En los últimos años han ido apareciendo una serie de discursos y de reflexiones en torno a la masculinidad. Históricamente, la masculinidad ha sido algo valorado, algo positivo, algo relacionado con el poder y, sobre todo, algo relacionado con los hombres. El feminismo fue, quizá, el primer movimiento que hizo una crítica de los valores asociados a la masculinidad como valores patriarcales, opresivos y violentos que limitaban, además, las posibilidades de los hombres a un tipo de conducta, a un rol de género estereotipado y vigilado. Esta crítica del feminismo abrió la puerta para que se cuestionara la masculinidad como un valor positivo en sí mismo o, incluso, que se inaugurara una reflexión sobre qué era exactamente la masculinidad.

En este sentido, uno de los desplazamientos más interesantes de la identificación entre la masculinidad y los hombres lo hizo Jack Halberstam con su famoso libro Masculinidad femenina [1]1 — Halberstam, J., (2008) Masculinidad femenina. Madrid: EGALES, Traducción de Javier Sáez del Álamo. en el año 1998. En este libro, Halberstam muestra que a lo largo de la historia ha habido muchas mujeres que han vivido con una identidad , con una estética y con una actitud vital masculinas, lo que pone en cuestión que la masculinidad sea algo propio de los hombres; no es que estas mujeres “imitaran a los hombres”, sino que los rasgos y gestos de la masculinidad los pueden adoptar por igual hombres y mujeres. Por otra parte, hay hombres que no los asumen, y que no son masculinos (la loca, la marica plumera, el travesti, etc.).

Masculinidad queer: ¿el borrado de los hombres?

Este desplazamiento es interesante porque nos enfrenta a una gran pregunta: si la masculinidad no es “lo propio de los hombres”, ¿cómo definirla? Por otro lado, si no podemos definir la masculinidad, ¿cómo definir lo que es “un hombre”? Estas paradojas son exploradas en profundidad por otras teóricas queer como Judith Butler, quien explica que no es tan sencillo definir lo que es ser hombre o lo que es ser mujer en términos esencialistas, biológicos o “naturales” [2]2 — Butler, J., (2007), El género en disputa. Barcelona: Paidós. . Lo mismo ocurre con la masculinidad y la feminidad: si estos roles se generan por medio de una repetición de gestos, actitudes o estéticas que se encarnan en los cuerpos sin una esencia previa –es decir, de forma performativa– por la mera repetición ritualizada de esos actos, quedan desnaturalizados o desesencializados conceptos como “hombre”, “mujer”, o como “masculino” y “femenino” (lo que en ningún caso, por cierto, no equivale a decir que “las mujeres no existen”, como suelen afirmar algunas personas que atacan la teoría queer).

Estaríamos ante una especie de explicación circular: si buscamos en el diccionario las palabras “hombre”, “masculino” o “virilidad” aparecen referencias mutuas y circulares entre los hombres y la masculinidad sin que nunca se defina qué es cada cosa. Incluso si lo intentamos definir como oposición a las mujeres vemos que tampoco funciona, porque hay muchas mujeres masculinas, como explica Halberstam. Esa masculinidad de las mujeres nos muestra que no hay un vínculo directo ni natural entre la masculinidad y los hombres.

Hay una enorme promoción de la masculinidad vinculada al consumo y al capitalismo; si la masculinidad es demasiado “estrecha”, el capitalismo no tiene problema en abrirla y reformularla para vender más productos

Es precisamente esa falta de un vínculo esencial entre ambas cosas lo que hace que los hombres tengamos que estar continuamente reafirmando nuestra identidad masculina, exhibiendo los roles de la masculinidad con esos gestos de macho; con ciertas estéticas “varoniles”; con ese rechazo de la pluma, de las mujeres, de los maricas, y asumiendo todos los productos de la industria de la masculinidad que se venden en programas de televisión, moda, cultura, etc., reforzando, en definitiva, la idea del macho como algo positivo. Hay una enorme promoción de la masculinidad vinculada al consumo y al capitalismo [3]3 — Milani, T. M., “Is the Rectum a Gold Mine? Queer Theory, Consumer Masculinities and Capital Pleasures”, en el libro Baker P. y Balirano G. (ed.), (2018) Queering masculinities in language and culture. Basingstoke: Palgrave McMillan. . Si la masculinidad es demasiado “estrecha”, el capitalismo no tiene problema en abrirla. Desde hace unas décadas se ha reformulado la masculinidad, se la ha hecho más abierta para vender más productos: la metrosexualidad se inventa para animar a los hombres heteros a comprar cremas de belleza, perfumes, ropa atrevida, a pintarse las uñas y a ir a peluquerías, pero, eso sí, sin ser confundidos con maricas.

Las reflexiones contemporáneas sobre la masculinidad aparecen en los estudios culturales, la teoría queer, el feminismo, la sociología, el psicoanálisis, los textos sobre violencia machista, el arte, etc. Todo ello dio lugar al desarrollo de los llamados Men’s Studies en las universidades de EE.UU. desde los años 70 [4]4 — En el año 2005 se celebró uno de los primeros congresos sobre masculinidad en Cataluña (Barcelona, MACBA); las ponencias fueron publicadas en el libro Armengol, J.M. (ed.) (2006), Masculinitats per al segle XXI, Barcelona, CEDIC. Más información en línea. hasta la actualidad. Pero en la mayoría de los libros sobre masculinidad se nos cuela por la puerta de atrás el mismo presupuesto: la masculinidad está relacionada siempre con los hombres. Es decir, todos estos estudios analizan cómo los hombres podrían vivir de otra manera, comportarse de otra manera, cambiar sus roles, vivir su sexualidad de otra forma, evitar la masculinidad tóxica (habría otra buena, no tóxica), etc. Todo esto se llama “masculinidades alternativas”, o “críticas”, o “disidentes”, pero, en realidad, se sigue sosteniendo la identificación entre la masculinidad y los hombres. Por eso, el desplazamiento tan interesante que plantea Halberstam nos deja ante un lugar vacío [5]5 — Desarrollo esta idea de la masculinidad como lugar vacío en mi artículo “Masculinidades y cambio social”, Viento Sur, 2 de julio de 2016 . Disponible en línea. . Es decir, si la masculinidad es algo independiente de los hombres, como nos demuestran las vidas y las identidades de las mujeres masculinas, vemos que no hay ninguna manera de definir qué es la masculinidad y, por la misma razón, tampoco hay ninguna manera de definir lo que es un hombre.

A finales de los años 90 el fotógrafo y activista trans Del Lagrace Volcano hizo un experimento muy interesante: filmando las escenas con una cámara de video, fue abordando a diferentes hombres por las calles de Londres para hacerles una pregunta aparentemente sencilla: “Para usted, ¿qué es ser un hombre? ¿Cómo definiría a un hombre?” Los entrevistados se quedaban en una especie de trance, perplejos, incapaces de responder. Algunos intentaban superar la prueba con algunas frases balbuceantes, no muy convencidos de lo que decían: “Bueno, pues… alguien que tiene pene y testículos”. Volcano les respondía: “bueno, hay hombres trans que no tienen pene ni testículos… y hay hombres cis a los que les han extirpado esos órganos, y todos ellos son hombres”. Ante esa respuesta, la mayoría de los entrevistados salía corriendo. Los valientes que se quedaban intentaban continuar el debate: “Quizá alguien con ciertos rasgos, fuerza física, barba, voz grave, mucho vello corporal…, pero no estoy seguro. Hay mujeres que son así también y hombres que no tienen nada de eso…”. Como se puede ver, la cosa no era tan sencilla.

Entonces, ¿la masculinidad son los testículos?, ¿el pene?, ¿altos niveles de testosterona?, ¿producir esperma?, ¿una barba poblada?, ¿unos cromosomas XY? [6]6 — Sobre los matices y la complejidad de los cromosomas XX y XY en relación con los sexos, ver el artículo de Gemma Marfany “¿Machos sin cromosoma Y?”, Investigación y ciencia, 2 de febrero de 2016. Disponible en línea. Sobre la categoría de “sexo” en la biología actual como no binario, ver Fausto-Sterling, A. (2006) Cuerpos sexuados. Barcelona: Melusina. , ¿ciertos gestos?, ¿está en el cuerpo? ¿Es algo mental?; ¿es performativo?, ¿es construido?, ¿es social?, ¿es cultural?, ¿ algo que se ejerce, como el poder? [7]7 — Sobre la masculinidad y el poder, véase Parrini, R., Sexualidad entre hombres encarcelados: los orígenes sacrificiales de la identidad masculina, en el libro Sánchez-Palencia, C., y Hidalgo J. C., (2001) Masculino plural: construcciones de la masculinidad. Lleida: Ed. Universitat de Lleida, p. 91. ? La teoría queer va a hacer un ‘borrado de los hombres’ si sigue haciendo estas preguntas tan raras?

Los osos: la masculinidad entra en el mundo gay

Es esa falta de una esencia masculina la que hace que los hombres tengan que estar continuamente reforzando o representando la masculinidad por medio de diferentes parafernalias. Un ejemplo de representación de una masculinidad excesiva o presuntamente natural lo tenemos en la subcultura de los osos [8]8 — Para un análisis más detallado de la subcultura bear, véase Sáez, J., Las políticas del sida y la cultura bear desde una perspectiva interseccional, en el libro Platero L. (ed.) (2012) Intersecciones, cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Barcelona: Bellaterra. . Esta comunidad, que nace a finales de los años 80 en el seno de la comunidad gay, supone una valoración de ciertos rasgos de la masculinidad: la barba, el vello corporal, la corpulencia física, la madurez. Hasta esa época, la comunidad gay se representaba básicamente por medio de hombres delgados o atléticos, depilados y jóvenes, que era la imagen que promovía también el mercado dirigido a promover el consumo gay. Los cuerpos gruesos, mayores o velludos eran discriminados dentro de la comunidad gay y, al mismo tiempo, la comunidad heterosexual construía su imaginario de lo que es un “hombre gay”, identificándolo con el cuerpo afeminado, con la loca, la plumera, el mariquita.

El gay era una especie de extraterrestre chillón, travestido, vestido de rosa, decorador de interiores, peluquero, identificado con lo femenino y muy alejado de los códigos de la heterosexualidad y de su máximo exponente: la masculinidad. Con la llegada de la subcultura bear se produjo un interesante desplazamiento de esa identificación entre lo gay y lo afeminado. Es decir, ahora los heterosexuales descubrían algo muy inquietante: que hombres de aspecto muy masculino, de cuerpos fuertes, velludos, con barbas pobladas, de cualquier tipo de profesión (carniceros, camioneros, albañiles, fontaneros, etc.) podían ser también gais. Lo gay quedaba cercano, demasiado cercano, a la heterosexualidad. Aunque esto fue subversivo en su momento, con los años supuso también una reinstauración de esa masculinidad tradicional dentro de la subcultura bear. Es decir, una parte de la comunidad recuperó los aspectos más machistas y plumófobos de la tradición patriarcal, despreciando a los hombres afeminados y a las maricas con pluma.

Si la masculinidad no es “lo propio de los hombres”, ¿cómo definirla? Si no podemos definir la masculinidad, ¿cómo definir lo que es “un hombre”? Es esa falta de una esencia masculina la que hace que los hombres tengan que estar continuamente reforzando o representando la masculinidad

El intento de la masculinidad de presentarse como algo natural se muestra claramente en una paradoja que aparecía en la revista Bear Magazine (una conocida revista de la cultura de los osos). El subtítulo de la revista era “Masculinidad sin adornos”, dando a entender que los osos eran unos tipos masculinos en sí mismos, naturales, que no necesitaban complementos ni suplementos. Pero, curiosamente, el interior de la revista estaba llena de “adornos”, es decir, de anuncios de pantalones vaqueros, camisas de cuadros, tirantes, gorras, botas de montaña, cinturones… Es decir, un montón de adornos que eran precisamente los que construían la masculinidad (bear), incluyendo también peines y aceites para barba y toda una línea de cosméticos para ser el “hombre de verdad”. Ese hombre tan presuntamente “natural” y salvaje [9]9 — Sobre los usos de “lo salvaje” y su relación con la masculinidad, véase Halberstam, J., (2020) Criaturas salvajes. Madrid: EGALES. Traducción de Javier Sáez del Álamo. , que se suponía recién salido de una cabaña en un bosque canadiense, en realidad era fabricado por todos esos objetos y gestos (o por la ausencia de gestos: el hombre rígido, seco, que nunca baila, también es masculino); era su “incorporación” (su encarnación en el cuerpo) lo que te convertía en alguien masculino, en este caso, en un oso.

Freud o el sujeto perdido en los baños

Desde una perspectiva diferente, el psicoanálisis ya había señalado estas imposibilidades. Lo que descubre Freud es algo tremendamente subversivo: hay una imposibilidad en el orden simbólico, es decir, para el sujeto, de definir lo que es un hombre y lo que es una mujer; los sujetos están perdidos ante esa imposibilidad. Aunque aparentemente “hombre” y “mujer” son dos lugares, son lugares que no pueden nunca escribirse, son lugares sobre los que no hay un saber. Es una aparente oposición sin esencia (el semblante de esencia viene de su oposición, pero que haya dos elementos “opuestos” no nos dice nada de qué es cada elemento, como los dibujos que quieren simbolizar “hombre” y “mujer” en las puertas de los baños: ¿un hombre es una pipa? ¿una mujer es una falda?), de modo que para el psicoanálisis solo hay sujetos y todos están perdidos en su relación con el sexo. Esa imposibilidad se muestra precisamente con la aparición del inconsciente y con el malestar que identifica Freud en todos los seres parlantes en lo relativo a su sexualidad: hay algo que “no funciona”.

Probablemente, Freud nunca se planteó ser un subversivo activista contra el binarismo y, de hecho, muchos de sus textos están marcados por el patriarcado de su época, pero sin embargo fue capaz de señalar o apuntar a esa paradoja, a esa imposibilidad según la cual ya no se pueden mantener esos mitos heterosexuales de la armonía entre los sexos, del hombre de verdad, de la mujer de verdad; todos los discursos de la comedia heterosexual quedan cuestionados por un deseo múltiple, incontrolable, azaroso (‘perverso polimorfo’ como se decía del deseo de las criaturas), que va mucho más allá de la genitalidad y de la presunta relación entre los sexos [10]10 — Para un análisis en profundidad de los aspectos más subversivos de la obra de Freud y de Lacan, ver Sáez J. (2004), Teoría queer y psicoanálisis. Madrid: Síntesis. y por esa imposibilidad de saber lo que es ser hombre o mujer.

La penetración anal y la masculinidad

Hace unos años, Sejo Carrascosa y yo decidimos emprender un estudio [11]11 — Carrascosa, S., y Sáez J., (2010), Por el culo. Políticas anales. Madrid: EGALES. sobre el sexo anal entre hombres y el desprecio secular contra los hombres que adoptaban una posición pasiva o receptora. Nuestro interés surgió al darnos cuenta de que gran parte del discurso homófobo y de la violencia contra las personas gais está lleno de referencias al sexo anal, es decir, a ser penetrado como algo negativo, horrible y degradante. Expresiones como “le han dado por el culo”, “que te den por el culo”, “se la han metido doblada”, “es una pasiva”, etc. están en la base del desprecio homófobo. Sin embargo, no quedaba claro por qué un acto tan simple e inocente como ser penetrado por un orificio corporal desencadenaba esa especie de pánico o violencia contra los hombres que hacían ese tipo de actos.

Para entender este fenómeno de odio, recorrimos las concepciones del sexo anal en diversas épocas y culturas. Por ejemplo, en la Grecia clásica, aunque no se perseguía el sexo anal entre hombres, sí se consideraba indigno que un hombre noble, de clase alta, disfrutara en la posición pasiva. En la Edad Media, la Iglesia católica introduce el concepto de sodomía para penalizar este tipo de relaciones sexuales como un acto propio de infieles, asesinando en su locura religiosa a miles de personas. En el siglo XIX, las ciencias humanas, la psicología y la psiquiatría patologizan el sexo anal con un criterio médico de enfermedad, vinculado a la perversión y a un uso indebido de los órganos sexuales que configuran una identidad; se crea el concepto de “homosexual” como una esencia subjetiva, y enferma, por medio de esta práctica sexual.

No sabemos si la masculinidad es un concepto que se deba recuperar o rehabilitar, defendiendo una masculinidad alternativa y menos tóxica, o si debería ser desactivado en la medida que sigue vinculado al poder patriarcal y a sus privilegios

Descubrimos que todo este recorrido estaba atravesado por un criterio de penetrabilidad o impenetrabilidad de los cuerpos, que a su vez generaba la propia noción de masculinidad y de feminidad. Es decir, lo que define a un cuerpo como “masculino” es que sea impenetrable, independientemente de que ese cuerpo tenga órganos sexuales femeninos o masculinos,y, a su vez, lo que define un cuerpo femenino es que se pueda penetrar. De ese modo, por ejemplo, un hombre penetrado se asimila a lo femenino o a una mujer. Esto explica en parte el odio y la violencia contra estos hombres pasivos, a los que se considera que han traicionado la posición masculina o que han perdido la masculinidad por ese hecho de ser penetrados. Este estudio nos dio una visión más compleja de la masculinidad como algo separado de la genitalidad y de la identidad sexual, y más vinculada directamente al cuerpo como penetrable o impenetrable.

Conclusión

Como hemos visto, la masculinidad es un concepto muy difícil, sino imposible, de definir. Está atravesado por diferentes relaciones de poder, de clase, de raza [12]12 — No entramos en este artículo en la compleja relación entre masculinidad y racialización. Para profundizar en este tema véase Riley Snorton, C., (2019) Negra por los cuatro costados. Una historia racial de la identidad trans. Barcelona: Bellaterra. Traducción de Javier Sáez del Álamo. , de género, y, lo que es más importante, no sabemos si es un concepto que se deba rescatar, recuperar o rehabilitar, defendiendo una masculinidad menos tóxica –intentando que sea alternativa–, o si, en la medida en que sigue vinculada al poder patriarcal y a eso que llamamos “hombres” y a sus privilegios, debería ser desactivado como concepto y abandonado como identificación subjetiva o sexual. Dejamos esa pregunta abierta para reflexionar sobre ella cuando hagamos políticas feministas y, también, para que los propios hombres reflexionemos sobre nuestros privilegios y sobre cómo somos responsables de mantener la masculinidad como algo positivo y deseable, a pesar de sus efectos devastadores.

  • Referencias

    1 —

    Halberstam, J., (2008) Masculinidad femenina. Madrid: EGALES, Traducción de Javier Sáez del Álamo.

    2 —

    Butler, J., (2007), El género en disputa. Barcelona: Paidós.

    3 —

    Milani, T. M., “Is the Rectum a Gold Mine? Queer Theory, Consumer Masculinities and Capital Pleasures”, en el libro Baker P. y Balirano G. (ed.), (2018) Queering masculinities in language and culture. Basingstoke: Palgrave McMillan.

    4 —

    En el año 2005 se celebró uno de los primeros congresos sobre masculinidad en Cataluña (Barcelona, MACBA); las ponencias fueron publicadas en el libro Armengol, J.M. (ed.) (2006), Masculinitats per al segle XXI, Barcelona, CEDIC. Más información en línea.

    5 —

    Desarrollo esta idea de la masculinidad como lugar vacío en mi artículo “Masculinidades y cambio social”, Viento Sur, 2 de julio de 2016 . Disponible en línea.

    6 —

    Sobre los matices y la complejidad de los cromosomas XX y XY en relación con los sexos, ver el artículo de Gemma Marfany “¿Machos sin cromosoma Y?”, Investigación y ciencia, 2 de febrero de 2016. Disponible en línea. Sobre la categoría de “sexo” en la biología actual como no binario, ver Fausto-Sterling, A. (2006) Cuerpos sexuados. Barcelona: Melusina.

    7 —

    Sobre la masculinidad y el poder, véase Parrini, R., Sexualidad entre hombres encarcelados: los orígenes sacrificiales de la identidad masculina, en el libro Sánchez-Palencia, C., y Hidalgo J. C., (2001) Masculino plural: construcciones de la masculinidad. Lleida: Ed. Universitat de Lleida, p. 91.

    8 —

    Para un análisis más detallado de la subcultura bear, véase Sáez, J., Las políticas del sida y la cultura bear desde una perspectiva interseccional, en el libro Platero L. (ed.) (2012) Intersecciones, cuerpos y sexualidades en la encrucijada, Barcelona: Bellaterra.

    9 —

    Sobre los usos de “lo salvaje” y su relación con la masculinidad, véase Halberstam, J., (2020) Criaturas salvajes. Madrid: EGALES. Traducción de Javier Sáez del Álamo.

    10 —

    Para un análisis en profundidad de los aspectos más subversivos de la obra de Freud y de Lacan, ver Sáez J. (2004), Teoría queer y psicoanálisis. Madrid: Síntesis.

    11 —

    Carrascosa, S., y Sáez J., (2010), Por el culo. Políticas anales. Madrid: EGALES.

    12 —

    No entramos en este artículo en la compleja relación entre masculinidad y racialización. Para profundizar en este tema véase Riley Snorton, C., (2019) Negra por los cuatro costados. Una historia racial de la identidad trans. Barcelona: Bellaterra. Traducción de Javier Sáez del Álamo.

Javier Sáez

Javier Sáez

Javier Sáez es sociólogo y traductor. Ha publicado varios libros sobre teoría queer y sobre su relación con el psicoanálisis y el racismo. Desde hace más de 30 años se dedica a la defensa de los derechos del colectivo LGTBIQ desde una perspectiva crítica e interseccional. Ha traducido numerosos libros de autoras feministas y queer, como Sara Ahmed, Jack Halberstam, Monique Wittig o Judith Butler, entre otras. Su último libro, editado con Fefa Vila, es el Libro de Buen ∀mor. Sexualidades raras y políticas extrañas (2019). Ha trabajado en la Unidad Administradora del Fondo Social Europeo y en el Consejo de Europa (Estrasburgo). Actualmente trabaja en la Fundación Secretariado Gitano, en actividades relacionadas con la defensa de derechos del Pueblo Gitano y la lucha contra el antigitanismo.