Ante la expansión del feminismo… ¿qué pasa con los hombres?

“Cuando el feminismo contemporáneo se encontraba en su momento más intenso, muchas mujeres insistían en el hecho de que estaban cansadas de poner su energía en los hombres y que querían poner a las mujeres en el centro de todas las discusiones feministas. […] las pensadoras feministas que, como yo misma, queríamos incluir a los hombres en los debates éramos feministas en quienes no se podía confiar porque nos preocupaba el destino de los hombres”

hooks, b. (2021) La voluntat de canviar. Homes, masculinitat i amor. Manresa: Tigre de paper.


El avance del feminismo en los últimos tiempos ha supuesto un acontecimiento político y social de efectos profundos. Al compás de importantes movilizaciones de mujeres que han tenido lugar estos años en diversos países, el feminismo ha ido calando en la vida social, llegando a sus espacios más cotidianos y produciendo un movimiento tectónico del sentido común. Hoy mucha más gente se considera “feminista”, un significante que se topaba con resistencias e incomodidades por parte de una gran parte de la población hasta hace bastante poco. La hegemonía del feminismo se ha evidenciado en su capacidad para salir de la Academia, de los libros y las charlas de expertas, de los espacios más militantes o de las organizaciones políticas; en definitiva, en su potencia para devenir algo popular. Muchas más mujeres, desde nuestras abuelas hasta las chicas adolescentes de la generación del trap o el reggaetón, saben que el feminismo tiene que ver con ellas. Como no puede ser de otro modo, en esta expansión acelerada de las fronteras del feminismo se hace cada vez más presente una pregunta: ¿Y los hombres? ¿Qué tiene el feminismo que ver con ellos? ¿Cuál es su lugar y su papel en una revolución que quiere venir a cambiarlo todo?

Esta pregunta se vuelve políticamente relevante no sólo porque hoy son muchos los hombres que se ven ante ella, sino también porque es un interrogante que algunas fuerzas políticas están respondiendo en clave reaccionaria. Las nuevas (y las viejas) extremas derechas, en efecto, están reclutando un ejército de hombres enfadados contra el feminismo, al que se describe como un proyecto excluyente que ha declarado la guerra a los hombres. Los discursos antifeministas de las fuerzas conservadoras y reaccionarias del presente, que más allá del contexto español están interpelando a un electorado altamente masculinizado, señalan al feminismo como uno de los principales enemigos a batir y parecen querer engrosar sus filas rearmando una masculinidad herida que defiende su derecho a existir. Es importante reparar en que para que esos discursos tengan éxito ha de existir un caldo de cultivo previo. La extrema derecha politiza —da forma, explica, orienta, dirige hacia algún lugar— una incomodidad, un malestar o un enfado masculino en una época de profunda desorientación para muchos hombres.

Es en este contexto que cobra toda su importancia la reflexión sobre la masculinidad y el análisis de qué tipo de imperativos y normas regulan el comportamiento de los hombres, qué brechas y fallas están resquebrajando a la masculinidad hegemónica, a qué tipo de fracasos están hoy abocados quienes quieren seguir siendo “hombres de verdad” y de qué modos se está recomponiendo o reconfigurando la identidad masculina en el siglo XXI. En los últimos tiempos han cobrado cada vez más peso dentro de las ciencias sociales las reflexiones sobre la masculinidad, ganando terreno en la esfera académica los male studies. Y, aunque de forma mucho más tímida e incipiente, se abre paso también la pregunta acerca de hasta qué punto, en tiempos en los que el feminismo se ha ganado ya el derecho de existencia en las instituciones, las políticas públicas deben incorporar una mirada específica sobre la masculinidad para avanzar en la igualdad de género.

Ahora bien, estas cuestiones y estos interrogantes generan, a su vez, tensiones en el interior del feminismo. Los feminismos —en plural— no están de acuerdo en relación al papel que los hombres deben ocupar ni en los análisis teóricos, ni en las políticas de género ni en el proyecto social que dibujamos cuando decimos “feminismo”.

El identitarismo y sus costuras

Tal vez sea el momento de formular una crítica radical que libere a la teoría feminista
de la obligación de construir una base única o constante. […] La identidad del sujeto feminista
no debería ser la base de la política feminista.

Butler, J. (2007) El género en disputa. Barcelona: Paidós.


El reciente y exponencial avance del feminismo no ha impedido que se muestre de forma especialmente evidente su pluralidad interna. De hecho, debates actuales como el de cómo se integran dentro de la agenda feminista las demandas de derechos de las personas trans, evidencian fracturas ideológicas profundas. Tampoco es de extrañar que, precisamente al compás de la expansión de su sujeto (de que más gente haya entrado a formar parte del feminismo y a reivindicar ese término), el feminismo densifique sus debates en torno a qué es “feminismo” y las distintas perspectivas traten de defender que no todo cabe bajo la etiqueta de feminismo.

Hay inercias propias de nuestro presente. La incapacidad de ciertos feminismos de incorporar a las personas trans evidencia un cierre o repliegue identitario en torno al sujeto —supuestamente nítido y claramente delimitado— de “las mujeres”, lo que reaviva y vuelve nuevamente actuales los debates sobre la identidad que abordaron las distintas corrientes feministas a finales del siglo pasado. A pesar de que algunos feminismos tratan de defender la inclusión de los derechos trans en su agenda, bajo lemas como los de “las mujeres trans son mujeres” —es decir, ampliando la categoría “mujer”—, esta posición no soluciona el debate en juego. ¿Acaso no son todas las personas trans parte del sujeto del feminismo? ¿Dejará el feminismo fuera de su sujeto político a los hombres trans (muchos de los cuales han vivido una socialización femenina o han habitado el mundo como mujeres durante años)? ¿Va el feminismo a condicionar el derecho de acceso de las personas trans (muchas de las cuales no se definen ni como hombres ni como mujeres) a su identificación clara en términos de género? Ya desde la irrupción de posturas queer como la defendida por Butler a principios de la década de los ‘90 [1]1 — Judith Butler escribe en 1990 El género en disputa cuestionando la necesidad de un sujeto para el feminismo y planteando que debe rechazarse todo intento de representar a “las mujeres” por parte del feminismo. el planteamiento era mucho más radical: quizás el feminismo debe renunciar a tener un sujeto identitario y debe asumir que toda “representación” de las mujeres implica un redibujamiento de una categoría que siempre genera exclusiones. Así pues, la pregunta abierta por algunos feminismos lleva tiempo siendo ¿Es que acaso el feminismo es una lucha solo de y para las mujeres?

La cuestión trans es una de las costuras por donde aparece la pregunta acerca del sujeto del feminismo y se tensan las contradicciones de un feminismo identitario pero, evidentemente, otra de esas costuras está hoy abriéndose con la pregunta en torno a los hombres. Si la lucha feminista tiene que enfrentarse a un sistema de género que nos adoctrina de forma diferenciada a unos y a otras y prescribe comportamientos y destinos sociales diferentes para hombres y para mujeres —eso que llamamos “género”— ¿hasta qué punto se puede combatir ese sistema de opresión sin combatir todos los mandatos de género? ¿No están acaso los hombres tan sujetos como las mujeres a un sistema estructural que encasilla y atrapa a los individuos en las identidades de género? Es más ¿podrían acaso las mujeres liberarse del sistema de género y del patriarcado si no se liberan también los hombres? ¿Cómo pueden algunos feminismos que dicen querer “abolir el género” tratar la cuestión de la masculinidad como un asunto ajeno de no compete a la lucha feminista ni es imprescindible para avanzar hacia una sociedad sin género(s)?

Pareciera como si la incorporación de los hombres en tanto que objetos del patriarcado fuera a desdibujar su responsabilidad en la dominación que ejercen y supusiera inevitablemente una infravaloración de sus privilegios

Pareciera como si la incorporación de los hombres en tanto que objetos del patriarcado —subsumidos y atrapados también en los mandatos de género— fuera a desdibujar su responsabilidad en la dominación que ejercen y supusiera inevitablemente una infravaloración de sus privilegios. Se dibuja así una disyuntiva paralizante: o bien somos objeto de una estructura patriarcal y, por lo tanto, víctimas pasivas de sus mandatos, sus imposiciones y sus violencias —lugar que estaría reservado a las mujeres— o bien somos agentes responsables de la dominación y sus violencias y no, por tanto, objetos de dominación. ¿Pero es necesariamente así? ¿Son los hombres los agentes del patriarcado pero no sus víctimas? ¿Inventan los hombres, como artífices o hacedores externos, el patriarcado o más bien forman parte de ese sistema, son productos de él y permanecen atados en su interior?

Poder y estructura

“La estructura impone sus coerciones a los dos términos de la relación de dominación,
y por consiguiente a los propios dominadores, que pueden beneficiarse de ella sin dejar de ser,
de acuerdo con la frase de Marx, «dominados por su dominación»”

Bourdieu, P. (2000) La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.


Los discursos identitarios en auge tienden a producir un efecto despolitizador en la medida en la que desaparece el peso estructural del patriarcado como sistema de dominación. Que sea un sistema o una estructura quiere decir, justamente, que todos los sujetos que forman parte de ella están sujet(ad)os a dicho sistema, subsumidos, producidos por él y que, por consiguiente, tanto hombres como mujeres son objetos de una dominación[2]2 — Esta idea es excelentemente explicada por Pierre Bourdieu en (2000) La dominación masculina. Barcelona: Anagrama. . La radicalidad del feminismo como teoría social descansa fundamentalmente en esta cuestión: el análisis de una estructura social enormemente antigua, poderosa e insidiosa de la que todos y todas formamos parte. Los feminismos contemporáneos que están centrados en resguardar y patrullar las fronteras de su sujeto político y necesitan densificar una identidad fuerte de “las mujeres” están contribuyendo al asentamiento de unos marcos en los que las mujeres solo pueden ocupar el lugar de la víctima, como objeto de un sistema de dominación, y los hombres parecen tener que ocupar el lugar de los agentes que, en tanto que no pueden ser ni objetos ni víctimas del patriarcado, parecen adquirir el estatuto de sujetos externos a la estructura y absueltos de ella. Una paradójica manera de disolver el poder del género y la importancia del patriarcado que consiste en negar su carácter estructural.

Bell hooks es una de las representantes del feminismo negro y de clase y también una de las que más ha combatido esos feminismos identitarios —“separatistas”, en sus propios términos— empeñados en ignorar el impacto negativo del patriarcado en los hombres.

“La ideología separatista anima a las mujeres a ignorar el impacto negativo del sexismo en la persona masculina. Acentúa la polarización entre los sexos. […] Los hombres oprimen a las mujeres. Los patrones rígidos de roles sexistas perjudican a las personas. Estas dos realidades coexisten. La opresión masculina de las mujeres no se puede excusar en el reconocimiento de que los hombres, de alguna manera, también están perjudicados por roles sexistas rígidos”


O, dicho de otro modo, del reconocimiento de los hombres como productos de un sistema de género y, por tanto, como dominados por una estructura, no se sigue su falta de responsabilidad en el mantenimiento y perpetuación del sistema patriarcal. El problema, justamente, es poner en marcha marcos teóricos donde el papel de lo estructural y la posibilidad de agencia de los individuos (y, por lo tanto su responsabilidad) se excluyen mutuamente. Marcos teóricos que, por cierto, quedan también inhabilitados para entender que el estatuto de las mujeres como víctimas principales en una sociedad patriarcal no excluye la posibilidad de que las propias mujeres tengan agencia y puedan también colaborar en el sostenimiento de los mandatos de género hacia las mujeres y hacia los hombres. El identitarismo produce una invasión de lo moral y una regresión de lo político: necesita víctimas puras e inocentes y victimarios sobre los que no se ejerce ningún poder, produciendo una exacerbación de la agencia individual de los hombres —en detrimento del peso de lo estructural— una victimización pasiva de las mujeres, que quedan desprovistas de agencia y responsabilidad.

Nuevos hombres hechos a sí mismos o sujetos de deseo

“La masculinidad es opaca para sí misma, […] no suele haber una reflexión
ni una racionalidad descriptible detrás de muchos actos del hombre”

Rita Segato [3]3 — Rita Segato: “Hay que demostrar a los hombres que expresar la potencia a través de la violencia es una señal de debilidad”, El Salto, 26 de octubre de 2019 [Disponible en línea].


En el contexto de este debate sobre la identidad y al compás de un auge de los repliegues identitarios, en ciertos feminismos han proliferado los discursos sobre las “nuevas masculinidades”, discursos que en los últimos años han tenido una progresiva presencia en medios, redes sociales y publicaciones. Muchos de los mensajes apelan a la responsabilidad de los hombres ante un sistema que les concede privilegios y les hace ostentar un lugar de superioridad con respecto a las mujeres. Se pretende interpelar la conciencia de los hombres para que adviertan sus ventajas sobre las mujeres, para que se den cuenta de que han sido y siguen siendo injustamente premiados y reconozcan sus privilegios. Se les invita, además, a hacer ese camino por sí mismos, a hacerlo solos, a no depender de las mujeres, a no molestar a las feministas, a instruirse, a “estudiar” feminismo por su cuenta, a deconstruir su masculinidad. Este tipo de discurso apela fundamentalmente a la razón —la conciencia, el “darse cuenta” o incluso el “estudio” del feminismo— y a la voluntad de los hombres. “Los hombres son maltratadores porque quieren” decía un conocido experto en masculinidad y violencia en un debate televisivo sobre la violencia de género y sus causas. Así las cosas, algunos hombres querrían ser privilegiados y otros, aquellos con conciencia feminista y fuerza de voluntad, entenderían la injusticia de la que son beneficiarios y elegirían voluntariamente prescindir de sus prebendas. El discurso mainstream de los privilegios opera incluso entendiendo el problema en una clave estrictamente económica o economicista: los hombres tienen que perder aquello que han acumulado históricamente para que las mujeres puedan ganar aquello que se les ha negado. No es casual que, si el problema es planteado como una cuestión de costes y beneficios, donde el avance hacia una sociedad igualitaria parece inscribirse bajo la lógica de la suma cero —unas ganan si otros pierden—, la concepción de los sujetos sea la de unos sujetos racionales que saben calcular. El problema es que los discursos sobre la masculinidad más fácilmente asimilables están restaurando al clásico sujeto masculino de la razón y la voluntad, un sujeto que la teoría feminista lleva décadas poniendo en cuestión.

Desde los años 80 y 90, la filosofía contemporánea aborda, desde diferentes corrientes, una crítica a la Modernidad y, en esa crítica, la teoría feminista ha tenido un papel fundamental. Si algo ha sido central a la hora de poner en cuestión la verosimilitud del proyecto político moderno es la crítica profunda que los distintos feminismos han llevado a cabo del sujeto de ese proyecto. Un sujeto inverosímil constituido desde la razón y la voluntad de modo autónomo. Un sujeto, por lo tanto, autoconstituido al margen de los vínculos, las dependencias y las necesidades que solamente pueden ser abordadas social y colectivamente. La escisión o distancia que separa a este sujeto de los otros se cifra en su supuesta capacidad de aparecer en el espacio social y vivir en él sin los otros. El Robinson Crusoe del liberalismo, el self-made man del neoliberalismo, el padre de familia del sueño americano, el homo economicus del capitalismo o el “trabajador champiñón” de la sociedad de mercado son todas ellas figuras de una misma mítica masculina y moderna. Los feminismos han criticado esa falsa autonomía y autosuficiencia del sujeto liberal, han desenmascarado ese sujeto tramposo recordando que ese sujeto no emerge de la nada ni se ha producido a sí mismo, demostrando que el individuo descansa sobre un trabajo feminizado invisible, que tiene alguien que le cuida, que tiene lengua materna, que tiene infancia, que tiene familia, que tiene una madre, que tiene una comunidad. Han sido muchas las maneras de poner ese sujeto en duda, pero siempre se ha tratado de desenmascarar la inverosimilitud de un sujeto descarnado y sin cuerpo. Bajo las perspectivas psicoanalíticas que una parte de la teoría feminista ha desarrollado, la trampa consiste precisamente en esa ficción de transparencia y conciencia pura de un sujeto autoconstituido a través de la voluntad y la razón, un sujeto que no parece limitado por la opacidad de inconsciente y el deseo.

A la luz de las reflexiones que los feminismos han hecho sobre el sujeto es necesario leer críticamente algunos discursos contemporáneos sobre las nuevas masculinidades que parecen estar reinventando al “hombre hecho a sí mismo”, ahora como nuevo hombre feminista capaz de tomar conciencia de sus privilegios y deconstruir su masculinidad como un heroico ejercicio que llevar a cabo de forma individual. Probablemente, hacernos cargo del peso del sistema patriarcal implica asumir que la masculinidad no es algo que los hombres se inventen para su propio beneficio, sino una construcción colectiva que atraviesa al conjunto de la sociedad. Que, por tanto, la deconstrucción de esa forma hegemónica de masculinidad no es ni puede ser una tarea que los hombres lleven a cabo individualmente, ni tampoco una tarea que puedan abordar los hombres colectivamente, sin el concurso activo de las mujeres y sin que unos y otras apuntemos a las instituciones que sostienen y reproducen el sexismo y los mandatos de género. Si el feminismo no puede tener un sujeto identitario cerrado alrededor de las mujeres es porque ni aunque todas las mujeres nos reuniéramos en una asamblea feminista mundial para ponernos de acuerdo sobre cómo derrocar al patriarcado tendríamos éxito en el demontaje del sistema de género. No sin los hombres, no sin atacar y desmontar también las formas patriarcales de la masculinidad. Tampoco los hombres llevarán solos ninguna tarea a término, y restaurar los imaginarios liberales del individuo que todo lo puede no hace más que apuntalar de nuevo la forma clásica del sujeto que justamente sostiene la masculinidad tradicional. No podemos solas y no podemos solos. Además, cualquier política feminista que pretenda llevar a cabo una transformación social tiene que tratarnos a unas y a otros como sujetos que no siempre saben lo que hacen y lo que quieren y que están atravesados por su propia opacidad.

En ese sentido, es necesario hacer políticas del deseo, volver deseables otras masculinidades posibles y hacerlo de forma colectiva, reconociendo el importante papel que tienen las mujeres para ello en una sociedad normativamente heterosexual. Llevar a cabo esa tarea es comprometernos, a la vez, con la libertad de las mujeres y con la libertad de los hombres que son, en un sistema patriarcal, esclavos con beneficios, que reciben prebendas del poder, pero esclavos al fin y al cabo. ¿Puede haber algo más movilizador y transformador que implicarnos a todas y a todos en un proyecto político donde revertir las desigualdades sea apostar juntos por nuestra propia libertad? Es en ese marco donde los discursos de las extremas derechas no pueden reclutar a los hombres contra las mujeres, donde escapamos a las lógicas liberales que entienden siempre la libertad de unos como limitadora de la libertad de otros. Es dentro de estas perspectivas donde los discursos sobre la masculinidad pueden significar un importante paso hacia adelante en la transformación de nuestra sociedad.

  • Referencias

    1 —

    Judith Butler escribe en 1990 El género en disputa cuestionando la necesidad de un sujeto para el feminismo y planteando que debe rechazarse todo intento de representar a “las mujeres” por parte del feminismo.

    2 —

    Esta idea es excelentemente explicada por Pierre Bourdieu en (2000) La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.

    3 —

    Rita Segato: “Hay que demostrar a los hombres que expresar la potencia a través de la violencia es una señal de debilidad”, El Salto, 26 de octubre de 2019 [Disponible en línea].

Clara Serra Sánchez

Clara Serra Sánchez es escritora y profesora de Filosofía. Actualmente es investigadora del Centro de Investigación Teoría, Género y Sexualidad de la Universidad de Barcelona (ADHUC) y es parte del Personal Docente e Investigador de la misma universidad. Tiene un Master en estudios avanzados de Filosofía (UCM) y un Master en estudios interdisciplinarios de género (UAM). Su investigación se centra en la construcción y la representación de las identidades y también en los estudios sobre la masculinidad. Ha sido colaboradora honorífica en la Universidad Complutense de Madrid, participando en seminarios y cursos académicos. Fue responsable del Área Estatal de Igualdad, Feminismos y Sexualidades de Podemos y es exdiputada de la Asamblea de Madrid. Ha realizado numerosas publicaciones en torno a los planteamientos y debates feministas de actualidad en el ámbito español. Es autora de los libros Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas (2018, Catarata) y Manual Ultravioleta (2019, Ediciones B).