Los últimos años, la región del Oriente Próximo y el Norte de África (MENA) ha sido testigo de una nueva ola de revueltas populares. Los manifestantes se han lanzado a las calles del Sudán, Argelia, Irak y el Líbano reclamando el cambio político y esgrimiendo de nuevo el famoso eslogan del 2011: «el pueblo quiere derribar el régimen». Esta nueva ola se parece a las revueltas de 2011, pero tiene sus propias características, dado que los movimientos de protesta han aprendido de los errores de la ola anterior para revisar sus demandas y modificar sus estrategias. Este artículo examina esta segunda ola de la Primavera Árabe y sus similitudes con la del año 2011, pero también como se han desarrollado sus reivindicaciones y estrategias y como los decisores políticos europeos podrían aprender de su respuesta a la primera ola a la hora de abordar esta segunda.

¿Una segunda ola de la Primavera Árabe?

Desde finales de 2018 cuatro países árabes han sido testigos de una nueva ola de protestas populares que reclaman el cambio político.

En el Sudán, el movimiento de protesta empezó como una reacción a una subida del precio del pan en diciembre de 2018, que va finalmente se convirtió en peticiones políticas para un cambio de régimen. Aunque el presidente sudanés Omar al-Bashir prometió reformas económicas y políticas para apaciguar el movimiento de protesta, los manifestantes continuaron su movilización exigiendo su dimisión. El ejército intervino para destituirlo en abril de 2019, después de 30 años en el cargo. En Argelia también, los manifestantes se lanzaron a las calles en febrero de 2019 para demostrar su desacuerdo con la decisión del presidente Abdelaziz Bouteflika de presentarse a las elecciones por quinta vez. A raíz de la presión de las protestas, Bouteflika abandonó su plan y propuso aplazar los comicios mientras se implementaran reformas políticas. Sin embargo, estas concesiones no satisficieron a los manifestantes. El movimiento de protesta siguió exigiendo su dimisión hasta que finalmente decidió dejar su cargo en abril de 2019, después de casi 20 años en el poder. En octubre de 2019, manifestantes iraquíes y libaneses salieron a la calle para protestar contra sus regímenes sectarios corruptos. No obstante, su lucha es más complicada, ya que los dos regímenes políticos sectarios carecen de un centro de autoridad claro, a diferencia de Argelia y el Sudán. De todos modos, el primer ministro libanés Saad al-Hariri y su homólogo iraquí Adel Abdul Mahdi decidieron dimitir en respuesta a las reivindicaciones de los manifestantes.

Las protestas generalizadas en los cuatro países han hecho revivir recuerdos de las revueltas árabes que se dispersaron por la región MENA el año 2011, lo cual ha llevado investigadores y expertos a preguntarse si estamos ante una segunda ola de la Primavera Árabe. Efectivamente, esta ola de protestas tiene muchos rasgos en común con las revueltas populares del 2011.

La nueva ola de revueltas tiene similitudes con los acontecimientos del 2011, pero también ha desarrollado algunas características propias

En primer lugar, estas protestas tienen un alcance nacional. En los cuatro países, estas protestas en curso se han extendido por diferentes ciudades y no se limitan a una única zona geográfica, incluso en el caso del Líbano e Irak, en que ambos países están geográficamente divididos a lo largo de líneas sectarias. En el Líbano, decenas de miles de manifestantes formaron una cadena humana que iba de Trípoli, al norte, hasta Tir, al sur, recorriendo el país entero como símbolo de su unidad contra el régimen sectario [1]1 — “From Tripoli to Tyre, Lebanese Protesters Form Human Chain across the Country”, France 24, 27 October 2019. Disponible online.  .En Irak, los manifestantes se concentraron en la capital, Bagdad, y en las provincias del sur. Sin embargo, manifestantes de las provincias suníes se añadieron a las protestas en la plaza Tahrir de Bagdad.

En segundo lugar, los manifestantes han sabido mantener sus actividades durante un largo periodo de tiempo. En el Sudán, las protestas duraron cinco meses hasta que el ejército derribó Bashir, y continuaron cuatro meses más hasta que en agosto de 2009 se llegó a un acuerdo entre grupos revolucionarios y las fuerzas armadas para compadecer el poder durante el periodo transitorio. En Argelia, el movimiento de protesta se prolongó durante casi dos meses antes de que Bouteflika no dimitiera y prosiguió después hasta la crisis de la pandemia de la COVID-19. Tanto en Irak como en el Líbano, la COVID-19 ha paralizado los movimientos de protesta durante unos cuantos meses, aunque la ola de desacuerdo se ha reanudado a medida que los manifestantes han vuelto a movilizarse en varias ocasiones para dar voz a sus agravios y su descontento con las instancias de gobierno.

En tercer lugar, esta ola de protestas es política por naturaleza. Comparte las mismas reivindicaciones políticas que la del 2011 que ponen de manifiesto sus eslóganes: «Que caiga de una vez» en Sudán y «No al quinto mandato» en Argelia, «Todo quiere decir todo» en el Líbano así como otros eslóganes prestados del 2011, incluyendo el famoso «El pueblo quiere derribar el régimen».

Y, finalmente, como sucedió en el 2011, estos cuatro movimientos de protesta se influencian mutuamente. El importante avance alcanzado por el movimiento de protesta argelino forzando Bouteflika a renunciar a su quinto mandato ha dado más poder al movimiento de protesta en el Sudán, que había estado mostrando señales de quiebra. Los movimientos de protesta tanto en Irak como en el Líbano se han inspirado estrechamente el uno del otro por lo que respecta a sus estrategias y tácticas, dado que se han visto enfrentados al mismo tipo de régimen sectario. Por ejemplo, los manifestantes de Beirut y Bagdad han estado enviándose muestras de apoyo mutuo. También hay que señalar que la nueva ola de protestas ha sido también seguimiento muy de cerca para jóvenes políticamente activos a otros países de toda la región, atizando debates sobre participación política e implicación de la juventud.

¿Qué tiene de nuevo esta nueva ola de revueltas árabes?

A pesar de las cuatro semejanzas que la segunda ola de revueltas comparte con la primera, tiene cuatro rasgos clave que la diferencian del primer ciclo de desacuerdo.

En primer lugar, refleja un apoyo social mucho más profundo por la libertad y la justicia. A diferencia del caso del 2011, en el que los manifestantes se sintieron motivados por el modelo tunecino de una transición política pacífica y sin sustos, esta ola de protestas estalló a pesar de los nefastos resultados de la Primavera Árabe en Libia, Siria y el Yemen. Mientras que muchos pensaban que el llamamiento a favor del cambio a la región había muerto, manifestantes sudaneses, argelinos, libaneses e iraquíes han demostrado que la gente todavía está dispuesta a arriesgar la vida para ver el cambio político. Este es todavía más el caso, dado que la segunda ola disfruta de menos apoyo internacional que lo que recibió la primera en enero de 2011.

En segundo lugar, esta nueva ola no tiene como objetivo los que estan en el poder sino que busca principalmente cambiar las reglas políticas del juego. A diferencia del 2011, cuando los manifestantes dejaron las plazas después de que sus respectivos presidentes dimitieran o fueran derrocados, como en Egipto una vez Mubarak tuvo que dejar el cargo, los manifestantes sudaneses continuaron sus protestas una vez Bashir dimitió y hasta que se llegó a un pacto entre la oposición y el Consejo Militar Transitorio sobre cómo gestionar el periodo de transición. En Argelia, Irak y el Líbano, las protestas han seguido a pesar de la dimisión del presidente argelino y de los primeros ministros libaneses e iraquíes. Esta ola tiene menos que ver con nombres y más con los sistemas que estos representan.

Esta oleada es más profunda porque pretende cambiar las reglas del juego, no solo los jugadores: exige ir más allá de la democracia procesal para conseguir cambios socioeconómicos más amplios y profundos

En tercer lugar, las reivindicaciones de esta ola van más allá del derecho político y se extienden a profundas reformas socioeconómicas. Los manifestantes exigen profundos cambios socioeconómicos que van más allá de normas y reglas cambiantes en cargos e instituciones políticos. De hecho, muchos manifestantes han visto las elecciones precipitadas como un ardid para acabar con su movilización popular. En el Sudán, el acuerdo entre las fuerzas revolucionarias y el Consejo Militar aplazó las elecciones hasta el final de un periodo transitorio de tres años. En Argelia también, los manifestantes salieron a la calle cada viernes para protestar contra la decisión de las autoridades de celebrar elecciones presidenciales en diciembre de 2019. Según la tercera ola del Arab Barometer, la situación económica y la corrupción se percibe como el principal reto entre argelinos (62,2%), sudaneses (67,8%), libaneses (57,9%) e iraquíes (50,2%), mientras que la democracia se considera el principal reto sólo por parte de un 2,3%, 3,9%, 5% y 1,4% respectivamente [2]2 — The Fifth Wave of the Arab Barometer 2018-2019. Disponible online. . La experiencia de la Primavera Árabe ha demostrado a la gente que las medidas democráticas son sólo un medio para alcanzar un objetivo.

Y, en cuarto lugar, a diferencia de la primera ola de revueltas en que algunos manifestantes recurrieron a la violencia como en el caso de Siria y Libia, esta ola ha sido hasta ahora mayoritariamente no violenta. Las fuerzas de seguridad, las milicias-partidos y los matones han reprimido a los manifestantes en el Sudán, Irak y el Líbano. En Sudán, los manifestantes respondieron a la matanza fuera de la Comandancia General de las Fuerzas Armadas el 3 de junio de 2019 organizando una protesta masiva el 30 de junio, que presionó al ejército a reanudar las conversaciones con las fuerzas revolucionarias. En Irak también, los manifestantes han respondido a los asesinatos selectivos de activistas políticos reclamando más presión popular sobre el gobierno hasta que los criminales sean llevados ante la justicia. Movimientos de protesta en curso han aprendido de la decisión de los grupos revolucionarios en Siria de coger las armas y existe el consenso que recurrir a estrategias violentas ofrecería a los regímenes autoritarios la oportunidad de replantear las revueltas políticas como una guerra civil, tal como hizo el régimen sirio.

Hasta ahora, esta ola refleja un apoyo más profundo de la sociedad para la libertad y la justicia dado que pretende cambiar las reglas del juego, no sólo los jugadores. Además, exige ir más allá de la democracia procesal para conseguir cambios socioeconómicos más amplios y profundos. Para conseguirlo, tal como se ha señalado, los manifestantes han fundamentado sus estrategias en la no violencia

¿Qué podrían aprender los decisores políticos europeos de la experiencia de 2011?

En su primera cumbre celebrada en Xarm el-Xeikh en febrero de 2019, los líderes de la Unión Europea (UE) y de la Liga de Estados Árabes (LEA) acordaron colaborar para alcanzar objetivos comunes. La lista de estos objetivos incluye: reforzar la lucha contra la migración irregular; fortalecer la cooperación en seguridad, resolución de conflictos y desarrollo socioeconómico en el conjunto de la región; ratificar la importancia de intensificar la cooperación entre ambos bandos, y establecer un partenariado sólido basado en la inversión y el desarrollo sostenible [3]3 — La declaración completa de la cumbre de Xarm el-Xeikh se ecuetra disponible online.  .

A pesar de todo, la cumbre, que se celebró tres meses después del inicio de la revuelta sudanesa y durante los primeros días de la Hirak argelina, no consiguió que se hiciera mención de ninguna de estas movilizaciones en la declaración final de 17 puntos. De hecho, el título de la cumbre UE-LEA resume el enfoque de la UE hacia la región: «Invertir en estabilidad».

En la región MENA han tenido la sensación de que Europa prioriza la estabilidad autoritaria sobre el cambio político democrático

Los habitantes de la región MENA han tenido la sensación de que Europa prioriza la estabilidad autoritaria sobre el cambio político democrático. Los estudios ArabTrans del año 2014 muestran por ejemplo que los ciudadanos de Egipto, Irak, Jordania, Marruecos y Túnez no creen en las afirmaciones de la EU cuando dice que un actor normativo, que facilita la democratización y el desarrollo o incluso que es una fuerza para la estabilidad en la región. Estos estudios pusieron de manifiesto que los ciudadanos y ciudadanas árabes pensaban que en la UE le interesa más estabilizar sus fronteras y proteger su propia seguridad. Sólo un cuarto de los encuestados manifestaba que la UE ha tenido una influencia positiva en el desarrollo de la democracia en sus países [4]4 — ArabTrans/Arab Transformations Project (2016), “What do ‘The People’ Want? Citizens’ Perceptions of Democracy, Development, and EU-MENA Relations in Egypt, Iraq, Jordan, Libya, and Morocco in 2014”, in European Policy Briefs, May 2016. Disponible online.  .

La experiencia de la primera ola, especialmente en Libia y a Siria, ha llevado a muchos decisores políticos europeos a pensárselo dos veces antes de mostrar su apoyo a cualquier llamamiento por el cambio político en la región. Por otra parte, desde 2011, los partidos de derechas han aumentado su parte de poder en varios países occidentales, que han priorizado temas de inmigración y contraterrorismo en sus propios países en vez de dar apoyo a la libertad política en el exterior. Muchos decisores políticos han llegado a la conclusión de que los regímenes autoritarios que pueden impedir la radicalización violenta y la inmigración ilegal sirven sus propios intereses mejor que los movimientos de protesta y de oposición que debilitarían las capacidades del Estado para gestionar estas amenazas.

Y tienen razón. Los regímenes autoritarios están mejor preparados para ayudar a proteger los intereses europeos que regímenes electos a menudo débiles que navegan por una frágil transición democrática. Sin embargo, se equivocan cuando piensan que mientras que estos regímenes podrían ser capaces de controlar la radicalización violenta y frenar la inmigración indocumentada hacia Europa, las políticas de estos regímenes personifican las principales causas que empeoran estos retos en primer lugar. Una vez estos regímenes políticos hayan perdido el control, Europa afrontará entonces mucho mayores y a múltiples niveles que han ido ganando en importancia e intensidad bajo esta fachada de estabilidad.

La radicalización violenta y el fenómeno conocido como «migración ilegal» no son consecuencias directas de la Primavera Árabe. Los periodos de transición sólo desencadenaron estos retos que se han ido acumulando a la luz de las políticas predominantes. El caso de la radicalización violenta en Túnez ofrece un buen ejemplo. Desde 2011, Túnez se ha visto enfrentado a una ola de radicalización violenta mucho más profunda que la crisis desencadenada bajo el régimen de Ben Ali. Túnez ha sido uno de los principales exportadores de combatientes yihadistas salafistas, con más de 5.500 tunecinos luchando con grupos de la yihad en Irak, Libia, Mali, Siria y el Yemen tal como estimó Naciones Unidas (ONU) el año 2015 [5]5 — OHCHR (United Nations Human Rights Office of the High Commissioner) (2015) Foreign Fighters: Urgent Measures Needed to Stop Flow from Tunisia-UN expert group warns. 10 July. Tunis/Geneva. Disponible online.  . Mientras que algunos han responsabilizado esta ola de radicalización al periodo de transición, la causa principal de esta ola es el propio régimen autoritario de Ben Ali.

La radicalización ideológica ya había tenido lugar bajo el antiguo régimen, especialmente en sus prisiones. Dado que el antiguo régimen fue derribado el año 2011, ya era demasiado tarde para que los yihadistas salafistas reconsideraran su doctrina violenta. Con la caída del régimen, los yihadistas salafistas se beneficiaron de una amnistía general y fueron dejados en libertad. Sin embargo, en aquellos momentos el nuevo entorno político democrático recién instaurado tenía poca influencia en las ideas extremistas ya arraigadas. Mientras que las débiles instituciones del Estado, en particular el aparato de seguridad durante el periodo de transición ya había posibilitado que estas voces radicales se organizaran, el proceso de giro ideológico ya se había llevado a cabo bajo el antiguo régimen.

A pesar de que los regímenes autoritarios podrían ofrecer a Europa cierta estabilidad a corto plazo, los agravios socioeconómicos y la represión política acabarán catalizando la radicalización violenta

El resultado de la primera ola de revueltas árabes, que se tradujeron en conflictos, guerras civiles, olas de inmigrantes y el aumento del terror, ha determinado las actitudes de los decisores políticos de la UE hacia esta segunda ola de revueltas. Aunque buscar la estabilidad es comprensible, dar apoyo a un retorno al autoritarismo es sin embargo contraproducente . De hecho, son exactamente estas prácticas autoritarias las que llevaron a esta segunda ola de revueltas árabes. Tal como se ha mostrado en el apartado anterior, los movimientos de protesta han aprendido de los errores de la primera ola de revueltas. Los decisores políticos europeos necesitan aprender de sus errores anteriores también a la hora de formular su respuesta a la actual ola de discordia. Aunque los regímenes autoritarios podrían ofrecer en Europa cierta estabilidad a corto plazo, detrás de esta fachada los agravios socioeconómicos junto con la represión política no hay duda que catalizarán la radicalización violenta e instarán a la gente a buscar nuevos horizontes al extranjero dado que sus contextos locales serían incapaces de responder a sus aspiraciones y esperanzas.

Conclusión

La aparición de movimientos de protesta en el Sudán, Argelia, Irak y el Líbano pone de manifiesto una fuerte reivindicación interna de libertad y justicia en la región. Mientras que muchos han pensado que la Primavera Árabe se había apaciguado, los manifestantes sudaneses que salieron a la calle en diciembre de 2018 volvieron a resucitar los recuerdos jubilosos de los primeros días del 2011. Con poca atención mediática y sin apoyo internacional, la ola de discordia continuó en el Sudán, llegó a Argelia en febrero de 2019 y, ocho meses más tarde, en Irak y en el Líbano. Muchas voces en la región todavía se empeñan en cuestionar su status quo y construir nuevos regímenes políticos que garantizarían no sólo su derecho político sino también ocasionarían cambios socioeconómicos. Al hacerlo, estas voces están aprendiendo gradualmente de errores anteriores. Tal como se ha señalado, ya no tienen bastante con que sus presidentes y primeros ministros cesen en el cargo, a diferencia del caso de Egipto cuando los manifestantes dejaron la plaza después de que Mubarak dimitiera en febrero de 2011. Lo que quieren conseguir es un cambio más radical en las reglas del juego, y no sólo un cambio en los nombres de los jugadores. Al perseguir estos objetivos, insisten asimismo en un enfoque no violento. A diferencia de los casos de Siria y Libia, aprendieron que recurrir a la violencia arrastraría su movimiento a un enfrentamiento armado en que los grupos autoritarios acabarán imponiéndose.

En la otra orilla del Mediterráneo, los decisores políticos europeos también tienen que aprender de sus propios errores. Dar apoyo a regímenes autoritarios podría efectivamente impedir ataques violentos y migración indocumentada a la luz de estas duras medidas de seguridad de estos regímenes autoritarios. Sin embargo, los agravios socioeconómicos junto con la represión política sólo harían que más gente, los jóvenes en especial, se adhirieran a grupos violentos o contactaran con redes de contrabando para dejar sus países. La experiencia de la primera ola de la Primavera Árabe muestra claramente este patrón. A pesar de lo que parecía ser la estabilidad autoritaria completa a Túnez o Siria, los dos países fueron testigos de una creciente ola de radicalización tanto bajo Ben Ali como bajo al-Assad. La Primavera Árabe sólo ha hecho posible que estas voces radicales salgan a la luz. No las ha creado, sin embargo, dado que su formación y consolidación están interrelacionadas con legados de larga duración. La segunda ola de revueltas ofrece en la UE otra oportunidad para reconsiderar sus políticas hacia la región. Sólo si da apoyo a reformas políticas y socioeconómica puede la UE invertir en una estabilidad y resiliencia individual a más largo plazo en la región.

  • REFERENCIAS

    1 —

    From Tripoli to Tyre, Lebanese Protesters Form Human Chain across the CountryFrance 24, 27 October 2019. Disponible online

    2 —

    The Fifth Wave of the Arab Barometer 2018-2019. Disponible online.

    3 —

    La declaración completa de la cumbre de Xarm el-Xeikh se ecuetra disponible online

    4 —

    ArabTrans/Arab Transformations Project (2016), “What do ‘The People’ Want? Citizens’ Perceptions of Democracy, Development, and EU-MENA Relations in Egypt, Iraq, Jordan, Libya, and Morocco in 2014”, in European Policy Briefs, May 2016. Disponible online

    5 —

    OHCHR (United Nations Human Rights Office of the High Commissioner) (2015) Foreign Fighters: Urgent Measures Needed to Stop Flow from Tunisia-UN expert group warns. 10 July. Tunis/Geneva. Disponible online

    6 —

    Shikaki, Kalil. (2020) Stability Vs. Democracy In The Post Arab-Spring: What Choice For The EU?. EU-LISTCO policy papers series No. 4.

Georges Fahmi

Georges Fahmi

Georges Fahmi es investigador del Middle East Directions Programme del Centro de Estudios Avanzados Robert Schuman, del Instituto Universitario Europeo de Fiesole (Italia). Anteriormente, Fahmi fue becario no residente en el Centro Carnegie de Oriente Medio en Beirut, Líbano. Su investigación se centra en los actores religiosos en la transición democrática en el Oriente Medio, la interacción entre el Estado y la religión en Egipto y Túnez, y las minorías religiosas y la ciudadanía en Egipto y Siria.