoz cuando dice que la hipótesis de la desconexión quedó enterrada por el desarrollo de los hechos del otoño de 2017. [4]4 — Ibíd., pp. 121-5. Por lo tanto, las únicas hipótesis que quedan son la de la desobediencia masiva y continuada (lo que Muñoz llama “insurrección”) y la de la negociación; aunque, en realidad, la primera no es más que una auxiliar de la segunda: el máximo al que puede aspirar un ejercicio de desobediencia no violenta masiva y continuada es forzar una negociación con el Estado (bien sea para conseguir un referéndum o para negociar la independencia), en ningún caso en “desplegar” el Estado catalán en oposición en España, como a veces se plantea. La razón de ello es que la clave para “desplegar” un Estado independiente en un territorio no es la desobediencia respecto del Estado matriz, sino conseguir la obediencia de las personas que viven en el territorio del nuevo Estado; lo que sólo se puede conseguir con los medios coercitivos propios, efectivamente, de un Estado. Una vez enterrada la hipótesis de que España renuncie sin más a mantener sus propios instrumentos coercitivos en Catalunya (desconexión), la única forma de “desplegar” el Estado catalán sería mediante un enfrentamiento violento que el independentismo catalán siempre ha descartado, por razones éticas y de contexto social, económico y geopolítico. Así pues, la desobediencia no violenta masiva puede servir para llevar el Estado a la mesa de negociación (como logró Gandhi en el caso de la India), pero no para “echarlo” de Catalunya sin pasar por esta casilla.

Personalmente, opino que hoy por hoy la apuesta por la negociación es más prometedora, a medio plazo, que la apuesta por la desobediencia continuada; y, como he argumentado, esta no es en última instancia más que una palanca para forzar la negociación. Pero que uno esté más cercano a una hipótesis u otra, esto no cambia el hecho de que en 2017 no fue posible ni una ni otra, por las debilidades antes apuntadas. Así pues, por mucha discrepancia estratégica que mantengan, en realidad los partidarios de una u otra hipótesis (o de alguna combinación entre ambas) deben hacerse la misma pregunta: ¿en qué ámbitos es necesario fortalecer el independentismo, y cómo hacerlo?

Fortalecer el país y fortalecer el independentismo

Para que el independentismo consiga su objetivo, antes que nada, debe asumir que esto no depende, únicamente, de lo que haga o deje de hacer; sino también de numerosos factores que en buena medida escapan a su control y, a menudo, a cualquier previsión (aciertos o errores del rival, cambios en la situación geopolítica y económica, …). Como le pasa, de hecho, a cualquier movimiento político (sobre todo, cuando cuestiona el statu quo). En la vida, en general, los éxitos o los fracasos de cada uno dependen, en buena parte, de circunstancias que están fuera de su control. Pero, también como en la vida, ésta no debe ser una conclusión paralizante, sino todo lo contrario: las buenas oportunidades se aprovechan mejor, y los giros adversos se aguantan con más resiliencia, si en todo momento se trabaja y se toman buenas decisiones en lo que sí está bajo su control. Como explica Maquiavelo a lo largo de su obra, en política tiene éxito quien tiene la habilidad y el carácter adecuados (virtú) para tratar con circunstancias externas que escapan a su control y previsión (fortuna); sea ​​para aprovecharlas cuando son favorables o para afrontarlas cuando son adversas [5]5 — Por ejemplo, afirma que en el origen de la extraordinaria expansión de la República Romana se halla “juntamente con la fortuna, una virtud y una prudencia extraordinarias” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Alianza, Madrid, p. 193). .

El gran crecimiento del independentismo en el período 2010-2015 se debió, en buena medida, a circunstancias externas de este tipo, como la crisis económica mundial, o el descrédito del régimen del 78 originado por la gestión conservadora de la crisis y los escándalos de corrupción. Pero el independentismo hubiera sido incapaz de aprovechar esta ventana de oportunidad sin décadas de trabajo previo, y sin haber tomado anteriormente decisiones arriesgadas, pero acertadas, como participar en la (fallida) reforma del Estatut [6]6 — Para un buen repaso a la década previa al procés independentista, véase el segundo capítulo de Guinjoan, Marc; Rodon, Toni; i Sanjaume, Marc (2013); Catalunya, un pas endavant, Angle (Barcelona), pp. 31-52. . Como resultado de la (relativa) superación de la crisis económica, así como de los relevos en los partidos dinásticos y en la Casa Real, esta ventana se ha cerrado; de hecho, es probable que ya estuviera cerrada antes del otoño de 2017. La apertura de nuevas ventanas de este tipo se sitúa, en buena medida, fuera del control del independentismo. Pero insisto: sí depende del independentismo trabajar esta nueva etapa de relativa estabilidad de la mejor manera posible, para poder aprovechar, de nuevo, futuras oportunidades (y, en la medida de lo posible, para facilitar su aparición). La palabra clave, como comentaba al final de la sección anterior, es “fortalecimiento”..

El fortalecimiento debe ser la prioridad del independentismo y, especialmente, tras las próximas elecciones al Parlament de Catalunya, que deberían servir para aclarar en qué estado se encuentra el sistema de partidos catalán

En mi opinión, el fortalecimiento (es decir, la acumulación de fuerzas) debe ser ahora la prioridad del independentismo y, especialmente, tras las próximas elecciones al Parlament de Catalunya, que deberían servir para aclarar en qué estado se encuentra el sistema de partidos catalán (una incógnita que envenena, y lastra, la reflexión estratégica del movimiento independentista). A continuación, mencionaré algunos de los ámbitos principales en los que, en mi opinión, el independentismo debería trabajar para fortalecer tanto su posición como la del propio país: las instituciones, la economía y la sociedad civil. En cuanto a esto, dos advertencias debidas a razones de espacio: (1) este listado no es exhaustivo; y (2) pondré bastante más énfasis en el “qué” que en el “cómo”, ya que cada ámbito responde a lógicas diferentes. Sin embargo, en la siguiente sección daré algunos apuntes sobre el “cómo” que, creo, pueden servir por igual a todos los ámbitos.

Por un lado, hay que fortalecer la presencia del independentismo en las instituciones catalanas. Cuando hablo de “las instituciones” me refiero entre otros, por supuesto, a instituciones representativas surgidas de procesos electorales; pero no sólo. Por poner sólo un ejemplo: el poder judicial es una institución y un campo de batalla político, como tiene claro todo el mundo, empezando por el PP, el PSOE, Ciudadanos y Vox. Hay jueces filo-soberanista, como es sabido; pero más por decantación natural que porque el independentismo haya invertido esfuerzos conscientes en estimular la vocación judicial entre las nuevas generaciones de juristas soberanistas. Alguien verá en ello una gran contradicción, teniendo en cuenta el papel clave de los altos tribunales en la represión contra el independentismo catalán. Yo respondería que es una contradicción no muy diferente de la que representa participar en cualquiera de las otras instituciones del marco constitucional español, incluida la propia Generalitat. Si el independentismo acepta que parte de la batalla tiene lugar en estas instituciones, la elección sobre donde participar debe basarse en consideraciones de consecuencia práctica, no de principio abstracto.

En cuanto a las instituciones representativas (vinculadas, por tanto, a procesos electorales), el fortalecimiento del independentismo no sólo debe centrarse en obtener y reforzar mayorías electorales en el conjunto del país, sino en que éstas sean cada vez más transversales a nivel geográfico y demográfico. Por poner un ejemplo: el independentismo ya puede obtener un 51% del voto en unas elecciones autonómicas, mientras en la segunda ciudad más grande del país el PSC gane elecciones municipales por mayoría absoluta, el soberanismo seguirá teniendo debilidades serias en los flancos de la legitimación democrática y el poder institucional. Asimismo, el independentismo no sólo debe ser fuerte en las instituciones representativas, sino también hacerlas tan fuertes como sea posible; objetivo para el que, entre otras cosas, es importante velar por la dignidad y el prestigio de estas instituciones en toda la población catalana, independentista o no-independentista. Los partidos independentistas han de ver el buen gobierno no sólo como un deber patriótico sino, también, como una misión estratégica.

Por otra parte, es necesario que el independentismo acumule fuerzas en el ámbito económico. Esto significa varias cosas. Por un lado, el independentismo tiene que trabajar, desde las instituciones que gobierne, para que la economía del país sea cada vez más eficiente, equitativa y sostenible, por dos motivos. Primero, porque el independentismo es una rama del catalanismo y, por tanto, una de sus misiones centrales debe ser la promoción del bienestar de los catalanes y las catalanas; y no a partir del día de la independencia, sino aquí y ahora, entendiendo la independencia como (entre otras cosas) una herramienta para tal fin. Y segundo: porque en la medida que el independentismo cumpla con esta misión, la independencia tendrá más posibilidades de ser percibida socialmente como tal herramienta de creación y distribución de bienestar compartido.

Así pues, un, el independentismo debería trabajar para que, gradualmente, la economía catalana sea cada vez menos dependiente de empresas fuertemente vinculadas al Ibex 35 y al capitalismo del BOE. Un objetivo que es, en sí mismo, bueno para la sociedad catalana, por cómo la dependencia de monopolios y oligopolios relacionados con el poder político suele tener efectos nocivos para cualquier sociedad; pero que, además, también reforzará la posición del independentismo ante nuevas campañas de pánico empresarial orquestadas desde Madrid.

El independentismo no sólo debe ser fuerte en las instituciones representativas, sino también hacerlas tan fuertes como sea posible. Los partidos independentistas tienen que ver el buen gobierno no sólo como un deber patriótico sino, también, como una misión estratégica

Finalmente, es necesario que el independentismo se refuerce en el ámbito de la sociedad civil. De nuevo, esto significa varias cosas. En primer lugar, el movimiento independentista tiene que trabajar, no para convertir toda la sociedad civil catalana en sociedad civil independentista (algo imposible y, de hecho, indeseable: un sindicato de inquilinos debe ser un sindicato de inquilinos, con independencia de la orientación de sus integrantes en otros temas); pero sí para facilitar que la sociedad civil catalana cuente con cada vez más cuadros competentes y respetados que, al mismo tiempo, simpaticen con el independentismo. Y en segundo lugar, las entidades civiles independentistas deben fortalecerse; en particular, es necesario que se alejen de las disputas entre partidos políticos, lo que no se consigue proclamándolo ni haciendo un discurso anti-partidos (que siempre es, en realidad, un discurso a favor de algún partido concreto), sino al contrario: dedicándose a cosas que ni son ni deben ser el coto de los partidos (como la movilización en la calle), y tratando de ser espacios de bienvenida para votantes, militantes y simpatizantes de cualquier partido político soberanista (o de ninguno en concreto).

Como he dicho antes, este listado de ámbitos de fortalecimiento no es exhaustivo; hay muchas otras esferas donde es vital que el independentismo trabaje para fortalecerse y, al mismo tiempo, fortalecer el país: relaciones exteriores, identificación nacional, frente anti-represivo, normalización lingüística, mundo cultural, espacio comunicativo, cohesión social o nueva ciudadanía, entre otros. Pero mi impresión es que el fortalecimiento institucional, económico y civil es una condición necesaria (aunque no suficiente) para el fortalecimiento en todos estos otros ámbitos.

Algunos apuntes sobre el “como”

Como ya he comentado, por motivos de espacio, no puedo extenderme mucho sobre cómo impulsar el fortalecimiento del independentismo en los ámbitos que he mencionado. Sin embargo, quisiera hacer algunos apuntes digamos, “metodológicos”; apuntes que, creo, pueden servir para guiar la actuación del independentismo durante los próximos años, de cara a su fortalecimiento y al del país: (1) más legitimación que legitimismo; (2) más erotismo que pornografía; (3) más fraternidad que instrumentalismo; y (4) más pluralismo que uniformidad.

Empezando por el primero: el poder político, en todas partes, se basa en una mezcla entre coerción/ fuerza bruta y legitimación/consentimiento. La legitimación no es un simple adorno del poder; como nos recuerda Arendt, las instituciones políticas “se petrifican y decaen en cuanto el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas..” [7]7 — Arendt, Hannah (1972); “On Violence”, a Crises of the Republic, Harcourt Brace, & Co (Orlando), p. 140. No hay que confundir “legitimación/deslegitimación” con “acuerdo/ desacuerdo”: buena parte de una sociedad puede estar en desacuerdo con una decisión de su gobierno y, sin embargo, considerar que su gobierno tiene legitimidad para tomarla (como es habitual en democracia). La relación entre coerción y legitimación no es ni jerárquica ni estable: un actor con un poder coercitivo enorme puede caer debido a un alto grado de deslegitimación (por ejemplo, el régimen soviético); y un actor con amplia legitimación interna y externa puede ser incapaz de imponerse debido a su debilidad en términos de poder coercitivo (por ejemplo, la República Árabe Saharaui Democrática). Depende del caso. En general, sin embargo, podríamos decir que cuanto más débil es una de las dos patas del poder, más se necesita la otra; y viceversa. Cuestiones éticas aparte (y creo que no son menores), en el campo de la fuerza bruta del independentismo no tiene nada que hacer, por muchos motivos. La batalla crucial es, pues, el campo de la legitimación, y por tanto de las opiniones públicas (sobre todo, pero no sólo, la catalana).

No hay que confundir “legitimación/deslegitimación” con “acuerdo/ desacuerdo”: buena parte de una sociedad puede estar en desacuerdo con una decisión de su gobierno y, sin embargo, considerar que su gobierno tiene legitimidad para tomarla

La posición que llamo “legitimista” es la que confunde que X obtenga legitimación interna y/o exterior a la hora de hacer Y, con que un mismo considere que X tiene legitimidad para hacer Y. Un error grave, en términos de poder. La parte del independentismo que cree que con (estar convencida de) tener legitimidad basta y que el resto es cuestión de voluntad, tiende curiosamente a menospreciar como ingenua toda precaución sobre la legitimación de cada paso a realizar, calificando -la de “lirismo”. En mi opinión, por el contrario, es el legitimismo el que va con el lirio en la mano, al no entender que la legitimación es en sí misma un componente del poder; que por tanto las consideraciones al respecto no son sólo escrúpulos éticos, sino también cálculos tácticos y estratégicos; y que cuanto más fuerte sea tu rival en otros aspectos del poder y más débil seas tú, tanto más te ha de importar la legitimación interna y/o exterior con la que cuentes. La obra de Maquiavelo, Spinoza o Gramsci, entre otros, es iluminadora en este aspecto.

La importancia de la legitimación me lleva al segundo punto: cuando contrapongo “erotismo” a “pornografía” me refiero a que, en el campo comunicativo, el independentismo debería apostar por la seducción sugerente, elegante y sutil, por encima de la auto-excitación fácil, evidente y grotesca. Si se quiere denunciar la represión, mejor hacerlo con amplias movilizaciones civiles a favor de las libertades democráticas, que con mensajes diarios, reiterativos y cansinos vía megafonía municipal. Si una entidad independentista externa al movimiento obrero convoca cuadros y activistas a la manifestación sindical del Primero de Mayo, mejor que griten consignas como “Aquí trabajamos, aquí decidimos” en vez de cosas como “Puigdemont, nuestro presidente” (el ejemplo es real). Como nos recuerdan estudiosos de la estrategia como Liddell Hart [8]8 — Liddell Hart, B.H. (1991); Strategy, Meridian, (Londres), 1991. , la aproximación indirecta a un objetivo estratégico suele dar mejores resultados que el choque frontal.

Relacionado con lo anterior: más fraternidad que instrumentalismo. Lo que quiero decir con esto es que cuando un cuadro o una entidad independentista se implica en una campaña sobre los alquileres, los desahucios o la violencia de género, lo que se trata es de que sirva eficientemente a estas campañas, no “que las intente controlar “o que vaya “para hacer pedagogía independentista”. Las cosas no funcionan así, y los colectivos organizados huyen (sabiamente) de entristas y vendedores de motos. Los cuadros y la militancia independentista deben implicarse en estas y otras luchas con otra mentalidad, orientada a dos objetivos paralelos: (1) servir al país al que defienden como patriotas; y (2) deshacer prejuicios y establecer lazos de confianza más allá de la discrepancia, que a la larga refuercen socialmente el independentismo. No se trata de ocultar que uno es independentista (la gente, de hecho, también evita los farsantes), sino de no pretender que la condición necesaria para que un independentista defienda sus vecinos sea que estos cuelguen la estelada en su balcón. Es la lógica que Òmnium bautizó, ya en 2016 (!), con un nombre que encuentro muy acertado: luchas compartidas.

Y finalmente, también en relación con los dos puntos anteriores: más pluralidad que uniformidad. Hasta 2014, el independentismo asumió con naturalidad su diversidad ideológica y organizativa, y supo hacer de ello una fortaleza: Joan Manuel Tresserras, Gabriela Serra o Ramon Tremosa podían coincidir en la reivindicación del derecho a decidir y la independencia desde idearios y espacios políticos diferentes; y por eso mismo, concitar y atraer públicos diferentes. Desde 2014, los cambios en el sistema de partidos catalán han llevado una parte del independentismo a vivir con verdadera angustia esta pluralidad, queriéndola sustituir por una “unidad” que en realidad se plantea como sinónimo de uniformidad. Ante esta obsesión para laminar la diversidad interna del independentismo, hay quien responde pidiendo “unidad estratégica”. A priori me parece bien (mucho mejor que la uniformidad, en todo caso), pero diría que lo más urgente no es eso, sino (re) aprender a respetar y valorar la pluralidad. El independentismo no alcanzará grandes consensos estratégicos hasta que sus integrantes no recuperen la capacidad de mantener debates civilizados; y esto no ocurrirá hasta que no vuelvan a reconocer y respetar, sin dramatismo, sus áreas de discrepancia. La independencia democrática y no violenta de un país diverso y plural, como es Catalunya, sólo la conseguirá un movimiento independentista diverso y plural.

Conclusiones

En mi opinión, el independentismo debería hacer una doble lectura de 2017: por un lado, en una década ha ganado una fuerza extraordinaria, que el activo, pero pequeño independentismo de los años 80 no podía ni soñar; pero, por otra parte, todavía le queda un largo camino que recorrer de cara a conseguir la fuerza necesaria para lograr su objetivo. “Necesaria”, que no “suficiente”. La independencia de Catalunya, como cualquier objetivo que ponga en cuestión el statu quo, no depende únicamente de la habilidad y la fuerza de sus partidarios. Desafortunadamente, como todo en la vida, se puede hacer las cosas bien y no tener éxito. Pero, como todo en la vida, cuando se juega contra las jerarquías establecidas, las posibilidades de éxito se maximizan si uno hace las cosas bien. Esto es especialmente cierto para un movimiento que tiene buenas razones (tanto éticas como políticas) para emplear medios estrictamente cívicos, no violentos y democráticos. como dice Oriol Illa [9]9 — Illa, Oriol (2010); Independentisme català. Entre el símbol i la institució, Angle (Barcelona), p. 119. : “Es una impostura entender el Estado como consecuencia lógica e inevitable de los derechos de una nación o de todo lo que se deriva. Desgraciadamente, para conseguir un Estado es necesaria la confluencia de una trabada y consciente mayoría social añadida a la oportunidad del momento histórico para hacerla realidad. No es fácil; tampoco es imposible.

Desde mi punto de vista, si el independentismo deja de buscar certezas absolutas (“la fórmula ganadora”, “la hoja de ruta”), podrá aprender a adaptarse a los giros ciegos de la fortuna de tal forma que, en la medida de lo posible, acabe poniéndola al servicio de sus propósitos. Si el independentismo deja de centrarse en la búsqueda de una imaginaria “batalla final” (“otoño caliente”, “el momentum“, “la lucha definitiva”), podrá volver a poner el foco en fortalecerse a base de ganar las batallas que realmente tiene por delante; las que tienen que ver con los próximos días, pero sobre todo las que tienen que ver con los próximos años, muchas de las cuales aparecerán sin avisar. En 2017 quedó claro que el independentismo no tiene por delante un camino fácil e indoloro; pero lo que el independentismo no ha asumido es que tampoco tiene por delante un camino duro-pero-claro-y-recto, sino un camino efectivamente duro y, además, en una espesa niebla de incertidumbre, contradicciones, caos y ruido, con momentos de calma y de tormenta igualmente difíciles de prever.

Siempre ha sido así, en realidad. El independentismo catalán, como cualquier otro movimiento de emancipación, siempre ha oscilado entre la tentación estética de convertirse en una religión privada que proporcione certezas imaginarias, y el deber cívico de comportarse como un movimiento político dispuesto a afrontar incertidumbres y cabalgar contradicciones. Por ello, aquí cobran plena relevancia las conocidas palabras de Max Weber [10]10 — Weber, Max (2004); “La política como vocación”, a El político y el científico, Alianza (Madrid), pp. 80-180 (a les pp. 179-80). : “La política consiste en una dura y prolongada perforación a través de resistencias tenaces, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. (…) Sólo quien está seguro de no deshacerse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le quiere ofrecer; sólo quien ante todo esto es capaz de responder con un ‘sin embargo’; sólo alguien así constituido tiene vocación para la política“.

  • Referencias

    1 —

    Centre d’Estudis d’Opinió (2017); Baròmetre d’Opinió Pública (2a onada).

    2 —

    Font Manté, Àlex; Vila, Natàlia; Martín, Albert (2018); “Així va fer l’Estat la guerra econòmica contra Catalunya”, Ara.cat (https://emprenem.ara.cat/creixer/Aixi-guerra-economica-contra-Catalunya_0_2102189779.html). Darrera visita el 27/07/2020.

    3 —

    Muñoz, Jordi (2020); Principi de realitat. Una proposta per a l’endemà del Procés, L’Avenç (Barcelona), pp. 111-5.

    4 —

    Ibíd., pp. 121-5.

    5 —

    Por ejemplo, afirma que en el origen de la extraordinaria expansión de la República Romana se halla “juntamente con la fortuna, una virtud y una prudencia extraordinarias” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Alianza, Madrid, p. 193).

    6 —

    Para un buen repaso a la década previa al procés independentista, véase el segundo capítulo de Guinjoan, Marc; Rodon, Toni; i Sanjaume, Marc (2013); Catalunya, un pas endavant, Angle (Barcelona), pp. 31-52.

    7 —

    Arendt, Hannah (1972); “On Violence”, a Crises of the Republic, Harcourt Brace, & Co (Orlando), p. 140.

    8 —

    Liddell Hart, B.H. (1991); Strategy, Meridian, (Londres), 1991.

    9 —

    Illa, Oriol (2010); Independentisme català. Entre el símbol i la institució, Angle (Barcelona), p. 119.

    10 —

    Weber, Max (2004); “La política como vocación”, a El político y el científico, Alianza (Madrid), pp. 80-180 (a les pp. 179-80).

Lluís Perez Lozano

Lluís Pérez Lozano

Lluís Pérez Lozano es sociólogo i profesor de teoría política. Es licenciado en Sociología por la Universidad de Barcelona, Máster en Ciencia Política por la Universidad Pompeu Fabra i Doctor en Ciencia Política por la misma. Actualmente es profesor asociado en esta misma universidad i es miembro del Grupo de Investigación en Teoría Política. Sus áreas de investigación son las teorías de la democracia, la justicia i el derecho de secesión, así como la tradición republicana, los nacionalismos y el pluralismo religioso. Vinculado a Esquerra Republicana de Catalunya, fue el secretario nacional de innovación política de dicha formación entre los años 2011 y 2015. Des de junio de 2015 es director académico de la Fundación Josep Irla.