A día de hoy tenemos más teorías que diagnósticos sobre el procés catalán. Es paradójico, pero supongo que tiene una explicación sencilla: ninguno de los actores que ejercían responsabilidades de liderazgo quieren o pueden explicar los ángulos muertos más importantes de una convulsa aventura colectiva cuyo impacto ha alterado sustancialmente la agenda política en Catalunya y en España. Si se repasan las entrevistas que han concedido y los libros que han escrito varios de los políticos independentistas que hoy están en prisión y en el exilio, se hace patente que todos tienden a eludir las cuestiones más delicadas, en beneficio de relatos que combinan, sobretodo, la justificación de los comportamientos, la descripción de sensaciones, los reproches y, en algunos casos, las propuestas sobre cómo abordar el conflicto a partir de ahora. Tardaremos mucho tiempo todavía en saber con exactitud las razones de muchas de las decisiones que convirtieron el procés en un peculiar laboratorio que, según el día y la hora, era como una partida de póquer o como un juego de rol. Pocas veces fue un tablero político.
Trigarem molt temps a saber amb exactitud les raons de moltes de les decisions que van convertir el procés en un peculiar laboratori que, segons el dia i l’hora, era com una partida de pòquer o com un joc de rol: poques vegades va ser un tauler polític
En este sentido, me parece significativo (y una noticia digna de portada) lo que afirman Oriol Junqueras y Marta Rovira en el libro [1]1 — Oriol Junqueras i Marta Rovira (2020). Tornarem a vèncer (I com ho farem). Ara Llibres. que han escrito a cuatro manos, publicado en septiembre de 2020: “El independentismo no tenía un acuerdo político interno sobre qué hacer al día siguiente. Como no había un proyecto claro post-1 de octubre, ni una estrategia acordada y definida, la unidad se quebró. Llegar al 1 de octubre había sido un esfuerzo tan descomunal, que nos quedamos sin fuerza política y a merced de la reacción del Estado “. La revelación es sensacional -y polémica- y no debería pasarse por alto. Es evidente que la represión policial y judicial ha creado una burbuja de silencios que condiciona los análisis que se puedan hacer sobre lo que sucedió y sobre la lógica de unas causas y consecuencias que, a menudo, se pierde en un bosque de discursos llenos de voluntarismo, fatalismo, intrigas entre socios, y el desconcierto provocado por el choque con fuerzas superiores que desbordaron los cálculos de los dirigentes independentistas.
El hilo populista del independentismo
He dedicado un libro [2]2 — Francesc-Marc Álvaro (2019) Ensayo general de una revuelta. Las claves del proceso catalán. Galaxia Gutenberg. a hacer la disección de lo que considero son las claves del procés y a intentar esclarecer la tensión entre las debilidades y las fortalezas del nuevo independentismo catalán, en relación a un Estado que descartó cualquier vía de resolución política de este conflicto. Mi conclusión principal es que el movimiento independentista fue víctima de una combinación especialmente singular de éxito social y fracaso estratégico, todo ello acompañado de dosis importantes de autoengaño y de una competitividad partidista que resultó un lastre muy tóxico. Es un hecho notorio que el Estado español -con el monarca a la cabeza- y los poderes informales hicieron todo lo posible para destruir esta causa, pero eso no justifica que se aparque sine die la reflexión crítica sobre lo que hicieron y no hicieron los principales actores del independentismo.
Desde Artur Mas hasta Carles Puigdemont, pasando por Oriol Junqueras y demás figuras que han estado en la sala de mando del procés, el sesgo populista infecta la escena y los planteamientos estratégicos del independentismo; atribuir el populismo sólo a la CUP es inexacto, si bien el papel sobredimensionado de los anticapitalistas crea un efecto óptico al respecto. La relación dinámica y complicada entre las entidades soberanistas (Òmnium y la ANC), las bases movilizadas que salen a la calle, los partidos que promueven el procés y el Govern de la Generalitat pasa por este hilo populista que, en esencia, representa tres cosas: simplificación, dictado emocional y creación de unas expectativas que no se corresponden con la realidad. La idea del divorcio Catalunya-España es formulada como una empresa relativamente “fácil” y esto genera un marco de sentido inexpugnable, que da impulso al movimiento y, al mismo tiempo, lo cubre con un manto de ingenuidad y falsa seguridad que impide debates de fondo imprescindibles. El independentismo arrincona -públicamente- todo lo que no cuadra con la narrativa del “tenemos prisa”. En cambio, en privado, los líderes del independentismo siempre son conscientes de que actúan encorsetados por la propaganda que ellos mismos difunden, algo que también afecta al Gobierno español y a sus altavoces. La disonancia cognitiva se convierte en rutina: “lo haremos posible” y “lo tenemos a tocar” pero todo el mundo sabe que el Estado español lo impedirá por tierra, mar y aire.
Las tres lecciones aprendidas durante octubre de 2017
Del conjunto de lecciones que la experiencia de octubre del 2017 ha proporcionado a la cúpula independentista las más importantes son las que tienen que ver con la concepción de la violencia, la concepción de la desobediencia y la concepción de la identidad. Sin embargo, hasta ahora, desgraciadamente, en ninguno de estos apartados se ha producido, dentro de los partidos y las entidades independentistas, una reflexión autocrítica de suficiente envergadura para ayudar a superar los tópicos, los malentendidos y las trampas de sentido que condicionaron las estrategias confusas del proceso y que inciden -peligrosamente- en la nueva etapa. Sobre la violencia, la lección se limita a proclamar que España hizo lo que parecía que no se atrevería a hacer; sobre la desobediencia, se ha constatado que el Primero de Octubre fue una gran victoria de la resistencia pasiva popular y nada más; y, sobre la identidad, sólo se ha dicho en voz alta lo que ya era una evidencia clamorosa hace tres años: que la presencia del independentismo es débil (o muy pequeña) en los entornos metropolitanos y en ámbitos como las élites empresariales , el mundo obrero y sindical, y los medios de comunicación.
La dissonància cognitiva que creen els caps de l’independentisme esdevé rutina: “ho farem possible” i “ho tenim a tocar” però tothom sap que l’Estat espanyol ho impedirà per terra, mar i aire
La manera tan superficial como el campo independentista piensa el asunto central del monopolio de la violencia legítima y sus derivadas es, en mi opinión, un síntoma elocuente del poco espesor que, en general, tiene la estrategia que se pone en marcha a partir de 2012 y que, tras las elecciones plebiscitarias del 27-S de 2015, se convierte en una gran prueba de esfuerzo contra el Estado bajo la forma de referéndum unilateral. Cabe decir que el éxito del proceso participativo del 9-N de 2014 proyectó el espejismo de un Estado que había guardado el garrote en el baúl de los recuerdos. Nada más alejado de la realidad. El drama que rodea el papel de los Mossos y del mayor Trapero [3]3 — Francesc-Marc Álvaro (2019). “Trapero i els límits”. Article publicado en La Vanguardia el 21 de marzo de 2019. Disponible en línea. proviene, en buena parte, de un comportamiento absolutamente ingenuo y amateur sobre qué representan los mecanismos de la fuerza institucional y sus límites. Sin un proceso revolucionario digno de tal nombre, estaba claro que “la legalidad vigente” obligaba en todo momento la Generalitat a continuar siendo el Estado (español) en Catalunya, y esto tenía su principal expresión en el papel de los funcionarios encargados de la seguridad y el orden público. Sin una ruptura efectiva del marco estatal ni una estatalidad naciente, los mandos de los Mossos no tenían ninguna duda sobre cuál era el centro de gravedad del monopolio de la violencia legítima. Así fue, a pesar de las acusaciones de los máximos responsables de las fuerzas y cuerpos de seguridad que envió el Gobierno español en Catalunya.
En cuanto al segundo asunto, el énfasis del independentismo en la desobediencia civil ha sido y es confuso, al sugerir que se podía desobedecer desde la calle (los votantes del Primero de Octubre lo hicieron) y también desde el poder autonómico, extremo que nunca se produjo de manera efectiva, como se demostró con el hecho de externalizar la organización del referéndum y, posteriormente, con una declaración unilateral de independencia sin validez jurídica. La fantasía de una desobediencia civil generalizada contra los poderes de España se desvaneció en pocas horas, cuando los responsables de la tecnoestructura autonómica -funcionarios y también varios altos cargos- hicieron saber que no firmarían determinadas disposiciones, porque aquel gesto podría ser considerado delictivo y les costaría caro. La plana mayor de los partidos implicados no había tenido suficientemente en cuenta este escenario, decisivo en cuanto al colapso interno del procés, más allá de que Madrid aplica la fuerza para frenarlo. Que el independentismo desafiara el Estado desde la calle y desde el Govern de la Generalitat colocaba todos los funcionarios en una zona indeterminada de riesgo, imposible de gestionar, sobre todo en una sociedad dividida en dos mitades respecto al objetivo de la secesión y, por tanto, sin un gran consenso que hiciera de paraguas de una eventual desobediencia “desde arriba”. Además, los dos principales partidos del procés, los convergentes y ERC, eran y son actores marcados por la cultura de gobierno, alejados de las dinámicas típicas de los grupos que hacen de la desobediencia civil su razón de ser; incluso la ANC y Òmnium no encajan completamente con una concepción más propia de otros movimientos sociales.
És imprescindible que el moviment independentista abordi la complexitat de les identitats a Catalunya sense jugar a l’essencialisme immobilista ni a la frivolitat de considerar la llengua catalana i altres elements com una nosa a diluir o relegar
En tercer lugar, en los laberintos de la identidad, el gran error del independentismo de nuevo cuño fue fiarse de manera casi mágica de los efectos imparables del discurso social a la hora de generar adhesiones entre aquellos sectores más alejados del procés, así como dar poca importancia al factor puramente emocional como vínculo con el Estado español de una parte de catalanes poco o nada conectados con la catalanidad que encuentra su formulación en el catalanismo. El procés demuestra con crudeza que la identidad española en Catalunya no es sólo un refugio sentimental privado, sino también la base de unas lealtades políticas más fuertes e inamovibles de lo previsto por el optimismo de los vendedores de la República catalana, la que debía ser el Estado más social, inclusivo y avanzado. La improvisación y el paternalismo con que las entidades soberanistas intentan llevar “la buena nueva” en las áreas de Catalunya donde el independentismo (y el catalanismo) tiene menos presencia poco ayudan a derribar los muros de la desconfianza y del rechazo. El Estado y el conglomerado de poderes económicos más interesados en evitar la secesión alimentaron el miedo de estos catalanes, pero hay que reiterar que el independentismo no había hecho los deberes ni sabía bien a quién se dirigía.
Por otra parte, el ascenso electoral del partido Cs en diciembre de 2017 señala descarnadamente el tiempo que ha pasado desde que el PSUC, Comisiones Obreras, la Iglesia de base, Josep Benet, el movimiento de renovación pedagógica, Jordi Pujol, el Barça, los socialistas y las asociaciones de vecinos llevaron las premisas catalanistas allí donde “los otros catalanes” vivían, trabajaban y estudiaban. Aunque Cs no repita un resultado tan importante en las futuras elecciones catalanas, algunas realidades colectivas que parecían intocables se han mostrado de manera irreversible bajo una nueva luz. Y esto es así aunque, como evidencian los últimos resultados electorales, ERC haya penetrado en algunas ciudades del cinturón metropolitano donde antes el independentismo estaba ausente y todos los votos iban a parar al PSC y a Iniciativa.
El pacto social y cultural -cívico- mediante el cual el catalanismo de finales del franquismo y de la transición dotaba de un marco de referencias compartidas la ciudadanía que tiene raíces fuera del país se ha visto cuestionado, desde antes del procés, por aquellos que consideraron la creación del Gobierno tripartito presidido por Pasqual Maragall como una deserción histórica del PSC a favor de ERC y del nacionalismo catalán. Este es el factor que anima el nacimiento de Cs, conviene no perderlo de vista. Dicho esto, es imprescindible que el independentismo aborde la complejidad de las identidades en Catalunya sin jugar al esencialismo inmovilista ni a la frivolidad de considerar la lengua catalana y otros elementos como un estorbo a diluir o relegar. Se trata de una tarea que exige paciencia, cuidado, atención y también criterios claros para no sucumbir al tacticismo ni al oportunismo. En algunos momentos, se ha jugado con fuego con la lengua.
Con mirada larga, los independentistas tendrán que aprender a hablar de otra manera con los catalanes que no comparten su causa, ejercicio ciertamente difícil porque no podemos obviar que se trata de un diálogo que una parte de la sociedad no quiere tener de ninguna manera (porque incomoda, inquieta y descoloca). Si el independentismo quiere crecer, este diálogo deberá realizarse en muchos espacios diferentes y tendrá que encontrar un tono nuevo, que evite la retórica hiperbólica que sólo es apta para consumo de los muy convencidos y los muy movilizados. Que evite también alimentar sin querer un españolismo primario y hostil a cualquier signo de catalanismo.
La reconstrucción
Hoy, a finales de 2020, entramos en un escenario de reconstrucción, marcado por la pandemia de la COVID-19 y por un horizonte inquietante de crisis económica y social, con el cierre de muchos negocios y el paro como gran amenaza. Mientras escribo este artículo, se habla de dos vías que harían posible que los presos del procés pudieran salir a la calle pronto: los indultos y la reforma exprés del delito de sedición en el Código Penal. No se trata de la amnistía, que es la vía que pide el independentismo, pero no hay duda de que la excarcelación de estas personalidades públicas es condición necesaria para enfocar la normalización de la vida política en Catalunya. Sin este paso, la herida principal continuará abierta y será muy difícil explorar perspectivas que superen el choque y no alimenten el bucle de la acción-represión, con el corolario de gesticulaciones habituales.
Se trata -hay que decirlo de entrada- de una reconstrucción en un campo de minas. ¿Podría ser de otro modo? Sin pecar de pesimistas ni de optimistas podemos adelantar tres previsiones que, a corto y medio plazo, me parecen poco discutibles:
- La base social del independentismo no disminuirá aunque quizás se estanque.
- La disposición al diálogo que ha expresado el Ejecutivo que preside Pedro Sánchez tiene un límite y este es el referéndum de autodeterminación a la escocesa, que no está en su agenda.
- El clima dominante hoy en la sociedad catalana (y en el conjunto del independentismo) no parece proclive a la repetición del choque con el Estado, siempre y cuando no se produzcan escenarios disruptivos que generen nuevas expectativas de cambio, como -por ejemplo- un empeoramiento de la crisis de la Corona española.
¿Cómo se hará política con estos materiales? La respuesta, en buena parte, dependerá de lo que decidan los electores catalanes cuando sean llamados, finalmente, a elegir un nuevo Parlament, del que debe salir un nuevo Govern y un nuevo presidente de la Generalitat.
Los próximos comicios autonómicos son, a priori, el filtro definitivo de las lecciones que nos ha legado el otoño de 2017. No se votará sólo a favor de unos partidos o de unas políticas concretas: se decidirá también qué estrategia debe poner en práctica el independentismo para aprovechar mejor (y no malbaratar) el capital político acumulado en los últimos ocho años.
L’independentisme es troba en una cruïlla: o aposta per una confrontació que hauria d’obligar l’Executiu espanyol a negociar, o aposta per una rectificació estratègica que passa per tornar a reclamar una consulta vinculant a l’escocesa mentre es treballa Catalunya endins per augmentar el suport social a la causa
Para Carles Puigdemont, líder de Junts per Catalunya (última evolución del espacio postconvergente sin el PDECat ni el PNC), el pronóstico puede resumirse así [4]4 — Carles Puigdemont con Xevi Xirgo (2020). La lluita a l’exili. La Campana. : “La vía negociada sin confrontación, sin una confrontación democrática, no existe. (…) Y lo digo con el conocimiento de la experiencia aprendida. Al final, después de una confrontación gestionada con éxito, tendrá que haber una negociación. (…) Si no se reconoce esto, o se es muy ingenuo o se está engañando a la gente. La vía indolora, sin confrontación, de buen grado, no existe. El Estado no la quiere. Seamos el cuarenta por ciento o seamos el sesenta o el setenta por ciento”. Para Oriol Junqueras y Marta Rovira, máximos dirigentes de ERC, el pronóstico es otro [5]5 — Oriol Junqueras y Marta Rovira (2020). Tornarem a vèncer (I com ho farem). Ara Llibres. : “Tracemos, pues, estrategias inteligentes a favor del referéndum [pactado], volvamos a acumular fuerzas y legitimidad, sumemos mayorías amplias en Catalunya, hurguemos en las contradicciones de los demócratas españoles. Aferrémonos al principio democrático y a las urnas (…) El independentismo deberá mantener siempre la mano extendida. Y, al mismo tiempo, porque la paciencia no puede ser infinita, debe prepararse para desbordar democráticamente el régimen monárquico si se enroca en el inmovilismo o incluso involuciona (…) El Estado debe saber que su negativa a negociar un referéndum, si perdura en el tiempo, puede desembocar en una actuación unilateral del independentismo”.
Esta es la encrucijada en la que se encuentra el independentismo: o apuesta por una confrontación que obligaría el Ejecutivo español a negociar (la continuidad del procés en los mismos términos ensayados) o apuesta por una rectificación estratégica que pasa por volver a reclamar una consulta vinculante a la escocesa mientras se trabaja Catalunya adentro para aumentar el apoyo social a la causa. La vía Puigdemont necesita una intensa movilización constante y una polarización sin tregua. La vía Junqueras quiere combinar el estilo pragmático del SNP con la presión sobre Madrid para que el referéndum no sea sistemáticamente eliminado del menú. En ambos casos, el recorrido del independentismo depende de su credibilidad como factor capaz de introducir inestabilidad en la gobernabilidad española
El punto débil de Junqueras es que esto debe combinarse con el objetivo de tener la presidencia de la Generalitat y de mantener el ascendente en las Cortes españolas, como uno de los puntales de la mayoría que sostiene el Gabinete de coalición PSOE- Podemos. El punto débil de Puigdemont es que ya no nos encontramos en el clima de opinión de diciembre de 2017 y que el Gobierno necesita aparecer como una institución eficaz en una época de trasiego sanitario, económico y social. ¿Qué hará que el votante independentista indeciso se decante por una u otra estrategia? ¿Pesará más la épica del plantar cara de Puigdemont o pesará más el realismo del hacer política de Junqueras cuando el país depende de una buena gestión? ¿El anuncio de la excarcelación de los presos beneficiará ERC o, por el contrario, la congelación de la mesa de diálogo dará alas a Junts per Catalunya? ¿Qué hará la ANC ante esta diversidad de propuestas estratégicas? El debate en el seno del independentismo está abierto y, a pesar de que las encuestas apuntan a un crecimiento importante de los republicanos, algún hecho inesperado podría colocar nuevamente por delante la candidatura de Puigdemont. La competitividad agotadora y obsesiva entre ERC y JxCat (aderezada con invocaciones rituales a la unidad sobre todo desde Waterloo) no ha sido atenuada ni por la cárcel ni por el exilio, al contrario. Las constantes acusaciones de “traición” dan al bloque independentista un aire de familia devorada por el resentimiento y la desconfianza.
Hace muchos años, cuando las naciones que estaban bajo el imperio soviético accedieron a la independencia a raíz del derrumbe del sistema comunista, el terremoto político que se produjo en el Este encendió todas las alarmas aquí. De aquel tiempo data una reflexión que el catedrático Andrés de Blas Guerrero escribió sobre una eventual autodeterminación de catalanes y vascos. Parece arqueología, pero no lo es [6]6 — Andrés De Blas Guerrero (1999). “Autodeterminación en España”. Artículo publicado en El País el 10 de enero de 1990. Disponible en línea. : “Tengo la impresión de que el Estado y la nación de los españoles nunca van a ceder en algunas cosas; porque no quieren y porque no pueden, y porque no hay palabras ni fuerzas internas o externas capaces de imponerse a una decisión de supervivencia amparada por un conjunto de argumentos justos, razonables y democráticos. Y si esto es así, cada uno tendrá que deducir la responsabilidad que corresponde a sus actos”. La hoja de ruta de España -planteada en términos solemnes de “supervivencia”- estaba escrita desde mucho antes que Artur Mas, Ernest Maragall y Antonio Baños se convirtieran al independentismo. Es una hoja de ruta que, con Mariano Rajoy o con Pedro Sánchez en la Moncloa, continua vigente. Merece la pena que tomemos buena nota de ello.
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REFERÈNCIES
1 —Oriol Junqueras i Marta Rovira (2020). Tornarem a vèncer (I com ho farem). Ara Llibres.
2 —Francesc-Marc Álvaro (2019) Ensayo general de una revuelta. Las claves del proceso catalán. Galaxia Gutenberg.
3 —Francesc-Marc Álvaro (2019). “Trapero i els límits”. Article publicado en La Vanguardia el 21 de marzo de 2019. Disponible en línea.
4 —Carles Puigdemont con Xevi Xirgo (2020). La lluita a l’exili. La Campana.
5 —Oriol Junqueras y Marta Rovira (2020). Tornarem a vèncer (I com ho farem). Ara Llibres.
6 —Andrés De Blas Guerrero (1999). “Autodeterminación en España”. Artículo publicado en El País el 10 de enero de 1990. Disponible en línea.

Francesc-Marc Álvaro
Francesc-Marc Álvaro és periodista, escriptor i professor de Periodisme de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals de Blanquerna. És columnista a La Vanguardia, Nació Digital i a la revista cultural Serra d'Or, i també fa de comentarista a RAC1, Radio Euskadi i Euskal Telebista. Anteriorment, havia treballat de redactor polític, cap d’Opinió i columnista al diari Avui, i havia estat articulista a El Observador i El Mundo de Cataluña. És autor de diversos llibres, entre els quals destaquen Assaig general d’una revolta. Les claus del procés català (2019), Per què hem guanyat. 127 dies que van canviar Catalunya (2015), Entre la mentida i l’oblit. El laberint de la memòria col·lectiva (2012) i Ara sí que toca! El pujolisme, el procés sobiranista i el cas Pujol (2014). L'any 1994 va ser guardonat amb el Premi Nacional de Periodisme.