Después de siglos de lucha, de las sucesivas olas que arrancan desde finales del XIX y del cambio cultural que se ha ido produciendo en los últimos años, el movimiento feminista ha conseguido que sus reivindicaciones estén en el centro del debate social y político de las democracias liberales. El análisis crítico del patriarcado y la incorporación de la perspectiva de género a los distintos campos de las ciencias sociales, han sentado las bases teóricas para analizar las desigualdades estructurales entre los hombres y las mujeres y, también, para definir y desarrollar las herramientas políticas para revertirlas. A pesar de los enormes retos, de la discriminación existente y las múltiples formas en las que persiste la desigualdad, el programa político, social, económico o cultural de los feminismos se sitúa hoy al frente de las luchas democráticas y sus propuestas forman parte de la agenda pública. Unos avances y una fuerza que se han focalizado en la situación de subalternidad de las mujeres pero que aspira a transformar de raíz nuestras sociedades. Los cambios que proponen los feminismos, como proyectos profundamente transformadores, no sólo interpelan y afectan a las mujeres; se dirigen al conjunto de la sociedad y, por lo tanto, también a los hombres.
En los últimos años, y a medida que ha ido avanzando la hegemonía del movimiento feminista, se ha hecho cada vez más evidente la importancia de una pregunta: ¿cuál es el lugar y el papel que los hombres tienen en esta lucha que viene a cambiarlo todo? ¿Son los hombres sujetos pasivos y aliados meramente colaterales de las luchas feministas? ¿O son también actores imprescindibles de los cambios estructurales que la agenda feminista propone?
Esta cuestión, una de las preguntas de nuestro tiempo, revela su importancia también porque hay quienes la están contestando en clave reaccionaria. Al compás de la creciente conquista de muchos espacios de la sociedad por parte de las mujeres, han proliferado también discursos neomachistas que evidencian un malestar masculino presente en distintos segmentos sociales. Muchos hombres viven con dificultades los cambios propuestos por los feminismos, están desubicados en sus roles y sus relaciones o no están dispuestos a renunciar a ciertas posiciones de privilegio y dominio. A ellos se dirigen los proyectos reaccionarios y de extrema derecha que hacen de la salvaguarda de la masculinidad tradicional uno de sus ejes discursivos.
Muchos hombres viven con dificultades los cambios propuestos por los feminismos, están desubicados en sus roles y sus relaciones o no están dispuestos a renunciar a ciertas posiciones de privilegio y dominio
En este contexto, resulta imprescindible preguntarse ¿Qué otras maneras de interpelar la masculinidad tienen los feminismos para poder ser una alternativa frente a esos repliegues identitarios y esa vuelta a la masculinidad tradicional? ¿Qué proponen los feminismos a los hombres que sí quieren cambiar y formar parte de una transformación social de fondo? ¿Qué propuestas feministas pueden hacer que los hombres quieran cambiar? El debate sobre cómo el feminismo interpela y compromete a los hombres es todavía un tema relativamente incipiente a nivel social. Si bien es cierto que los estudios de género han profundizado en el análisis de la masculinidad desde hace décadas, este debate no ha trascendido tanto las fronteras de la academia ni se ha popularizado con la misma intensidad que otras temáticas abordadas por los estudios de género y los feminismos.
Son seguramente varias las razones sobre porqué la discusión acerca de la masculinidad ha quedado hasta hoy en un segundo plano. En primer lugar, porque los hombres mismos no han impulsado con fuerza un debate que implica poner su propia identidad en juego y someter su papel a una discusión pública. Los hombres, acostumbrados a ocupar, como sujetos, el lugar desde donde se miran las cosas, pasan ahora a ser también un objeto que mirar, analizar y cuestionar. Esto, que implica desocupar el centro, la neutralidad y la pretendida universalidad sobre la que se ha construido la cultura androcéntrica y patriarcal, ilumina la masculinidad como algo particular y supone, qué duda cabe, una profunda incomodidad. En segundo lugar, porque la lucha feminista se ha centrado principalmente en la situación de las mujeres y porque de una manera hegemónica el feminismo ha hecho de las mujeres su sujeto político, reservando para los hombres un papel subsidiario y colateral. Como resultado de las cuestiones anteriores, tampoco las instituciones han querido o han sabido cómo implicar a los hombres, que continúan estando en muchos casos ausentes de sus políticas, permaneciendo ajenos y, por lo tanto, desentendiéndose de asumir un papel activo en la transformación de los roles de género y la desigualdad entre hombres y mujeres.

Los cambios sociales que el feminismo propone no serán posibles de la misma manera o no se podrán alcanzar en profundidad, si no comportan, a la vez, la transformación de los valores y los roles de la masculinidad hegemónica y heteronormativa, parte esencial del sistema patriarcal. Asegurar derechos y libertades para las mujeres es inseparable de combatir los privilegios y prerrogativas masculinas; requiere deshacer las ataduras de la masculinidad con la violencia, la dominación y el ejercicio del poder. Implica hacer posibles las disidencias de género y visibilizar esas desobediencias. Todo ello implica politizar la masculinidad. Y las mujeres, sin duda, tienen buenas razones para querer esos cambios. ¿Pero qué papel pueden asumir los hombres en la deconstrucción de la masculinidad patriarcal?
La cuestión de la implicación de los hombres en el feminismo y su papel activo en la lucha por la igualdad puede ser mirada desde varios ángulos. Uno de ellos consiste en pensar a los hombres como beneficiarios de un sistema injusto y entiende que los sujetos masculinos están éticamente obligados a colaborar en unos cambios sociales y políticos que implican la pérdida de sus privilegios. Ésta, que es una parte de la realidad, no es, sin embargo, toda la realidad. Porque, ¿acaso tienen los hombres solo cosas que perder? El planteamiento de que toda ganancia o ampliación de libertad para las mujeres supone un necesario retroceso o cesión por parte de los hombres está construido sobre la lógica de la suma cero: cuando unos ganan otros tienen que perder. Y éste es precisamente el marco dentro del cual pueden proliferar los temores, los miedos e, incluso, las iras masculinas agitadas por diversos proyectos reaccionarios que señalan al feminismo como un ataque contra los hombres. Sin olvidar que, en efecto, la conquista de espacios sociales por parte de las mujeres implica, en muchas ocasiones, una pérdida de poder, de estatus o de control por parte de los hombres, existe también la posibilidad —y la necesidad política— de preguntarnos acerca de cuántas potencialidades positivas puede suponer para los hombres combatir las imposiciones, los mandatos y las prohibiciones de la masculinidad tradicional.
A lo largo de las últimas décadas, los estudios críticos sobre la masculinidad han puesto sobre la mesa que los sujetos perjudicados o damnificados por el sistema de género y la virilidad patriarcal no son únicamente las mujeres y que existe un conjunto de prescripciones, normas e imperativos masculinos que convierten también a los hombres en objetos de dominación. Además, la masculinidad tiene ganadores y perdedores y son muchos los hombres que engrosan las filas de las masculinidades subalternas, excluidas e inferiorizadas por un sistema jerárquico que obliga a los hombres a competir entre sí. Pero cabe, incluso, preguntarnos si todo son ganancias para los que supuestamente alcanzan el podio de los “hombres de verdad”. ¿Son muchos los ganadores? ¿O también para los que supuestamente llegan a la meta la masculinidad está llena de costes, de carencias y de malestar?
Si los feminismos proponen un ambicioso proyecto político que implica la transformación profunda de la sociedad, si se trata de cambiarlo todo y de cambiarlo para hacer una sociedad mejor, entonces los hombres no pueden ser meros aliados secundarios de las luchas feministas. Los hombres no están solamente convocados en tanto que responsables de los malestares, los daños o las violencias que esa masculinidad produce en las demás. Su propio bienestar está en juego, como lo está su propia libertad. El reto para los hombres no es solo “ayudar” a la emancipación de las mujeres, sino construir una sociedad más libre para todas y para todos y es ese objetivo común el que requiere repensar, cuestionar y transformar la masculinidad.
Los cambios sociales que el feminismo propone no serán posibles o no se podrán alcanzar en profundidad si no comportan la transformación de los valores y los roles de la masculinidad hegemónica y heteronormativa, parte esencial del sistema patriarcal
En el dossier publicado en IDEES sobre Feminismo(s) se contemplaron diferentes dimensiones de la lucha histórica del feminismo y se analizaron diversas perspectivas y ámbitos para ofrecer una mirada global y prescriptiva. Sin embargo, fue un dossier en el que, deliberadamente, se quiso que tomaran la palabra las mujeres y no se pretendió profundizar en torno a la mirada de los hombres sobre los objetivos de los feminismos. No era ése el propósito. Tampoco el abordaje acerca de cómo la perspectiva de género afecta al sujeto hombre e interpela su identidad o su rol social, ni cuáles son los cambios que conlleva para las llamadas masculinidades. Éste es, por tanto, un ámbito que necesita un debate y un desarrollo. Con este objetivo, desde IDEES retomamos el hilo de los feminismos, recuperamos esta cuestión pendiente y nos proponemos complementar las discusiones abiertas ofreciendo una serie de reflexiones que quieren ser un punto de partida sobre un aspecto trascendente del debate feminista y las políticas de género.
A lo largo de las próximas páginas que IDEES dedica a esta cuestión, publicamos diferentes textos escritos tanto por hombres como por mujeres y divididos, principalmente, en dos grandes categorías.
Una serie de textos estará dedicada al análisis teórico de la masculinidad, planteando las grandes cuestiones y preguntas que interpelan a los feminismos y que creemos que para ser abordadas en profundidad deben ser pensadas desde el diálogo con los feminismos. Los textos de Gemma Torres, Pere Almeda, Clara Serra, Javier Sáez o Nerea Aresti desarrollarán en mayor profundidad algunas de las perspectivas teóricas y políticas apuntadas en estas breves líneas e integran, en conjunto, los principales enfoques desde los que proponemos pensar la masculinidad. Partimos de la concepción de que la masculinidad es una construcción cultural, histórica y colectiva. Es decir, que no está inscrita en el cuerpo o los genes de los hombres, ni es un destino biológico, sino que ha pasado por diferentes transformaciones —y también distintas crisis— en distintos momentos de la historia. Del mismo modo, el propio saber sobre la masculinidad y las perspectivas desde donde se ha pensado tienen una historia que queremos hacer aparecer.
Algunos textos pretenden analizar la relación entre la masculinidad y la idea de sujeto eminentemente autónomo y racional que tantos discursos y saberes de la Modernidad han puesto en juego. Hay, imbricada en nuestra filosofía y nuestros modos de pensar el individuo, una problemática relación con los afectos, el deseo y la vulnerabilidad que es masculina y patriarcal y que debemos cuestionar tanto para pensar la política como para repensar la masculinidad. Queremos también incluir textos que reflexionan sobre el poder y las estructuras de dominación masculinas que han configurado el patriarcado y el orden del género apoyándose en leyes e instituciones, pero también a través de costumbres y convenciones sociales que son la base de muchas desigualdades. Éstas suponen unas relaciones de poder que los feminismos impugnan y deconstruyen mientras plantean nociones alternativas asentadas sobre el diálogo y la transformación de la realidad social y política, desde la eticidad y equidad y alejadas de cualquier servidumbre.
Dentro de esta primera parte del dossier nos parecía imprescindible incorporar también enfoques desarrollados en el marco de las teorías queer y los análisis críticos de la normatividad heterosexual. Una de las consecuencias importantes que implica asumir una perspectiva no esencialista sobre la cuestión que estos textos proponen es que el conjunto de sujetos que queda abarcado bajo lo que llamamos “masculinidad” no coincide exactamente con el conjunto de los hombres y que la masculinidad está también habitada y encarnada por mujeres.
Varios de los textos de este dossier desarrollarán la idea de que la masculinidad, además de ser una construcción social, no ha sido construida ni inventada solo por los propios hombres, sino que es producida colectivamente por el conjunto de la sociedad. Y es que, precisamente, que los hombres desocupen el lugar del sujeto, durante tantos siglos colonizado, implica, entre otras cosas, pensar que ellos son también productos del poder y no solo los agentes del poder. Concebir la masculinidad de este modo implica hacerse cargo de la dificultad de pensarla desde un análisis y un abordaje estructural –como algo que se reproduce a través de multitud de instituciones, acciones colectivas y gestos individuales que implican tanto a los hombres como a las mujeres– pero también abre la puerta a importantes posibilidades políticas: cambiar la masculinidad supone una manera de transformar el conjunto de nuestra sociedad.
Por eso, un segundo conjunto de textos de este dossier –en el que participan autores y autoras como Laura Macaya, Paco Abril, Ana Rodríguez, Alfredo Ramos o Benno de Kaijzer– está dedicado a visibilizar de qué modo la masculinidad está entrelazada e implicada de lleno en diferentes aspectos o ámbitos de nuestra sociedad, que son o pueden ser asunto de las políticas públicas. A pesar de que los feminismos han trabajado por demostrar que el conjunto entero de las políticas debe estar atravesado por la perspectiva de género —porque tienen un impacto en la vida de las mujeres—, la mirada sobre la masculinidad continúa estando prácticamente ausente. Sin embargo, la idea que una sociedad tiene de pensar lo masculino y las prescripciones que nuestra cultura hace a los hombres impacta de lleno en la mayoría de ámbitos que las políticas públicas tienen que abordar. Cuestiones como la organización del trabajo, el reparto del tiempo libre, el cuidado de los demás o la manera de cuidarnos a nosotros mismos –incluso cuestiones tan concretas como la seguridad vial, el riesgo laboral o los accidentes de tráfico– son inseparables de la masculinidad. Del mismo modo, las representaciones del género a través de los medios de comunicación, la cultura audiovisual, la literatura o la escuela son escenarios clave para trabajar sobre la masculinidad.
La masculinidad, además de ser una construcción social, no ha sido construida ni inventada solo por los propios hombres, sino que es producida colectivamente por el conjunto de la sociedad
En este dossier pretendemos iluminar algunas de esas relaciones necesarias entre la masculinidad y algunos (solo algunos) de estos ámbitos de la sociedad e incluimos estas reflexiones con el objetivo de que ayuden a definir e incorporar un nuevo marco a las políticas públicas que tenga en cuenta la transformación de las masculinidades. Los textos abordan cuestiones relativas a la salud, el trabajo, la educación, la violencia, el arte o las políticas culturales bajo la certeza de que comprender esas relaciones supone ampliar las posibilidades de hacer políticas públicas eficaces y transformadoras. Pensamos que intervenir sobre todas esas cuestiones es una oportunidad de disputar o resignificar la manera en la que nuestra sociedad interpela, educa y concibe a los hombres y que cambiar la masculinidad es una manera posible y seguramente imprescindible de transformar nuestra sociedad.

Clara Serra Sánchez
Clara Serra Sánchez es escritora y profesora de Filosofía. Actualmente es investigadora del Centro de Investigación Teoría, Género y Sexualidad de la Universidad de Barcelona (ADHUC) y es parte del Personal Docente e Investigador de la misma universidad. Tiene un Master en estudios avanzados de Filosofía (UCM) y un Master en estudios interdisciplinarios de género (UAM). Su investigación se centra en la construcción y la representación de las identidades y también en los estudios sobre la masculinidad. Ha sido colaboradora honorífica en la Universidad Complutense de Madrid, participando en seminarios y cursos académicos. Fue responsable del Área Estatal de Igualdad, Feminismos y Sexualidades de Podemos y es exdiputada de la Asamblea de Madrid. Ha realizado numerosas publicaciones en torno a los planteamientos y debates feministas de actualidad en el ámbito español. Es autora de los libros Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas (2018, Catarata) y Manual Ultravioleta (2019, Ediciones B).

Pere Almeda
Pere Almeda es director del Institut Ramon Llull. Anteriormente era director del Centro de Estudios de Temas Contemporáneos y de la revista IDEES. Jurista y politólogo, tiene un Dilpoma de Estudios Avanzados (DEA) en Ciencia Política y un posgrado en Relaciones Internacionales y Cultura de Paz. Es profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona. Ha trabajado y colaborado con distintas instituciones como el Parlament de Catalunya, el Parlamento Europeo o el Departamento de Asuntos Políticos de la Secretaria General de Naciones Unidas. Ha sido el coordinador del proyecto internacional de Sant Pau, así como director de la Fundación Catalunya Europa, donde lideró el proyecto Combatir las desigualdades: el gran reto global.